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miércoles, 31 de octubre de 2012

Skinhead (2).

El chico que escondía su ascendencia judía debajo de un cabello cortado al rape, teñido de rubio y playeras de manga corta que en su mayoría contenían plasmada la imagen de una esvástica, se subió los pantalones que habían permanecido enrollados alrededor de sus tobillos durante el corto lapso de tiempo que duró el coito salvaje mantenido contra el basurero en el oscuro callejón con aquella chica de ojos inyectados en sangre, aliento a alcohol y alma impulsada por la adrenalina de la metanfetamina.

Su corazón aún bombeaba sangre a chorros hacia su cerebro, su pene, y hasta el último rincón de su cuerpo. La electricidad de la música del harapiento bar del que acababan de salir aún retumbaba en sus oídos como la humedad que se queda adherida a la ropa horas después de haber sumergido el cuerpo entero en una alberca fría.

Los ojos verdes de la chica estaban perdidos en el infinito; así estarían los de él si no hubiera jurado solemnemente consagrarse al ejercicio para llevar su cuerpo  hacia el siguiente estadio en la escala evolutiva, y esto sólo podía llevarlo a cabo mediante sesiones extenuantes de pesas y evitando cualquier contacto con las sustancias que pudieran retrasar su mejoramiento muscular, por lo tanto, el alcohol y las drogas eran sustancias prohibidas, sustancias para los débiles, no aliviaban el dolor, sólo lo adormecían, y él estaba harto de vivir en un sueño, quería sentir dolor, ira, odio, quería que los puños le quemaran como fuego ardiente si golpeaba a alguien, quería sentir también el placer repulsivo que provoca recibir una paliza, no quería vivir tras un velo de entumecimiento emocional.

La chica le ha dicho algo, pero él la ha ignorado, y eso la ha echo ponerse como loca.

-¡Cállate! -la voz que surge de él parece distante, como si perteneciera a alguien más, es fría e inexpresiva.

La chica comienza  a hervir de enojo y arremete contra él, lanza bofetadas y le araña el rostro.
El primer impulso de él es golpearla, utilizar la violencia para detenerla, frenarla de golpe. Pero una última pizca de decencia aún latente en su pecho lo detiene. Pero cuando la chica le araña un ojo, acción que lo ciega y hace que el ardor ascienda como veneno hacia su rostro, le propina una bofetada, lo cual la detiene en seco, hace aflorar una lágrima en su ojo y le enrojece la mejilla.

La chica permanece con expresión de desconcierto, mirando asustada al chico, el cual observa su mano con una especie de repudio que no tarda en convertirse en una oscura fascinación.

Entonces, en medio del estupor que se ha elevado como bruma mística entre ellos, aparecen tres siniestras siluetas en la entrada al callejón que los devuelven a la realidad.

Son tres sujetos, el más bajo de ellos, el que permanece al frente y es a todas luces el líder, le hace un ademán con la cabeza a la chica para que se largue, para que deje a los hombres jugar a solas.

Los tres sujetos, no tienen más de veinte años, lucen exactamente igual que él, cabello rubio cortado al estilo romano, bíceps tonificados, hombros más anchos que el promedio y ropa ajustada que deja entrever la buena condición física que poseen. El líder se adelanta hacia el chico con paso firme y seguro y sin aviso alguno le asesta un incitante puñetazo en el rostro que no hace sino prender la chispa que enciende la  agresividad contenida que ruge en su interior, explotando como si fuera un barril de pólvora.

lunes, 29 de octubre de 2012

Skinhead.

Los puños del chico caen como rocas sobre el rostro de aquel patético sujeto. Su cabello, teñido de rubio para ocultar su secreto y cortado al rape, al estilo romano brilla bajo el cobijo de la tenue luz de la farola de la calle que alcanza a colarse hasta el callejón.

Después de tumbar al sujeto con un fuerte puñetazo directo en la nuez, se sentó a horcajadas sobre su pecho, y sus puños, furiosos e infatigables como olas batientes llevaban casi un minuto descargando su ira contra el rostro del sujeto.

No sabía por qué había comenzado a golpearlo, algo en él le había molestado, pero no recordaba el qué. Sus lagunas mentales, los episodios en que su mente consciente simplemente se desconectaba de su sistema, eran cada vez más frecuentes, y cada vez iban acompañados de arranques de violencia más severos.

El tipo que yacía inconsciente bajo su cuerpo, bien podía ser un negro, o un judío, o un marica, daba lo mismo, lo que importaba es que su sola presencia era suficiente para molestar al chico.

Golpear a alguien no se parecía en nada a golpear el saco en el gimnasio, el dolor en los nudillos sí que lo era, pero lo demás, el éxtasis que conllevaba el lastimar a alguien más al tiempo que uno mismo se dañaba los nudillos, la sangre entremezclada de ambos y los gemidos de dolor confundiéndose con los suyos de agitación y excitación casi sexual, hacían estas dos experiencias completamente diferentes.

Finalmente se pone de pie, con los puños envueltos en una sábana de sangre. El tipo aún respira, pero hace tiempo que se desmayó, el rostro desfigurado por la hinchazón y las cortadas le produce asco, así que simplemente hace una mueca, mira con desagrado y por última vez al infeliz que tuvo la desdicha de cruzarse en su camino en esa solitaria noche, da media vuelta y echa a andar, dejando atrás ese encuentro violento, y sintiendo bullir ahora en su interior, a la altura de la entrepierna el cosquilleo por la anticipación del encuentro que está a punto de tener con la chica que conoció esa mañana, la que parece estar loca por él y por sus delirios de grandeza, delirios que siempre van acompañados de una profunda convicción de superioridad cuando se compara a sí mismo con el resto de sus congéneres.

sábado, 27 de octubre de 2012

Skyler Harkonnen.

La ira amontonada, apilada como toneladas de basura en su interior, no lo abandonó ni siquiera en su lecho de muerte.

Sólo hay una persona que pudo haber hecho que dejara a un lado su odio, su infatigable sed de venganza. Su esposa; Skyler.

Pero la mala suerte de los Harkonnen lo perseguía, iba detrás de él como el cazador más implacable.

Cuando Blur la conoció, ya había perdido toda esperanza de encontrar una mujer por la que valiera la pena luchar o sentir algo más que una lujuria pasajera más propia de un animal que de un ser civilizado. Ya se había resignado al destino de ser un lobo solitario, a no sentir pertenencia jamás en ningún lugar.

Cuarenta años tenía él en ese entonces, ella apenas veintiocho, la conoció cuando estaba de caza en la helada y solitaria estepa. En el instante mismo en que sus ojos posaron la mirada en los de ella -de un verde helado y penetrante-, supo que esa mujer sería su esposa.

Tras su primer encuentro, la fricción causada entre ellos fue tal que ambos se marcharon odiándose mutuamente. Quizá fue porque los dos eran igual de obstinados y tenían demasiadas cosas en común.

Un año después se encontraron nuevamente, en la fiesta de un primo de Blur, y entonces, recordaron esa aventura, y con el lubricante armonizador del alcohol, platicaron hasta que amaneció, llegaron a conocerse y al final terminaron riéndose de aquel desastroso encuentro. Al despedirse, ambos admitieron la atracción física que habían sentido por el otro desde el primer instante, y como dos adolescentes se envolvieron en un apasionado beso, y la despedida se convirtió en un viaje al hogar de Blur, donde se amaron intensamente, dando rienda suelta a sus deseos, y ese mismo día, Skyler quedó embarazada de su primer hijo.

Pero como era de suponer, la mala suerte no se hizo esperar, y un par de años después del nacimiento de su segunda hija, una hermosa niña que había heredado el cabello de un frío negro y las cejas anchas y seductoras de su madre, la misma plaga que se había llevado a su abuelo, puso fin a la vida de Skyler, la única mujer que Blur amó en toda su vida.

La plaga que se presumía habían plantado los Atreiddes para acabar con el linaje Harkonnen, para borrarlos del árbol genealógico de la realeza, para evitar su futuro retorno al imperio.

Así que aunque por unos años los deseos de sangre y venganza parecieron desalojar su alma, una vez que su esposa hubo muerto, en su momento de mayor vulnerabilidad, cuando su fe se tambaleó y su bondad terminó por hundirse en un pozo gélido de agua mortal, lo único que mantuvo con vida a Blur, lo único a lo que supo aferrarse con la poca fuerza que le quedaba, fue al deseo de venganza, el cual era como fuego que él alimentó con su propio dolor que era la leña más incendiaria que pudiera existir.

La herencia de dolor y revancha lo había sobrepasado, era el único legado que había dejado a sus hijos.

Ahora, a las puertas de la muerte, en el umbral del infierno, o el paraíso, realmente no sabía cuál de los dos le aguardaba, se preguntaba si había hecho lo correcto, si no debería haber intentado que el legado de odio terminara con él. Pero no hay nada que pueda hacer ya. Sus hijos llevarán plasmado el deseo de venganza en sus ojos el resto de su vida. Al igual que él durante la suya.


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Esta historia continúa en:



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Nota del Autor:

¡¡¡Si están pensando en leer La Yihad Butleriana no lean lo que sigue, so pena de Spoilers!!!

El suceso tan terrible es este: El robot Erasmo, enojado por el cambio de actitud en el temple de Serena al convertirse en madre, toma a su bebé, y en una especie de ejecución publica, lanza al bebé al vacío desde su balcón.

Cientos de humanos esclavizados ven esta horripilante escena, la muerte de un bebé inocente a manos de las máquinas, la muerte de Manion Butler. Un niño al que todos querían, ya que desde la llegada de Serena a la Tierra, ésta se las había ingeniado para convencer a Erasmo de mejorar la calidad de vida de los esclavos.

¡¡¡Aquí terminan los spoilers!!!

Así es como miles de humanos (envalentonados al ver que Serena ataca a Erasmo, a un robot, con sus propias manos), se levantan en armas guiados por Iblis Ginjo sin importarles morir en el intento.

Vorian Atreides reacciona rápido, y en medio de la masacre y el fuego, saca a Iblis Ginjo y a Serena Butler del planeta, sabiendo que esa es una batalla perdida. Las máquinas están masacrando a los humanos por millones, pero aún así, la chispa de la rebelión, de la Yihad ya se ha encendido.

Toman rumbo hacia Salusa Secundus, donde se encontrarán con un atribulado Xavier Harkonnen...

miércoles, 24 de octubre de 2012

Síndrome de abstinencia.

.-Conjunto de reacciones físicas o corporales que ocurren cuando una persona con adicción a una sustancia para de consumirla.
Pero para él es mucho más que eso, cada minuto que pasa lejos de ella conlleva una agonía incesante, un grito de dolor amarrado a su estómago, incapaz de ir más alla de la garganta. No es sólo un dolor físico o emocional, es la unión de ambos, un total que resulta mucho más doloroso que la suma de las partes.
Abre los ojos, sin saber dónde se encuentra, sin saber qué ocurrió, con un hacha clavada en el tronco de sus recuerdos partiendolos, sólo recuerda la añoranza, la nostalgia, una devastadora sensación de pérdida, de abandono mezclándose con el alcohol, corriendo como relámpago por su torrente sanguíneo, elevándose hacia el cerebro para finalmente hacer corto circuito, llevándolo directamente a donde se encuentra ahora.
Un bosque vacío, ¿o es un parque extremadamente grande? como sea, hay muchos árboles y el frescor de la noche aún no huye por completo del ambiente. Sólo ella, su rostro, ojos grises, los cuales adopta el color del entorno, piel tersa, blanca, nívea, contrastando cabalmente con el negro azabache de su cabello. El conjunto de sus rasgos la convierte en algo más que una diosa; una semidiosa. Una criatura que en la antigua mitología era más bella y poderosa que una diosa, ya que guardaba todos los misterios de la mortalidad y la carne dentro de sí, pero potencializados por una divinidad enigmática, confiriéndole una belleza tal a su cuerpo físico, que las diosas no podían más que sentir unos celos y un odio despreciables hacia ellas.
Pero tiene que concentrarse, dejar de sentir dolor, de autocompadecerse y tratar de recordar. Tiene que salir de ahí lo antes posible, un mal presentimiento comienza a extenderse por su cuerpo como la nube que ensombrece de pronto la Tierra, convirtiendo el día en noche, trayendo consigo las viejas supersticiones, los antiguos miedos.
Se pone en pie y observa su ropa, una camisa arrugada, un pantalón lleno de tierra y en un pie hace falta un zapato. La angustia de encontrarse de nuevo con la soledad lo ha hecho amistarse con el whisky, y ahora paga las consecuencias. Comienza a andar, pero el tobillo izquierdo duele demasiado, así que tiene que renquear.

domingo, 21 de octubre de 2012

Sólo Ella.

Los recuerdos fueron desvaneciéndose junto con el dolor, mientras la vida se esfumaba fuera de ella.
La chica observó por última vez su rostro en el espejo. Cabello rojizo largo y sedoso, unos ojos verdes le devolvieron una mirada vacua, pero embargada por el resentimiento. Justo antes de caer en la negrura de la inconciencia, la fría noción de lo que ha hecho es como una ola de dos metros golpeándole directamente el rostro, tumbandola y revolcándola dentro de un mar de agua salada, rasposa que se le cuela por nariz y boca, rasgándole las paredes de la garganta.
Las palabras atragantadas de un perdón que jamás saldrán de su boca son lo único que le duele en esos fatídicos segudos. La ténuey vaga luz del foco que parece irse disipando en la inconciecia hace brillar de forma antinatural el brillante grafito de la llave del lavabo, del cual suge un gorgoteante chorro de agua que se desvanece por el drenaje, llevándose consigo la sangre de olor metálico, llevándose la vida de ella.
La chica deja caer la fría navaja sobre la baldosa, sus miembros empiezan a no responderle, la sensibilidad se va, pero junto con ella tambien el dolor, y agradece que así sea.
       Se aferra a los últimos recuerdos que son como jirones gigantes de una fina tela que poco a poco va desapareciendo. En la habitación contigua, las noticias suenan a todo volúmen, ¿o son acaso videos musicales lo que suena? Da igual, en pocos segundos todo habrá acabado.
      Los sentidos se esfuman, desaparecen, sus piernas se vuelven de plastilina y la chica cae al suelo. El tapete de la regadera queda barnizado en sangre, a su madre eso no le gustará, odia que hagan desastres en la casa, que la ensucien. Piensa en esto último y levanta el brazo, lo mueve decontroladamente, para dejar un rastro de sangre por doquier, para que la mancha de su dolor abarque la mayor área posible.
      Finalmente, su alma se retrae, el dolor desparece y los recuerdos se evaporan cual fino vapor en la negra noche.
Negrura. Si es todo lo que queda entonces no está tan mal, no hay felicidad, ni luz algúna al final del túnel, pero al menos tampoco hay dolor, ni contrición. Sólo soledad.

sábado, 20 de octubre de 2012

Violencia,et,literatura.

Sangre, visceras, senos, terror, gritos, oscuridad, ajuste de cuentas, ceguera, disturbio, hambre, tsunami, tu muerte, mi muerte, futilidad, guerra, desamparo,violencia, alarido, golpe, nudillos, más sangre, aún más violencia, pánico generalizado, horror, histeria colectiva, robos masivos, hurtos, apuñalado, ríos de sangre, descerrajar un tiro en el pecho de ese bastardo, una bala perdida le ahueca el cráneo, la muerte se cierne sobre nosotros, impotencia,i ncertidumbre, miedo, sed, más sangre, no sabemos qué podemos hacer, ¿acaso hay algo que pueda hacerse?. Y la respuesta más obvia, omnisciente, siempre imponente e inmutable: NUNCA.
Una hoja en blanco; un universo inexplorado.
Llenarla de atrocidades, de descripciones vacuas que sólo remiten a la violoencia parece un sacrilegio, una profanación a lo que debería ser la literatura.
O quizá eso es la literatura, no es otra cosa sino nuestros más oscuros sentimientos, nuestras más lejanas perversiones, lo que intentamos mantener al márgen, plasmados sobre una hoja de papel. Todo aquello que odiamos y a lo que le tememos convertido en una ficción inocua sobre un trozo de inofensivio papel.

martes, 16 de octubre de 2012

Path of a Villain. (TK)

El camino de un villano, aunque paralelo al del héroe, invariablemente tiene su inicio en el mismo punto.

Muchas veces es el mismo camino. Una simple bifurcación en el sendero, es todo lo que se necesita para separarlos, para volverlos rivales a muerte.

Quizá incluso, un villano no puede convertirse en tal si antes no recorrió una larga brecha en el trayecto del héroe. Tal vez sólo cuando un héroe es golpeado, aplastado, y pisoteado una vez tras otra, cuando ha visto la futilidad de ser noble, la inutilidad de tener las mejores intenciones, entonces y sólo entonces es capaz de abrirse paso por un sendero más oscuro; el camino del Villano.

Tk. Todo lo que se necesitó para que la humanidad comenzara a planear nuevas formas de pelear, de destruirse entre sí. Pero terminó siendo nada más que una atracción de circo que sólo un pequeño porcentaje de la población mundial poseía.

John Lucen acaba de salir de prisión, su sistema se encuentra en el estado más puro, no hay toxinas que nublen su juicio, ni grasas que alenten sus procesos corporales.

Seis años de intenso ejercicio, junto con la ira arremolinándose en su cerebro y corazón. Hace seis años que no usa su telequinesia, en prisión hubiera sido peligroso  hacerlo, los guardias le habrían echado el ojo y la vigilancia sobre él habría sido aún más severa.

      Su mente y cuerpo están totalmente sincronizados. Seis años sin hablar casi con nadie, sin preocuparse de nada que no fuera ejercitarse el mayor tiempo posible, tratar de sacar lo mejor de las interminables horas en esa solitaria y mortalmente aburrida celda de dimensiones reducidas, con la capacidad de volver loco a cualquiera de mente débil.

Pero también pasó seis años acumulando ira, una nube roja que parecía palpitar dentro de las paredes de su cabeza, un odio que no se alejaba jamás, se había vuelto un oscuro acompañante, siempre presente, siempre siniestro.

       Observa las altas paredes de su enorme piso, el cual se encuentra cubierto por capas industriales de polvo acumulado durante los seis años de abandono.

       Su telequinesia nunca fue nada espectacular, al igual que la del resto de gente que la había desarrollado en los últimos años, pero algo en su interior le llamaba a probarla, más bien era como un grito persistente de locura dentro de su cabeza. Una voz que ya no soportaba el haber tenido que privarse del uso de la telequinesia durante tantos años, una voz que anhelaba sangre, violencia.

       Una botella vacía de cerveza permanece de pie sobre la mesita de centro frente al sofá en el cual se encuentra sentado. Lo más que cualquiera puede hacer es mover unos centímetros los objetos livianos, hasta ahí llegó la evolución de la telequinesia.

Lucen se concentra, frunce el ceño y cuando estira la mano, en un ademán intuitivo, para guiar la mano invisible de energía que sale de su cerebro, la botella no sólo se mueve, sino que es golpeada por una increíble onda de energía. La botella estalla en mil pedazos y John Lucen se queda petrificado en su asiento, incapaz de asimilar lo que acaba de suceder.

domingo, 14 de octubre de 2012

Prisoner number 60CXXS9, John Lucen.


Prisoner number 60CXXS9, John Lucen.

Sentence 10 years, up for parole in six.

El camino de un villano inicia, invariablemente, con el deseo de convertirse en héroe.

Pero los deseos no siempre se vuelven realidad.

Incluso un romántico empedernido, puede convertirse en un asesino despiadado.

Sólo hace falta el número suficiente de rechazos.

Un número que supere la capacidad del héroe de sobreponerse.

Un número que lo abrume, que arranque de cuajo todas sus ilusiones.

Hasta que se insensibiliza, hasta despojarse de una vez por todas de su humanidad.

Queda un cascarón vacío, un cuerpo sin alma.

El recipiente perfecto para el villano, el desalmado que acabará con la ciudad.

Su torso asciende una y otra vez, mientras el sudor recorre su piel.

Con cada abdominal que realiza, la adrenalina bombea con más fuerza.

El corazón se le acelera.

Un festín de violencia y lujuria desencadenadas late en su mente.

Solía escribir cartas de amor, poesía.

Ahora es el sujeto que se ejercita en su celda a las dos de la madrugada.

El cabello cortado al rape, al estilo romano.

En una pelea es mejor que no puedan agarrarte del cabello.

Hace tiempo que los sentimientos abandonaron su espíritu.

Los reemplaza con dolor.

La adicción a sentir dolor se ha vuelto parte de él mismo.

Si el cuerpo no le duele al final del día, si no siente que algo está a punto de romperse.

No puede ir a dormir.

La única forma de dormir es cayendo exhausto.

Que el cuerpo caiga rendido, es la única forma de no soñar.

De no pensar en ella.

De no pensar, ni sentir, ni recordar.


sábado, 13 de octubre de 2012

La leyenda de Judas. (2)



Cáyó en la trampa, cometió la traición que ensuciaría su nombre para siempre. El odio lo había cegado, el creador había vuelto al paraíso y se regocijaba ante la visión de su venganza finalmente culminada.

El odio y el rencor habían cegado el corazón de Judas, había vendido al amigo de su infancia, sin percatarse de que eso era exactamente lo que jesus quería, una trampa mortal en la cual había caído sin percatarse siquiera de que caminaba hacia ella como la débil presa ante la trampa de un diestro cazador.

Judas alza la vista y mira hacia el cielo. La pálida luna desprende una luz plateada que le confiere un brillo sobrenatural a su piel.

El fuego eterno, quemante como hielo sobre la piel desnuda abrasa a cada instante las piernas de Lucifer, mientras observa impotente los acontecimientos que suceden en la Tierra. Puede ver cómo dios se ha librado del cuerpo mortal, dejando en su lugar un cascarón vacío, un cuerpo que recibirá múltiples torturas a manos de los romanos -un cuerpo carente de alma, incapaz de sentir dolor alguno-,torturas que la historia será incapaz de olvidar y de las cuales culparán por generaciones, incluso milenios, a su último hijo.

Judas, en un último intento de redención, abraza con valentía a la muerte. En el borde del río, se erige un imponente sauce. Judas ata una cuerda a la rama más robusta, para que esta no ceda ante su peso, le hace un firme nudo a la cuerda, el cual no deberá desatarse por nada, pasa el cuello a través de él y se cuelga y su alma roza los fríos dedos de la muerte.

Lucifer mira con los vestigios de lo que alguna vez fueron unos ojos celestiales cómo en el instante justo en que el corazón de Judas deja de latir, dios rechaza su alma del paraíso, devuelve el alma de Judas a un cuerpo en el cual ya no late un corazón y finalmente, rompe la rama de la cual cuelga el cuerpo de Judas, para después lanzar una maldición. Inmortalidad. Junto con la sed insaciable de sangre.


La piel de Judas adopta el color de la luna, la palidez de la muerte; los afilados, largos y sobrenaturales colmillos, herencia del mismo Lucifer, cobran vida, fuerza, se tornan anhelantes.

En ese instante, el creador maldice por igual a los dos hijos de Lucifer, tanto a Caín -el eterno errante-,como a Judas a vivir por siempre alimentándose de sangre inocente, sin poder morir jamás, velándoles el paraíso, aprisionando para siempre sus almas en cuerpos muertos, de una piel nívea que emula la pálidez de la muerte.

         El resentimieto ha comenzado a agrietar los últimos restos de humanidad que le quedaban a Lucifer, la paz que conoció como ángel y la pasión desbocada que descubrió al volverse mortal están desapareciendo del todo, dejando en su lugar una única y violenta pasíón, el deseo de dolor, de ver sufrir al creador.

El deseo de venganza se apodera de él, un ansía tan fuerte que hace vibrar cada rincón del infierno, haciendo que todos sus habitantes sientan el dolor de Luifer como propio.


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Siguiente capítulo:

Mi alma murió


Capítulos anteriores

La Leyenda de Judas (1)

El Exilio de Lucifer

Preludio: Origen

Lucifer

La Leyenda de Caín

Mi alma arderá en el paraíso





lunes, 8 de octubre de 2012

La leyenda de Judas. (1)



Lucifer tuvo que observar impotente desde su nuevo reino, el infierno, cómo dios descendía de los cielos, encarnando en un ser terrenal, con el único propósito de manipular y torcer la mente mortal del último hijo de Lucifer: Judas.

Justo después de ser expulsado para siempre del reino divino, al ángel rebelde le fueron arrebatados los ojos físicos y el creador le devolvió sus antiguos ojos divinos, sólo para que pudiera contemplar como el nombre de su heredero sería mancillado, cómo dios lo convertiría en un villano que la historia  jamás olvidaría.

El pequeño Judas y su hermana gemela, Jimena, nacieron en una noche sin luna, de mal augurio, bajo un cielo tachonado de brillantes estrellas rojizas que parecían juzgar a los niños  aún antes de que pudieran siquiera caminar. Por alguna razón, el creador se compadeció de la niña, y el único castigo que le impuso fue el separarla de su familia; su madre y su hermano, y la sentenció a llevar una vida larga y penosa, pero al morir, ella sería la única en ser admitida en el paraíso.

domingo, 7 de octubre de 2012

El exilio de Lucifer.




La sentencia fue clara, eterna e inamovible.

Lucifer sería un paria, un marginado, jamás volvería a pisar el paraíso, la entrada en él le estaría prohibida por toda la eternidad, así como a todos aquellos humanos en los que por sus venas corriera la sangre del ángel rebelde. La estirpe de Lucifer estaría destinada a vagar eternamente por la Tierra, sin poder alcanzar jamás el descanso que los demás encontraban en la muerte. Sus hijos a partir de ese momento, el final de la Gran Guerra entre ángeles, sólo se reproducirían a través de la sangre, y vivirían de ella y únicamente de ella, no conocerían ya más el placer de la comida ni la bebida, sólo sangre.

El nombre de su último hijo, quien estaba a punto de nacer, sería maldecido por la historia, se convertiría en sinónimo de traición y cobardía hasta el final de los tiempos.

       Su antiguo dios, con quien Lucifer había discutido amorosamente y de quien había aprendido tanto, ahora lo mantenía postrado, en una posición que no hacía más que evidenciar la derrota que acababa de sufrir. Había transportado a los últimos ángeles rebeldes, encadenados y vencidos hasta el límite del paraíso, el lugar donde la eternidad se confunde con el caos y el final de los reinos se une con el cielo.

Estaban hincados, con la cabeza gacha viendo directamente hacia el precipicio, un precipicio tan hondo y vasto que los ojos de Lucifer -aunque mortales, eran excepcionalmente más poderosos que los de un humano cualquiera-,  carecían de la habilidad de ver el final al abismo.

Después de la sentencia, vino la ejecución del castigo. Fue simple, doloroso y eterno.

Entonces el creador, adoptó una forma humana, la forma del padre, y con rabia y poder mezclados, fue arrojando del cielo uno por uno a los ángeles subversivos hasta que sólo quedo Lucifer.

-Primero serás desollado- sentenció con una voz que retumbó en ecos que tardaron minutos en desaparecer del paraíso-. Y dado que te gusta tanto tu forma física, ni tu ni los otros ocho ángeles podrán jamás escapar de esos cuerpos.

Y sin decir más, unas manos invisibles, ardientes y poderosas le arrancaron la piel del cuerpo. El dolor fue agonizante, mientras Lucifer observaba cómo trozos enteros de piel le eran arrancados como por arte de magia, dejando al descubierto la carne al rojo y los músculos vibrantes, llenos de sangre, deseo desmayarse, sólo escapar de ahí. Pero eso era imposible, sabía que jamás podría escapar al dolor, Él no se lo permitiría.

-Estás acostumbrado a ser hermoso, tu forma terrenal era la de una divinidad, pero ahora, el castigo por tu soberbia, será convertirte en lo contrario, serás aquella criatura que anida en las pesadillas de los mortales más depravados, ningún mortal podrá verte jamás sin abrazar en ese mismo instante la locura- las últimas palabras que el creador le dirigió fueron frías, impasibles y llenas de rencor.

Acto seguido, tocó la espalda de Lucifer y fue como si millones de ardientes agujas se hubieran deslizado desde su piel hasta lo más hondo de sus entrañas. Su forma física comenzó a cambiar, se ensanchó, las piernas se volvieron las de un animal, el macho cabrío, unos cuernos deformes comenzaron a golpear las paredes de su cráneo, pujando por salir a la superficie, su cara se deformó en una mueca espeluznante. Sus alas se tornaron negras y antes que la metamorfosis hubiera terminado, dios lo pateó hacia el abismo, hacia la nada, expulsándolo para siempre del reino divino.

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Siguiente capítulo:

La Leyenda de Judas (1)



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Lucifer

La Leyenda de Caín

Mi alma arderá en el paraíso


martes, 2 de octubre de 2012

Lucifer.



Postrado ante los pies de un dios emperador tirano, se encuentra Lucifer, derrotado, vencido y sangrante.

Las rodillas del cuerpo mortal que ha adoptado parecen adheridas al suelo de fría piedra sobre el que está hincado. La sangre derramada en la batalla corre por el suelo a raudales, la sangre de legiones de ángeles. Sus manos atadas tras su espalda mediante cadenas eternas, carentes de final; no se puede matar a un ángel, pero sí puede ser capturado.

Se encuentra cabizbajo, el negro y espeso cabello cubriéndole la frente, los músculos de su torso y brazos en tensión contra la piel. Una cicatriz abierta, le recorre el rostro, desde el extremo derecho de la frente, bajando por su ojo, atravesando el tabique nasal destrozado y yendo a morir a la comisura del labio en el lado izquierdo de su rostro. Otra herida igualmente profunda, que deja entrever el hueso, le atraviesa gran parte del torso, a un costado del pecho, ahí es donde fue tocado por la ira de dios. Finalmente, sus alas blancas, resplandecientes, hermosas,  se elevan rebeldemente tras su espalda, con total arrogancia, negándose a encarar la derrota.

lunes, 1 de octubre de 2012

La leyenda de Caín.



El paraíso se había inundado en llamas. La guerra que se había extendido durante siglos, estaba llegando a su fin, la última batalla, la pelea que determinaría el destino de los ángeles liderados por Lucifer, estaba a punto de estallar.

        La semilla de la Gran Guerra había sido sembrada en el mismo instante en que los primeros hijos de Lucifer nacieron. Los gemelos Caín y Abel.

        Cuando el dios tirano en que se había convertido el creador los maldijo, los ángeles rebeldes, contrariados ante tal muestra de ira irracional, se levantaron, protestaron y se opusieron firmemente al todopoderoso. Cuando los vástagos del ángel insurrecto apenas salían de la adolescencia, dios les tendió una trampa, les otorgó la inmortalidad. La única condición era que sólo uno de los dos podría vivir para siempre, si los dos coexistían, envejecerían juntos y morirían. Así que sin pensarselo dos veces Caín asesinó a Abel. Le atravesó el corazón sin reparo alguno, con total convicción y el cerebro envenenado por las palabras perniciosas de un dios arrogante e iracundo.

Y esta simple acción, el frío asesinato de un mortal a manos de otro fue el gatillo que disparó la chispa de una rebelión que llenó de fuego los cielos, que puso a ángeles contra ángeles, hermanos luchando contra hermanos.