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martes, 17 de abril de 2012

Self-Esteem

Las pesadas gotas caen de un cielo negro en una noche fría primaveral, en la cual  no debería haber lluvia ni hacer frío, pero así era.

La chaqueta negra es salpicada por el agua que lo alcanza en el trayecto del taxi a la entrada del establecimiento de dos pisos, el cabello negro resbalando por la frente, tentando las cejas, aproximándose a los ojos. El chico llega al club justo antes de la medianoche, con el brillo plateado de la luna en el punto más alto del cielo, visible a momentos a través de las nubes.

La música se desborda por los altavoces como el poderío inmenso del agua de una presa al romperse. Entra, hace un torpe intento por arreglarse minimamente el cabello, se quita la chamarra de cuero, dejando al descubierto una camisa en la que los músculos de los bíceps se aprietan contra las mangas, gira los ojos, hasta que finalmente la ve. Sentada en la mesa de la esquina más alejada de la entrada, está ella.

Rubia, alta, un cuerpo exuberante que la misma Afrodita envidiaría, y esa mirada, esos ojos claros, verdes, a veces grises, dependiendo de su estado de ánimo y la iluminación, que parecen ver a través de los tuyos y llegar directo a tu alma.

Está rodeado de un séquito de hombres que babean por ella -como él mismo-, la mayoría inofensivos, excepto uno. Ron.

Ron, el atleta profesional, el chico rubio, el estereotipo de hombre ideal que todas las chicas tienen en sus mentes juveniles, el sujeto que en la preparatoria se quedaba con todas las chicas, el tipo que pasó parte de su infancia y adolescencia atormentándolo, gozando con su sufrimiento y al cual se ha vuelto a encontrar ahora, uniendo nuevamente sus caminos a causa de ella. Respira hondo, piensa en la chica, en esa mujer por la que no le importaría que le dieran una paliza, la chica que lo hizo ir hasta ese lugar y reunirse con un puñado de personas que le desagradan y con las que preferiría no cruzar una sola palabra, sabiendo que para ellos tampoco es de lo más agradable que la chica lo hubiera invitado.

Pero ahí está, y ella prevalece por encima de todos los temores o recelos que pueda albergar.

Se acerca hasta la mesa, antes de llegar, ella lo nota, sonríe y agita una mano para que él la vea. Como si fuera posible que pasara desapercibida, piensa mientras su corazón comienza a palpitar cada vez más airadamente a causa de los nervios. Saluda a todos los presentes, la mayoría hombres, a excepción de las tres chicas que fueron con ellos, esparcidas alrededor. Saluda a todos y cuando toca el turno de dar el clásico y amistoso beso en la mejilla a ella, el corazón le golpea las paredes del pecho y él teme por un instante que se vaya a salir a través de la camisa.

Acerca una silla alta, como en las que están todos y la acomoda junto a ella, no sabe cómo es que consiguió apretujarse, pero lo importante es que está ahí, con la lechosa y brillante piel de ella a escasos centímetros de él.

Tras unos minutos, en los que Ron no deja que charle ni un segundo con ella, éste le dice en un tono amistoso, aunque puede sentir la falsa presunción debajo del tono cordial, que si lo puede acompañar unos minutos afuera, para fumar.

Receloso, acepta, aun a sabiendas de que no debería acceder a estar a solas con él.

Salen del lugar. El sonido de la música desciende, convirtiéndose casi en un zumbido sin ritmo ni armonía, sólo ruido. En lo alto del cielo, las gotas se han terminado y la luna se ha escondido detrás de alguna nube.

-Es mejor que te alejes de ella. Vete de aquí ahora y no te pasará nada- dijo en un tono neutro, como si estuvieran teniendo una charla trivial de lo más normal.

-Ella me invitó, no puedo irme sin despedirme antes ¿o sí?

-Ya se me ocurrirá algo que decirle.

Entonces el chico recuerda los años de adolescencia, esos en que creció solo, cuando las chicas no se fijaban en nadie que no fuera un deportista, y mucho menos en alguien pegado todo el día a la pantalla de un ordenador, escribiendo guiones de cine sin parar. Recuerda la sonrisa de autosuficiencia de Ron cada que lo molestaba, y cómo se regodeaba frente a sus amigos al humillarlo en público. Pero ahora las cosas han cambiado. Ron es más bajo que él, así que el chico lo mira a los ojos, obligándolo así a alzar la cabeza.

Entonces se arma de valor, insufla su voz de altanería y habla en tono bajo pero iracundo.

-Esto ya no es la secundaria, puede que sigas siendo un bravucón, pero ya no me intimidas.

El hombre musculoso, semejante a un gorila permanece en silencio, así que continúa.

-Ahora soy más alto, más fuerte y sigo siendo más inteligente que tú, y mi autoestima ya no es la de un chico tímido de quince años al cual podías pasarle por encima sin repercusiones, así que si quieres a esa chica, vas a tener que competir contra mí.

Ron sonríe, es una sonrisa maliciosa que atraviesa como un rayo por su rostro, antes de convertirse en una mueca de ira, justo en el segundo en que su puño sale disparado hacia su cara. Le acerta de lleno en el rostro, justo debajo del ojo derecho y siente cómo la sangre sale a raudales por la mejilla. La fuerza del impacto, aunada a que lo había tomado totalmente desprevenido, hicieron que cayera con un sonido seco sobre el suelo.

-¡Por qué hiciste eso!- chilla uno voz enfurecida, la cual reconoce al instante como su voz. Es ella.
Sonríe. Tanto físicamente como para sus adentros, porque cuando menos, ahora ella sabe la clase de persona que es Ron. Sin saberlo, ese gorila le acaba de proporcionar una inmensa ventaja. Aunque a decir verdad, es una ventaja increíblemente dolorosa.

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