Parker: Una Historia de Spider-Man

Alguna vez ella me dijo que no le importaba que yo fuera el Hombre Araña. Me dijo que a quien ella amaba era al hombre detrás de la máscara, al chico torpe y tímido que había conocido en la preparatoria. 

Y yo la amaba a ella con toda mi alma. La amé con toda mi fuerza. La extraño. No sé que hacer con este vacío que consume mi pecho.  Sin ella estoy perdido.

Si lo que esperan es una historia de superheroes salvando al mundo, una de esas con efectos fantásticos, peleas fabulosas y finales felices, lamento decepcionarlos, yo no soy el indicado. 

Yo sólo soy Peter Parker, un muchacho nacido y criado en Queens. Aunque probablemente ese nombre no les diga nada, pero de algo estoy seguro, al hombre en que me convierto cuando me pongo la máscara, a él de seguro sí lo conocen; soy el Hombre Araña. 

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El muchacho estaba parado sobre la cornisa de un alto edificio en el centro de Nueva York. Estaba al borde del edificio, con nada, absolutamente nada entre él y el abismo. El sol moribundo de una tarde apunto de extinguirse, pegaba en su espalda y en su cabello castaño que flotaba libremente en el aire. El chico miraba la ciudad desde la altura, la podía ver casi en su totalidad. La ciudad que él había prometido proteger. 

Su atuendo podría resultar de lo más extraño, más adecuado para una fiesta de Halloween que para una fresca (casi fría) tarde de otoño. Un traje rojiazul de cuerpo completo, con rayas negras cruzándolo, emulando redes de araña, y adherido a su cuerpo, era su único atuendo. En la mano derecha sujetaba un pedazo de tela. La máscara del héroe, el antifaz que utilizaba para dejar de ser el chico torpe que se escondía detrás del lente de una cámara, para convertirse en El Sorprendente Hombre Araña. 

Pero este día no había supervillanos contra quienes combatir, ni ladronzuelos a los que atrapar. Hoy era un día de duelo. El cielo estaba teñido del mismo gris que sus pensamientos. Estrujó la máscara y se la guardó en un bolsillo escondido en el muslo. Hoy no se pondría la máscara, no quería ser el hombre que cuenta chistes y ridiculiza a los criminales. Hoy se limitaría a ser Peter Parker. 

Baja de la cornisa de regreso a la azotea. No siente correcto el lanzarse de ese edificio e irse columpiando por la ciudad en las telarañas que le salen de la muñeca. Ella nunca quiso que él fuera un superheroe, que arriesgara su vida, le decía constantemente que si lo perdía, no sabía lo que sería de ella. Pero él debía hacerlo, se lo debía a su tío. No soportaba la idea de tener esos poderes y no utilizarlos para el bien. Ya alguna vez lo había hecho, había sido egoísta, sólo había pensado en su beneficio personal y su tío había pagado con su vida esa negligencia. Ella lo sabía, pero igual trataba de disuadirlo, que dejara a la policía hacer su trabajo, al fin y al cabo él no era más que un estudiante. Se preocupaba por Peter más que por ella misma. Y al final ella era quien había pagado las consecuencias. 

Al igual que su tío. 

De alguna manera, no importaba que Peter tratara de hacer las cosas de la manera correcta, al final, siempre eran las personas a quienes amaba las que resultaban heridas.

Caminó hacia la puerta para entrar al edificio, cogió la mochila que estaba a un lado de esta y con movimientos rápidos y precisos se puso la ropa con la que había ido al funeral, encima del traje.

Sabía que mataría a Osborn por lo que había hecho. Pero no hoy.

Hoy sólo podía pensar en ella. 

Tomaría el metro, regresaría a casa con su tía y se entregaría al dolor, lloraría todo lo que tenía que llorar. Se lo debía a ella. Le debía a su memoria al menos un día de no ser el Hombre Araña, tal y como ella se lo había pedido tantas veces. 

Le debía ese día de duelo a su memoria. Por hoy sólo sería Peter Parker. Por hoy sólo pensaría en ella, en el amor de su vida, en su primer amor, hoy sólo recordaría a Gwen Stacy. 

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Siguiente Capítulo:

Parker (Rhyno)

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