El primer párrafo habla sobre mí; primera y última vez que me concedo esta debilidad. El encono y la ira son el maestro titiritero que mueve los hilos de mis dedos para escribir lo que vendrá a continuación; para crear la tormenta que se avecina. No conozco la depresión; si alguna vez llegué a caer entre sus garras, la convertí en odio, es más fácil lidiar con él. El odio es productivo, puedes canalizar sus frías y oscuras garras y convertirlas en palabras llenas de una gélida belleza estética. La depresión es inservible, tiene un objetivo vano y carente de uso. Hasta aquí el primer acto.
Una silueta avanza silenciosa por una calle donde hay intercaladas menos farolas de las que nos gustaría. Pero lo seguimos, avanzamos junto a él, invisibles, incapaces de participar en la acción que se desarrollará. Sabemos que es u hombre por la forma de su cuerpo; espalda ancha, hombros fuertes, cabizbajo. Lleva la capucha de la sudadera deportiva sobre el rostro, y desde nuestra posición no alcanzamos a verle la cara, envuelta como está por la penumbra de la noche rota a tramos por la luz amarillenta y mortecina de las farolas. Una mujer se acerca caminando en dirección opuesta al hombre que seguimos.
Cuando está cerca de nosotros podemos ver que se trata de una niña recién convertida en mujer, tendrá a lo mucho 17 años. Sus ojos se cruzan con los de él, o eso intuimos al ver la sonrisa tímida que ella le arroja. Ahora podemos adivinar que nuestro protagonista no debe tener más de 30 años, de lo contrario una chica como ella no se habría fijado en él.
Ojalá no le hubiera sonreído, ojalá ni siquiera lo hubiera visto, piensa con pesadumbre nuestro personaje principal. Mete las manos en los bolsillos frontales de la chamarra y siente entre los dedos el frío y reconfortante tacto del metal. Cuando ella ya está a diez pasos de donde se cruzaron sus miradas, él se voltea silenciosamente y comienza a caminar hacia ella. Hasta aquí el segundo acto.
Ahora nos transportamos a un bosque, nunca hemos visto el infierno, pero si acaso existe debe ser muy parecido a lo que hay en los ojos de esa mujer esbelta, recargada contra un árbol, a un lado del camino, hincada y con cuatro flechas clavadas en la tierra frente a ella, mientras que en una mano sujeta un alto arco recargado en el suelo y con la otra mantiene en tensión la cuerda de éste con una flecha lista para ser lanzada. Notamos algo curioso, aparenta la misma edad que la chica de arriba, pero por su ropa podemos apreciar que nos encontramos en algún punto de la edad media. Y en esta época, las niñas maduraban antes, tenían que.
En esta época las personas no son un número de serie en ningún sistema, por ello nadie lleva registro de las muertes; si lo hicieran, esta mujer sería considerada una asesina serial. Algo en su interior la impele a segar vidas, una oscura necesidad surgida de año tras año de abuso cometido por el hombre con quien se casó su madre, quien por cierto fue su primer víctima, su madre, la segunda, por haber hecho ojos ciegos a los crímenes de su esposo. Un grupo de viajeros nocturnos se acercan, la chica libera la flecha y esta recorre expedita la distancia que la separa del cráneo del primer hombre.
El ojo del primer hombre desaparece, y en su lugar cobra forma una punta metálica de flecha. Antes que el resto se percate de lo que ocurre, nuestra protagonista toma cada una de las flechas y con destreza apunta y las lanza, todas aciertan en sus respectivos blancos. Recoge el carcaj que yace en el suelo a un lado de sus pies, se lo cuelga a la espalda y echa a andar hacia el pueblo. Fin del tercer acto.
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domingo, 23 de noviembre de 2014
martes, 30 de septiembre de 2014
Ascensión Volumen II
Le tomó la blanca mano por última vez, le besó los labios rosas que al final habían perdido el brillo y bajó sus párpados, tapando para siempre los ojos negros, tan oscuros como su cabello de azabache.
El recuerdo de ella era lo único que mantenía a Zach de pie. Su sonrisa en el instante previo al beso, la forma en que se pasaba la lengua por los labios para después morderse coquetamente el labio inferior, la manera en que pasaba sus brazos de piel marmórea sobre la nuca de un Zach que parecía pertenecer a otra dimensión.
Una fresca brisa sopló de repente, ahí en medio del desierto, bajo el refulgente rayo del sol, un sol ardiente que lo trajo de vuelta al presente. "Zaaach...." el viento parecía traer un murmullo consigo. Los vellos del brazo se le erizaron, un escalofrío tan potente como una descarga eléctrica le recorrió la espalda. Por un instante juraría que ella estaba allí con él, sujetando su mano y dándole firmeza a su corazón.
Un hombre, un hombre común y ordinario se acercaba con paso cadencioso y ágil hacia Zach, con el paso de un felino. Pero Zach sabía que no era un hombre ordinario, era algo mucho más siniestro. Lo que le resultaba extraño era lo fácil que había hecho salir a Randall Flagg -o como algunos le decían por los sueños, El Hombre Oscuro-, a su encuentro.
Caminaba seguido por un séquito conformado por dos hombres, el que venía a la derecha de Flagg lucía contrariado, como si le incomodara todo aquello. El otro, el de la izquierda parecía un maniático, alguien recién salido de algún hospital psiquiátrico de máxima seguridad, y los vendajes con que llevaba envuelto el brazo derecho no hacía sino acentuar esa apariencia.
-¿Tú eres Flagg? -preguntó con la voz en cuello, aparentando una seguridad que no sentía.
En sueños, la vieja le había dicho qué hacer, qué decir, también le había advertido sobre el único desenlace posible para él. Pero en un mundo como este, la redención parecía ser lo único que podría aliviar el alma de un hombre, lo único a lo que aferrarse con total convicción.
-Así es pequeño amigo.
Zach desenfundó la Beretta que llevaba en el pantalón y la sostuvo a la altura de la cadera, bajó la vista hacia ella y vio por última vez sus bíceps y antebrazos tonificados. Nadie parecía haberse alarmado ante la visión del arma. Alzó la vista. Algo había cambiado en él, había dejado de ser un chico para convertirse en hombre. Y este nuevo hombre miró al Hombre Oscuro directo a los ojos.
-Ellos vienen por ti Flagg.
-¿Quienes? -preguntó divertido.
-Redman, Underwood, Brentner y Bateman. Vendrán a cazarte. Dice la anciana que pagarás por la muerte de Nick y por haber llevado a Harold a la locura.
Levantó la pistola hacia el hombre y jaló del gatillo.
Zach había cargado la pistola apenas esa mañana, pero de ella no surgió ninguna bala; en su lugar un chorro de agua fue lo único que brotó.
El Hombre Oscuro soltó una sonora carcajada.
-No puedes matarme, nadie puede, ¿es que acaso no lo entienden?
Zach cerró los ojos, y en su mente la vio de nuevo, tomó su mano y sintió cómo su alma se liberaba de las ataduras físicas cuando treinta balas de alto calibre acribillaron todo su cuerpo.
El recuerdo de ella era lo único que mantenía a Zach de pie. Su sonrisa en el instante previo al beso, la forma en que se pasaba la lengua por los labios para después morderse coquetamente el labio inferior, la manera en que pasaba sus brazos de piel marmórea sobre la nuca de un Zach que parecía pertenecer a otra dimensión.
Una fresca brisa sopló de repente, ahí en medio del desierto, bajo el refulgente rayo del sol, un sol ardiente que lo trajo de vuelta al presente. "Zaaach...." el viento parecía traer un murmullo consigo. Los vellos del brazo se le erizaron, un escalofrío tan potente como una descarga eléctrica le recorrió la espalda. Por un instante juraría que ella estaba allí con él, sujetando su mano y dándole firmeza a su corazón.
Un hombre, un hombre común y ordinario se acercaba con paso cadencioso y ágil hacia Zach, con el paso de un felino. Pero Zach sabía que no era un hombre ordinario, era algo mucho más siniestro. Lo que le resultaba extraño era lo fácil que había hecho salir a Randall Flagg -o como algunos le decían por los sueños, El Hombre Oscuro-, a su encuentro.
Caminaba seguido por un séquito conformado por dos hombres, el que venía a la derecha de Flagg lucía contrariado, como si le incomodara todo aquello. El otro, el de la izquierda parecía un maniático, alguien recién salido de algún hospital psiquiátrico de máxima seguridad, y los vendajes con que llevaba envuelto el brazo derecho no hacía sino acentuar esa apariencia.
-¿Tú eres Flagg? -preguntó con la voz en cuello, aparentando una seguridad que no sentía.
En sueños, la vieja le había dicho qué hacer, qué decir, también le había advertido sobre el único desenlace posible para él. Pero en un mundo como este, la redención parecía ser lo único que podría aliviar el alma de un hombre, lo único a lo que aferrarse con total convicción.
-Así es pequeño amigo.
Zach desenfundó la Beretta que llevaba en el pantalón y la sostuvo a la altura de la cadera, bajó la vista hacia ella y vio por última vez sus bíceps y antebrazos tonificados. Nadie parecía haberse alarmado ante la visión del arma. Alzó la vista. Algo había cambiado en él, había dejado de ser un chico para convertirse en hombre. Y este nuevo hombre miró al Hombre Oscuro directo a los ojos.
-Ellos vienen por ti Flagg.
-¿Quienes? -preguntó divertido.
-Redman, Underwood, Brentner y Bateman. Vendrán a cazarte. Dice la anciana que pagarás por la muerte de Nick y por haber llevado a Harold a la locura.
Levantó la pistola hacia el hombre y jaló del gatillo.
El Hombre Oscuro soltó una sonora carcajada.
-No puedes matarme, nadie puede, ¿es que acaso no lo entienden?
Zach cerró los ojos, y en su mente la vio de nuevo, tomó su mano y sintió cómo su alma se liberaba de las ataduras físicas cuando treinta balas de alto calibre acribillaron todo su cuerpo.
lunes, 29 de septiembre de 2014
Ascención y caída del Hombre Oscuro.
"Bienvenidos a Las Vegas" rezaba el destartalado cartel.
Zach se apeó de la moto, una Sport Turismo lujosa. La gasolina se había terminado. Así que esto es todo, pensó sombríamente, ni siquiera se me permite una moto, tendré que llegar caminando a mi cita con el destino.
Caminó durante cuatro horas, lo sabía bien porque no dejaba de mirar impulsivamente hacia el reloj de plata de 23 mil dólares que llevaba colgado de la muñeca. Finalmente, cuando el sol comenzaba a descender después de enrojecer su piel y partirle los labios, ellos aparecieron. Era un convoy de cuatro camionetas negras -como las que solían usar los agentes del FBI antes de la supergripe-, que apareció en la distancia, en la lejanía de la vasta extensión que era la carretera.
Zach se detuvo, ya no tenía caso seguir caminando. Palpó la pernera de su pantalón para asegurarse de que la beretta de 9 milímetros seguía ahí. Sentir el peso del arma en el pantalón le brindaba una seguridad reconfortante.
Mientras esperaba a que las camionetas llegaran hasta él su mente se retrajo un mes en el tiempo. Volvía a estar en la fría ciudad de Seattle. Otra vez tenía entre sus brazos a la chica que había amado en lo que parecía haber sido otra vida, estaban de nuevo en el apartamento de ella, llevaban apenas una semana sin electricidad y dos días sin servicio de drenaje. Era una mujer cuyo físico contaba con los mismos contrastes que su fiera personalidad. Su piel nívea era el contrapunto directo de su cabello azabache y ojos negros como dos pozos profundos y misteriosos. Era una mujer testaruda, tan terca que incluso se había resistido a la supergripe. Zach ahora sabía que todos morían al tercer día de caer enfermos; ella había luchado contra la gripe durante siete días. E incluso al final, le robó a la enfermedad unos minutos de lucidez en los que platicó con Zach con total normalidad. Lo había besado largo y tendido justo antes de que unos febriles espasmos le arrebataran para siempre el brillo de los ojos.
Pero pronto Zach la vería de nuevo.
El convoy llegó hasta él y la primer camioneta se detuvo a unos metros de distancia. Hombres armados con metralletas semiautomáticas descendieron de ella.
Zach se aferró al recuerdo de su amada, al rostro marmóreo con labios rosas que lo mismo lo habían besado como regañado, abrazó en su mente a la mujer para armarse de valor, las piernas le temblaban y en el pecho parecía haberse abierto un vórtice, y gritó:
-¡Necesito hablar con Randall Flagg!
Zach se apeó de la moto, una Sport Turismo lujosa. La gasolina se había terminado. Así que esto es todo, pensó sombríamente, ni siquiera se me permite una moto, tendré que llegar caminando a mi cita con el destino.
Zach se detuvo, ya no tenía caso seguir caminando. Palpó la pernera de su pantalón para asegurarse de que la beretta de 9 milímetros seguía ahí. Sentir el peso del arma en el pantalón le brindaba una seguridad reconfortante.
Mientras esperaba a que las camionetas llegaran hasta él su mente se retrajo un mes en el tiempo. Volvía a estar en la fría ciudad de Seattle. Otra vez tenía entre sus brazos a la chica que había amado en lo que parecía haber sido otra vida, estaban de nuevo en el apartamento de ella, llevaban apenas una semana sin electricidad y dos días sin servicio de drenaje. Era una mujer cuyo físico contaba con los mismos contrastes que su fiera personalidad. Su piel nívea era el contrapunto directo de su cabello azabache y ojos negros como dos pozos profundos y misteriosos. Era una mujer testaruda, tan terca que incluso se había resistido a la supergripe. Zach ahora sabía que todos morían al tercer día de caer enfermos; ella había luchado contra la gripe durante siete días. E incluso al final, le robó a la enfermedad unos minutos de lucidez en los que platicó con Zach con total normalidad. Lo había besado largo y tendido justo antes de que unos febriles espasmos le arrebataran para siempre el brillo de los ojos.
Pero pronto Zach la vería de nuevo.
El convoy llegó hasta él y la primer camioneta se detuvo a unos metros de distancia. Hombres armados con metralletas semiautomáticas descendieron de ella.
Zach se aferró al recuerdo de su amada, al rostro marmóreo con labios rosas que lo mismo lo habían besado como regañado, abrazó en su mente a la mujer para armarse de valor, las piernas le temblaban y en el pecho parecía haberse abierto un vórtice, y gritó:
-¡Necesito hablar con Randall Flagg!
sábado, 20 de septiembre de 2014
El número impar.
Yo soy el número impar, el lado izquierdo, lo siniestro. Soy el gemelo que absorbe los nutrientes del feto más débil. Soy quien por las noches susurra a tu oído y pone en tu cabeza dulces palabras de asesinato. Soy el parricidio, el regicidio, el infanticidio, el genocidio, toda lo bello de tu preciosa biblia.
Soy quien profana a dios sobre todas las cosas.
Soy quien toma el nombre de dios en vano.
martes, 9 de septiembre de 2014
La epístola de Jules Remeé.
El sol perlaba su frente de sudor, pero no importaba porque el mundialmente famoso torero Jules Remeé relucía brillante bajo el fulgor de los rayos dorados del astro, como la escultura de un antiguo dios griego. Los refulgentes rayos golpeaban las lentejuelas de su traje de luces, haciéndolo parecer más una visión envuelta en fuego que un hombre ordinario. Comenzaba el tercer tercio de la lidia, y la muleta de color rojo sangre contrastaba mucho mejor con su vestuario que el pálido capote purpúreo.
El plan era simple, ir colocando las banderillas en el lomo sangrante del animal, alargar la tercer lidia el mayor tiempo posible y dar el mejor espectáculo que pudiera antes de asesinar a sangre fría y limpiamente a la bestia con una estocada tan monumental, tan estética y poderosa que sería alabada en los diarios y recordada en los anales de la historia. Este era el momento más importante de su vida, por lo que había sacrificado tanto, por lo que había derramado sangre y sudor, literalmente. Se encontraba en la Plaza de Las Ventas,considerada la plaza más importante del mundo, sólo él y el animal, bajo la mirada expectante y escrutadora de miles de personas.
Pero había algo que ni Jules Remeé ni su mozo de espadas, ni nadie podía saber. Al final del segundo tercio, el Toro, que era un espécimen monumental de toro de lidia, había quedado ciego de un ojo. Un golpe mal encajado había enviado la mitad de su visión directo al otro mundo. Pero como todos los animales hacen cuando uno de sus sentidos deja de funcionar, recurren a cualquier otro del que puedan echar mano, el segundo en el orden jerárquico. Y el Toro recurrió al olfato. Su escasa vista, empañada -por si fuera poco-, con los vapores de la sangre, quedó completamente relegada.
Así que el Toro embistió contra el cobarde Jules Remeé con los ojos cerrados y únicamente buscando al hombre por medio de su aroma. Un aroma dulzón y agrio -la combinación de los perfumes para después del baño y sudor-, guió al Toro hasta su presa.
Cuando Remeé se dio cuenta que el Toro avanzaba con los ojos cerrados, y por ende su muleta de color rojo sangre poco le serviría, ya era demasiado tarde. Soltó el estoque al tiempo que un alarido hacía presa de su garganta. Era el grito afeminado del topo que ha sido descubierto en prisión y está a punto de ser violado por sus compañeros reos.
El Toro corneó a Jules Remeé en la entrepierna, cortándole un trozo de la base del pene e incrustando el cuerno dentro del escroto. La sangre brotó a chorros. La arena se salpicó de la sangre que no tardaría en comenzar a hervir. La multitud gritó excitada. Los asistentes de Remeé bajaron a la explanada y comenzaron a correr hacia el centro, donde se hallaba el pobre diablo, siendo pisoteado y corneado por un Toro que no daba rienda suelta sólo a su ira contenida, no, era la ira de toda una raza aplastándolo, clavándose en sus tendones y arrancándolos de tajo cada que alguno de los cuernos (de uno de los cuales colgaba inerte un pedazo más bien largo de intestino) salía hacia los dorados rayos del astro refulgente que iluminaba la escena, a todo y a todos.
Los asistentes llegaron y cobardemente mataron entre todos al valiente Toro, el héroe de nuestro relato.
Los ojos de Remeé se entornaron, pero antes de que se perdieran en la eternidad vio por última vez hacia el astro solar, directo al alma ardiente que parecía reírse con macabra indiferencia de la suerte del confiado Jules Remeé.
viernes, 5 de septiembre de 2014
Harkonnens: Anteposición
En el aire que recorría a ambos, además de ser helado, se podía sentir la tensión de una ruptura sentimental dramática. De esas en donde no hay llantos, ni abrazos, ni palabras reconfortantes aunque inútiles. El simple silencio corta todo, arranca de tajo la raíz del amor y deja en su lugar un cascarón, no vacío, pero sí lleno de algo opaco, carente de brillo, falto de vida.
Ella había sido clara en su resolución. El ultimátum no dejaba lugar a dudas ni malinterpretaciones. Si Raykof quería llevar a cabo el plan de venganza de su familia, ella no podía seguir amándolo. Si seguía adelante y abandonaba Lankiviel para adentrarse en el imperio, ella no iría con él. No podría soportar el derramamiento de sangre que un plan de tal envergadura naturalmente conllevaría.
La mujer de ojos azules lo había mirado directo a los ojos; los de ella cristalinos pero sin derramar una sola gota. Era una mujer fuerte, de las que escuchan tus problemas y te dan consejo aún y cuando los de ella sean mayores y se sienta abrumada. Su mirada penetró directo hasta el alma de Raykof Harkonnen. No vio al hombre que había amado durante 5 años, lo único que vio fue el odio insertado casi por adoctrinamiento, un encono que había formado una relación simbiótica con el espíritu del hombre, hasta tal punto que no se podía reconocer dónde empezaba el primero y terminaba el otro. Y la mujer supo que en el alma de Harkonnen ya no había lucha alguna que pelear.
Dio media vuelta y empezó a caminar, mientras su cabello se agitaba al viento y el frío azotaba su piel clara. Él la vio alejarse sin poder hacer o decir nada.
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En las noches más oscuras, cuando viejos fantasmas merodeaban los sueños de Raykof, era siempre esta imagen la que lograba despertarlo con la frente perlada de sudor y un alarido aullante en la garganta. El último recuerdo que guardaba de la única mujer a la que había amado y que lo había amado de vuelta. La última imagen que tenía de ella era un símbolo de desprecio, de rechazo, la imagen de quien te da la espalda.
Y era esta misma escena la que cruzó por su mente, nublándolo todo, mientras enterraba el cuchillo en el vientre del hombre que lo había retado.
Y lo acompañaría hasta el día en que muriera, mucho tiempo después de que su alma se hubiera marchitado al hundirse en un torbellino de venganza, muerte y dolor.
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Nota del Autor:
El segundo libro de Leyendas de Dune termina con la trágica inmolación de Xavier Harkonnen y su nombre manchado para siempre.
Ahora nos encontramos en el último libro La Batalla de Corrin. 50 años han pasado desde el anterior libro. Vorian Atreides se mantiene joven por fuera gracias a los tratamientos que le dio su padre en sus años en la Tierra, los cuales buscaban fortalecerlo para que algún día se convirtiera en un Cimek (un robot controlado por un cerebro humano extirpado del cuerpo), pero por dentro es un hombre sabio.
Los hijos de Xavier Harkonnen y Octa Butler han repudiado el apellido paterno y ahora todos adoptaron el apellido Butler, pese a que son los únicos a quienes Vorian les ha contado la verdad. Pero ninguno de ellos le cree, totalmente convencidos por la historia "oficial."
La Guerra contra las máquinas pensantes ha llegado a un punto crítico, nadie ataca, sólo defienden y temen mutuamente a su enemigo. La Yihad que se ha extendido ya por tres generaciones parece no tener fin.
Al principio del libro, Vorian le cuenta la verdad a Abulurd, uno de los nietos de Xavier, quien recién ha ingresado al ejército. Abulurd en su fuero interno siempre había sabido que su abuelo no podía ser un traidor, y ahora, con la confirmación de Vorian, decide volver a adoptar el apellido de su abuelo: Harkonnen. Lo cual no haría sino ganarle el desprecio tanto entre su familia como con el resto de personas de la Liga de los Nobles, para quienes el apellido Harkonnen es el peor de los insultos, una palabra asociada con el asesinato y la traición.
Pero juntos deciden que en cuanto las máquinas hayan sido derrotadas, harán pública la verdad sobre Xavier Harkonnen, y el apellido será limpiado de una vez por todas...
Capítulos anteriores:
El primer Retorno (Raykof Harkonnen)
Harkonnens: Príncipes en el Exilio III
Harkonnens: Príncipes en el Exilio II
Skyler Harkonnen
Blur Harkonnen
Harkonnens: Príncipes en el Exilio
Harkonnens: Lenkiviel
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Nota del Autor:
Una de sus más viles acciones, y la cual nos interesa aquí es esta: hace publica una alianza con los tleilaxu (humanos de un planeta no asociado a la Liga de Nobles ni dominado por las máuqinas). Y gracias a esta alianza será capaz de
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Nota del Autor:
El segundo libro de Leyendas de Dune termina con la trágica inmolación de Xavier Harkonnen y su nombre manchado para siempre.
Ahora nos encontramos en el último libro La Batalla de Corrin. 50 años han pasado desde el anterior libro. Vorian Atreides se mantiene joven por fuera gracias a los tratamientos que le dio su padre en sus años en la Tierra, los cuales buscaban fortalecerlo para que algún día se convirtiera en un Cimek (un robot controlado por un cerebro humano extirpado del cuerpo), pero por dentro es un hombre sabio.
Los hijos de Xavier Harkonnen y Octa Butler han repudiado el apellido paterno y ahora todos adoptaron el apellido Butler, pese a que son los únicos a quienes Vorian les ha contado la verdad. Pero ninguno de ellos le cree, totalmente convencidos por la historia "oficial."
La Guerra contra las máquinas pensantes ha llegado a un punto crítico, nadie ataca, sólo defienden y temen mutuamente a su enemigo. La Yihad que se ha extendido ya por tres generaciones parece no tener fin.
Al principio del libro, Vorian le cuenta la verdad a Abulurd, uno de los nietos de Xavier, quien recién ha ingresado al ejército. Abulurd en su fuero interno siempre había sabido que su abuelo no podía ser un traidor, y ahora, con la confirmación de Vorian, decide volver a adoptar el apellido de su abuelo: Harkonnen. Lo cual no haría sino ganarle el desprecio tanto entre su familia como con el resto de personas de la Liga de los Nobles, para quienes el apellido Harkonnen es el peor de los insultos, una palabra asociada con el asesinato y la traición.
Pero juntos deciden que en cuanto las máquinas hayan sido derrotadas, harán pública la verdad sobre Xavier Harkonnen, y el apellido será limpiado de una vez por todas...
Capítulos anteriores:
El primer Retorno (Raykof Harkonnen)
Harkonnens: Príncipes en el Exilio III
Harkonnens: Príncipes en el Exilio II
Skyler Harkonnen
Blur Harkonnen
Harkonnens: Príncipes en el Exilio
Harkonnens: Lenkiviel
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Nota del Autor:
Para poder entender a profundidad este pequeña historia, y todo el odio que emana de los peronajes con apellido Harkonnen, y con los cuales me siento completamente identificado, recomiendo enardecidamente leer los 3 libros de Leyendas de Dune, en los cuales se explica cuál fue la semilla de la traición que generó el odio visceral y enfermo entre los Harkonnen y los Atreides.
Estos libros son:
Nota del Autor:
Una de sus más viles acciones, y la cual nos interesa aquí es esta: hace publica una alianza con los tleilaxu (humanos de un planeta no asociado a la Liga de Nobles ni dominado por las máuqinas). Y gracias a esta alianza será capaz de
jueves, 4 de septiembre de 2014
El Primer Retorno (Raykof Harkonnen)
Los antepasados de Raykof Harkonnen le habían enseñado qué era el honor a la hora de matar a un hombre. Dado que lo más traicionero, la acción más cobarde que un hombre puede hacer es apuñalar a otro por la espalda; su opuesto, lo honorable debe ser mirarlo a los ojos mientras la chispa de la vida los abandona.
Y esta vez no fue diferente. El hombre había buscado pleito, lo había retado a un duelo; Raykof había aceptado, y ahora finalmente, después de una lucha encarnizada en donde ambos hombres se deslizaban sobre las puntas de los pies intentado alcanzar al otro y traspasar el escudo de energía personal que protegía a cada uno de ellos, finalmente Raykof había logrado deslizar su cuchillo con empuñadura de fibra de vidrio y filo de aleación de titanio primero a través del escudo -el cual si bien era impenetrable cuando de proyectiles lanzados a gran velocidad se trataba, o invulnerable ante los 95 kilos de musculatura de Raykof, -, tenía un punto débil: un cuchillo o cualquier objeto punzante, presionando a la velocidad adecuada, podía traspasarlo y con ello se podía herir de muerte al usuario del escudo.
Cuando Raykof sintió la cálidez de la sangre de su oponente deslizarse por su propia mano como un insecto de patas largas y tibias descendiendo por su antebrazo, fue cuando miró a los ojos al hombre. Desactivó su escudo, el aura de luz casi imperceptible que vibraba alrededor suyo se desvaneció y Harkonnen quedó sin protección.
-Jamás retes a un Harkonnen.
Una exclamación ahogada recorrió la audiencia que observaba con oscura fascinación el duelo. Ninguno de los presentes había conocido jamás a alguien que llevara ese apellido -es mas, ni siquiera sus abuelos lo habían hecho-, hace generaciones que se creía que el apellido se había extinto, que sólo pertenecía a los libros de historia.
Raykof era consciente de ello. El apellido que portaba era tabú, la historia y los Atreides se habían encargado de que así fuera, convirtiendo el apellido en sinónimo de traición. Pero la verdadera traición había sido cometida por los Atreides.
Pero no importaba, ahora los Harkonnen eran inmensamente ricos, y tras una larga espera de varias generaciones, finalmente volverían al centro del imperio galáctico y reclamarían el lugar que por derecho les pertenecía. Así tuvieran que emplear la fuerza y aplastar a quien se interpusiera en su camino, y Raykof contaba con ello.
Raykof "El Toro" Harkonnen no era más que la punta de lanza envenenada de lo que vendría a continuación. Los Harkonnen harían arder la galaxia, harían pagar a las otras casas el haberlos exiliado durante siglos e impondrían un nuevo orden. Un orden sangriento donde sólo los más fuertes, los más violentos tendrían cabida.
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Nota del Autor:
Sigamos con la historia de Iblis Ginjo. Tras la muerte de Serena Butler, la batalla contra las máquinas pensantes se recrudece. A tal punto que los humanos entran en una especie de modo, aniquilarlas sin importar el costo, sin importar el medio...
Iblis Ginjo hace un anuncio: Se ha aliado con los tleilaxu (humanos de un planeta que no está asociado a la Liga de Nobles y que tampoco ha sido conquistado por las máquinas. Los tleilaxu suelen hacer avances tecnológicos en genética considerables). Y juntos, van a proveer a los soldados humanos heridos con uno de sus grandes avances. Han creado granjas de órganos sintéticos, capaces de ser trasplantados a cualquier persona, con lo que muchos de estos soldados veteranos, incapacitados, podrán volver a la guerra.
Pero hay un oscuro secreto. Estas "granjas" de órganos creados de manera sintética, no son reales. Son sólo una fachada para el verdadero plan de Iblis. Él, junto con los tleilaxu, están secuestrando cientos de miles de personas inocentes de los planetas no alineados y es de ahí de donde consiguen los órganos que usan para los soldados. Dejan morir lentamente a esta gente, quitándoles sus órganos poco a poco, conforme los van necesitando.
Xavier Harkonnen se entera de esto en la visita que hace al planeta de los tleilaxu y decide poner fin de una vez por todas con las maldades que Iblis está cometiendo en nombre de la Yihad. Cuando salen del planeta de los tleilaxu, Xavier Harkonnen secuestra la nave en la que viaja junto con Iblis, y decide lanzarla contra el sol de ese sistema solar. Sacrificándose así por toda la humanidad inocente que había sufrido a manos de Iblis.
Antes de morir, Xavier envía con su ayudante una carta a su mejor amigo: Vorian Atreides. En la carta, Xavier explica los planes de Iblis y todos los actos viles que había cometido. También le avisa a Vorian sobre su plan para poner fin a su vida y así acabar con la maldad de Iblis. Pero le pide a Vorian que por favor no haga pública toda esta información, ya que Iblis es una de las personas más respetadas y más importantes para la Yihad, y si la verdad llegara a conocerse, si la gente supiera que Iblis es en realidad un monstruo, la llama de la lucha contra las máquinas se apagaría por completo.
Es así como Vorian, al final del segundo libro, se guarda la carta y decide honrar el último deseo de su amigo y héroe. No va a revelar la verdad hasta que la Yihad haya terminado y las máquinas pensantes hayan sido aniquiladas.
Y de esta manera el apellido Harkonnen pasa a la historia como sinónimo de alta traición.
Pero esto aún no explica el odio visceral de los Harkonnen contra los Atreides. Recuerden la frase de la novela original: "Los Harkonnen odian a los Atreides, porque fue un Atreides quien mando a un Harkonnen al Exilio por Cobardía."
Pero la explicación a esto es algo que me tengo reservado para el siguiente capítulo...
Esta historia continúa en:
Harkonnens: Anteposición
Capítulos anteriores:
Harkonnens: Príncipes en el Exilio III
Harkonnens: Príncipes en el Exilio II
Skyler Harkonnen
Blur Harkonnen
Harkonnens: Príncipes en el Exilio
Harkonnens: Lenkiviel
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Nota del Autor:
Sigamos con la historia de Iblis Ginjo. Tras la muerte de Serena Butler, la batalla contra las máquinas pensantes se recrudece. A tal punto que los humanos entran en una especie de modo, aniquilarlas sin importar el costo, sin importar el medio...
Iblis Ginjo hace un anuncio: Se ha aliado con los tleilaxu (humanos de un planeta que no está asociado a la Liga de Nobles y que tampoco ha sido conquistado por las máquinas. Los tleilaxu suelen hacer avances tecnológicos en genética considerables). Y juntos, van a proveer a los soldados humanos heridos con uno de sus grandes avances. Han creado granjas de órganos sintéticos, capaces de ser trasplantados a cualquier persona, con lo que muchos de estos soldados veteranos, incapacitados, podrán volver a la guerra.
Pero hay un oscuro secreto. Estas "granjas" de órganos creados de manera sintética, no son reales. Son sólo una fachada para el verdadero plan de Iblis. Él, junto con los tleilaxu, están secuestrando cientos de miles de personas inocentes de los planetas no alineados y es de ahí de donde consiguen los órganos que usan para los soldados. Dejan morir lentamente a esta gente, quitándoles sus órganos poco a poco, conforme los van necesitando.
Xavier Harkonnen se entera de esto en la visita que hace al planeta de los tleilaxu y decide poner fin de una vez por todas con las maldades que Iblis está cometiendo en nombre de la Yihad. Cuando salen del planeta de los tleilaxu, Xavier Harkonnen secuestra la nave en la que viaja junto con Iblis, y decide lanzarla contra el sol de ese sistema solar. Sacrificándose así por toda la humanidad inocente que había sufrido a manos de Iblis.
Antes de morir, Xavier envía con su ayudante una carta a su mejor amigo: Vorian Atreides. En la carta, Xavier explica los planes de Iblis y todos los actos viles que había cometido. También le avisa a Vorian sobre su plan para poner fin a su vida y así acabar con la maldad de Iblis. Pero le pide a Vorian que por favor no haga pública toda esta información, ya que Iblis es una de las personas más respetadas y más importantes para la Yihad, y si la verdad llegara a conocerse, si la gente supiera que Iblis es en realidad un monstruo, la llama de la lucha contra las máquinas se apagaría por completo.
Es así como Vorian, al final del segundo libro, se guarda la carta y decide honrar el último deseo de su amigo y héroe. No va a revelar la verdad hasta que la Yihad haya terminado y las máquinas pensantes hayan sido aniquiladas.
Y de esta manera el apellido Harkonnen pasa a la historia como sinónimo de alta traición.
Pero esto aún no explica el odio visceral de los Harkonnen contra los Atreides. Recuerden la frase de la novela original: "Los Harkonnen odian a los Atreides, porque fue un Atreides quien mando a un Harkonnen al Exilio por Cobardía."
Pero la explicación a esto es algo que me tengo reservado para el siguiente capítulo...
Esta historia continúa en:
Harkonnens: Anteposición
Capítulos anteriores:
Harkonnens: Príncipes en el Exilio III
Harkonnens: Príncipes en el Exilio II
Skyler Harkonnen
Blur Harkonnen
Harkonnens: Príncipes en el Exilio
Harkonnens: Lenkiviel
lunes, 1 de septiembre de 2014
In Solitude, (Life)
¿La soledad se aprende, es adquirida, o viene acaso incrustada en nuestros genes, formando parte de la cadena del ADN? ¿Es acaso un mal congénito o un don que nos permite explotar nuestros talentos artísticos?
Filósofos y gente más pragmática (y quizá por ello con un punto de vista mucho más valido que los primeros) llevan siglos haciéndose la misma pregunta. Los primeros desde un nicho cómodo en el que son vistos como estudiosos o gente intelectual, mientras que los segundos lo hacen desde una trinchera radicalmente distinta -sin glamour, sin versos, sin estar subidos en el pedestal donde la gente mundana y trivial coloca a los filósofos-, lo hacen desde la soledad de sus habitaciones, al llegar el final del día, cuando el sol ha desaparecido tras el ocaso y las máscaras de las que son portadores durante el día, caen.
Cuando no hay quien pueda verte, oírte, ni consolarte, es el momento en que empiezas a ser honesto contigo mismo. Cuando el telón cae y dejas de guardar las apariencias, y tus demonios descienden hasta tu cama y se recuestan a tu lado es entonces que comprendes la verdadera naturaleza de tu ser.
El porqué se clava en tu corteza cerebral y lo entiendes, mientras los mismos demonios que te ayudan a conciliar el sueño te arrastran con dedos largos y fríos hacia el inframundo de los sueños, un mundo donde comprendes la verdad, ves todo como realmente es, ves las oportunidades perdidas, lo que pudo haber sido, el primer amor que dejaste ir, la chica que escapó porque no peleaste lo suficiente.
El porqué se clava en tu corteza cerebral y lo entiendes, mientras los mismos demonios que te ayudan a conciliar el sueño te arrastran con dedos largos y fríos hacia el inframundo de los sueños, un mundo donde comprendes la verdad, ves todo como realmente es, ves las oportunidades perdidas, lo que pudo haber sido, el primer amor que dejaste ir, la chica que escapó porque no peleaste lo suficiente.
Pero al despertar, y eso no es de extrañar, ya que nos sucede a todos, olvidas las lecciones aprendidas durante el sueño, la verdad te es esquiva nuevamente y comienzas a preguntarte una vez más si la soledad se aprende, es adquirida o si acaso viene incrustada en los genes.
Y la ruleta sin fin sigue girando, una, otra y otra vez.
jueves, 28 de agosto de 2014
The Real Deal.
El hombre se quitó la playera desgastada, la arrojó a un rincón de la habitación. Comenzó a andar de un lado a otro del pequeño cuarto.
Yo sé quien realmente eres, he visto tu verdadero yo
Cállate, ni siquiera eres real.
Las manos se abrían y cerraban con un crispamiento continuo de los dedos nerviosos, los cuales asemejaban a los de alguien con artritis.
Debo de existir, no? Al fin y al cabo soy parte de ti, eso debería servir de algo, no?
Los dedos aferraron los libros del estante, los músculos se tensaron bajo la piel y la espalda mostró una definición que sólo el levantamiento de pesas puede otorgar. Con la misma diligencia con que habían sido tomados, los libros volaron por los aires para chocar contra la pared y acto seguido ir a parar al suelo, desperdigado por una esquina y con las hojas abiertas, como cadáveres con los brazos extendidos.
Sólo un loco escucharía tus palabras.
Mis palabras no son necias, y no sólo los locos me pondrían atención, los enamorados también llegan a escucharme.
Y ciertas eran las palabras de aquel espíritu o entidad o fracción no aceptada de la personalidad del hombre, al referirse a los enamorados, aquellas personas que al alcanzar un nivel encumbrado de paroxismo frenético han llegado a oír aquella voz que convive diariamente con las personas a quien solemos denominar -no sabría precisar si erróneamente -, como locos de remate. Y no sólo la escuchan, no, llevan a cabo actos de locura basándose en el consejo de esta voz. Pero al abanderar sus actos en nombre del amor, estos se vuelven tolerables y hasta aceptados. Y pronto, cuando caen de ese vertiginoso cúmulo de sentimientos, dejan de oír la voz; se va silenciando hasta convertirse en un susurro, para luego desaparecer en las profundidades oscuras de la nada inmaterial.
El hombre miró hacia el espejo, los tendones del cuello se tensaron. Hoy como tantas otras veces no sabía de quién era la mirada en los ojos que le regresaba la imagen del espejo. Y a fin de cuentas, acaso importaba realmente?
Tú algún día fuiste uno de ellos.
El hombre miró con ojos profundos hacia su reflejo, sin dar respuesta.
De los enamorados, quiero decir.
Siguió sin responder, ahora su boca se había crispado en un rictus sardónico.
Pudimos haber sido extraordinarios.
Siguió sin haber respuesta.
Yo sé quien realmente eres, he visto tu verdadero yo
Cállate, ni siquiera eres real.
Las manos se abrían y cerraban con un crispamiento continuo de los dedos nerviosos, los cuales asemejaban a los de alguien con artritis.
Debo de existir, no? Al fin y al cabo soy parte de ti, eso debería servir de algo, no?
Los dedos aferraron los libros del estante, los músculos se tensaron bajo la piel y la espalda mostró una definición que sólo el levantamiento de pesas puede otorgar. Con la misma diligencia con que habían sido tomados, los libros volaron por los aires para chocar contra la pared y acto seguido ir a parar al suelo, desperdigado por una esquina y con las hojas abiertas, como cadáveres con los brazos extendidos.
Sólo un loco escucharía tus palabras.
Mis palabras no son necias, y no sólo los locos me pondrían atención, los enamorados también llegan a escucharme.
El hombre miró hacia el espejo, los tendones del cuello se tensaron. Hoy como tantas otras veces no sabía de quién era la mirada en los ojos que le regresaba la imagen del espejo. Y a fin de cuentas, acaso importaba realmente?
Tú algún día fuiste uno de ellos.
El hombre miró con ojos profundos hacia su reflejo, sin dar respuesta.
De los enamorados, quiero decir.
Siguió sin responder, ahora su boca se había crispado en un rictus sardónico.
Pudimos haber sido extraordinarios.
Siguió sin haber respuesta.
lunes, 4 de agosto de 2014
psycho.
El chico se acercó hasta ella con una sonrisa radiante en el rostro, un caminar gallardo, espalda erguida y mentón bien levantado, era la viva imagen de un caballero, un príncipe azul al que ninguna mujer que hubiera soñado alguna vez con un cuento de hadas podría rechazar. Pero ella lo hizo.
-Largo de aquí -gruñó ella y se subió a la banda deslizadora-. Odio a los tipos como tú.
-¿Cómo yo? -preguntó incrédulo.
A su alrededor tipos musculosos y mujeres con pantalones deportivos ceñidos a las piernas emitían gemidos o exhalaban ruidosamente al hacer repetición tras repetición en el aparato en turno o al levantar las pesas.
-Sí, sujetos que andan por ahí siendo amables, encantadores.
-¿En serio?
Antes de terminar de pronunciar la última sílaba la sonrisa se esfumó de sus labios, los ojos se ensombrecieron, hundiéndose dentro de las cuencas, los pómulos se destensaron. El chico dejó de fingir.
Fue sólo entonces cuando ella comenzó a prestarle realmente atención.
-Largo de aquí -gruñó ella y se subió a la banda deslizadora-. Odio a los tipos como tú.
-¿Cómo yo? -preguntó incrédulo.
A su alrededor tipos musculosos y mujeres con pantalones deportivos ceñidos a las piernas emitían gemidos o exhalaban ruidosamente al hacer repetición tras repetición en el aparato en turno o al levantar las pesas.
-Sí, sujetos que andan por ahí siendo amables, encantadores.
-¿En serio?
Antes de terminar de pronunciar la última sílaba la sonrisa se esfumó de sus labios, los ojos se ensombrecieron, hundiéndose dentro de las cuencas, los pómulos se destensaron. El chico dejó de fingir.
Fue sólo entonces cuando ella comenzó a prestarle realmente atención.
viernes, 1 de agosto de 2014
Counselor.
Los ojos del embajador Zelligman, hundidos detrás de unas profundas ojeras, no reflejaban compasión alguna. Las manos a la altura de la barbilla y espalda reclinada, con los codos sobre la mesa; todo en él dejaba traslucir una completa y absoluta concentración y una ferviente decisión.
Afuera, a través del enorme cristal que había en lugar de pared, el cielo de un azul oscuro
estaba a punto de cederle el paso a la fría noche de invierno. El piso en donde se encontraban el embajador y el Concejal Roger Willis, quien permanecía sentado frente al primero, estaba tan alto en el edificio que las nubes mas bajas estaban al alcance de la mano, eso claro de no haber estado sellados herméticamente todos los cristales a partir del piso 50.
-Ellos nos confinaron a este planeta- la voz del embajador era ácido-.Y ahora que se enfrentan a un enemigo que jamás podrán vencer acuden a nosotros por ayuda.
-Lo sé, pero ¿realmente merecen que les demos la espalda en este momento de angustia, ahora que todas y cada una de las razas que cohabitan con nosotros en la galaxia están al borde de la extinción?
-Mil años han pasado Willis, no lo olvides, mil años en que la Tierra, la cuna de la humanidad-esto último lo dijo sin disimular la ironía-, ha sufrido sobrepoblación, hambrunas, decadencia. La gente nace sin parar y cada vez tarda más en morir.
-No lo hago señor, pero un enemigo común se cierne sobre todos, sin importarle las diferencias que puedan existir entre las razas interplanetarias.
-Lo sé.
-Entonces no podemos simplemente ignorar todo y dejar que vaya extinguiendo la vida planeta por planeta.
-Creo Willis, que usted me ha malentendido, o quizá no he sido del todo claro, por supuesto que no les vamos a dar la espalda. Es más, vamos a proporcionarles el arma necesaria para acabar con el enemigo.
Los ojos del embajador brillaron con malicia, con rencor. Las venas de sus ojos resaltaban dejando ver el cansancio físico al que estaba sometido. Se dejó ir en el respaldo, su torso hundiéndose en el asiento, el cabello que al inicio el día lucía bien peinado e impoluto, ahora era una masa enredada que le caía sobre la frente.
-No estará pensando darles el arma que....
-Ya lo creo que sí. Es la única forma de acabar con el enemigo común. Acaso no ve la genialidad de todo. Es la única forma de acabar con un enemigo de semejante implacabilidad.
-Un arma cuyo disparo produce una explosión equivalente a un millón de bombas atómicas no dejará a casi nadie con vida en los planetas donde ocurran los disparos.Y aquellos a quienes la explosión no mate, la radiación lo hará. Y si los informes son correctos, los planetas que están siendo invadidos equivalen al 98% de los planetas con vida inteligente.
-Pero el proyectil disparado tiene una potencia atómica diez veces mayor a eso, así que dígame ¿qué enemigo sería capaz de resistir tanto poder?
-Está hablado de un genocidio masivo, de varios miles de billones de vidas, es un coste demasiado alto para frenar al enemigo.
-A mi parecer, es la única forma de terminar esta guerra de manera definitiva. Y al final la única raza que quedará en pie seremos nosotros. Y los humanos finalmente podremos alcanzar nuestro destino, conquistar la galaxia.
Ahora la noche y su oscuridad habían pasado a apoderarse del cielo. Ninguna estrella brillaba en el firmamento.
Afuera, a través del enorme cristal que había en lugar de pared, el cielo de un azul oscuro
estaba a punto de cederle el paso a la fría noche de invierno. El piso en donde se encontraban el embajador y el Concejal Roger Willis, quien permanecía sentado frente al primero, estaba tan alto en el edificio que las nubes mas bajas estaban al alcance de la mano, eso claro de no haber estado sellados herméticamente todos los cristales a partir del piso 50.
-Ellos nos confinaron a este planeta- la voz del embajador era ácido-.Y ahora que se enfrentan a un enemigo que jamás podrán vencer acuden a nosotros por ayuda.
-Lo sé, pero ¿realmente merecen que les demos la espalda en este momento de angustia, ahora que todas y cada una de las razas que cohabitan con nosotros en la galaxia están al borde de la extinción?
-Mil años han pasado Willis, no lo olvides, mil años en que la Tierra, la cuna de la humanidad-esto último lo dijo sin disimular la ironía-, ha sufrido sobrepoblación, hambrunas, decadencia. La gente nace sin parar y cada vez tarda más en morir.
-No lo hago señor, pero un enemigo común se cierne sobre todos, sin importarle las diferencias que puedan existir entre las razas interplanetarias.
-Lo sé.
-Entonces no podemos simplemente ignorar todo y dejar que vaya extinguiendo la vida planeta por planeta.
-Creo Willis, que usted me ha malentendido, o quizá no he sido del todo claro, por supuesto que no les vamos a dar la espalda. Es más, vamos a proporcionarles el arma necesaria para acabar con el enemigo.
Los ojos del embajador brillaron con malicia, con rencor. Las venas de sus ojos resaltaban dejando ver el cansancio físico al que estaba sometido. Se dejó ir en el respaldo, su torso hundiéndose en el asiento, el cabello que al inicio el día lucía bien peinado e impoluto, ahora era una masa enredada que le caía sobre la frente.
-No estará pensando darles el arma que....
-Ya lo creo que sí. Es la única forma de acabar con el enemigo común. Acaso no ve la genialidad de todo. Es la única forma de acabar con un enemigo de semejante implacabilidad.
-Un arma cuyo disparo produce una explosión equivalente a un millón de bombas atómicas no dejará a casi nadie con vida en los planetas donde ocurran los disparos.Y aquellos a quienes la explosión no mate, la radiación lo hará. Y si los informes son correctos, los planetas que están siendo invadidos equivalen al 98% de los planetas con vida inteligente.
-Pero el proyectil disparado tiene una potencia atómica diez veces mayor a eso, así que dígame ¿qué enemigo sería capaz de resistir tanto poder?
-Está hablado de un genocidio masivo, de varios miles de billones de vidas, es un coste demasiado alto para frenar al enemigo.
-A mi parecer, es la única forma de terminar esta guerra de manera definitiva. Y al final la única raza que quedará en pie seremos nosotros. Y los humanos finalmente podremos alcanzar nuestro destino, conquistar la galaxia.
Ahora la noche y su oscuridad habían pasado a apoderarse del cielo. Ninguna estrella brillaba en el firmamento.
lunes, 23 de junio de 2014
La chica de MullHolland Drive.
Sus miradas se cruzaron efímeramente en medio del bullicio y el gentío, de todas las azarosas posibilidades que había en ese día, encontraron la única que los colocaba a ambos en un punto donde sus ojos podían cruzarse.
Él se quedó quieto, helado. Un niño que pasaba tomado de la mano de su apresurada madre, lo vio y pensó que se trataba de un maniquí. El pequeño alargó la mano intentando tocar los dedos, y ver si eran de plástico o de carne y hueso, pero el jalón de su madre hacia el lado opuesto se lo impidió.
La chica, como es habitual, intentó disimular, hacerse la fría, sostuvo su mirada y sintió un huracán en su estómago. Los hombres que pasaban, e incluso algunas mujeres, contemplaban embelesados su piel nívea, contrastada por un largo, liso y sedoso cabello azabache. La belleza de aquella mujer crecía exponencialmente a medida que uno se acercaba a ella. No sólo era una niña recién convertida en mujer, era toda una visión para quien la contemplara.
El pobre muchacho -atacado por un arrebato de enamoramiento, un torbellino de sensaciones-, de pie como una estatua, junto al barandal del segundo piso de la estación de trenes, miró esos ojos almendrados, pensando que podían hacer que imperios enteros se hincaran ante ella.
La chica tardó en reaccionar, no tenía ni idea de que misteriosa y arbitraria razón la había llevado a elevar la mirada en ese preciso instante.
Ambos salieron del trance al mismo tiempo, pero antes de que alguno de los dos pudiera echar a correr a los brazos del otro, un grito, parecido a un alarido, inundó la estación.
La gente se quedó pasmada, algunas personas incluso petrificadas. Ese gritó no era normal, helaba la sangre.
Entonces fue cuando todo empezó, el caos, los vidrios rotos, torrentes de personas corriendo, huyendo hacia todas direcciones. Él bajo a tropel las escaleras, a base de codazos y apretándose contra la multitud; ella permaneció donde estaba, intentando no perderlo de vista, para que pudiera llegar hasta ella.
Cuando estuvieron a un metro de distancia, ambos alargaron las manos, sus dedos se enroscaron entre sí. Él la tomó entre sus brazos y le dio el más largo primer beso. Y el último.
sábado, 21 de junio de 2014
Fragmento I
Su voz era penetrante y lasciva.
-Me encantan los gritos de esa chica; grita como si la estuvieras follando y al momento de correrte, en vez de eyacular semen dentro de ella, fueran pequeños alfileres.
Su amigo, el tímido y bajito Miguel lo observaba sin saber bien qué pensar. Aunque Julián era la persona más sociable y simpática la mayor parte del tiempo; en la escuela, en los bares o como ahora mismo, en el gimnasio; había momentos como aquel, en que soltaba unas frases que te hacían pensar que estabas tratando con un jodido psicópata.
Las chicas lo adoraban, y era natural, su carisma sólo era comparable con su honestidad. Cuando una chica era fea, le escupía la verdad a la cara y el resto de chicas, aunque fueran amigas de la pobre, caían rendidas ante él.
Miguel por el otro lado era lo que en las peliculas de Hollywood llamarían simple y llanamente: un perdedor.
Estudiaba de más, físicamente pasaba fácilmente desapercibido, y en las pocas relaciones que había logrado entablar, trataba bien a las niñas con quienes salía -como lo hacían los sujetos en las chic flicks que había visto-, las cuales al final de la cita lo mandaban muy muy lejos, con una metafórica patada en los huevos.
Ni siquiera sabía bien porqué eran amigos, Julián podría tener como amigo a quien quisiera, y sin embargo lo había elegido a él.
Quizá era el destino, tal vez estaban juntos para que Miguel pudiera aprender a ser más como su amigo.
Siguió la mirada de Julián hacia la chica que hacía sentadillas mientras la tela de su ajustado leggins se apretaba contra los bordes de su diminuta braga. La chica llegó al final de su serie y repitió el grito.
Miguel rió alto y largo, a carcajadas desbordadas.
La gente, los vigoréxicos y las exhibicionistas se le quedaron viendo, juzgándolo. No importaba.
-Tienes toda la razón amigo- aulló con helada voz.
-Me encantan los gritos de esa chica; grita como si la estuvieras follando y al momento de correrte, en vez de eyacular semen dentro de ella, fueran pequeños alfileres.
Su amigo, el tímido y bajito Miguel lo observaba sin saber bien qué pensar. Aunque Julián era la persona más sociable y simpática la mayor parte del tiempo; en la escuela, en los bares o como ahora mismo, en el gimnasio; había momentos como aquel, en que soltaba unas frases que te hacían pensar que estabas tratando con un jodido psicópata.
Las chicas lo adoraban, y era natural, su carisma sólo era comparable con su honestidad. Cuando una chica era fea, le escupía la verdad a la cara y el resto de chicas, aunque fueran amigas de la pobre, caían rendidas ante él.
Miguel por el otro lado era lo que en las peliculas de Hollywood llamarían simple y llanamente: un perdedor.
Estudiaba de más, físicamente pasaba fácilmente desapercibido, y en las pocas relaciones que había logrado entablar, trataba bien a las niñas con quienes salía -como lo hacían los sujetos en las chic flicks que había visto-, las cuales al final de la cita lo mandaban muy muy lejos, con una metafórica patada en los huevos.
Ni siquiera sabía bien porqué eran amigos, Julián podría tener como amigo a quien quisiera, y sin embargo lo había elegido a él.
Quizá era el destino, tal vez estaban juntos para que Miguel pudiera aprender a ser más como su amigo.
Siguió la mirada de Julián hacia la chica que hacía sentadillas mientras la tela de su ajustado leggins se apretaba contra los bordes de su diminuta braga. La chica llegó al final de su serie y repitió el grito.
Miguel rió alto y largo, a carcajadas desbordadas.
La gente, los vigoréxicos y las exhibicionistas se le quedaron viendo, juzgándolo. No importaba.
-Tienes toda la razón amigo- aulló con helada voz.
lunes, 2 de junio de 2014
El nacimiento de un dios.
Y cuando el príncipe retorne todo será oscuridad. Las calles y el cielo se teñirán del rojo de la sangre. Los ríos morirán envenenados, los animales se volverán en cenizas y aquellas plantas y frutos comestibles quemará la garganta del pobre que decida comer de ellos. Las serpientes heredarán la Tierra. El sinuoso caminar de las putas hechizará a los hombres débiles, viéndose arrastrados hacia la carencia de luz, donde serán desollados entre gritos de agonía y terror mientras ven reflejado en los ojos nocturnos de la mujer demonio los estertores de la muerte que convirtieron el alma llena de luz de un ángel en el pozo más pútrido y carente de pasión.
miércoles, 28 de mayo de 2014
Harkonnens: Príncipes en el exilio III.
Ansío la sangre por sobre todas las cosas.
Siempre he sido un oscuro vástago de la noche. Pero ella me hace querer cambiar, me hace desear ser un caballero arquetipico en armadura reluciente. Algo que no podré ser, eso jamás sucederá sin importar con cuánto ahínco lo desee. Un príncipe en el exilio jamás podrá ser un príncipe azul. El destierro te transforma, te agría el alma como fruto caído del árbol que nadie comió.
Aunque esa mujer, con sus ojos almendrados me hace sentir que puedo cambiar; no lo deseo.
El deseo de venganza, de tomar una revancha por generaciones aplazada, es más fuerte que cualquier vínculo afectivo que pueda desarrollar. El honor de una familia, de generaciones de ella, depende de la frialdad de mi alma, de mi pétreo corazón. Dejar entrar en estos momentos la calidez de su piel y la dulzura de sus palabras a mi mente, constituiría la perdición para mi noble causa, una causa para la que mi familia lleva preparándose generación tras generación desde el momento de la traición, seguida por el destierro.
Vivir en un mundo helado, termina por transformarte, la frialdad de su atmósfera de una u otra forma termina encontrando la manera de colarse entre tus venas, hasta volverse parte de ti. Hasta que un día despiertas y descubres que en tu corazón sólo hay lugar para la venganza, y no quieres que nada ni nadie se interponga en tu camino, porque quienquiera que lo haga, sólo podrá tener un desenlace posible; salir lastimado en el mejor de los casos.
--------------------
Esta historia continúa en:
El primer Retorno (Raykof Harkonnen)
Siempre he sido un oscuro vástago de la noche. Pero ella me hace querer cambiar, me hace desear ser un caballero arquetipico en armadura reluciente. Algo que no podré ser, eso jamás sucederá sin importar con cuánto ahínco lo desee. Un príncipe en el exilio jamás podrá ser un príncipe azul. El destierro te transforma, te agría el alma como fruto caído del árbol que nadie comió.
Aunque esa mujer, con sus ojos almendrados me hace sentir que puedo cambiar; no lo deseo.
El deseo de venganza, de tomar una revancha por generaciones aplazada, es más fuerte que cualquier vínculo afectivo que pueda desarrollar. El honor de una familia, de generaciones de ella, depende de la frialdad de mi alma, de mi pétreo corazón. Dejar entrar en estos momentos la calidez de su piel y la dulzura de sus palabras a mi mente, constituiría la perdición para mi noble causa, una causa para la que mi familia lleva preparándose generación tras generación desde el momento de la traición, seguida por el destierro.
Vivir en un mundo helado, termina por transformarte, la frialdad de su atmósfera de una u otra forma termina encontrando la manera de colarse entre tus venas, hasta volverse parte de ti. Hasta que un día despiertas y descubres que en tu corazón sólo hay lugar para la venganza, y no quieres que nada ni nadie se interponga en tu camino, porque quienquiera que lo haga, sólo podrá tener un desenlace posible; salir lastimado en el mejor de los casos.
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Esta historia continúa en:
El primer Retorno (Raykof Harkonnen)
Capítulos anteriores:
Harkonnens: Lenkiviel
Nota del Autor:
Supongo que al terminar de leer este capítulo mueren de ganas de conocer cuál fue la verdadera traición, ¿no es así?
Pues no se preocupen, que esa razón va a ser destapada aquí... a su debido tiempo.
Mientras déjenme darles un breve resumen del segundo libro: La Cruzada de las Máquinas.
Serena Butler, tras la tragedia al final del libro anterior, se recluye, y se vuelve una especie de sacerdotisa/idola que sólo busca un fin, ser el símbolo que mantenga viva la flama de la Yihad en la lucha contra las máquinas pensantes. Por lo tanto, ni Vorian Atreides ni Xavier Harkonnen tienen ahora oportunidad alguna de pasar sus vidas con ella. Aunque recordemos que ahora Xavier es ya un hombre casado y padre de familia.
Vorian, ahora que ha abierto los ojos y ve a las máquinas tal y como son se ha convertido en un personaje importante en la lucha contra los robots. Él y Xavier se vuelven los mejores amigos y juntos pelean una batalla encarnizada contra Omnius y contra los Cimeks.
Iblis Ginjo, el infame Iblis Ginjo, otrora un gran personaje heroico y hasta admirable, ahora se ha corrompido por el poder que tiene dentro de la Liga de los Nobles (Así es como se llaman el conjunto de planetas libres asociados en la lucha contra las máquinas). Su ambición es desmedida y parece que nadie podrá detenerlo.
Cuando los humanos, cansados de tanta guerra y muerte, deciden firmar un tratado de paz con Omnius, quien al ser una máquina también ve coherente y estadísticamente correcto este trato.
Serena se ofrece para ir en persona a pactar con las máquinas. Pero ni ella ni Iblis quieren la paz. Ambos odian con todas sus fuerzas a las máquinas, y juntos planean una traición: asesinar a Serena durante su encuentro con las máquinas y así poder culparlas y así enardecer los ánimos de la humanidad, reavivar la llama de la Yihad y continuar la cruenta guerra.
Serena es asesinada y el plan de Iblis marcha a la perfección. Y esta es la primera muestra del gran villano en que se convertirá. Aunque lamentablemente pasará a la historia como un mártir, y Xavier Harkonnen, el verdadero héroe, será maldecido por toda la humanidad...
La Semilla de la traición
Nota del Autor:
Supongo que al terminar de leer este capítulo mueren de ganas de conocer cuál fue la verdadera traición, ¿no es así?
Pues no se preocupen, que esa razón va a ser destapada aquí... a su debido tiempo.
Mientras déjenme darles un breve resumen del segundo libro: La Cruzada de las Máquinas.
Serena Butler, tras la tragedia al final del libro anterior, se recluye, y se vuelve una especie de sacerdotisa/idola que sólo busca un fin, ser el símbolo que mantenga viva la flama de la Yihad en la lucha contra las máquinas pensantes. Por lo tanto, ni Vorian Atreides ni Xavier Harkonnen tienen ahora oportunidad alguna de pasar sus vidas con ella. Aunque recordemos que ahora Xavier es ya un hombre casado y padre de familia.
Vorian, ahora que ha abierto los ojos y ve a las máquinas tal y como son se ha convertido en un personaje importante en la lucha contra los robots. Él y Xavier se vuelven los mejores amigos y juntos pelean una batalla encarnizada contra Omnius y contra los Cimeks.
Iblis Ginjo, el infame Iblis Ginjo, otrora un gran personaje heroico y hasta admirable, ahora se ha corrompido por el poder que tiene dentro de la Liga de los Nobles (Así es como se llaman el conjunto de planetas libres asociados en la lucha contra las máquinas). Su ambición es desmedida y parece que nadie podrá detenerlo.
Cuando los humanos, cansados de tanta guerra y muerte, deciden firmar un tratado de paz con Omnius, quien al ser una máquina también ve coherente y estadísticamente correcto este trato.
Serena se ofrece para ir en persona a pactar con las máquinas. Pero ni ella ni Iblis quieren la paz. Ambos odian con todas sus fuerzas a las máquinas, y juntos planean una traición: asesinar a Serena durante su encuentro con las máquinas y así poder culparlas y así enardecer los ánimos de la humanidad, reavivar la llama de la Yihad y continuar la cruenta guerra.
Serena es asesinada y el plan de Iblis marcha a la perfección. Y esta es la primera muestra del gran villano en que se convertirá. Aunque lamentablemente pasará a la historia como un mártir, y Xavier Harkonnen, el verdadero héroe, será maldecido por toda la humanidad...
La Semilla de la traición
martes, 4 de febrero de 2014
East or West.
Creo en ángeles y demonios pues ambos viven en mí; a los primeros los he rechazado y los segundos acompañan mis horas de soledad. Estos lúgubres pensamientos rondaban la mente de Zach, mientras salía de una tienda Saks vestido con una indumentaria que en su conjunto valdría unos 12 mil dolares.
Caminó por las calles desiertas de la ciudad de Nueva York durante aproximadamente diez minutos. Había tenido los sueños, tal y como las cinco personas con quienes se había topado en la última semana, vagando y tomando de los anaqueles de las tiendas desiertas lo que les viniera en gana, justo como acababa de hacerlo.
Había soñado con el Hombre Oscuro, y tambien con Madre Abigail. Ir al Este y unirse a los pocos supervivientes de la supergripe que pretendían crear una nueva y mejorada versión de la civilización anterior, cuando ni siquiera podían restaurar aún la energía eléctrica en la pequeña ciudad en donde habían comenzado a congregarse, llegando en grupos de 3, 4, 5 -u 11 personas cuando era un grupo realmente numeroso-; o ir hacia el Oeste, cruzar las montañas y llegar hasta Él, unirse a las filas del ejército que el Hombre Oscuro estaba formando, llegar a la ciudad del pecado, el antro luminoso en medio del desierto. El Hombre Oscuro ofrecía poder, gloria, sexo, ponía el mundo en tus manos. La vieja Madre Abigail en cambio sólo te ofrecía el camino de la rectitud, hacer lo correcto, lo decente, cerrar filas para hacerle frente a la oscuridad, pero la realidad era abrumadora: carecía de los recursos del Hombre Oscuro.
En sus sueños había visto cómo hacia Él para mantener a su gente motivada, leal; crucificaba en postes de teléfono a aquellos que se le oponían o a los que simplemente se cruzaban en su camino y no le mostraban la lealtad que exigía.
Zach quería permanecer al margen, ser un simple espectador, marchar lejos, ir al sur y no tener que participar en lo absoluto. Pero en este nuevo mundo no había lugar para la neutralidad, la impasibilidad, la cobardía; había que tomar una postura y el tiempo se estaba agotando.
Caminó por las calles desiertas de la ciudad de Nueva York durante aproximadamente diez minutos. Había tenido los sueños, tal y como las cinco personas con quienes se había topado en la última semana, vagando y tomando de los anaqueles de las tiendas desiertas lo que les viniera en gana, justo como acababa de hacerlo.
Había soñado con el Hombre Oscuro, y tambien con Madre Abigail. Ir al Este y unirse a los pocos supervivientes de la supergripe que pretendían crear una nueva y mejorada versión de la civilización anterior, cuando ni siquiera podían restaurar aún la energía eléctrica en la pequeña ciudad en donde habían comenzado a congregarse, llegando en grupos de 3, 4, 5 -u 11 personas cuando era un grupo realmente numeroso-; o ir hacia el Oeste, cruzar las montañas y llegar hasta Él, unirse a las filas del ejército que el Hombre Oscuro estaba formando, llegar a la ciudad del pecado, el antro luminoso en medio del desierto. El Hombre Oscuro ofrecía poder, gloria, sexo, ponía el mundo en tus manos. La vieja Madre Abigail en cambio sólo te ofrecía el camino de la rectitud, hacer lo correcto, lo decente, cerrar filas para hacerle frente a la oscuridad, pero la realidad era abrumadora: carecía de los recursos del Hombre Oscuro.
En sus sueños había visto cómo hacia Él para mantener a su gente motivada, leal; crucificaba en postes de teléfono a aquellos que se le oponían o a los que simplemente se cruzaban en su camino y no le mostraban la lealtad que exigía.
Zach quería permanecer al margen, ser un simple espectador, marchar lejos, ir al sur y no tener que participar en lo absoluto. Pero en este nuevo mundo no había lugar para la neutralidad, la impasibilidad, la cobardía; había que tomar una postura y el tiempo se estaba agotando.
sábado, 1 de febrero de 2014
Lauder.
Como bien sabrás a estas alturas, el camino del mentiroso
–al menos el de uno comprometido al cien por ciento con su papel-, es solitario
y carente de afecto.
No hay hombro alguno en el cual llorar cuando las cosas van mal, ni por el contrario existen palmadas en la espalda que señalen reconocimiento; tus triunfos y tus derrotas son solitarios por igual, como una acre masa gelatinosa adherida a tu alma. Uno de los consejos mas útiles que puedes seguir para camuflarte dentro de la sociedad y hasta parecer un miembro respetable de ella, es el de refugiarte detrás de una falsa sonrisa.
No hay hombro alguno en el cual llorar cuando las cosas van mal, ni por el contrario existen palmadas en la espalda que señalen reconocimiento; tus triunfos y tus derrotas son solitarios por igual, como una acre masa gelatinosa adherida a tu alma. Uno de los consejos mas útiles que puedes seguir para camuflarte dentro de la sociedad y hasta parecer un miembro respetable de ella, es el de refugiarte detrás de una falsa sonrisa.
Es un método difícil, lo sé, pero puedes hacer como el bueno
de Harold Lauder y practicarla quince minutos diarios frente al espejo, hasta
que a ti mismo comience a parecerte genuina.
Sólo hay un pequeño contratiempo; la gente más perspicaz
eventualmente notará que algo extraño ocurre en tu rostro, si miran con más
detenimiento del normal, podrán notar cómo la sonrisa no llega hasta los ojos
como debería hacerlo, sino que se limita a elevar las comisuras de tus labios
en un artificioso ángulo y se detiene bajo las mejillas.
Por eso es menester que trates de pasar el menor tiempo a solas con cualquiera lo suficientemente sagaz como para detectar tu disfraz.
Por eso es menester que trates de pasar el menor tiempo a solas con cualquiera lo suficientemente sagaz como para detectar tu disfraz.
Pero confía siempre en el poder de la sonrisa, cuando las
personas creen que posees el secreto de la felicidad, que conoces algo que el
resto de los mortales ha pasado por alto para ser feliz, la gente comenzará a
rodearte, a confiar en ti, y entonces podrás comenzar tu misión, sonriéndoles a
la cara cuando quisieras escupirles entre los ojos.