Páginas

sábado, 21 de noviembre de 2015

Tulpa.

       Cuando el psiquiatra me preguntó si creía que era real, sentí ganas de lanzarme contra él, agarrarlo por el cuello, estrujárselo y gritar con la voz en cuello que yo no CREÍA que él fuera real, esa cosa era real.

       Pero si me aferraba a ello, si decía la verdad, me encerrarían en un cuarto acolchonado y me meterían en una camisa de fuerza. No estoy loco ¿sí? Mierda, sé como debe de sonar, pero se los juro, es real.

        Es un maldito monstruo, cobró vida, sólo me llevó un mes de psicóticos experimentos, de creerlo al cien por ciento, para que todas las pesadillas, todo el terror de mi mente subconsciente se tornará en una entidad física, bueno casi. Se alimenta de mis perversiones, de las cosas que me agradan pero jamás me atrevería a confesar, los crímenes y violaciones que habitan en el terreno fértil de mi imaginación.

         Ya dije que es un monstruo, pero no es del tipo insectoide o reptílico que los mediocres directores de cine usan en una película de bajo presupuesto. No. Es una figura humana, o bastante similar a nosotros por lo menos. Imagina una silueta humana, pero perteneciente a alguien alto y desgarbado, una persona de dos metros. No tiene rostro, aún no, está hecho de sombras, pero puedes adivinar que cuando logre materializar un rostro, no será algo agradable de ver.

         Me observa, siento sus ojos, o lo que sea que use para ver, deslizándose por mi piel. En las noches, en la madrugada cuando despierto de una pesadilla entre jadeos y sudor, siempre está ahí, en alguna de las esquinas de mi habitación, puedo sentir su depravada presencia, pero cuando giro mi cuerpo hacia dicha esquina, no hay nada. Le gusta jugar conmigo, confundirme, sabe que la amenaza de su presencia hace trizas mis nervios más que la presencia por sí misma.

        Aún no hablaba, sólo lanzaba gemidos guturales desquiciantes. Sonidos que son como chirridos dentro de las paredes de mi cráneo. Pero hoy habló por fin, de la misma manera torpe y lacónica en que lo hace un niño de 2 años. Y déjenme decirles algo, su voz me volvió suicida. Un sonido tan espantoso, sólo puede salir de las profundidades del mismo infierno. Si esa cosa salió de mi cabeza y se creó con mis pensamientos, entonces el infierno es real, el infierno existe dentro de nuestras mentes.

        Así que mi única opción es tomar el cuchillo de allá, sí, ese que está encima de la barra de la cocina y cercenar las venas de mi muñeca de una forma tan brutal que no haya reparo, para caer en las cálidas y tranquilas aguas del olvido.

2 comentarios:

  1. Me encanta esa forma tan distinta de escribir que tienes.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Kari, te agradezco mucho el que te hayas pasado por acá y que te hayas tomado el tiempo para comentar.

      Ese apoyo se aprecia muchísimo!

      Eliminar