viernes, 8 de febrero de 2019

La Noche de la Luna Roja (2)



La Oscuridad descendió sobre la Ciudad.

En los noticiarios no atinaban a explicar qué había pasado. Para cuando la policía fue notificada, ya era demasiado tarde. Las víctimas ya habían muerto, o desaparecido. Aunque se rumoreaba que no habían desaparecido, al menos no del todo, sino que se escondían, que ocultaban algo que les avergonzaba.

Lo que se conocía era esto. Algún tipo de criatura, no se sabía a ciencia cierta si era alguna especie de animal mutado o si era una persona trastornada, con una fuerza descomunal y disfrazada, había causado una ola de asesinatos en la ciudad hacía 2 noches. Había videos, pero estos no ayudaban mucho, en la mayoría de ellos había poca iluminación, y además de haber sido grabados con celular, el movimiento frenético de las imágenes, causado por el pánico de quienes grababan, daban como resultado videos difusos y poco esclarecedores.



Sólo había un testigo. Un niño autista de ocho años. Estaba internado en un hospital.

El detective Méndez fue a visitarlo. Estaba decidido a resolver el asunto. Una brutal ola de asesinatos no podían quedar impunes así como así. Estaba decidido a no repetir el fracaso de aquella vez, no pasaría lo mismo que con aquella pobre chica...

-¿Cómo se encuentra? -preguntó cuando el médico salió al pasillo.

-El niño ya despertó -contestó éste -pero no ha dicho ni una sola palabra desde entonces.

A lo largo del pasillo había unas cuantas personas con expresiones serias, probablemente aguardando noticias de familiares suyos, y pese a ello, el silencio reinante era sepulcral.

-Tengo que interrogarlo

-No creo que sea buena idea señor....

-Méndez, Detective Méndez -terminó la frase por él.

-Detective Mendez, ya de por sí en una situación normal sería difícil hacer hablar al chico debido a su condición. Y ahora, después del trauma que debió haber sufrido, dudo mucho que usted, ni nadie, vaya a lograr sacarle una sola palabra.

-Aún así tengo que intentarlo, doctor... -leyó la placa que colgaba en la bata -Zaragoza.

-Sólo le voy a pedir un favor -respondió el doctor Damián Zaragoza.

-Lo que sea.

-Procure alterarlo lo menos posible. El ataque que sufrió -su voz se entrecortó. El detective sintió admiración por ese doctor, era loable alguien que empatizara así con sus pacientes y no les diera el trato frío y formal que los doctores solían dispensar -. Bueno, simplemente digamos que eso es algo que nunca debería sucederle a ninguna persona.

El doctor dio media vuelta y abrió la puerta, haciéndose a un lado para que el detective entrara a la habitación.



En cuanto entró, el detective comprendió porqué a Zaragoza le había causado tal conmoción el niño.
En medio de una cama que parecía demasiado grande, había un niño pelirrojo demasiado pequeño que no aparentaba los ocho años que tenía. Estaba vendado por todas partes. Las cintas blancas le cruzaban el pecho que asomaba por encima de las sábanas, parte de la cabeza y frente, y el hombro izquierdo. De este último vendaje comenzaba a manar sangre que coloreaba el blanco de la tela de un índigo alarmante.

Una enfermera entró apresuradamente.

-El doctor me mandó a cambiarle los vendajes -informó. Lucía visiblemente consternada, el detective supuso que, al igual que él, debía estar pensando qué clase de monstruo o depravado podía causar tales heridas en un niño indefenso.

-Haga lo que tenga que hacer -y esperó a unos pasos de la cama mientras la enfermera realizaba su trabajo.

El muchacho observaba todo con ojos elocuentes y curiosos, como si no quisiera perder un solo detalle de todo cuanto ocurría a su alrededor, sorprendido por la novedad de su situación.

-Todas las heridas sanaron bien, demasiado bien -observó la enfermera -,quiero decir, para la gravedad de ellas.

-Ya veo, ¿pero por qué parece que le preocupa eso? -respondió lacónicamente el detective. Con los años había aprendido a dar respuestas cortas que mostraran a su interlocutor que tenía toda la atención, seguidas por preguntas que los animaran a seguir dando información.

-Todas sanaron bien excepto esta -dijo al tiempo que quitaba la venda del hombro -Son heridas que deberían haber tardado por lo menos una semana en cicatrizar de esa forma. Pero a él sólo le llevaron dos noches. Pero esta herida, no es una hemorragia demasiado preocupante, pero no concuerda con las demás.

Y cuando terminó de quitar la venda, el detective quedó horrorizado por la brutalidad de la herida.

El niño seguía mirando todo como si fuera un espectador externo.

Unas heridas profundas y rojas le atravesaban el hombro, desde el omóplato en la espalda hasta el pecho, debajo del pezón. Parecían haber sido causados por unos dientes enormes, como si el niño hubiera sido mordido por un cocodrilo, o un tiburón.

El detective se acercó al borde de la cama y le echó una rápida mirada al archivo del paciente, para obtener el nombre del niño.

-Daniel-lo llamó el detective. El niño reaccionó a su nombre, desviando su mirada hacía el hombre, pero ningún sonido brotó de sus labios - ¿Puedes decirme quién te hizo eso?

El muchacho bajó la mirada, contrariado.

-Por favor,. es importante que hables conmigo... o con alguien.

El niño pelirrojo agitó nerviosamente la cabeza en gesto de negativa.

-Lo que nos digas, lo que recuerdes, podría ayudarnos a salvar vidas -insistió el detective Méndez.

El muchacho apretó con fuerza los párpados al cerrar los ojos, como si deseara con todas sus fuerzas que el detective desapareciera y con él se esfumaran las preguntas. Siguió negando con la cabeza.

-Por favor -suplicó el hombre.

El muchacho comenzó a agitarse bruscamente. La enfermera lo tomó fuertemente por el pecho, para evitar que se moviera de más y fuera a lastimarse.

-Detective, por favor -terció la enfermera mientras terminaba de pasar el nuevo vendaje por el hombro de Daniel - ¿Podríamos salir un momento? -pidió con una muda súplica en los ojos.

Los adultos salieron y la mujer cerró la puerta tras de sí.

-Yo, eh... me disculpo, no debería presionar -dijo incómodo el policía.

-No, no debería -respondió la enfermera picando con fuerza y con un dedo acusador el pecho del detective. Ese pobre niño ha pasado por mucho en los últimos días.

Ahora teniéndola tan cerca, Méndez se percató que la enfermera era más joven de lo que aparentaba en un inicio.

-Imagino que debió ser un gran trauma -respondió compungido.

-¿Un gran trauma? ¿Eso es lo que usted cree? Lo que a ese niño le sucedió fue lo más terrible, algo por lo que nadie debería pasar. Cuando los paramédicos llegaron y lo encontraron, estaba sentado en un charco de sangre. Su propia sangre y la de sus padres, quienes estaban tirados a un lado de él.

La voz se le entrecortó y comenzó  llorar. El detective no supo bien cómo reaccionar, así que la abrazó en un burdo intento por consolarla.

Esto era lo que más odiaba de los asesinos seriales y una de las principales razones de que los persiguiera con tanto ahínco. Además del daño a las víctimas, también causaban una onda expansiva de dolor a su alrededor; el daño colateral que producían en todos los terceros que rodeaban a esa víctima.

Continuará...

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Siguiente capítulo:

Capítulos Relacionados:

La Noche de la Luna Roja (1)

Snuff

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2 comentarios:

  1. Mi correo es: fher.carrillo84@gmail.com

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    1. Ya mismo te agrego a la lista de Suscripción! Saludos y buen inicio de semana!

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