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lunes, 9 de abril de 2012

Diario de un psicopata.

El hombre observó con siniestra fascinación cómo la sangre corría por la garganta de la chica, cómo abandonaba su cuerpo de una forma lenta, deliciosamente lenta. El corte, limpio, estaba diseñado para hacer desangrar a cualquier persona sana de la manera más lenta posible. Los ojos de la mujer se movían frenéticamente, desorbitados, mientras la vida abandonaba su cuerpo a cada respiración.

Pensó en sí mismo, en los sucesos que lo habían llevado hasta aquel punto. Se preguntaba si las circunstancias de su niñez, los eventos traumáticos que había presenciado, lo habían vuelto así o si simplemente habían desencadenado algo que siempre estuvo allí, hambriento, agazapado en la parte mas oscura y fría de su alma, si es que tenía una.

La chica tenía la cabeza y las extremidades, así como el torso, sujetos a la mesa mediante grandes cantidades de cinta que la mantenían inmóvil, siendo los ojos lo único que ella podía mover con libertad.

El hombre se preguntó si acaso en sus últimos momentos de agonía, ella sentiría remordimiento por todos los hombres a quienes había matado después de casarse con ellos, con el único fin de adueñarse de su dinero. Lo dudaba, ese tipo de personas -los de su misma clase, de hecho-, eran incapaces de sentir remordimientos o algún sentimiento que guardara alguna relación con la culpa. Algunos -como él mismo-, eran incapaces incluso de sentir cualquier cosa. Sólo la sangre, la sangre escurriéndose por la piel, abrazándola con sus tibios y oscuros dedos, expandiéndose y abandonando lentamente el interior del cuerpo, era lo único capaz de hacerle percibir algo parecido a un sentimiento de verdad.

Excitación.

La chica se limitó a mirarlo fijamente en sus últimos momentos de vida. Él vio un vacío en ella que le hizo pensar en el que él mismo cargaba a diario. En el rostro de ella no vio reflejada culpa, miedo o tranquilidad, sólo la nada, esa única cosa que parecía llenar cada esquina de las paredes del interior de la gente como ellos.

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