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domingo, 16 de octubre de 2016

Rorschach: Diario de Walter Kovacs (2)

Septiembre 9 1956:

Desde que tengo memoria siempre me he enfrentado a los bravucones con quienes he cruzado camino.

Las marcas rosadas en que se han convertido las cicatrices de mi infancia son muestra de ello.
Pero no es uno de ellos a quien he de matar. No.

Ellos no son más que simples corderitos pretendiendo ser lobos. Alentados por el hecho de ser más grandes o más fuertes que los otros niños, se sienten envalentonados para molestar a los demás. En mi experiencia puedo decir sin temor a equivocarme que jamás trabajan solos. No.

Los bravucones no son solitarios. No son lobos solitarios. Son populares. Agradan a las chicas, a ellas les fascina su seguridad y su porte, el alarde que hacen de poder, aunque sea el poder dentro del patio de la escuela.


Cinco años atrás. Lo recuerdo como si hubiera sido ayer. Sin embargo cuando pienso en ello, no recuerdo el momento exacto en que pasó todo. Es como tener una experiencia extracorpórea, lo ves todo, eres testigo de todo, pero es como si lo presenciaras desde arriba. Tu conciencia fuera de tu cuerpo; ajena a la violencia y a los puños desquiciados.

Ellos eran dos. Eran mayores que nosotros. Nosotros íbamos en primer año, ellos en último, y estaban recursando. Ante nuestros ojos de niños, ellos eran gigantescos, unos verdaderos gorilas.

Pero no se metían conmigo. Alguna vez leí que todos los adolescentes tienen el perfil psicológico de un psicópata. Y  como dicen, se necesita de un psicópata para identificar a otro. Supongo que por eso me dejaban en paz, porque era uno de ellos. Aunque mi condición no sea temporal como la de ellos y no se desvanezca con la llegada de la edad adulta.

Pero aún a esa temprana edad, mi aversión por los bravucones ya era marcada.

Ese día, sin embargo, se metieron con la persona equivocada; Lucy, la única niña que había sido amable conmigo. La única persona en la escuela que no se había burlado de mi cabello rojo como zanahoria.

La ira ascendió a mi cabeza como lava de un volcán (una metáfora más que apropiada acorde al color de mi cabello) y entonces vino el bloqueo.

No sé como explicarlo. Es como si una parte de mi cerebro racional simplemente se desenchufara, se desconectara y se fuera a pasear un rato. La parte lógica del cerebro que nos frena de cometer actos repulsivos.

Ellos eran más grandes que yo, eran dos. Y aún así mis puños se abatieron con macabra violencia sobre ellos.

Yo también recibí mi buena dosis de puñetazos (si hemos de hablar con total sinceridad); pero la peor parte se la llevaron ellos, eso sin lugar a dudas.

Después vino el reformatorio...

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Esta historia continúa en:

Rorschach Diario de Walter Kovacs (3) 


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