Bien, el domingo 28 de junio se celebra el Día del Orgullo LGBT+ y a pesar
de que hay muchos que se lo cuestionan, sí, aún es necesario recordarlo y
celebrarlo. Y es que vivimos en una sociedad que poco entiende sobre libertad;
no sólo de pensamiento y expresión, sino también de ser.
Queremos una libertad que no estamos listos para respetar sin importar la
etiqueta con la que se marche. Estamos dispuestos a cancelar, señalar y
repudiar a quienes vayan contra el colectivo o lo que la normativa llama “el deber ser”. Sin importar qué o cuál
sea ese colectivo. Y a pesar de que al día de hoy, en pleno 2020 las minorías
que a lo largo de los años han tenido que permanecer en las sombras por miedo a
la opresión, hoy están tomando mayor impulso y visibilidad –lo cual claramente
aplaudo–, considero que aún queda mucho trecho por avanzar y por tanto,
recordar y celebrar días como el Día del Orgullo es esencial.
Repito: El ideal, en mi distópica realidad, es que NO existan etiquetas
porque todos –y digo todos en serio– tenemos características que nos hacen
diferentes y únicos. Nos hacen ser nosotros: creencias, religión, política
preferencia sexual, helado favorito… todo forma del paquete de identidad y poco
debería importarle a la gente. Ya lo decía Juan Gabriel en una de mis canciones
favoritas: «¿Para qué tanto problema? No
hay como la libertad de ser, de estar, de ir, de amar, de hacer, de hablar, de
andar así sin penas».
El problema es que aún hay problema.
Por eso es que aún hay que seguir luchando, por eso es que hay que salir a
la calle para gritarle al mundo quiénes somos con Orgullo (sí, con mayúscula);
es un día para celebrar la memoria de quienes lucharon para que yo hoy pueda
salir a la calle tomado de la mano de quien me plazca, de poderle brindar
Seguridad Social a la persona con quien quiero compartir mi vida y consumar el
amor a los ojos del hombre con una sortija como promesa. De ser visto como un
ciudadano con libertad de elección y hacer valer mis derechos sin condiciones.
Es un día para recordar a quienes murieron en medio del silencio y la mentira
de una vida que no querían tener por miedo a ser juzgados. Para aquellos que
vieron su vida arrebatada por el odio y la incomprensión de una sociedad que se
resiste a evolucionar. Por aquellos que son invisibles ante sus familias por
ser quienes son.
Es un día para decirle a la gente que no hay nada de malo en nosotros ni en
nadie.
Es un día para que quienes aún viven a la sombra de la duda, se destapen la
mascara y encaren al mundo seguros de simplemente ser; seguros de saber que hay
un mar de gente que los comprende y los arropa. Porque contrario a lo que se
puede pensar, la batalla personal es quizá la más difícil de lidiar y salir
victorioso con banderas blancas: el mirarte al espejo y reconocerte sin
mentiras, miedos ni prejuicios que empañen la imagen.
El Día del Orgullo es justo un recordatorio que no hay nada de lo cual
avergonzarnos –ni los que forman parte de la Comunidad ni nade–; que no es una
enfermedad, que no se contagia y que no nos hace más o menos que nadie.
Simplemente nos hace ser. Y punto.
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