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martes, 24 de enero de 2012

¿A quién saludas cuando no queda nadie a quien saludar?

La situación marchaba según el plan; y de un momento a otro, todo se fue a la mierda. Un instante tenía todo el dinero que quería, ya podía sentir como su riqueza se triplicaba, era una sensación similar al roce del tallo de una rosa contra la piel, tan potente que casi podía olerla, y al siguiente, se hallaba tendida en la cama de un lujoso hospital, en una habitación de asépticas e impolutas cortinas blancas adornando la ventana, haciendo juego con las paredes. Un aciago dolor punzante le atravesaba la parte baja del estómago. Y lo peor de todo, ante ella se hallaba el decrépito rostro de su viejo esposo, mirándola de hito en hito, con una sonrisa burlona en sus apergaminados labios.
Dentro de alguna celducha, probablemente de las que se encuentran en la esquina, aquellas tan lejanas de la entrada que a los guardias les da flojera acercarse, se escuchan los ruidos de un preso violando a otro. Repitiendo el mismo crimen desde hace diez años, los mismos que llevan compartiendo celda, todas las noches, a la misma hora, casi con la precisión de un reloj nuclear.

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