Mark había seguido a los hermanos Kavanaugh desde la cuarentena. Estaba en el edificio con ellos aunque los hermanos no lo supieran. Se había escondido en un ducto de ventilación y desde ahí había presenciado la vergonzosa huida de los hermanos. Aunque a decir verdad, habían elegido sabiamente al decidir correr en vez de enfrentarse a un muerto viviente.
En este momento, Mark aún no sabía el nombre de ninguno de ellos, ni su apellido; eso lo descubriría hasta esa noche, cuando charlaran en el bosque, al calor de la hoguera.
Los hermanos salieron corriendo como si en ello se les fuera la vida. Aunque en este nuevo mundo, ese tipo de frases habían dejado de ser metáforas. El cadáver corrió tras ellos.
Mark zafó la rendija a través de la cual había visto todo, y la dejó caer al suelo. Aunque sólo tenía 12 años, era bastante alto para su edad, así que descolgó las piernas por la abertura y no le costó mucho trabajo aterrizar sobre el suelo.
Comenzó a caminar, silenciosa pero calmadamente. Sabía que en caso de que hubiera más muertos en el edificio, en ese momento todos se encontrarían persiguiendo o buscando a los hermanos, quienes en su carrera se habían olvidado de cualquier resto de sigilo que pudieran conservar. Mark González caminó por ese tétrico hotel bañado de luz roja, bajó pisos y pisos, recorriendo cubos de escaleras claustrofóbicos y viendo paredes salpicadas de manchas que bajo la luz roja se veían negras pero que a todas luces eran de sangre.
Probablemente cualquier persona normal hubiera perdido el juicio tras todas las cosas que habían sucedido ese día, los terribles actos que había presenciado... Pero a él lo había salvado su vívida imaginación. Sin saberlo, todos los libros de monstruos, asesinatos y horrores sobrenaturales que había leído durante toda su vida, de cierta forma lo habían preparado mentalmente para los acontecimientos de ese día. Había visto tantos zombies, vampiros, momias y hombres lobo dentro de su mente, que para cuando vio a un zombie en la vida real, supo inmediatamente lo que tenía que hacer. Y así lo hizo, corrió con toda su alma, con el aliento del diablo pegado a su nuca.
La mayoría de las personas no sabían lo que estaba pasando, veían gente correr hacia ellos, y aunque su cuerpo intuía el peligro, no así sus mentes, las cuales se negaban a creer que algo así pudiera estar sucediendo realmente. Y esa era su perdición, para cuando reaccionaban, ya era demasiado tarde y tenían a un zombie, hambriento de carne, encima de ellos, devorándolos mordisco a mordisco.
Mark había corrido por la carretera hasta que las piernas estaban a punto de reventarle, y fue entonces cuando vislumbró el aeropuerto y se sintió salvado. Pensó que ahí estaría seguro. Y en cierto modo sí lo estuvo, al menos de los zombies, pero lo que se desató allá adentro, había sido peor, mucho peor. Si alguien le hubiera advertido sobre lo que iba a presenciar, jamás habría entrado a ese maldito aeropuerto, hubiera preferido probar suerte con los muertos.
Salió de su ensoñación, relegó los recuerdos a un sitio lejano de su mente, ahora no era momento para pensar, era momento para sobrevivir. Observó a través de una ventana sucia del tercer piso cómo los hermanos corrían por la calle despavoridos, seguidos de cerca por media docena de esas criaturas infatigables. Cruzaron a toda prisa la calle y se adentraron en el bosque que se extendía al otro lado.
Mark los seguiría, pero aún no, aún era peligroso ir allá afuera.
Si eran tan descuidados en el bosque como lo habían sido en el edificio, entonces no sería nada difícil para Mark, seguirles el rastro.
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