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viernes, 27 de diciembre de 2019

Ciudad Violenta: Prólogo


Dato Curioso: El personaje de Milo está inspirado por El Ogro, interpretado por Milo Ventimiglia en la primera temporada de la serie Gotham.

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Nadine Velázquez era una mujer a quien le gustaba seguir la rutina. Le gustaba el orden y se sentía más tranquila cuando todo estaba en su debido lugar. Despertaba todos los días a la misma hora, así fuera fin de semana, y su rutina sólo variaba en que los fines de semana no iba al trabajo.

Su cerebro, al igual que su rutina, era estructurado y lo mantenía siempre en orden; tanto sus pensamientos como emociones estaban siempre en el cajón que les correspondía y jamás se movían de lugar. Algunas personas podrían decir que Nadine era una mujer fría, carente de sentimientos, y la mayoría del tiempo tendrían razón. Pero desde hacía un mes, eso había cambiado. Alguien había comenzado a causar un efecto extraño en ella. Un hombre capaz de hacer que una nube de sentimientos que le resultaban extraños, tales como la lujuria y el deseo carnal, se arremolinara en su bajo vientre, con un cosquilleo tal que llegaba a rayar en un dolor sublime.

Hoy era lunes, y como todos los lunes (y el resto de días) se levantó a las siete en punto de la mañana. Salió de la cama, siempre del lado derecho –las supersticiones que su madre le había inculcado, habían calado profundo en su ser–, se calzó unas pantuflas que le resultaban absurdamente ridículas, pero eran regalo de su madre, además de que de hecho sí eran muy cómodas, así que con tranquila resignación las usaba, al menos hasta que estuvieran lo suficientemente gastadas como para finalmente poder tirarlas. Mientras fueran útiles, tendría que usarlas, si algo no hacía jamás Nadine, era desperdiciar el dinero. Se metió a bañar, su ducha duraba siempre quince minutos. Metía el celular al cuarto de baño y ponía el temporizador mientras dejaba sonando el celular con las Power Ballads de los años ochenta que tanto le gustaban.

Mientras se enjabonaba, su mano empezó a deslizarse peligrosamente por el vientre, bajando, deslizándose en un camino sinuoso como una serpiente resbaladiza hacia su sexo. Sus dedos encontraron el camino y comenzaron a moverse juguetonamente por los labios de su vagina mientras en su mente proyectaba la imagen de aquel hombre. El hombre que se había colado en sus pensamientos y la provocaba a masturbarse en plena mañana en la regadera como una adolescente precoz con un amor imposible por el joven profesor de literatura.

El reloj sonó, los quince minutos terminaron y Nadine se obligó a salir de su ensoñación. Su mano dejó de ser el pene imaginario de aquel hombre y se enjuagó velozmente. Al salir de la regadera se miró detenidamente en el espejo colgado encima del lavabo. Su cuerpo le encantaba, y más valía que así fuera. Parte importante de su rutina era asistir con religiosa regularidad al gimnasio. Los martes y jueves practicaba yoga, mientras que lunes miércoles y viernes llevaba una rigurosa rutina de pesas, durante la cual se ponía los audífonos con música a todo volumen y hacía caso omiso de todo y de todos, en especial procuraba ignorar con énfasis a los tipos platicadores y sus torpes intentos de coqueteo. Nadine siempre decía que su cuerpo era un templo, el único lugar que tenía su alma para vivir. Y también decía que en un cuerpo sano, habita una mente fuerte. Y a Nadine le gustaba considerarse una mujer fuerte. Fuerte e independiente. Y como tal, no necesitaba a ningún hombre.

Pero aun así, ese hombre despertaba sentimientos extraños en ella. Lo veía todas las mañanas. Al igual que ella, tomaba el metro que cruzaba la ciudad de México, siempre a la misma hora. Ella iba sentada, casi siempre alcanzaba lugar, él por lo general también iba sentado frente a ella pero varios lugares más a la izquierda, excepto cuando le cedía su lugar a alguna viejecita, mujer embrazada o en general a cualquier persona que lo necesitara más que él. Él representaba a la perfección al clásico boy scout; el chico al que todas las chicas ignoran o rechazan en la prepa por ser demasiado bueno, demasiado aburrido, pero que al pasar los años y mantener su esencia intacta, se vuelven los hombres más deseados por las mujeres adultas que buscan un buen padre para sus hijos.

Ese hombre le recordaba al clásico niño nerd de la primaria o quizá de la secundaria. Aquél niño que por ser pálido, pequeño y debilucho hacía que despertara en ti un incipiente instinto maternal y quisieras protegerlo a toda costa. A tus amigas les decías que obvio, por supuesto te gustaba el niño rico de la escuela o el más deportista, pero en tu fuero interno sabías que estabas irremediablemente enamorada –sin saber por qué– de ese niño. Y más adelante, durante la adolescencia volvías a renegar de tus sentimientos por él y tu alma rebelde te hacía irte con los tipos rudos, a los que les gustaba alardear, tipos mayores que fumaran y tomaran alcohol, si tenían una moto ruidosa, mejor. Pero eventualmente, esos tipos terminaban por aburrirte y terminarías cayendo rendida en los brazos del niño nerd, como siempre debía haber sido.

Siempre con el cabello negro cortado perfectamente, quizá ligeramente largo pero peinado impecablemente de lado, ese hombre le hacía pensar a Nadine que quizá ella misma ya se había convertido en esa mujer, aquella en busca de un buen padre para sus hijos todavía nonatos. Y que probablemente el cúmulo de emociones desatadas en su mente así como en el montículo de su sexo no eran otra cosa sino el instinto maternal instándola a tomar una decisión.

Se secó con diligencia cada centímetro de su cuerpo y después se miró al espejo, no era una mujer bonita, eso lo sabía de sobra, pero la mayoría de la gente podría llegar a considerarla guapa. Tenía unos rasgos duros pero estéticos, enmarcados por un cabello negro que peinaba siempre amarrado en una cola de caballo. Y lo que más le gustaba, eran sus ojos de un negro profundo, dos pozos de azabache que si querían, podían hacer que cualquier hombre se perdiera en ellos y terminara enamorado. Pero Nadine no era una mujer a la que le importara que hubiera alguien enamorado de ella.

Una camisa y un traje sastre eran su atuendo de hoy. En el último instante, justo antes de salir de su apartamento, en un acto impulsivo, cambió sus zapatos planos por unos tacones, sin querer aceptar conscientemente la razón de por qué lo hacía. Negándose a admitir que quería verse bonita para ese hombre desconocido con quien se cruzaba todos los días camino al trabajo.

En fin, salió de su casa y con paso presuroso, intentando compensar el minuto que había perdido cambiándose de zapatos, llegó hasta la estación del metro. La ciudad encapotada bajo un cielo gris, era un caos como siempre, hileras interminables de coches parecían estar estacionados en la súper avenida central que cruzaba toda la ciudad. Los cláxones de los autos cantando su estruendosa canción carente de todo ritmo. Pero dentro de ella, su corazón latía más rápido que de costumbre, quizá por la caminata, quizá por otra razón, quizá anticipándose a algo que Nadine iba a hacer dentro de algunos minutos. Tal vez aunque su cerebro negara el deseo de hablarle, que moría por hacerlo, su corazón en cambio ya lo había decidido.

El vagón llegó, ella subió, se sentó y esperó. Se sentía como una fiera leona aguardando escondida pacientemente, a que llegue su campante y despreocupada presa.

Los minutos pasaron y al fin llegaron a la estación donde debería subir el hombre misterioso, el boy scout que había capturado los pensamientos de Nadine. Las puertas del vagón se abrieron, la gente salió y los segundos comenzaron a transcurrir como si cada uno fuera una gota de eternidad, al tiempo que la gente subía al vagón; mujeres y hombres vestidos para ir al trabajo en la oficina, vendedores ambulantes esperanzados de poder vender sus productos y uno que otro anciano que parecía totalmente fuera de lugar; pero Nadine no veía al hombre entre ellos. La desesperación hizo mella en ella, y luego desapareció dejando en su lugar una fría resignación.

Pero entonces pasó. Un brazo detuvo las puertas del metro antes de que se cerraran, las puertas correderas al ver obstruido su camino se volvieron a abrir y el hombre entró de un brinco. Nadine sonrió internamente al constatar que, como todos los lunes, el hombre llevaba un traje elegante en vez de los suéteres de oficina que usaba el resto de la semana. Una fugaz sonrisa iluminó su rostro durante un instante, como una estrella fugaz que incendiara el cielo para desaparecer un instante después.

El hombre se sentó frente a ella, como hacía habitualmente. Nadine le arrojó una mirada de soslayo, y discretamente se desabrochó el primer botón de la camisa. Volteó hacia otro lado y por el rabillo del ojo se fijó que él la miraba. Volteó rápidamente y él como una gacela veloz desvió la mirada de sus pechos, apenado. Bien. Ahora más que nunca se sentía como la leona que sabía que era. Su presa había mordido el anzuelo. Sacó su bolso y tonteó con el celular unos momentos, después dirigió la mirada hacia el hombre y le sonrió abiertamente, al tiempo que con un movimiento cargado de coquetería se acomodaba un fleco que había quedado suelto, detrás de la oreja, y ponía una cara que emulaba a una inocente niña de secundaria que coquetea por primera vez. Sabía de primera mano que eso excita a la mayoría –si no es que a todos– de hombres.

Llegaron a la siguiente parada y los asientos a ambos lados de Nadine se desocuparon. Este era el momento de la verdad. Un segundo de espera, el cual se distendió por lo que pareció una eternidad y después el hombre hizo exactamente lo que Nadine esperaba que hiciera. Se puso en pie y con un ágil y rápido movimiento, cruzó al lado de Nadine y se sentó junto a ella.

Hola –dijo él de forma casual –me llamo Milo.

Su voz era ligeramente aguda, no era la voz grave y fuerte de los machos en las películas de Hollywood, pero a su propia manera era sensual, era la voz de un hombre que te seduce de manera subrepticia, sin que te des cuenta hasta que es ya demasiado tarde.

–Yo me llamo Nadine –respondió ella abandonando el papel de niña de secundaria y presentándose ahora como la mujer segura de sí misma que era.

Perfecto, pensó Nadine, todo salió perfecto. Ahora más que nunca se sentía como la leona experimentada que acaba de atrapar a una presa fácil, una presa que se presenta ante ella y por sí misma en bandeja de oro.

Si tan sólo Nadine supiera la verdad, sabría quién es verdaderamente la presa y vería que ella no es más que una inocente Caperucita Roja que acaba de caer en las garras del Lobo Feroz; un lobo, dicho sea de paso, de la peor especie.

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Siguiente capítulo:
El Asesino del Metro



4 comentarios:

  1. Qué bien se siente ponerle rostro a un personaje de los libros que te gustan :D

    Aunque a Nadine me la imagino con el rostro de mujer con más edad.

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    1. A bueno, es que de hecho Nadine no es así amigo, tú lo sabes bien por las descripciones, jaja, la foto la usé más bien para representar a Milo, a él sí, así me lo imaginé desde el primer capítulo de la historia.
      Muchas gracias por el apoyo y por pasarte por acá!

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  2. A mi me mata que no empiece con zombis vergazos. Pero esa introducción compensa con giro argumental es satisfactorio.

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    1. Jaja, no te preocupes amigo, al final, los zombies siempre terminan llegando...
      Me alegra que te haya gustado el giro al final del capítulo.
      A ver qué te parecen los demás capítulos.}
      Saludos!

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