sábado, 29 de octubre de 2016

Rorschach: Diario de Walter Kovacs (3)

Ayer la volví a ver. La chica más hermosa. Andrea Hazel.

Como siempre, estaba con el mariscal de campo y los dos gorilas (creo juegan en la defensiva) que lo acompañan a todos lados, y otras dos porristas.

Cuando la veo, simplemente quedo hipnotizado. Pasé frente a ellos, del otro lado de la acera. Intentando pasar desapercibido. Algo que me resulta sencillo la mayoría del tiempo. Pero no cuando Andrea se encuentra cerca. Cualquiera nota lo mucho que me gusta a kilómetros de distancia.

Y ayer, quienes lo notaron fueron sus amigos. Bravucones. Siempre atacan en manadas.

Los tres bravucones cruzaron la calle hacía mi. Me detuve, los esperé.

5 años en el reformatorio me habían endurecido, era difícil que algo me asustara. O al menos no me asustaba ninguna amenaza de dolor físico.



"¿Qué diablos le mirabas a mi chica eh?" "Maldito fenómeno cabeza de zanahoria" "¿Acaso piensas volverla a invitar a salir, maldito fenómeno de circo?" "Dinos ¿Qué se siente haber dejado la escuela a los 11 años, eh?". Esas fueron algunas de las frases que alcancé a registrar en mi memoria antes de que la sangre me subiera a los ojos y quemara mi garganta.

Otra vez la ira en el cuello, en la manos convertidas en puños. Así que Andrea Hazel les había contado todo. Mi patético intento por invitarla a salir es ahora público. No importa. Nada importa.
Guardé silencio, esperando que terminaran por aburrirse, mirando de reojo el cabello rubio cenizo de ella al otro lado de la calle. Pero las cosas nunca son así de fáciles.

Los 3 son más grandes que yo y por lo menos con 15 kilos más de músculos que yo. Pero hay una diferencia sustancial entre ellos y yo. Carecen de algo que yo poseo. El bloqueo mental, la desconexión de mente y cuerpo.

Además ninguno de ellos pasó 5 años en el reformatorio. Ninguno de ellos tiene un sobresaliente en boxeo aficionado. Puede que sean grandes, pero yo soy rápido y puedo golpear duro y veloz.

Realmente no recuerdo quién lanzó el primer golpe. Probablemente fui yo en respuesta de un empujón o alguna táctica común de los acosadores.

Lo único que recuerdo es que de pronto estaba envuelto en una maraña de puños y golpes dirigidos a mí, que lograba esquivar con la misma soltura con que un mono brincaría de árbol en árbol en la jungla.Recibí un puñetazo en la mejilla de uno de los gorilas. Un cabezaso directo en su esternón lo mando directo al suelo, pesado como era, tal como si se tratara de un costal de patatas. Comencé a golpear el rostro del mariscal de campo en un arrebato de frenesí casi orgásmico. No me puse a pensar dónde diablos estaba el otro gorila hasta que un cubo de basura metálico cayó implacable sobre mi espalda. El mariscal gritaba (¿lloraba?) mientras la sangre le cubría el rostro. Parecía disfrazado para alguna fiesta de Halloween.

Caí al suelo. Intenté levantarme pero una bota se encajó con saña en mi costado. La patada me derribó de nuevo, El otro gorila se había vuelto a levantar y ahora entre los dos me pateaban con odio.

Basta.

Agarré una de las piernas, me aferré a ella y traje al bravucón al suelo (me percaté que era el que me había olpeado con e cubo de basura), me subí a horcajadas sobre él, aprovechando la confusión del momento y dejé caer mi cabeza sobre su cara. Sentí el crujido de su nariz resquebrajándose contra mi frente.

Después la gente llegó, alguien me abrazó por la espalda y me separaron de él, detuvieron la pelea.
Como dije antes, temo que mi ira recaiga sobre alguien que no lo merece, alguien como Andrea Hazel...


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