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jueves, 6 de junio de 2019

La Noche de la Luna Roja (3)



Rodrigo Vital era un escritor por el día. Tenía tres libros que gozaban de una aceptable popularidad en su ciudad natal, y que habían logrado conseguir para él una de sus principales metas de vida: obtener un contrato editorial que le permitiera vivir con cierta holgura junto a su esposa y sus dos hijos, dejar su trabajo de profesor de letras, y poder dedicarse de tiempo completo a escribir su siguiente novela, en la tranquilidad de su casa, mientras los niños estaban en la escuela y su esposa aún no regresaba de dejarlos y de hacer las labores que la mantenían fuera gran parte de la mañana y de la tarde.

Pero por las noches, su vida era muy diferente. Bueno, al menos durante ciertas noches.



Su familia no sabía lo que había hecho, pero Rodrigo a veces notaba cómo Natalia, su esposa, lo veía, como si sospechara de él. Era como si cuando estaban viendo en la tele las horribles noticias donde hablaban de la masacre de la semana pasada, una horrenda pregunta flotara entre ellos, una pregunta que ella no se atrevía a formular. Veían las noticias sobre una masacre que había sucedido la misma noche en que él había estado recluido en el sótano. O por lo menos eso es lo que ella pensaba.

Rodrigo tampoco estaba seguro de haber podido responder a esa pregunta, ya que ni él mismo sabía la respuesta. Cuando eso sucedía, él perdía el control, él se iba a otra parte y alguien más tomaba control de su cuerpo. Durante las noches de luna llena, mucho antes de que el sol se pusiera, comenzaba a sentirlo, cómo su mente cedía el control a alguien más, a algo más.

De esa noche sólo recordaba haber ido al sótano, y entonces se había hecho una pregunta. Miró los grilletes y pensó si de verdad sería necesario encadenarse esa noche a la pared. Y después no había nada. Sus recuerdos brincaban dolorosamente al día siguiente y a la sensación del sol del nuevo día quemándole los párpados que lo despertó. Había despertado en el sótano y el sol se colaba por la alta ventanita que daba al suelo de la calle.

Pero desde esa noche, no se atrevía a mirar a los ojos ni a su esposa ni a sus hijos.

Salió del baño y se dirigió a la sala, donde su esposa e hijos veían la tele a la espera de que el día terminara, y mañana volviera a empezar un nuevo día de escuela.

Se sentía fatal, como si hubiera estado vomitando durante una hora seguida, sus pensamientos parecían comenzar a engullirlo desde dentro, y al parecer su esposa lo pudo notar.

-¿Te pasa algo? ¿Estás bien? -preguntó ella en el mismo tono con el que solía dirigirse a Julia, su hija pequeña de 8 años cuando esta se enfermaba de fiebre.

-Sí, creo que algo en la cena me cayó mal -mintió.

-Sí te ves algo mal papá -terció su hijo Raúl, quien ya tenía casi once años -pareces uno de esos zombies de la serie -todos rieron con su broma.

Rodrigo se dejó caer en una esquina del sofá, donde en la otra estaba Natalia y en medio de los dos, sus hijos.

Nuevamente la mirada de preocupación, tristeza y sospecha apareció en el rostro de Natalia. Rodrigo volteó a verla y supo con total certeza que esa noche, una vez que los niños estuvieran dormidos, tendrían que hablar finalmente del tema.

En la tele de plasma, tan delgada como una oblea los anuncios terminaron y dieron paso a un noticiario.

-Pensé que estábamos viendo una serie -dijo Rodrigo.

-Sí la estamos viendo, deben de haberla interrumpido por algo importante -contestó su esposa.

En el noticiario avisaron de que había un sobreviviente a la matanza de la semana pasada. De entre todas las personas que habían muerto esa noche, un niño autista era el único que se había salvado. Estaba en un hospital en el centro de la ciudad, y acababa de salir de cuidados intensivos y ya se encontraba relativamente estable.

Rodrigo miró a su propio hijo, quien tenía casi la misma edad que ese niño, y un nudo se le formó en la garganta. ¿Qué tal si lo que le había sucedido a ese niño era culpa de Rodrigo? Y si tenía razón, si ese niño había sido atacado por él, entonces ahora era portador de algo terrible... Sintió un escalofrío recorrer su espina y se sintió todavía peor. Cerró los ojos. No creía en ningún dios, pero si existía, le pedía que por favor sus sospechas no fueran ciertas y que el niño estuviera a salvo. Natalia notó todo esto.

La culpabilidad y los sentimientos de confusión no lo dejaron solo ni por un instante. Cuando los niños estuvieron dormidos y él y Natalia a solas en su habitación, una densa oscuridad de cernió sobre ellos. Afuera, un relámpago retumbó en la lejanía, segundos después el rayo que lo sucedió iluminó durante una fracción de segundo la noche.

-Rodrigo, lo que pasó esa noche... -dejó una pregunta en el aire.

-Ya sé lo que piensas -se limitó a contestar él. Esperaba con todas sus fuerzas que ella desistiera, que olvidara el tema, que no insistiera en ello. Pero sabía que eso no sería posible, era sólo la tenue fantasía del niño que quiere que las vacaciones duren para siempre.

-¿Tú lo hiciste, entonces? -se atrevió finalmente a preguntar.

-Yo..., sinceramente yo no lo sé.

Afuera, la lluvia comenzó a caer. Natalia permanecía meditabunda.

-Fue la misma noche en que... -ella no se atrevía a decirlo, pronunciar lo impronunciable sería igual a aceptar que eso existía, que La Bestia era real -, en que nosotros te dejamos aquí -se limitó a decir.

-Fui al sótano -respondió él -, y no recuerdo más.

Rodrigo ya no pudo más y se echó a llorar. La culpabilidad y la duda llevaban atenazando su garganta, pero ya no podía contenerlo más, así que dejó que todo saliera. Su esposa fue hasta su lado de la cama, lo abrazó y juntos se sentaron sobre el borde de esta. La lluvia ahora caía a raudales y cada gota golpeaba sonoramente contra la ventana, como si fueran las balas de alguna sofisticada arma bélica.

Ante el silencio de su esposa, él volvió a hablar.

-Tengo que ir a ver a ese niño, si yo fui el culpable, entonces debo advertirlo, debo enseñarle a ser como yo a partir de ahora, a enseñarlo a temer a la luna llena...

La lluvia comenzó a amainar, los dos se tumbaron sobre la cama, y abrazados como estaban, en medio de los sollozos de Rodrigo y las caricias de Natalia, lentamente fueron cayendo en un calmado y tranquilo sueño.

Continuará...

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Capítulos anteriores:

La Noche de la Luna Roja (2)

La Noche de la Luna Roja (1)

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