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sábado, 9 de febrero de 2013

Anti-héroe.

El rojo de la ira ascendió de golpe a sus ojos, asomándose como el fuego devorador del dragón, a diferencia del lento y rítmico cosquilleo ascendente que antecede al orgasmo. La chica sintió cómo una lujuria agazapada ahora se desperezaba como el león que está a punto de brincar sobre su presa, se abría paso desde su bajo vientre, le rodeaba los labios de la vagina, implosionando en el clítoris y avanzando mediante espasmos eléctricos que le recorrían los muslos y descendían, haciendo que los músculos de sus pantorrillas se tensaran al ritmo eléctrico, paralizante y eufórico del orgasmo, desbordándose finalmente hasta en los dedos de los pies, los cuales se doblaban hasta el éxtasis, como si supieran que eran el último bastión del cuerpo antes que el placer se marchara y quisieran de esta manera impedirlo.

Entonces el hombre vio los ojos de la chica y antes de que su mente racional lo entendiera, antes de siquiera haber concretado una idea racional, su cuerpo tembló de miedo. Eso era quizá lo que la gente llamaba premoniciones, un impulso increíblemente poderoso, místico, inexplicable, algo que la mente no comprende pero que el cuerpo conoce sin saber cómo.

La chica era una bounty-hunter –una cazarecompensas –, y la recompensa por la captura de aquel sujeto, vivo o muerto, era más que jugosa. Durante todo el rato, su atención jamás se desvió, jamás se desenfocó, ni siquiera en el pletórico momento del éxtasis se permitió distraerse.

Tomó el cuchillo guardado bajo la almohada, y mientras el hombre que permanecía sobre ella aún sufría de los espasmos remanentes del orgasmo, se lo clavó en la yugular y le dio vuelta al mango. Un chorro de sangre le cubrió los senos convirtiendo el rosa de las aureolas en un color rojo tan denso que casi parecía negro.

Serena saboreó ese delicioso instante, desnuda y bañada en sangre, relamiéndose ante la perspectiva del dinero fácil que le esperaba cuando entregara el cadáver.  

sábado, 2 de febrero de 2013

Creepy boy.

Al verla, su corazón dio un vuelco. Por un momento, el tiempo se detuvo, la gravedad dejó de existir, la Tierra perdió su eje, en fin, cuando sus ojos se cruzaron, las leyes de la física desaparecieron, al menos para él. Tenía 17 años y aún lucía como alguien de 14, pero eso no le impidió fijarse en aquella chica, más bien en aquella mujer, que bien podría doblarle la edad, e imaginar cómo sería la vida a su lado. Se había quitado los lentes, para no parecer tan nerd, intentando ocultar lo indisimulable. Se los volvió a poner y reanudó la marcha. Se puso el libro bajo el brazo y camino con paso decidido, lleno de confianza, hacia ella.

Cuando ella volteó el rostro, el chico simplemente se quedó sin aire, las piernas le fallaron y sus dos pulmones parecían espirar y expirar a ritmos distintos. Todo lo que podía ver, lo único que su sistema percibía, eran sus cabellos de oro y plata, sus ojos iridiscentes que bajo el rayo del sol matutino se volvían verdes sin perder el tono grisáceo del cual se había enamorado unos minutos atrás, la piel nívea que refulgía bajo la luz solar que se reflejaba contra ella, mientras que todo a su alrededor se había desvanecido.

Por primera vez en la vida, se había planteado la idea de formar una familia, si pudiera envejecer al lado de esa mujer, sería el ser más feliz del planeta, daría lo que fuera por compartir una vida con ella.
 
Entonces, cuando estaba a punto de hablarle, cuando finalmente hizo acopio de todo el valor que un chico como él era capaz de reunir, un ser inmenso se materializó frente a la chica. Un gorila, una aberración de músculos hinchados con esteroides y demás sustancias químicas.

Entonces, ese ser humano gigante y musculoso, se acercó a la mujer de sus sueños y el chico miró impotente cómo la besaba. Entonces se fijo en el dedo anular de ambos y oh sorpresa, ambos llevaban alianzas similares. Estaban casados.

El espíritu le cayó a los pies, su alma quedó desnuda, un hueco se abrió paso en su corazón hasta formar una fisura y algo muy dentro de él se rompió, un tornillo que jamás volvería a encontrar el camino de regreso se desatornillo para siempre.

Giró el cuerpo en 180 grados y comenzó a caminar en dirección opuesta a la chica, sin voltear jamás la vista hacia atrás.

viernes, 1 de febrero de 2013

Die as a free man.

El caballero de la antigua -o más bien extinta-, orden de Solan, llevó la mano hasta la empuñadura de su espada, la cual permanecía enfundada en su cinto, preparándose para morir peleando. En cuanto el primer rufián se abalanzó hacia él, la saco con un único y rápido movimiento y se defendió como pudo de la estocada de su agresor. Los otros dos compinches del rufián no tardaron en unirse a la trifulca.

       Morir por salvar la vida de la chica de ojos de jade. No se le ocurría una mejor manera de morir. Desearía no estar medio borracho, ni en el callejón trasero de aquella taberna de mala muerte. El alcohol de la cerveza de barril si bien no lo había embriagado del todo, sí había hecho que el antiguo guerrero ya hubiera traspasado la barrera de aquel agradable primer achispamiento que viene antes de la embriaguez, el momento en que uno comienza a sentirse invencible, pero aun conserva intactas todas sus facultades.

       Sostenía su espada a la altura del hombro como si se tratara de una daga, con la punta hacia el suelo, y la mano izquierda en la base de la empuñadura labrada en caoba e incrustada de cristales preciosos. Si estuviera en un campo de batalla, tendría el escudo en una mano y la espada en otra, y podría asestar estocadas y arremeter con el escudo, y también podría defenderse con ambos de los ataques enemigos; pero como no era el caso, al atacar tenía que imprimir toda la fuerza de sus dos brazos y cuerpo únicamente en la espada, y confiar en que sus reflejos le ayudaran a detener las puntiagudas dagas que se estrellaban contra su acero como una lluvia de metales y le rozaban la cota de malla.

La embriaguez salió de su sistema cabalgando las gruesas gotas de sudor que resbalaban por su frente y mejillas.

Probablemente no hubiera tardado en morir aquella tibia noche de enero. Puede que estuviera tratando con simples bravucones, truhanes que poca cosa sabían sobre pelear con una espada de verdad, pero él ya no era ningún joven y tarde o temprano la superioridad numérica de sus inexpertos atacantes bastaría para hacerlo sucumbir.

Pero la mujer con ojos cristalinos lo salvó. Aprovechó que sus asaltantes se habían olvidado de ella, tomó una enorme piedra y acercándose por la espalda, se la clavó en el cráneo al más alto de los tres. Esta distracción sirvió para que el caballero finalmente pudiera asestar una estocada certera y así derribó al segundo, sacó la espada chorreante de su vientre y el hombre se desplomó, cuando sólo quedó un hombre, el guerrero no tuvo que hacer más que pasar del modo defensivo en que se hallaba a un ataque violento y rapaz para aniquilarlo.

Cuando los tres hombres que habían intentado violar a la mujer (ahora que la apreciaba con atención, se percató de que acababa de salir de la adolescencia), hubieron muerto, ella le ofreció al agotado guerrero una mirada tan intensa, profunda y eterna que él no pudo evitar enamorarse para siempre de ella.