Páginas

domingo, 23 de septiembre de 2012

demigoddess

Si los ojos son en realidad el reflejo del alma, entonces los suyos están podridos.

La chica se desliza a través de la pista hasta llegar al tubo metálico, que asciende hasta el techo, como una sensual serpiente, enroscándose a él. El frío metal va calentándose a medida que su lujuriosa carne se frota contra él. Metal y carne, una combinación antinatural, estéticamente bella, pero poco excitante para su lasciva entrepierna.

No baila en aquel lugar por necesidad, la paga es buena claro, pero ella goza de una inteligencia excepcional, casi prodigiosa. No, lo que realmente la motiva a trabajar allí, es la expresión de total sumisión en el rostro de los pobres bastardos que no pueden hacer otra cosa sino contemplarla con mirada de genuina reverencia, imaginando que la poseen, sabiendo en su fuero interno que ella jamás podrá ser de ninguno de ellos, sabiendo que están muy por debajo de su nivel, que pertenecen prácticamente a especies diferentes.

Ella es una semidiosa, mientras que ellos son poco menos que humanos, criaturas reptantes, serviciales y carentes de creatividad, criaturas que darían gustosos la vida por ella, porque ella les prestara aunque fuera un minuto de su atención.

Sus ojos felinos recorren con insolencia al publico, esbirros que ni siquiera pueden considerarse hombres, camina con paso arrogante por la pasarela, deleitándose en la sensación de decenas de ojos clavados en su piel, mientras debajo de sus bragas comienza a mojarse.

Van -esta era la abreviación de su nombre verdadero y la usaba como seudónimo para el trabajo-, la chica estrella, el espectáculo estelar de cada noche, regresa al centro de la plataforma y se abraza con brazos y piernas al metal. Su cuerpo comienza a deslizarse hacia arriba, sus piernas firmemente agarradas sostienen el resto del cuerpo que se despega del tubo y desciende, su cara casi rozando el suelo mientras observa con fuego en los ojos a sus esclavos.

Piensa en su vida, y se pregunta qué hará cuando la piel comience a ceder ante la gravedad, cuando la tensión de sus músculos empiece a relajarse por debajo de su piel y sus rasgos pierdan su atractivo. No importa, igual y no llegue a la vejez, o quizá cuando su belleza dé las primeras e inequívocas señales que anticipan su extinción, decida suicidarse.

Por el momento sólo le importa ser reverenciada, venerada por los pobres que no alcanzaron el siguiente escalafón en la escalera evolutiva.

No hay comentarios:

Publicar un comentario