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sábado, 28 de julio de 2012
Línea recta.
He insensibilizado mi corazón, mi alma se ha vuelto de piedra; sólo me he quedado con esta hambre devorándome desde dentro, furiosa e insaciable. No existe forma alguna de apagarla. Sólo hay una manera de apaciguarla, pero ni siquiera me atrevo a pensarla, el mero hecho de sugerirla me hiela la espina y me eriza la piel. Ella, ella es la solución, la única, pero yacer con ella estaría mal en más de un sentido, sin importar cuán necesario parezca, sin importar cuánto lo pida cada nervio vibrante bajo la fina piel que cubre cada centímetro de mi cuerpo. Es la fruta prohibida, el exilio del edén, el pecado en estado puro. O tal vez yo sea el pecado y ella sea de una pureza tal que el simple contacto de su piel contra la mía me queme y me envíe a un infierno del cual sea imposible escapar. Quizá sus ojos al mirarme me condenen, más no importa, porque yo iría hasta el confín de los infiernos más helados a buscarla, o si ella estuviera en el paraíso, yo atravesaría sus puertas, mataría a cien legiones de ángeles de ser necesario, y al final dios no tendría las agallas suficientes para dejarme fuera.
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