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miércoles, 5 de junio de 2019

Parker 3 (Violencia)

La noche era fría y oscura. La luz había abandonado esa sección de la ciudad. La lluvia caía a raudales sobre las calles vacías.
Parado en medio de la calle estaba un hombre, completamente indiferente a todo cuanto pasaba. Sostenía su máscara empapada en la mano izquierda y el cabello le caía sobre la frente. La lluvia ya había limpiado cualquier rastro de sangre de su traje azul y rojo, el cual se le adhería al cuerpo como una segunda piel.
Poco a poco los enormes rascacielos que lo flanqueaban comenzaron a encender sus luces como gigantes mitológicos que volvieran a la vida. La energía eléctrica había sido restablecida en esa sección de la ciudad. Bien, él ya había cumplido su cometido esa noche. Había manchado sus manos de sangre y había descendido en una espiral de violencia y locura, pero no le importaba, había logrado su cometido, ahora estaba un paso más cerca de llegar hasta Osborn...


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Rhyno respiraba agitadamente, con dificultad, con su enorme mole tumbada de espaldas sobre el pavimento, al tiempo que Aleksei comenzaba a tomar el control. La escena parecería ridícula si alguien la viera: un sujeto gigante, con la complexión de un fisicoculturista profesional, completamente sometido por aquel pequeño hombre vestido con un ridículo traje de araña y mirándolo detrás de los grandes ojos blancos de su máscara.

Pero Aleksei ya no quería pelear, no quería que el Rhyno tomara nuevamente el control. Así que cedió y comenzó a hablar.

-Hay un hombre. Es el intermediario entre todos nosotros y el asistente personal del señor Osborn.

Casi pudo notar la mueca de asco que el Hombre-Araña hizo debajo de la máscara cuando puso la palabra señor antes del apellido Osborn. Pero se limitó guardar un absoluto silencio. Acercó de manera amenazante la cara a la de Aleksei, así que este siguió hablando.

-Puedes encontrarlo en un bar de Hell´s Kitchen-respondió ante la muda pregunta del superhéroe -. Pero te advierto que llegar a él no será fácil.

-No me importa -respondió el Hombre-Araña nuevamente con esa voz que se había vuelto fría y monocorde -dime el nombre del bar.

Aleksei respondió, y el Hombre-Araña lo golpeó nuevamente en el rostro, dejándolo ahí tumbado sobre el suelo frío, con la mirada perdida en el cielo oscuro sin estrellas, y la cabeza dándole vueltas. Escuchó
cómo una telaraña salía disparada desde la muñeca del hombre, y cuando volteó la cabeza, el Hombre-Araña ya había desaparecido en la fría noche.

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Fue tal como Rhyno le había advertido, llegar hasta ese hombre había sido problemático.

Osborn lo tenía muy bien protegido. Un grupo de motociclistas iban con él a todas partes, y adicional a esto, tenía un séquito de cuatro guardaespaldas que parecían salidos directo del Servicio Secreto.

El Hombre-Araña los esperó pacientemente, escondido entre las sombras del callejón al que daba una de las ventanas del lugar. Cuando los vio salir, los siguió columpiándose a través de los edificios. El asistente de Osborn era un sujeto alto y que parecía un aristócrata inglés, lo cual hacía que resultara extremadamente raro verlo custodiado por un grupo de andrajosos motociclistas. El tipo iba dentro de un coche blindado, y lo rodeaban todas las motos. Entonces llegaron a un semáforo, se detuvieron, y el Hombre-Araña actuó.
Se columpió con fuerza para posicionarse justo por encima del coche y se soltó. La caída de casi diez metros hizo que cuando sus pies tocaron el techo del vehículo, además de abollarlo, produjera un sonido estruendoso que espantó a todos alrededor. La lluvia ya había comenzado a caer.

Los motociclistas detuvieron sus motos y sacaron pistolas y bates. Comenzaron a disparar. El sentido arácnido del Hombre-Araña era como una especie de escalofrío, aunque diez veces más potente, que le recorría desde el cerebro hasta la espalda baja y le advertía cuando alguno de los hombres iba a apretar el gatillo. Así que cada vez que su sentido arácnido se disparaba, daba alguna voltereta y evitaba el inminente disparo.

El coche debajo de sus pies arrancó, y el héroe dio un último giro en el aire para no perder el equilibrio. Al caer al suelo, estaba rodeado de los ocho motociclistas que lo cercaban desde todas direcciones. Se limitó a permanecer de pie en medio de ellos, esperando a que el primero se atreviera a actuar. Pero todos se lanzaron casi al mismo tiempo contra él. Dio un brinco y se elevó por encima de todos ellos. Escuchó tanto el disparo que iba dirigido a él, así como el grito lastimero cuando éste acertaba a uno de los motociclistas. Bien, uno menos.

Cayó al suelo y se enzarzó en un duelo a patadas y puñetazos contra los otros siete. Le rompió el brazo a uno, doblándole el codo en un ángulo antinatural, al tiempo que lo tiraba de cara contra el suelo para poder esquivar un bate que iba dirigido hacia su cabeza. El bate reventó la nariz de otro tipo. Bien, dos menos. Faltaban cinco. El coche blindado cada vez se alejaba más y más. Tenía que apresurarse.

Un sujeto se acercó por su espalda y lo agarró por la máscara. Tiró de ella y se la quitó. El Hombre-Araña lanzó dos telarañas directo a los ojos de los que estaban frente a él, para que no vieran su rostro. Después se agachó, giró sobre su cuerpo, y con una patada a las pantorrillas del sujeto que tenía la máscara, lo tiró al suelo. Le echó telaraña al rostro y con un ágil movimiento brincó sobre él y tomó su máscara. Se la puso rápidamente. Los tres hombres seguían forcejeando con las telarañas. Los otros dos ya corrían, con los bates en alto, hacía él.

El Hombre-Araña lanzó telarañas a sus bates y con un leve tirón, los arrancó de sus manos. Un bate quedó suspendido en el aire entre los dos hombres. El superhéroe brincó hacia él, y en el aire aún, lo tomó y con dos rápidos movimientos golpeó los cráneos de los dos pobres bastardos. Ambos fueron noqueados al instante con un sonido hueco y con el cuero cabelludo llenándoseles de sangre. Bien, dos menos.

Los otros dos, los que permanecían en pie ya casi se quitaban las telarañas de los ojos. El Hombre-Araña fue hasta el sujeto que estaba en el suelo y lo golpeó en la nariz. Su cabeza golpeó contra el pavimento y se quedó inmóvil, completamente inconsciente, o quizá muerto.

Sólo quedaban dos. Lanzó una telaraña hacia el pecho de cada uno y con un fuerte tirón los atrajo hacía sí. Los hombres fueron jalados con tanta fuerza que parecía que levitaran a centímetros del suelo. Cuando estuvieron a un paso de distancia, el Hombre-Araña haciendo gala de muy poca misericordia, lanzó sus puños hacía los rostros. Los cuerpos de los hombres siguieron avanzando, pero sus cabezas se detuvieron en seco. Después, ambos cayeron al suelo con el sonido hueco de algún hueso de brazos o piernas rompiéndose.

El Hombre-Araña quedó ahí, solo, jadeante, parado en medio de una lluvia torrencial que acababa de reventar. Tomó aire, lanzó una telaraña al edificio más cercano, pegó un tremendo brinco y volvió a columpiarse por las calles en la dirección que había tomado el coche blindado. No tardó en dar con él.
Llegó hasta el auto justo al tiempo de ver cómo el asistente de Osborn se metía a un alto edificio que parecía estar igualmente acorazado.




Los cuatro guardaespaldas ya lo esperaban. Se columpió hacia ellos y descendió como un ángel negro hasta el suelo. Ellos lo miraron fijamente, y él los vio a través de la máscara. Lucían demasiado tranquilos, de tal manera que incluso resultaba inquietante. Los cuatro hombres tenían rasgos asiáticos, y llevaban espadas colgadas de la espalda, y cuando comenzaron a moverse hacía él, brincando a través de las paredes del edificio y por encima del coche, el Hombre-Araña pensó que parecían una especie de samurais modernos.
Los cuatro hombres sacaron las espadas de las fundas y lo atacaron al mismo tiempo. Su sentido arácnido no le advirtió nada. Eso era raro. Así que estaba solo. No importaba. Aún tenía su fuerza, su agilidad y sus reflejos. Los primeros dos espadachines llegaron hasta él y lo atacaron con el filo de sus katanas,* las espadas de doble filo, delgadas y ligeramente curvas que usaban los samurai. Esquivó las primeras dos estocadas, pero cuando uno de ellos lanzó un sablazo lateral después de errar el primer golpe, alcanzó al Hombre-Araña en el vientre y le produjo un largo corte. Un ramalazo de dolor le recorrió el cuerpo y brincó hacia atrás. El corte no era profundo, pero ardía. Esos sujetos sí que eran buenos. No podría derrotarlos en una pelea cuerpo a cuerpo, así que tendría que recurrir a otros métodos.

Se concentró. Los hombres se lanzaron en un nuevo ataque coordinado que pretendía dejarlo rodeado. Entonces lanzó desde sus muñecas cuatro pequeñas bolas de telaraña, una dirigida al pecho de cada uno de ellos. Las cuatro acertaron sus objetivos y los hombres cayeron al suelo. No podía pelear contra ellos, así que los reduciría. Dobló sus piernas, brincó y quedó suspendido en el aire. Lanzó una lluvia de telarañas sobre los dos hombres que tenía más cerca y los dejó prácticamente pegados al suelo.

Pero los otros dos fueron más veloces y se pusieron rápidamente en pie con un brinco. La gravedad trajo al Hombre-Araña de nuevo al suelo, y antes de que pudiera saltar de nuevo o huir, los dos filos de las katanas lo alcanzaron. Una le hizo un corte en el muslo y la otra cortó un pedazo de su máscara, desde la parte izquierda de la frente hasta la comisura de los labios de ese mismo lado. La sangre goteó hasta su ojo y le nubló la visión unos instantes. Ambos hombres lo rodearon y volvieron a realizar cortes poco profundos pero inmensamente dolorosos en su pecho y espalda.

El Hombre-Araña sintió una explosión de dolor. Pero esta misma sensación le hizo recordar por qué estaba allí. Todo el odio y toda la rabia se agolparon en su pecho e hicieron erupción como el más furioso de los volcanes. Cuando las dos katanas estuvieron a punto de hacer nuevos cortes en su piel, cerró los ojos y las aferró por la hoja. Las palmas de sus manos estallaron de dolor, y se llenaron de su propia sangre, pero esto no le importó. Las tomó con toda su fuerza, la cual era proporcional a la de una araña, y las arrancó de manos de sus portadores, quienes se quedaron con ojos sorprendidos y abiertos de par en par.

Las dejó caer al suelo y acto seguido las baño en un río de telarañas, para que quedaran pegadas al suelo y los samurais no pudieran tomarlas de nuevo. Los miró, y ambos le devolvieron miradas asustadas. Pero se recompusieron rápidamente y adoptaron posicones defensivas de combate. El Hombre-Araña fue inmisericorde.
Se acercó al primer hombre, y sin mediar palabra, golpeó su pecho dos veces, y con el tercer golpe le quebró las costillas. El sujeto cayó al suelo casi lloriqueando de dolor. El pobre diablo no tuvo oportunidad alguna.

El otro hombre tragó saliva y se dispuso a pelear. Dio una voltereta en el aire y lanzó una patada descendente directo a la cara del Hombre-Araña. Este se limitó a detener la patada, tomando fuertemente el tobillo del hombre. Una descarga de dolor invadió la palma de su mano. Pero resistió. Entonces, con la mano que sostenía el tobillo, lanzó al hombre hacia atrás, quien dio una voltereta en el aire y cayó al suelo, sobre un brazo que se dislocó en el acto. Se acercó hasta el hombre, se arrodilló, y le rompió el otro brazo. El samurai lanzó un aullido animal.
Lanzar tantas telarañas como lo había hecho esa noche, reportaba un inmenso gasto de calorías para su cuerpo, por lo que ahora también se sentía extremadamente cansado, como un atleta de alto rendimiento después de la competencia más importante de su vida.

El Hombre-Araña se puso nuevamente en pie, lleno de cortes en el traje y la piel, y la sangre goteando sobre el pavimento al ritmo de las gotas de lluvia, y caminó hacia el interior del edificio.

Sacaría de ahí a rastras al asistente de Norman Osborn, y lo llevaría a un edificio abandonado en los muelles para interrogarlo.


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Capítulos anteriores:


Parker (Rhyno)

Parker


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Glosario:

Katana - Se refiere a un tipo particular de sable de filo único, curvado, tradicionalmente utilizado por los samuráis.

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