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sábado, 28 de julio de 2012
Línea recta.
He insensibilizado mi corazón, mi alma se ha vuelto de piedra; sólo me he quedado con esta hambre devorándome desde dentro, furiosa e insaciable. No existe forma alguna de apagarla. Sólo hay una manera de apaciguarla, pero ni siquiera me atrevo a pensarla, el mero hecho de sugerirla me hiela la espina y me eriza la piel. Ella, ella es la solución, la única, pero yacer con ella estaría mal en más de un sentido, sin importar cuán necesario parezca, sin importar cuánto lo pida cada nervio vibrante bajo la fina piel que cubre cada centímetro de mi cuerpo. Es la fruta prohibida, el exilio del edén, el pecado en estado puro. O tal vez yo sea el pecado y ella sea de una pureza tal que el simple contacto de su piel contra la mía me queme y me envíe a un infierno del cual sea imposible escapar. Quizá sus ojos al mirarme me condenen, más no importa, porque yo iría hasta el confín de los infiernos más helados a buscarla, o si ella estuviera en el paraíso, yo atravesaría sus puertas, mataría a cien legiones de ángeles de ser necesario, y al final dios no tendría las agallas suficientes para dejarme fuera.
viernes, 20 de julio de 2012
1000 poemas.
Cien poemas le he escrito, todos inservibles, uno más inutil que el anterior, ninguno digno de ser leído por sus negros ojos donde habita la profundidad del pozo más oscuro. Intento no pensar, desconectarme, dejar que mis dedos se deslizen por propia voluntad de derecha a izquierda en el teclado, golpeando con violencia febril las suaves teclas.
El eco mortal de sus palabras aún resuena dentro de las paredes de mi cabeza, como el tañido de una campana golpeando las paredes de la iglesia, negándose a morir. La garganta se ha secado, las paredes de ella se han vuelto de lija y al tragar saliva, cada vez, la aspereza del simple acto es mortalmente dolorosa. La piel se ha tornado pálida, los dedos han perdido su voluntad y ya ni siquiera escribir pueden. La voluntad misma se ha quedado sin objetivo, sin un fin, y la negrura comienza a cubrir todo, hasta el más infímo espacio de las paredes de mi habitación, una habitación que parece irse haciendo cada vez más y más pequeña, amenazando con engullirme a mi y todo lo que me rodea. Entonces la recuerdo, y cuando pienso que el recuerdo de su rostro podrá salvarme, que detendrá la negrura, la nada que desea devorarme, cuando pienso que estoy salvado, entonces pienso de nuevo en esos poemas que ella nunca leerá y recuerdo que toda esperanza se ha perdido.
El eco mortal de sus palabras aún resuena dentro de las paredes de mi cabeza, como el tañido de una campana golpeando las paredes de la iglesia, negándose a morir. La garganta se ha secado, las paredes de ella se han vuelto de lija y al tragar saliva, cada vez, la aspereza del simple acto es mortalmente dolorosa. La piel se ha tornado pálida, los dedos han perdido su voluntad y ya ni siquiera escribir pueden. La voluntad misma se ha quedado sin objetivo, sin un fin, y la negrura comienza a cubrir todo, hasta el más infímo espacio de las paredes de mi habitación, una habitación que parece irse haciendo cada vez más y más pequeña, amenazando con engullirme a mi y todo lo que me rodea. Entonces la recuerdo, y cuando pienso que el recuerdo de su rostro podrá salvarme, que detendrá la negrura, la nada que desea devorarme, cuando pienso que estoy salvado, entonces pienso de nuevo en esos poemas que ella nunca leerá y recuerdo que toda esperanza se ha perdido.
martes, 17 de julio de 2012
Harkonnens: Príncipes en el exilio
Blur Harkonnen pertenecía a la segunda generación de Harkonnens nacidos en Lenkiveil. Su padre era hijo del primer Harkonnen: Abulurd Harkonnen; enviado al exilio, desterrado y con el apellido caído en la deshonra a causa de la traición de los Atreides.
Atreides.
Un nombre que genera ácido en su garganta, al igual que en la del resto de Harkonnens, una repulsión insana, primaria y animal, un odio arraigado en sus almas, un odio hacia sus enemigos juramentados, enemigos de los cuales se vengarán en un futuro.
Quizá tengan que pasar años, incluso generaciones, para que los Harkonnen puedan reclamar la sangre de los Atreides, hacerlos pagar por todo el mal que le han causado a su familia, pero ese día llegará.
Blur sabe que él no lo verá, pero no dejará que sus hijos olviden, ningún Harkonnen, nunca, debe olvidar, para que cuando el momento sea oportuno, cuando su familia salga del exilio a reclamar la antigua gloria que les fue arrebatada, sepan bien dónde depositar el odio acumulado y sepan a quien castigar, la ira contenida por décadas caerá como espada de fuego desde el cielo sobre la casa Atreides y los hará pagar.
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Siguiente Capítulo:
Blur Harkonnen
Capítulo anterior:
Harkonnens: Lenkiviel
Nota del Autor:
Okay, lo prometido es deuda, prometí que les seguiría contando la historia de Leyendas de Dune, así que eso haré.
10 mil años antes de la novela original, el panorama para los humanos no era nada halagüeño.
Las máquinas pensantes dominaban la galaxia y sólo un puñado de planetas libres permanecían fuera del yugo aplastante de Omnius (una entidad omnipresente que gobierna a las máquinas), planetas donde los humanos resistían lo mejor que podían.
La historia comienza con Xavier Harkonnen defendiendo el planeta Salusa Secundus de un ataque sorpresa por parte de los Cimeks (robots controlados por los cerebros longevos de los que antes fueron emperadores humanos).
Mientras tanto, en el planeta Tierra, Vorian Atreides, (el primer Atreides) es el hijo predilecto de uno de estos Cimeks, también conocidos como titanes. Su futuro es algún día abandonar su cuerpo, y abrazar la eternidad convirtiéndose en uno de estos Cimeks. Goza de un lugar privilegiado entre los humanos del planeta, los cuales no son más que esclavos o ganado, seres insignificantes que no han sido exterminados sólo por que a Omnius no le parece bien exterminar a toda una raza.
La historia de cómo se conocen Xavier Harkonnen y Vorian Atreides es algo que sucede casi al final del libro, pero eso, es algo que contaré en el siguiente capítulo...
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Para poder entender a profundidad estos Capítulos, y todo el odio que emana del personaje, y con el cual me siento completamente identificado, recomiendo enardecidamente leer los 3 libros de Leyendas de Dune, en los cuales se explica cuál fue la semilla de la traición que generó el odio visceral y enfermo entre los Harkonnen y los Atreides.
Estos libros son:
-Dune: La Yihad Butleriana
-Dune: La Cruzada de las Máquinas
-Dune: La Batalla de Corrin
lunes, 9 de julio de 2012
Father, forgive me for I have sinned.
-Padre, perdoneme por que he pecado- musita el hombre en un tono apenas audible. Se lleva la mano a la boca, dejando ver la nívea piel debajo de la manga, y con el dorso de esta se acaricia el labio superior.
-Confiesa tus pecados, hijo mio.
-Confieso que he asesinado, padre.
El sacerdote se revuelve incómodo en su asiento. Se acomoda los lentes y carraspea, intentando fútilmente aclararse la voz. Con un hilillo de voz, finalmente y tras una breve pero incomoda pausa, responde:
-Tu... acto, ¿fue premeditado, o lo cometiste en defensa propia?
-No fue sólo una vez, padre- confiesa el hombre, bajando la voz, como se hace al contar un secreto, acercándose más al panel que lo separa del otro hombre, el cual sólo le deja entrever una borrosa silueta-. He matado a centenares de monstruos, los he hecho pagar por sus pecados, creí que así dejaría de ser un monstruo, que así justificaría mis actos... mi sed.
-Creo que no entiendo.
-Pero matar monstruos, sólo lo acercan a uno más a la naturaleza misma de ellos,cada muerte te vuelve más y más un monstruo, uno cada vez peor.
El sacerdote está ahora visiblemente incómodo, el hombre puede oler su sudor, captar el nerviosismo que ha comenzado a recorrer su sistema sanguíneo, puede escuchar su corazón comenzando a palpitar a un ritmo cada vez más acelerado, bombeando más sangre, preparandose en caso de amenaza, atenazado por un miedo que comienza a brotar de manera irracional en su alma. Bien.
-Perdóneme padre, porque pienso volver a matar.
-Debes controlarte, intentar luchar contra tus impulsos...
-Usted tiene que pagar, lo que le hizo a esos niños, me enferma.
Sus ojos se tornan blancos. El hombre ya ha perdido la razón, una vez que la sed se apodera de él y toma el timón, no hay nada ni nadie que la detenga.
Estira el brazo, rompiendo el panel, la fina e ilusoria protección entre él y el otro hombre. Agarra al sacerdote por la nuca, acerca el cuello de este a su boca; se escucha un sonido húmedo y deslizante proveniente de la boca del hombre. Clava sus colmillos en la garganta del sacerdote, sin saber quién es el verdadero monstruo. Una sensación descorazonadora se apodera de él, se mezcla con el éxtasis de la sangre fresca que comienza a correr por sus venas cual río virulento. En pocos segundos despoja de toda gota de vida al sacerdote. Lo deja caer sobre el banco y sale hacía una fría y solitaria noche más.
-Confiesa tus pecados, hijo mio.
-Confieso que he asesinado, padre.
El sacerdote se revuelve incómodo en su asiento. Se acomoda los lentes y carraspea, intentando fútilmente aclararse la voz. Con un hilillo de voz, finalmente y tras una breve pero incomoda pausa, responde:
-Tu... acto, ¿fue premeditado, o lo cometiste en defensa propia?
-No fue sólo una vez, padre- confiesa el hombre, bajando la voz, como se hace al contar un secreto, acercándose más al panel que lo separa del otro hombre, el cual sólo le deja entrever una borrosa silueta-. He matado a centenares de monstruos, los he hecho pagar por sus pecados, creí que así dejaría de ser un monstruo, que así justificaría mis actos... mi sed.
-Creo que no entiendo.
-Pero matar monstruos, sólo lo acercan a uno más a la naturaleza misma de ellos,cada muerte te vuelve más y más un monstruo, uno cada vez peor.
El sacerdote está ahora visiblemente incómodo, el hombre puede oler su sudor, captar el nerviosismo que ha comenzado a recorrer su sistema sanguíneo, puede escuchar su corazón comenzando a palpitar a un ritmo cada vez más acelerado, bombeando más sangre, preparandose en caso de amenaza, atenazado por un miedo que comienza a brotar de manera irracional en su alma. Bien.
-Perdóneme padre, porque pienso volver a matar.
-Debes controlarte, intentar luchar contra tus impulsos...
-Usted tiene que pagar, lo que le hizo a esos niños, me enferma.
Sus ojos se tornan blancos. El hombre ya ha perdido la razón, una vez que la sed se apodera de él y toma el timón, no hay nada ni nadie que la detenga.
Estira el brazo, rompiendo el panel, la fina e ilusoria protección entre él y el otro hombre. Agarra al sacerdote por la nuca, acerca el cuello de este a su boca; se escucha un sonido húmedo y deslizante proveniente de la boca del hombre. Clava sus colmillos en la garganta del sacerdote, sin saber quién es el verdadero monstruo. Una sensación descorazonadora se apodera de él, se mezcla con el éxtasis de la sangre fresca que comienza a correr por sus venas cual río virulento. En pocos segundos despoja de toda gota de vida al sacerdote. Lo deja caer sobre el banco y sale hacía una fría y solitaria noche más.
viernes, 6 de julio de 2012
¿qué pasaría si cometieras el peor error que cualquiera puede cometer al escribir? ¿Qué sería de tu ya de por sí pobre y lamentable existencia? Mierda, dónde queda tu sentido común al ennamorarte de una de tus personajes, un ser germinado, diseñado, creado a partir de la nada, una idea que sólo existe en tu cabeza y ante la cual has caido rendido, te has vuelto esclavo de tu propia creación. Cómo contrarrestar esto, golpear la pared, sangrar hasta dejar de sentir dolor, gritar, nada te puede ayudar, por que la chica que te ha roro el corazón no sólo es un recuerdo o un dolor perforante dentro de tu cerebro, no es mucho peor, vive ahí. no puede desaparecer.