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viernes, 14 de diciembre de 2018

A Short Love Story (2)




-¡Este es el puente! -exclamó el hombre viejo con vehemencia.

-¿Cuál puente papá? ¿De qué hablas? -preguntó su hijo, un hombre que aparentaba poco más de cuarenta años.

-Es el puente donde besé a mi esposa por primera vez -respondió con voz entrecortada, con palabras quebrándose en su garganta -. Tengo que bajar.

Afuera del auto la noche era cerrada, sólo entrecortada por las luces intermitentes de las farolas dispuestas cada 20 metros.

-Papá, no podemos simplemente parar aquí, en medio de la nada. Además debemos estar por llegar a los cero grados. Está helando allá afuera. Y tengo que llevar a las niñas a casa.

En el asiento trasero, las dos hijas del hombre descansaban plácidamente, tras la cena familiar, después del funeral, en el restaurante, la cual se había alargado demasiado.

-Por favor -se limitó a responder el anciano, con la mirada cristalina perdida entre sus recuerdos.

El hombre usualmente habría hecho caso omiso, pero algo en la mirada de su padre, en su voz, tocó alguna fibra en su interior. Se orilló y detuvo el auto.

El hombre de cabellos blanco bajó con celeridad, azotando la puerta tras de sí. El viento le golpeó de lleno como mil cuchillas afiladas y diminutas, pero no le importó, el poder de los recuerdos, la sensación de ese primer beso, le daban todo el calor que necesitaba.

-!Papá, espera! -gritó su hijo. Una de las niñas se revolvió en el asiento trasero, incómoda por tanto revuelo.

El hombre llegó hasta el borde del puente y miró al horizonte, mientras su hijo se aproximaba por atrás, quejándose del frío. Entonces, se subió al primer barandal, atorando las rodillas entre el segundo y el tercero, quedando así al borde del precipicio. Frente a él se extendía el vacío y la fría noche, y treinta metros más abajo, las heladas aguas del río.

Su hijo, alarmado, caminó hasta él y se detuvo a pocos pasos, mirando con vértigo hacia abajo, hacía una inminente caída separada de ellos únicamente por esos tres barandales que discurrían a lo largo del puente.

-Papá, baja por favor, es muy peligroso -gritó entre el rugido del viento.

El hombre, con el cabello blanco agitado por el viento se limitó a mirarlo y sonreírle.

-¡¿Acaso no es esto hermoso, hijo?! -preguntó con un grito. Su garganta hacía años que no tenía tanta fuerza, durante ese instante, se sentía como si estuviera nuevamente en el clímax de su juventud.

Incluso podía sentir en el abrazo del viento la reconfortante presencia de su esposa, como si durante breves momentos ella estuviera ahí, de nuevo con él, susurrándole al oído. Cerró los ojos, se irguió completamente, alzándose ante el precipicio, y estiró los brazos hacia los lados.

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-Amigo, cuando estoy con ella, las demás chicas, te lo juro, es simplemente como si desaparecieran, como si dejaran de existir.

El chico se encontraba en el asiento delantero junto con su mejor amigo, Isaac. Las citas de ambos habían bajado del auto para ir al kiosko que había debajo de la enorme pantalla del autocinema a aprovisionarse de palomitas y malteadas. Los demás adolescentes y uno que otro adulto revoloteaban alrededor de los autos mientras había luz, antes de que comenzara la función. Las chicas eran perseguidas por sus pretendientes y nuevos romances se creaban. Faldas largas, mezclillas entalladas, y grandes copetes iban y venían de un lado a otro.

Al chico le encantaba la atmósfera del autocinema y le parecía un muy buen lugar para tener una segunda cita con esa chica que le había robado el corazón y lo había rechazado buena parte del verano.

-Yo quiero mucho a mi novia, te juro que me gusta mucho -respondió Isaac, con ese tono tan suyo, que aunque burlón, hacía que te cayera increíblemente bien-, pero, ¿pensar en sólo una chica todo el día, por el resto de la vida? No lo sé hombre, yo creo que algo te picó o alguna parte en tu cerebro se descompuso.

-No sé cómo explicarlo, viejo -contestó el chico -, a lo mejor tendrías que pasar por lo mismo para poder entenderlo -dijo pensativo -. Puedes apreciar la belleza de las demás chicas, pero cuando ella llega, simplemente eclipsa a todas las demás.

-No lo sé amigo, suena a mucho compromiso, y yo aún soy joven, no estoy listo para tanto -bromeó Isaac.

El chico lo miró, rió para sus adentros y se abstuvo de decirle a Isaac de lo afortunado que se sentiría cuando a él también le pasara. Algún día su amigo conocería también esa sensación.

-Ya vienen las chicas - anunció Isaac, al tiempo que se pasaba al asiento de atrás, pasando su trasero a peligrosos centímetros de la cara del chico.

Antes de que las luces del autocinema comenzaran a apagarse y las bocinas empotradas en las ventanas del auto comenzaran a emitir su ligero zumbido, el chico vio a su cita acercándose. La vio recogerse el cabello castaño detrás de la oreja, caminar con ese paso todavía por momentos inseguro, vio su media sonrisa mientras platicaba con la novia de Isaac, y en ese momento se sintió como el hombre más afortunado del mundo.

Y una parte de sí mismo, la parte que podía presentir el futuro, supo que así era.

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El hombre joven se quedó pasmado durante segundos, con el corazón detenido en el pecho y el viento azotándole las ropas contra la piel, mientras miraba a su padre, un anciano que apenas y podía caminar por su cuenta, elevarse encima de un barandal, al borde del precipicio y con una mirada de loco en los ojos y una sonrisa, como no la había tenido en meses, en la boca.

-¡Papá, baja por favor!

El momento de trance pasó, el hombre de cabellos blancos giró la cabeza, lo miró y comenzó a bajar lentamente de su efímero pedestal. Su hijo acudió rápidamente a ayudarlo.

-La vi hijo, vi a tu madre, por unos segundos ella estuvo aquí conmigo -dijo con mirada soñadora, casi delirante.

Su hijo no respondió nada, completamente aliviado de por fin poder volver al coche. El anciano volvía a caminar con lentitud y su mirada otra vez parecía distante de la realidad. Mientras avanzaban, un fino copo de nieve cayó en el brazo del hijo.

Ambos hombres voltearon hacia el cielo y la nieve lentamente comenzó a caer.

-!Es ella hijo, es ella! -exclamó emocionado.

Su hijo sonrió, él también había sentido momentáneamente algo en su interior, en lo más profundo de su pecho.

-Sí papá, es ella.

Tomó a su padre entre sus brazos, lo abrazó como hace años no lo hacía, y después, juntos, caminaron de vuelta al auto.


miércoles, 12 de diciembre de 2018

Zombie (7)




El crepitar de las llamas era hipnotizante, el humo se elevaba hacia un cielo negro –completamente oscuro–, hacia la eternidad. Esa noche no había estrellas ni luna, tampoco se veía ninguna luz artificial a la redonda. Mark se sintió extrañamente cautivado, por primera vez en su vida, ahí en medio del bosque, era consciente de su condición efímera de mortal. También sintió un pesado temor alojarse en el centro de su pecho. Un temor primitivo, irracional. Un temor que venía incrustado en su ADN desde la época de las cavernas, o quizá antes, de cuando los antepasados de sus antepasados se enfrentaban a verdaderos monstruos –descendientes de dinosaurios– y al caer la noche quedaban completamente indefensos ante los horrores que traía la noche.

            En una noche así, rodeado de nada más que árboles, oscuridad y sonidos sibilantes por doquier, alumbrados únicamente por los destellos naranjas que las llamas de la incipiente fogata arrojaban sobre sus rostros, Mark podía entender por qué antes de la llegada de la luz eléctrica, de la vida nocturna, a la gente le era tan fácil creer en brujas, temerle a los demonios de las fábulas bíblicas y pensar que entidades fantasmagóricas caminaban entre ellos.

            Las sombras tétricas que bailaban al ritmo de la luz del fuego sobre los árboles, aunados a los sonidos de la naturaleza, completamente extraños para un chico de ciudad como lo era él, hacían que una inquietud primaria le corriera desde la parte más alta de la nuca hasta la base de la espalda, como si fuera un escalofrío. Su mente volaba, y comenzaba a imaginar seres terroríficos, criaturas de pesadilla que los vigilaban desde las sombras. Hombres gato, altos como jugadores de baloncesto, con orejas puntiagudas y ojos rojos como la sangre; criaturas con cabeza de pterodáctilo y torso de humanos, pero con los brazos amputados; pequeñas niñas tiernas poseídas por entes demoníacos que les hacían hablar con mil voces de hombre al mismo tiempo, la voz de una legión dentro de esa niña–recipiente; y brujas que eran hermosas hasta que estabas lo suficientemente cerca como para oler su aliento a azufre, y entonces te encadenaban y sufrían una metamorfosis, donde se les caía la piel y era sustituida por una nueva de color verde y de reptil; estos eran algunos de los seres que poblaban la vívida imaginación de Mark en esos momentos.

            Mark agitó la cabeza, intentando deshacerse de todos esos lúgubres pensamientos, y volviendo a la realidad.

–¿Crees que sea buena idea?

–Buena idea ¿qué? –respondió secamente Aaron Kavanaugh.

–Prender una fogata –dijo Mark – ¿no crees que pueda atraer a los zombies?

Aaron hizo una mueca al escuchar esa palabra. La misma que haría alguno de los personajes de los libros de Harry Potter cuando éste mencionaba el nombre de Voldemort.

–Honestamente no sé, ni me interesa –respondió Aaron –lo que sí sé es que no pienso dejar que el frío me mate esta noche, no después de todo lo que hicimos para sobrevivir.

Como matar gente inocente, pensó Mark. Una oscuridad opresiva cruzó su mente, pero no se atrevió a decir nada en voz alta.

Miró hacia el lugar donde se había tumbado Isaac, quedándose dormido al instante, o probablemente desmayado por tanto alcohol. Después de cruzar el río, Mark los había alcanzado, y habían llegado a una fría cabaña abandonada y sin techo en medio del bosque. Ahí encontraron el alcohol, unas cuantas cajas de galletas y la arcaica tienda de campaña de la cual en este momento sobresalía la cabeza de Isaac, el cual roncaba de una manera estridente. Dormía como un bebé pese a las cosas horribles que hizo ese día, y peor aún, pese a la constante amenaza de los muertos vivientes que pendía incesantemente sobre sus cabezas.

Después de presentarse rápidamente tras su primer encuentro, se plantearon quedarse dentro de esa cabaña, pero el peligro era demasiado; además de no contar con puertas ni ventanas, aún no se habían alejado lo suficiente de los muertos. Así que tomaron lo que les podría ser de utilidad y siguieron caminando, adentrándose cada vez más en el bosque, alejándose de la ciudad, alejándose de los zombies.

Y así llegaron a este claro donde había una especie de lago (aunque era tan pequeño que Mark dudaba si alcanzaría a entrar en la definición de lo que un lago debía ser) y muchos, muchos árboles a la redonda. Cuando empezó a oscurecer, Isaac tuvo la única buena idea del día, y la última antes de que el alcohol acabara con su raciocinio. Tomó su encendedor, prendió unas cuantas hojas de un libro viejo que tomó de la cabaña y lo echó sobre unas cuantas ramas que juntó. Mark se encargó de rodear la improvisada hoguera con piedras y Aaron de ir a buscar ramas más gruesas antes de que esas se apagaran.

Cuando la fogata era lo suficientemente decente fueron por más ramas y con lo que juntaron se habían mantenido alimentando el fuego hasta ahora.

–¿No crees que el humo los pueda atraer hasta nosotros? –preguntó Mark, más por intentar hacer plática que por estar realmente preocupado.

–¿Viste a esas cosas? Puede que sean rápidas, incansables y virtualmente invulnerables, pero no creo que sean listos –respondió él.

–Lo dices por lo que les pasó en ese pequeño río ¿no?

–Exacto, creo que lo único que les llama la atención es un ser humano vivo y es lo único que cazan o que saben cazar. Dudo mucho que alguno de ellos vaya a alzar la vista al cielo en busca de algo. Y aunque vieran el humo en el cielo, no creo que su cerebro sea capaz de relacionar el humo con más humanos a quienes devorar. Los he visto a los ojos, ahí no hay más que furia, una furia ciega. Pero son estúpidos.

Mark no había visto tan de cerca a ningún zombie (aún), así que escuchaba las palabras de Aarón con sumo interés. Seguía sorprendido por el parecido tan tremendo que tenían estos zombies a los que por años habían sido plasmados en las películas de serie B de Hollywood.

–Por cierto, ¿cómo dices que te llamas? –preguntó Aaron.

–Mark. Mark González.

–Si me preguntas, ese suena como a nombre inventado para mí.

Mark no respondió, se quedó callado, sin saber qué decir.

–Yo… –intentó excusarse, pero Aaron lo cortó.

–Ey chico, tranquilo. Para mí da lo mismo si te llamas Robocop o Matusalen. ¿Ya viste el mundo en el que vivimos? –pregunta retórica –. Si alguien quiere cambiarse el maldito nombre, yo creo que tiene todo el derecho a hacerlo. Así que me da lo mismo si quieres o no decirme tu nombre verdadero.

–Yo, eh, este, gracias… creo –respondió Mark, con timidez.

Ambos cruzaron una profunda mirada, una mirada de fraternización, de compañerismo. La mirada de dos hombres que habían pasado por el mismo infierno, combatido los mismos demonios, dos hombres que habían sobrevivido a ese maldito día. Era la misma mirada que comparten los marines el día en que tras meses y meses de agónico esfuerzo, finalmente superan las pruebas y pasan a formar parte de las fuerzas armadas, sabiendo que juntos atravesaron por todas las pruebas y obstáculos y juntos los superaron. Ambos sonrieron, pero eran unas sonrisas tristes, cansadas.

–Ya sé –soltó de pronto Aarón –ya sé por que tu rostro se me hacía tan endemoniadamente familiar.

–¿Por qué?

–Tú eres el chico.

–Okaaaay –dijo Mark en el clásico tono de los adolescentes al dirigirse a los padres.

Aarón ignoró el tono de Mark, o quizá no lo notó, y continuó.

–Tú me salvaste allá en el aeropuerto, ¿no es así?

–Yo, este, ahm, bueno, sí –nuevamente la maldita timidez.

–Tú me salvaste la vida –repitió Aaron.

Se reclinó más, quedando un poco más acostado que sentado, sobre la fría tierra. El fuego calentaba, pero no quitaba del todo el frío. Se quedó observando a Mark. Éste permaneció en silencio.

Isaac soltó un ronquido mucho más sonoro de lo normal –sacando a Mark y Isaac de la conversación–, se revolvió dentro de la casa de campaña, y quedó acostado sobre el hombro izquierdo, pero por lo demás permaneció igual de dormido.

El chico y el hombre permanecieron callados, recargados cada quien en su respectivo pedazo de tronco, ambos viéndose de frente, con la fogata en medio de ellos. Una oscura nube se cernía sobre sus cabezas. El silencio se extendió más de lo normal, había algo que debía ser dicho, pero una vez que las palabras fueran expresadas en voz alta, una vez se materializaran, ya no habría vuelta atrás. Mark tomó aire, intentó relajarse y finalmente soltó la bomba.

–Eres consciente de que tarde o temprano tendrás que matarlo ¿verdad?

Más silencio. La Verdad ahí estaba, flotando entre ambos como una densa nube tóxica. Mark contuvo la respiración, sin saber cómo reaccionaría Aarón. Escudriño su rostro, intentando encontrar algún atisbo de las emociones que bullían en el interior del alma, pero de nada le sirvió, Aaron mantenía una expresión imperturbable. 

–Lo sé –fue su seca respuesta.

En su voz no había miedo, ni vacilación, ni duda. Sólo una clara y fría certeza. Era la voz de un hombre que sabe lo que debe ser hecho y no titubeará al momento de hacerlo. Aaron hizo un chasquido con la boca, intentando sacarse de entre los dientes un pedazo de los frijoles enlatados que habían comido, al tiempo que arrojaba unas frágiles ramas al fuego. Éste se avivó momentáneamente, se convulsionó sobre sí mismo y las llamas naranjas se tornaron rojas por un instante, después pareció asimilar el nuevo alimento que le acababan de proporcionar y su crepitar volvió a su estado normal.

 Después Aaron siguió afilando la punta de una rama gruesa con uno de los cuchillos que le había robado a un soldado, como si en vez de zombies, fueran a enfrentarse a vampiros y estuviera preparando una estaca para clavárselas en el corazón.

Mark continuó mirándolo. Sus ojos eran escrutadores. Pero la expresión en la cara de Aaron se mantenía impasible. Aun así Mark supo, lo podía intuir por el lazo creado con Aaron durante esa noche, que el destino de su hermano, el maldito psicópata que había iniciado esa violación masiva (la cual hacía que Mark se sintiera avergonzado de pertenecer a la raza humana), estaba escrito en fuego. 

La pesadez del sueño se asentó sobre sus párpados, el arenero comenzaba a echar sus polvos durmientes sobre Mark. La noche se volvió más oscura cuando la medianoche se elevó en el frío cielo y las llamas dejaron de ser alimentadas. Mark se metió a su bolsa de dormir, debajo de esta se abrazó a sí mismo fuertemente, cerró los ojos, y se abandonó a un sueño profundo, después del día más agotador de su vida.

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Hola! Hago esta nota para avisarles que este es el último capítulo sobre esta historia. Pero no teman, antes de que piensen en golpearme les tengo una buena noticia. 

Los primeros 4 capítulos de Zombie eran pequeños cuentos que desarrollé para homenajear a uno de mis libros favoritos, el cual se llama El Cuarto Jinete, de Victor Blázquez, pero al escribirlos, me di cuenta que la historia que había en ellos, el trasfondo era muy pero muy amplio y que podía dar incluso para escribir toda una novela sobre ello.

Así que la escribí. Escribí una novela basándome en los primeros 4 capítulos que ya leyeron. Y dato curioso, esta entrada junto con las dos anteriores son extractos que tomé ya del libro finalizado. Así que si quieren adentrarse todavía más en esta Ciudad donde unos desquiciados zombies dementes corren libremente, les dejo el link al libro, el cual ya se encuentra disponible para comprar en Amazon, o para leer de manera gratuita en Kindle Unlimited (da clic aquí si quieres realizar la prueba gratuita por 30 días). 

Espero que lo disfruten y ansío verlos por allá pronto y conocer su opinión. 

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Esta historia continúa en: Ciudad Violenta, una historia de Zombies.

Capítulos anteriores:

Zombie (6)

Zombie (5)

Zombie (4)

Zombie (3)

Zombie (2) 

Zombie 

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Zombie (6)

Mark brincó hacia atrás, cayendo sobre la fría tierra con todo su trasero. El zombie se estrelló contra el tronco, justo donde unos instantes antes se encontraba Mark. Pensó aterrado que de haber seguido ahí, en estos momentos el maldito se estaría dando un festín con su carne. 

Aunque quizá le costaría algo de trabajo, pensó rápidamente tras echarle una breve ojeada al zombie en lo que se ponía de pie. El zombie tenía la parte inferior de la quijada completamente deshecha, como si alguien le hubiera disparado a quemarropa con una escopeta o con un revólver estilo magnum, de esos que se pueden utilizar para cazar elefantes. La lengua colgaba inerte en un rostro enojado, rabioso. La hilera superior de dientes permanecía intacta y completamente a la vista, en un intento de macabra sonrisa. La sangre salpicaba prácticamente todo su traje gris y su camisa que esa mañana probablemente había sido blanca.




Mark se puso en pie como pudo y comenzó a correr. El zombie pasó por encima del tronco y cayó de bruces al otro lado. Dos dientes se quedaron para siempre incrustados en el suelo, a un lado de la pequeña roca contra la que su cara había chocado. Mark corrió en dirección al río, lo cruzaría, pero intentaría tener más cuidado que los idiotas.

Cuando llegó a la orilla, se detuvo abruptamente y dio media vuelta. El agua comenzaba a caer con más fuerza desde el cielo, pero aún no se le podía llamar lluvia. El chico vio al zombie, estaba a unos veinte pasos de él y corría con una furia enloquecedora, con unos ojos inyectados en sangre y un solo objetivo del cual no apartaba la mirada: Mark.

El muchacho respiró profundamente, echó un pie hacia atrás, para tener un mejor equilibrio y aguardó. Se sentía como uno de esos toreros segundos antes de que la bestia embista contra ellos. Sólo que él no era un cobarde como esos tipos ni traía una sábana roja para distraer al zombie.

Cuando el zombie estuvo a un paso de él, cuando alargó las manos hacia Mark, con algo en los ojos (¿esperanza?) entremezclado con el odio recalcitrante, el muchacho reculó hacia la izquierda con un ágil y veloz movimiento. El zombie se siguió de largo y se metió de lleno al río. Para cuando intento darse la vuelta e ir por su presa, el río ya lo tenía, lo derribó y este zombie entró en el mismo círculo de caer y volver a levantarse que el resto, mientras iban yendo lenta, pero inexorablemente río abajo.

Mark lo miró luchar contra la fuerza de la naturaleza durante unos segundos. Cuando decidió que era suficiente comenzó a caminar río arriba, hasta encontrar un lugar donde el agua no estuviera tan profunda y poder cruzar sin tantos riesgos.

El encontronazo con ese muerto le hizo tomar una decisión mientras sus pies se hundían en la helada agua del río. Sí se reuniría con esos dos hombres. Siempre era mejor estar en un grupo de tres que andar por ahí solo, en medio del bosque.

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Zombie (7)

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Zombie (2) 

Zombie 

Zombie (5)




Tal como había vaticinado Mark, seguir a los hermanos por el bosque no fue nada difícil. Sólo había que seguir los gritos rabiosos de los muertos, y si eso no era suficiente, las huellas en la tierra humedecida por el agua que comenzaba a chispear, las hojas rotas y los arbustos pisados, bastaban para poder seguirles la pista.

Mark aún no se decidía si hablarles o no. Sabía que no eran buenas personas, y no quería aliarse con ninguno de ellos, sobre todo con el que parecía un pandillero, el que había orillado al otro a cometer la segunda violación de la tarde. Uno era de carácter débil, mientras que el otro era un bastardo malnacido. Una peligrosa combinación. Pero en un mundo como en el que estaban ahora, uno no podía darse el lujo de decidir con quién aliarse, y ese par (exceptuando su torpe huida por el bosque) había demostrado que tenía lo que se necesitaba para sobrevivir en un maldito mundo asolado por un apocalipsis zombie.

Mark aún deseaba imaginar que todo eso de los zombies era un evento aislado, algo que el ejército podría contener y erradicar. Algo que a partir del día siguiente sería nada más que un hecho anecdótico que el resto de gente miraría desde la seguridad de sus casas en los noticiarios nocturnos. Pero no se hacía demasiadas esperanzas. No después de ver cómo decenas de soldados eran sobrepasados y neutralizados por un ejército, cada vez más creciente, de muertos vivientes.

Finalmente los alcanzó, bueno casi, estaban a unos cien metros del chico. Mark se subió a un tronco caído, el cual aún se encontraba unido a la base del grueso árbol y desde ahí presenció la torpe huida de los dos hermanos. Habían llegado a la orilla de un río, eran seguidos de cerca por al menos unos quince zombies; hombres, mujeres, niños, una anciana, todos eran candidatos válidos para alistarse en las filas del ejército zombie.

Sin pensárselo dos veces, ambos idiotas se metieron al río, en un tonto intento por cruzarlo. Si leyeran un poco más, o tuvieran algún tipo de conocimiento de vida salvaje, sabrían que una corriente, si es lo suficientemente fuerte, basta con tener una profundidad de treinta centímetros para arrastrarte por el río. No lo sabían, pero como la mayoría de las cosas en la vida, lo aprendieron al experimentarlo en primera persona.

–Idiotas –murmuró Mark.

Cuando iban a la mitad del río, el hermano débil, al que Mark estúpidamente salvó en la cuarentena, cayó de lado, sus tobillos siendo fuertemente jalados por la poderosa corriente de agua. En su caída se llevó con él a su hermano, y ambos fueron arrastrados unos cuantos centímetros antes de lograr ponerse en pie. Mark los veía entretenido.

Los zombies fueron entrando al río uno a uno. Y uno a uno fueron cayendo igual que los hermanos sobre el agua de ese pequeño río de muy poca profundidad. Pero ellos, haciendo alarde de su falta de dolor, se ponían rápidamente en pie como si nada hubiese sucedido, con heridas abiertas en la cara cuando esta había chocado contra las rocas del suelo o con brazos o piernas torcidas en posiciones que deberían hacerlos aullar de dolor si sintieran algo. Los hermanos al fin cruzaron, pero los zombies no tuvieron tanta suerte, su total falta de coordinación hizo que se mantuvieran en un estado cíclico: cayendo, arrastrados por la corriente, levantándose rápidamente y volviendo a caer. Los hermanos echaron a correr, esperando no volverse a encontrar con un zombie nunca más.

Mark escuchó el sonido de unas hojas siendo aplastadas y se giró bruscamente, sobresaltado.

–¡Oh mierda! –soltó, al tiempo que intentaba mantener el equilibrio sobre el tronco. No podía permitirse caer, no en ese ángulo en que se encontraba. Este era el momento menos apropiado para una torcedura de tobillo o algo así. En este nuevo mundo, algo de esa naturaleza sería una cuestión de vida o muerte.

Al final logró mantener la postura. Pero casi fue demasiado tarde. Al percatarse de quién, o mejor dicho qué, era lo que había provocado el ruido de las hojas, un puño atenazó su garganta. Un zombie venía corriendo en su dirección, y estaba cerca, demasiado cerca.


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lunes, 10 de diciembre de 2018

A Short Love Story



El hombre se encuentra sentado en el borde de la cama. Sus ojos permanecen clavados en la nada, fijos en los recuerdos de toda una vida.

Frente a él hay un espejo de cuerpo completo. Se pone de pie trabajosamente y se mira en él. Ya no es el hombre fuerte y vital que algún día fue. Ahora, desde el otro lado del espejo, un hombre vestido con un traje negro, con la camisa aún desfajada, algo encorvado, de piel apergaminada, cabellos blancos y ojos tristes es quien le devuelve la mirada.

Levanta las manos y mira con expresión ausente la corbata que sostiene entre ellas. Se da cuenta, por primera vez en su vida, que no sabe anudarla a su cuello. Durante los cincuenta años que duró su vida laboral, él jamás se la puso. Todas las mañanas, desde que había entrado a su primer trabajo, había sido ella quien pasaba las manos por encima de su cuello, y le hacía el nudo a la corbata justo antes de que él saliera de casa.

Vuelve a sentarse, al tiempo que una marea de recuerdos comienza a desfilar por su mente, como una bola de nieve a punto de convertirse en avalancha. Recuerda la noche en que la conoció, o mejor dicho, la primera vez que reparó en ella.

Fue en la feria del pueblo. Aunque habían pasado ya tantos años, el recuerdo seguía fresco en su memoria como si apenas hace unas semanas hubiera sido aquel verano.

Él había regresado de la ciudad tras finalizar su primer año de universidad. Se encontraba con su hermana pequeña, Sara, quien en ese momento estaba en el segundo año de preparatoria. Estaban en el puesto de algún juego de puntería, y los dos se divertían, aún a sabiendas de que esos juegos eran mayormente una estafa. Entonces, fue cuando la vio. La chica más hermosa sobre la cual se hubieran posado sus ojos. Aunque no pasó cerca de él, sí se encontraba a una distancia desde la cual era posible distinguir su belleza. No supo lo hipnotizado que había quedado, hasta que esa chica giró una esquina y se perdió en los pasillos de los puestos de la feria, y su hermana se burló de él.

-Oye, ya puedes dejar de babear como tonto y cerrar la boca -le dijo con una sonrisa en los labios.

-¿Quién es ella? -preguntó él, aún con la imagen de esos ojos, esa melena castaña y esa sonrisa digna del retrato de una diosa, aún fresca en su memoria.

-Tú ya la conoces -respondió secamente su hermana.

-Yo creo que recordaría haberla conocido -dijo él muy pagado de sí mismo.

-Ella estudia conmigo, incluso llegó a ir a la casa alguna vez, cuando tú aún vivías con nosotros.

-No te creo -respondió, incrédulo -me habría dado cuenta.

-No, no te habrías dado cuenta, tonto. Ella estaba enamorada de ti, pero como en ese entonces era una chica flacucha que apenas salía de la secundaria, y no era una de las rubias y tontas porristas que te solían coquetear cuando eras el mariscal de campo estrella, nunca te fijaste en ella.

Él salió entonces en busca de esa chica, completamente avergonzado y queriendo enmendar su error y poder disculparse por haber sido un idiota en la preparatoria. Cuando la encontró, tras pocos segundos de intentar hacerle plática, ella, como era lógico, lo rechazó sin miramientos, de una manera tajante y brusca por decirlo de una manera delicada.

El chico pasó el resto del verano intentando por cualquier medio conseguir platicar con esa chica, invitarla a salir y poder disculparse. Aunque sólo había hablado unos segundos con aquella chica en la feria, había quedado prendado de ella. Y no sólo por su belleza, sino por un factor intangible que no había sabido describir ni a sus mejores amigos de la infancia. Había algo en ella, en su actitud, en su forma de hablar, en su mirada, que simplemente lo había cautivado.

Finalmente ella accedió. Obviamente no dejó pasar la oportunidad de recriminarle el hecho de nunca haberse fijado en ella hasta ahora, pero tras una larga noche charlando bajo las estrellas, él tuvo oportunidad de disculparse y de mostrarse tal como era ante ella. Y al final de esa cita, cuando la acompañó hasta su casa, mientras el sol ascendía en un horizonte crepuscular y violáceo, en las escaleras de entrada de la casa de ella, sellaron con un beso el amor que duraría toda una vida.




El hombre regresa al presente, a la fría realidad sin ella. Sus hijos lo esperan abajo, todos vestidos de negro para ese día. Los tres ya son hombres adultos, hechos y derechos, con familia propia. El mayor de sus hijos toca a su puerta. Es momento de partir, en la iglesia los esperan en media hora. Es momento de ir a despedirse de ella, a darle el último adiós. El adiós más doloroso de toda su vida.

Vuelve a mirar la corbata, sin poder evitar que un brillo cristalino embargue sus ojos, sin sentir un nudo en el estómago a punto estallar en su garganta, donde las palabras se le atoran, antes de avisar, con voz entrecortada, que estará listo en cinco minutos

Con la vista clavada en sus nudosas manos, y la mente viajando nuevamente al pasado, a un tiempo en el que fue feliz, en donde el futuro no existía, piensa en ella, su compañera de vida, la madre de sus hijos, el amor de su vida. Piensa en todos los años que compartieron juntos y no puede evitar que una solitaria y triste lágrima se deslice por su mejilla.


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Esta historia continúa en: 

A Short Love Story (2)


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martes, 4 de diciembre de 2018

Poner mi libro gratis en amazon, ¿acierto o error garrafal?


Hola, en esta ocasión quiero hablarte de un tema que para mí es de mucha relevancia como escritor nuevo e independiente. Y supongo para ti que lo estás leyendo también debe serlo si  es que llegaste hasta aquí debido al título de la entrada.

Y este tema es el siguiente: ¿Como escritor independiente, deberías poner gratis tus libros en Amazon?

La respuesta es Sí y No. ¿Qué quiero decir con esto? Fácil, me refiero a que debes saber cuando sí ponerlo gratis y cuando no es conveniente, y también saber por qué ofrecerlo gratuito y para qué. Y lo más importante, saber si el hecho de ponerlo gratis te garantizará futuros beneficios económicos.


A partir de este punto, la respuesta a este dilema es muy personal, cada quien debe elegir si decide o no regalar su trabajo, aunque sea por periodos breves de tiempo, y yo sólo puedo darles el punto de vista proveniente de mi propia experiencia con amazon, y con amazon kindle unlimited (Amazon Kindle Unlimited es un servicio de tarifa plana, el cual consiste en que pagando una cierta cantidad al mes, puedes acceder a todos los libros incluidos en la plataforma de manera gratuita; es como un Netflix, pero de libros. Aquí puedes inscribirte para iniciar la prueba gratis de 30 días).


sábado, 1 de diciembre de 2018

La Cruzada de las 10 mil horas


Bill Gates es uno de los ejemplos más claros de hasta dónde podemos llegar
si tan solo juntamos 10 mil horas de práctica.

En nuestra actual sociedad occidental hemos idealizado una ridícula noción del éxito individual.

Creemos que el éxito de una persona depende única y exclusivamente del esfuerzo que esa persona ha hecho por sobresalir a lo largo de su vida. Nunca vemos la vida de quienes lo rodearon, o de quienes lo impulsaron, o si hubo alguna persona de vital importancia que lo apoyara para alcanzar el éxito.

Déjenme decirles que yo mismo así lo creía también. Incluso llegué a pensar en mi propia persona de esta manera.

Creía que el hecho de haber logrado terminar 5 libros, y haber escrito casi 200 cuentos, a la edad de 27 años se debía puramente a mi fuerza de voluntad, a mi ingenio y a mi férrea e inquebrantable tenacidad (nótese el sarcasmo), en fin, arrogantemente creía que todo lo que había logrado en el terreno de la literatura era fruto de mi propio esfuerzo y que nada ni nadie, aparte de mí, tenía que ver con estos logros.

viernes, 16 de noviembre de 2018

Renacer


He decidido revivir este blog, pero no lo voy a hacer de la manera gentil ni amable, no seré buena onda; lo haré de una manera incendiaria, provocadora, de la manera que hace que el gobierno te mande golpear, que los religiosos inicien campañas en tu contra, que las recatadas y persignadas quieran quemarte en la hoguera cual bruja de Salem.


Porque así es lo que escribo: sin apologías, sin pedirle disculpas a nada, a nadie, y sobre todo burlándose de todo. Mis personajes y yo quemamos iglesias, pateamos vagabundos, liberamos animales enjaulados, matamos al torero después de torturarlo un poco, nos oponemos al sistema,  a lo establecido, a lo correcto, a lo que está bien sólo porque la mayoría lo hace.  Le escupimos al diablo y a dios a la cara. Gritamos nuestro nombre sin reparos hasta lastimarnos la garganta, hasta que nadie puede ignorarnos.


Si eres un seguidor de modas, si escuchas la maldita música indiferente que ponen en la radio y en los antros, si haces lo que es correcto y no lo que quieres, este no es tu lugar; aquí sólo encontrarás una patada en el trasero, un libro de tapa gruesa arrojado con toda fuerza a tu cabeza, una rodilla clavada en los testículos.


Si osas tener un encontronazo con nosotros, verás por qué los ancianos nos llaman escandalosos, estrafalarios, rebeldes, y también sabrás porqué los pusilánimes de la generación Z piensan que estamos desquiciados, dementes,  que deliramos con nuestros sueños de grandeza.


También largo de aquí si eres de esos mismos pusilánimes que con los iphones costosos que sus padres les compraron revivieron a las disqueras y a lo arcaico, a los viejos comerciantes y los antiguos modelos de negocio, después de que nosotros, los millenials, con nuestra juventud e inexperiencia, logramos poner hace ya más de 15 años a toda esa industria de rodillas, suplicando piedad, a merced de que llegara la siguiente generación y les diera el golpe final, el golpe de gracia. Golpe que gracias a ustedes, débiles de mente y carentes de iniciativa, de visión y de imaginación, jamás llegó.


Vete ahora o sufre nuestra ira si también eres de esos seguidores de modas que ven por Youtube a otros seguidores de modas, dando su opinión sobre algo que escucharon decir a un seguidor de modas más famoso que ellos. Y pensar que durante nuestra generación, durante breves años, Youtube estuvo a punto de convertirse en el medio más poderoso para derrotar de una vez por todas y para siempre a la televisión basura. Pero ahora y gracias a ustedes (nuevamente) Youtube es el generador más grande y más rentable de contenido basura en la historia de los medios de comunicación masiva.


Pero en cambio, sé bien recibido y disfruta de las historias aquí contadas si quieres que tu presencia en el mundo se note, si quieres poner tu granito de arena para que no todo en la vida sea reguetón basura y youtubers estúpidos. Únete a nuestro ejército de rebeldes, de apócrifos, de alborotadores, y juntos cambiemos el mundo, mejorémoslo culturar e intelectualmente, mejorémoslo desde dentro, empezando por nosotros y después extrapolándolo a nuestros allegados y a nuestro entorno.


El futuro empieza hoy si así tú lo decides.

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