Caminó con paso trémulo y divergente, con piernas vacilantes hacia la camioneta roja, de donde habían salido los cinco hombres que los habían atacado por sorpresa a él y a su compañero. No habían sido particularmente ágiles o sigilosos, sólo tenían una pequeña gran ventaja, el RPG con el que le habían disparado a la Humvee en que los dos Delta se transportaban. Al recibir el impacto del misil la camioneta salió disparada hacia el arcén para caer sobre la cuneta, con las llantas hacia el cielo, como una cucaracha con el cuerpo tumbado hacia arriba, inutilizada. Su compañero -Delta 1-, murió al instante, con el volante incrustado en el rostro, mucho antes de saber siquiera qué había pasado. Se había ganado un pase indoloro y expedito al infierno.
Pero esos sujetos, esos malditos indígenas con turbantes, o locales, si uno quería designarlos con un término menos peyorativo, no tenían idea de lo que era meterse con un Delta.
Así que sin salir de la camioneta, de cabeza, tomó su rifle y con precisión mortal disparó cinco tiros, cada uno de ellos abatió a un hombre. Luego salió arrastrándose lastimeramente del auto, como un feto que sale por sí mismo del vientre, lleno de sangre y con huesos rotos.
Pero uno de los hombres aún respiraba, así que siguió caminando hasta llegar junto a él. Alzó la bota y le pateó la quijada, la cual se rompió con un estentóreo chasquido, una descarga de dolor le recorrió la espalda, cruzado a través de todos los huesos rotos. El hombre aún respiraba.
Delta 2 apuntó el rifle con su único brazo servible y disparó una única bala que le arrancó los dientes al hombre, y derramó sus sesos en el pavimento.