Páginas

viernes, 22 de junio de 2012

Wanna be a Sex Pistol?

Mierda, la fricción de la tela on su pecho había abierto uno de los tantos cortes que llevaba en el pecho. Le gustaba arancarle las mangas a las playeras, para exhibir los cortes entrelazados que formaban palabras en sus bíceps tonificados. El cabello peinado hacia arriba, hacia los lados, hacia donde se quedara quieto, pero siempre en punta le confería el aspecto de alguien a quien nada le importa, aunque tardara quince minutos frente al espejo arreglándoselo. La playera hasta hace unos segundos de un blanco impoluto, ahora comenzaba a teñirse de pequeñas gotas rojas en expansión, como microuniversos con vida propia, los cuales al secarse la sangre se volverían de un antiestético marrón. No importaba. Todo lo que importaba era llegar al bar. Ver a ese grupo que a duras penas si lograba terminar una canción completa, y los cuales sin embargo parecían dioses sobre el escenario. Ahora recordaba que no era bar, era una especie de  teatro en miniatura donde podían tocar grupos que no eran bien recibidos en los establecimientos oficiales. Tampoco importaba.
Al caminar por la acera al borde de la playa de Coney Island, los pantalones apenas si le rozan los tennis gastados, dejando entrever, cada que da un paso más largo de lo normal, unas calcetas de colores diferentes. Su madre dice que a veces parece ser de hojalata, ya que al caminar, el popurrí de metales que carga en el cuerpo (compuesto por las tachuelas de cabeza cuadrada de su cinturón chocan con la cadena que cuelga a un lado de su pierna, las tachuelas de la muñequera y las decenas de monedas que carga en su bolsillo para poder moverse en el transporte público), anteceden su llegada, avisando con su estrepito que él se acerca. Tampoco importa, el sol se esconde atrás del mar, la oscuridad espera a que pase la hora crepuscular para extender sus frías zarpas y convertir en monstruos y críaturas perversas a la gente. Eso es lo que menos importa ¡carajo! va a ver a los Sex Pistols, aun no se puede creer que realmente hayan venido al país. Nada puede compararse con la frenética hambre de destrucción y violencia que crece en el pozo negro que es su pecho, una sensación embargante bastante parecida a la felicidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario