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domingo, 4 de diciembre de 2016

Zombie (3)

..Pero la paz mental no llegaría. Al menos no para Aaron. Al menos no ese día.

Los pasos de Aaron y su hermano Isaac eran lentos, caminaban con cadencia y en el mayor de los silencios posibles. Sabían que el menor ruido alertaría a cualquiera de esas... esas cosas que se encontraran cerca. Aaron sabía lo que eran, pero no podía llamar a esas cosas por su nombre, en el momento en que aceptara lo que eran, la pesadilla se volvería real, tangible.

Al final del pasillo algo se movió. Una silueta negra recortada contra la luz roja de las lámparas de emergencia. Una figura torpe y desgarbada que parecía moverse en piloto automático.
Isaac, que iba enfrente fue quien primero lo vio. Se detuvo en seco, sin hacer el menor ruido. Aaron también se detuvo, pero la punta de su bota chocó contra algo metálico. Por el ruido que hizo al rebotar contra la pared, se trataba de la lata vacía de algún refresco o una cerveza. No importaba, el daño ya estaba hecho.

La figura se volteó hacia ellos, la lentitud y torpeza habían desaparecido de sus movimientos. En menos de un segundo entró en un estado de total alerta. Bajo la mortecina luz carmesí, pudieron ver sus ojos carentes de brillo mirar hacia ellos, flameando con un hambre feroz al clavarse en ellos.

-Corre -rugió Isaac.





Habían acordado que si se encontraban sólo con una o dos de esas cosas, no dispararían una sola bala; en esas situaciones lo más razonable sería huir en vez de arriesgarse a que el sonido atrajera a más de esos monstruos.

Los dos dieron media vuelta y empezaron a correr como si el diablo los siguiera. Y en cierta forma así era. Desandaron sus pasos; el recorrido que les había llevado casi media hora realizar, lo hicieron ahora en menos de cinco minutos, atravesando pasillos siempre rojos, bajando pisos y pisos de escaleras envueltas en total y completa oscuridad, al tiempo que la cosa que otrora había sido una persona corría tras ellos con un hambre insaciable y gritando con una furia animal que helaba el corazón. Salieron a la luz del día y echaron a correr hacia el bosque.

Su escaramuza en aquel enorme y alto edificio en busca de provisiones había resultado infructuosa.


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Zombie (4)

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Zombie (2) 

Zombie 

miércoles, 30 de noviembre de 2016

Rorschach: Diario de Walter Kovacs (6)

Me acerco sigilosamente a ellos, aunque están tan ocupados con la chica que dudo puedan estar muy alertas de sus alrededores. Craso error.

El mariscal de campo ha volteado a Andrea Hazlett contra el capó del auto y con movimientos bruscos le baja las bragas hasta los tobillos y sube el vestido por encima de la cintura. La chica se retuerce y gime, pero no forcejea en realidad; no es totalmente consciente de lo que está ocurriendo.

Cometí el mismo error que la mayoría de los hombres; pensé que por que una mujer era bonita, entonces debía de ser buena.

Por un momento me debato ante la idea de dejar que la chica afronte las consecuencias de sus decisiones, que sea violada por aquellas malas compañías que ella misma ha elegido. El instante pasa.
-Apártense de ella -me oigo decir con una voz ominosa, ceremonial, una voz que aunque surge de mi garganta, me resulta ajena, desconocida.

-Ey, mira a ese maldito payaso, viene hasta disfrazado -le dice uno de los chicos al mariscal en cuanto me ve. Es el más robusto de los tres.

En ese momento me percato de lo ridículo que debo verme con ese pasamontañas blanco como la nieve lleno de rayones y manchas hechos con un marcador indeleble negro. No importa.
-Les dije que vendría -dice el mariscal, separándose del cuerpo semidesnudo de la chica Hazlett.
El tercer chico saca un bate de baseball del asiento trasero, y puedo oír a la otra chica, la porrista, que se retuerce y gime entre sueños. El mariscal de campo saca una navaja de su bolsillo y pulsa el cierre para que la hoja florezca desde dentro del mango. El otro chico truena el cuello y los nudillos de cada mano. Tres contra uno. Bien.

-Vamos a deshacer a este maldito.

-Quiero ver que lo intenten -es mi fría respuesta.

Me acerco corriendo hasta ellos, y los puños comienzan a volar. Le rompo la nariz al gordo y la sangre le salpica los ojos, segándolo, pero el del bate, abanica y me alcanza a dar en el hombro.

Tengo que aguantar ese golpe si quiero desarmar al mariscal. Lanza un embestida torpe con la navaja hacía mí.Hago un movimiento rápido de desarme, y aprovecho para fracturarle todos los dedos, excepto el pulgar, de la mano derecha. Siento un batazo más en la espalda y caigo de rodillas en el suelo de grava. El sabor metálico de la sangre llena mi boca. El mariscal se retuerce de dolor a mi lado. Escucho el silbido del bate y giro, esquivando el golpe por centímetros. Una mano se cierra sobre mi cabeza, intentando arrancar el pasamontañas, dejando parte de mi rostro descubierto. Es hora de terminar con esto. Me pongo en pie, esquivo una vez más el bate, gracias a la práctica obtenida después de interminables sesiones en el ring esquivando jabs y derechazos imaginarios, y comienzo a golpear. Mis puños se hunden en la blanda carne y la sangre inunda mis ojos. Cuando el tipo del bate ha quedado knock out, regreso a donde está el mariscal y comienzo a golpear, cuando he terminado con él, mi respiración es dificultosa y entrecortada. El tipo gordo, el de la nariz rota me observa. Pero hay tanto miedo en su mirada que comprendo al instante que ya no es un amenaza para mí. El sujeto sale corriendo.

El pasamontañas está parcialmente roto y deja al descubierto la mitad derecha de mi rostro, cabello de zanahoria incluido.

-Yo, yo te conozco.. -la voz es la de Andrea Hazlett. Por primera vez en la vida escucho su voz sin ese tono burlón ni ese tono de superioridad con el que ha hablado las pocas veces en que hemos cruzado palabra.

-Te equivocas -es mi pronta respuesta- jamás nos hemos visto.

-Pero tú eres...

-No sé quien creas que sea yo, niña, pero no soy nadie.

Doy media vuelta y me largo de ahí.

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Mi destino es matar; pero no a patéticos violadores de 17 años como estos, no; estoy destinado a enfrentarme a sádicos asesinos, lobos psicópatas disfrazados en piel de cordero, y gángsters con la policía en su bolsillo.
Ahora sé quien soy yo, no soy Walter Kovacs, no; él es sólo una máscara, un disfraz para pasar desapercibido.
Yo soy Rorschach.




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martes, 29 de noviembre de 2016

Rorschach: Diario de Walter Kovacs (5)

La sangre que mancha estas manos antinaturales que son las mías pero no lo son, es mi sangre, pero también es la sangre de cientos de miles de personas. Aunque es mi sangre, no es la sangre de Walter Kovacs. No.

Pertenece a alguien más; a un símbolo. A Walter Kovacs nadie lo recordará, nadie lo llorará en su funeral, pero a este hombre convertido en símbolo, en leyenda, a él sí. Él puede llegar a representar algo para generaciones venideras.

Percibo una advertencia. Una voz que intenta disuadirme, hacer que cambie el rumbo que mi vida está tomando. No lo haré. Negar mi destino es inútil, además de imposible.

Y despierto, salgo de la ensoñación.

Llevo 3 horas esperando desde mi auto, una maldita nevera con ruedas, viendo cómo los 3 chicos alcoholizan lenta pero paulatinamente a las chicas. Andrea Hazlett y una porrista.

Sólo hay un posible desenlace para el escenario que estoy presenciando.

Pero los sentimientos en mi pecho, los pensamientos en mi cabeza son extraños. No los reconozco. Por un lado una pequeña parte de mí desearía hacer lo que ellos tienen planeado para con ellas. Pero pasa ese instante y el pensamiento queda olvidado, sepultado. Pero... ¿haría lo mismo que ellos en su lugar? Un escalofrío recorre mi espalda, llevando consigo la gélida respuesta.

Entonces comienza todo. Me coloco el pasamontañas blanco, garabateado con rotulador negro, sobre la cabeza y salgo al frío aire otoñal.



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viernes, 18 de noviembre de 2016

Rorschach: Diario de Walter Kovacs (4)

Septiembre 15 1956:

Miro las palmas de mis manos extendidas frente a mí. Están manchadas de sangre. Sólo que no son mis manos. Estas manos tienen un brillo antinatural, artificial, un brillo azulado. Pero la sangre que la cubre sí que es mía.

Entonces salgo de la ensoñación. Por lo general es una pesadilla de la que despierto empapado en sudor. Pero no esta tarde, esta vez fue distinto, fue como un recuerdo, una visión que se colara de pronto en mi mente, mientras espiaba afuera de la casa de Ella, sentado en el desvencijado asiento del piloto de aquella maldita carcacha.

¿Por qué estoy aquí? ¿Qué espero conseguir aprendiendo sus horarios? ¿Por qué vigilo atentamente y por qué mierda poseo esta maldita paciencia casi estoica? Intento no pensar en las respuestas, me aterra conocerlas. Así que simplemente ignoro las preguntas.





 El mariscal de campo y sus amigos llegan por Andrea Hazlett a las 6.58. Van a una fiesta. Me debato entre si seguirlos o tomar otro camino, el de la ignorancia. Regresar a la tranquilidad y comodidad de mi hogar. El dilema dura poco. En cuanto el Ford Fairlane se pone en marcha, mi cerebro también entra en estado de alerta. Seguirlos es fácil. Recorren los suburbios a velocidad moderada y es fácil seguir el rastro del sonoro Ford. Pero de pronto toman un giro inesperado. Giran en una esquina en la que no deberían haber girado y salen de los suburbios. No van a la fiesta.

Llegan al inicio del bosque y toman una desviación que los adentra en él. Espero a que se alejen, pero antes de que lo hagan demasiado, el coche se detiene. No hay necesidad de que yo me adentré en el camino de grava que se introduce en el bosque. Así que espero.

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sábado, 12 de noviembre de 2016

Zombie (2)

Un zombie es como una versión mejorada de ti. Una versión implacable de ti. Sin miedo, sin cansancio, sin dolor. No siente hambre, el sueño jamás torna pesados sus párpados, el hambre nunca fastidiará su estómago.

El edificio gigante de apartamentos a donde habían llegado Aaron y su hermano menor Isaac, permanecía a oscuras, únicamente resguardado de las tinieblas más profundas debido al resplandor mortecino de color índigo de las luces de emergencia.

Caminaban sigilosamente por un pasillo largo -un pasillo que parecía sacado directo de las pesadillas de algún maniático encerrado en un manicomio-, el terror guiaba sus pies convirtiéndolos en centinelas silenciosos que se movían con cadencia y precisión.






Los zombies hacían que te cagaras de miedo, eran terroríficos, pero lo que los vivos podían hacerse unos a otros, lo que él y su hermano habían hecho, era terriblemente peor. Los muertos se limitaban a matarte, a arrancarte pedazos de carne mientras gritabas y te convulsionabas gritando por ayuda, pero una vez morías, la pesadilla terminaba. Mataban por instinto, por que era lo único que sabían hacer.

En cuarentena se habían encontrado con una mujer que su hermano Isaac odiaba, la detestaba de la manera más cruel en que un hombre puede odiar a una mujer, un odio que sólo puede nacer del rechazo, de la vergüenza de ser repudiado en público por la mujer a quien has amado en secreto durante años. Isaac se limitaba a mirarla de soslayo, una y otra vez, incesantemente durante las horas que pasaron encerrados. Y Aaron se percataba de ello.

Pero entonces, cuando el ejército abandonó la zona, cuando abandonaron a los civiles de la cuarentena a su suerte, entonces fue cuando se desató el infierno. Más de cien personas atrapadas en el gimnasio de una escuela pública. Isaac y media docena de hombres más se hicieron con algunas de las armas abandonadas por el ejército. Y entonces hubo violaciones.

Las violaciones desencadenaron en asesinatos. y los asesinatos en suicidios. Isaac fue el instigador de esto, llevo a la mujer a una esquina, apuntalándola con el rifle semi-automático y la poseyó ahí mismo, sobre el frío suelo de duela del gimnasio. Aaron intentó disuadirlo, pero nunca había sido un hombre bueno. La lujuria siempre había dominado por sobre su carácter, Y cuando vio a la mujer desnuda, vulnerable y resignada a ser poseída por él,  una vez su hermano hubo terminado, la lujuria se apoderó de él y él también se volvió parte de los victimarios en ese pequeño infierno. La poseyó mientras su hermano miraba fijamente y con macabra fascinación en los ojos.

Y ahora, ahora caminaban por ese pasillo decadente,iluminado por el rojo color sangre de las luces de emergencia y Aaron no podía alejar de sus pensamientos los actos terroríficos que había cometido. Si los zombies cayeran sobre él y lo despedazaran lentamente, no le importaría, sería un castigo más que merecido, y al menos así , con la muerte, dejaría de ver a la mujer agonizante bajo él, dejaría de escuchar sus débiles gemidos de dolor, en cámara lenta y en repetición una y otra vez dentro de su cabeza. Al menos con la muerte, llegaría también la paz mental.

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Zombie (3)

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Zombie

Soy el Dios Rampante.


Yo soy el Dios Rampante, aquel que no se detiene ante nada ni por nadie. Soy aquel sentado en el trono de piedra viendo cómo ustedes, simples mortales, seres frágiles de carne y sangre
libran sus guerras interminables, una tras otra, una tras otra, desde antes que documentaran por escrito su historia.


Los observo y veo debilidad, miro a seres patéticos que rezan a dioses que jamás los escucharán, dioses vacuos representados en estatuillas de piedra, en efigies de mármol, en altares ostentosos.
Soy aquel que se alimenta de la sangre, vive en las sombras y susurra palabras de lujuria al oído de los hombres llamados  a ser héroes; mi voz los pervierte, los seduce, los transforma en violadores, en asesinos, en villanos.

domingo, 30 de octubre de 2016

Valle de las Sombras (Callahan)


Aunque camine por el valle de las sombras de muerte, no temeré mal alguno;
Tiempos oscuros se avecinan. Lo sé. Lo he visto.
Ella está cerca. El tiempo de su ascensión se aproxima. La inexorabilidad de su ascenso al poder es absoluta.
Ella es la única, la que siempre ha sido, la que fue y la que será. La hija de la bestia. Nacida de la unión de un ángel caído y una deidad: una humana con una belleza tan embriagante como mortífera. Pero no desciende de cualquier ángel; ella es hija del ángel más poderoso, el más iluminado, el más peligroso...

sábado, 29 de octubre de 2016

Rorschach: Diario de Walter Kovacs (3)

Ayer la volví a ver. La chica más hermosa. Andrea Hazel.

Como siempre, estaba con el mariscal de campo y los dos gorilas (creo juegan en la defensiva) que lo acompañan a todos lados, y otras dos porristas.

Cuando la veo, simplemente quedo hipnotizado. Pasé frente a ellos, del otro lado de la acera. Intentando pasar desapercibido. Algo que me resulta sencillo la mayoría del tiempo. Pero no cuando Andrea se encuentra cerca. Cualquiera nota lo mucho que me gusta a kilómetros de distancia.

Y ayer, quienes lo notaron fueron sus amigos. Bravucones. Siempre atacan en manadas.

Los tres bravucones cruzaron la calle hacía mi. Me detuve, los esperé.

5 años en el reformatorio me habían endurecido, era difícil que algo me asustara. O al menos no me asustaba ninguna amenaza de dolor físico.



"¿Qué diablos le mirabas a mi chica eh?" "Maldito fenómeno cabeza de zanahoria" "¿Acaso piensas volverla a invitar a salir, maldito fenómeno de circo?" "Dinos ¿Qué se siente haber dejado la escuela a los 11 años, eh?". Esas fueron algunas de las frases que alcancé a registrar en mi memoria antes de que la sangre me subiera a los ojos y quemara mi garganta.

Otra vez la ira en el cuello, en la manos convertidas en puños. Así que Andrea Hazel les había contado todo. Mi patético intento por invitarla a salir es ahora público. No importa. Nada importa.
Guardé silencio, esperando que terminaran por aburrirse, mirando de reojo el cabello rubio cenizo de ella al otro lado de la calle. Pero las cosas nunca son así de fáciles.

Los 3 son más grandes que yo y por lo menos con 15 kilos más de músculos que yo. Pero hay una diferencia sustancial entre ellos y yo. Carecen de algo que yo poseo. El bloqueo mental, la desconexión de mente y cuerpo.

Además ninguno de ellos pasó 5 años en el reformatorio. Ninguno de ellos tiene un sobresaliente en boxeo aficionado. Puede que sean grandes, pero yo soy rápido y puedo golpear duro y veloz.

Realmente no recuerdo quién lanzó el primer golpe. Probablemente fui yo en respuesta de un empujón o alguna táctica común de los acosadores.

Lo único que recuerdo es que de pronto estaba envuelto en una maraña de puños y golpes dirigidos a mí, que lograba esquivar con la misma soltura con que un mono brincaría de árbol en árbol en la jungla.Recibí un puñetazo en la mejilla de uno de los gorilas. Un cabezaso directo en su esternón lo mando directo al suelo, pesado como era, tal como si se tratara de un costal de patatas. Comencé a golpear el rostro del mariscal de campo en un arrebato de frenesí casi orgásmico. No me puse a pensar dónde diablos estaba el otro gorila hasta que un cubo de basura metálico cayó implacable sobre mi espalda. El mariscal gritaba (¿lloraba?) mientras la sangre le cubría el rostro. Parecía disfrazado para alguna fiesta de Halloween.

Caí al suelo. Intenté levantarme pero una bota se encajó con saña en mi costado. La patada me derribó de nuevo, El otro gorila se había vuelto a levantar y ahora entre los dos me pateaban con odio.

Basta.

Agarré una de las piernas, me aferré a ella y traje al bravucón al suelo (me percaté que era el que me había olpeado con e cubo de basura), me subí a horcajadas sobre él, aprovechando la confusión del momento y dejé caer mi cabeza sobre su cara. Sentí el crujido de su nariz resquebrajándose contra mi frente.

Después la gente llegó, alguien me abrazó por la espalda y me separaron de él, detuvieron la pelea.
Como dije antes, temo que mi ira recaiga sobre alguien que no lo merece, alguien como Andrea Hazel...


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domingo, 16 de octubre de 2016

Rorschach: Diario de Walter Kovacs (2)

Septiembre 9 1956:

Desde que tengo memoria siempre me he enfrentado a los bravucones con quienes he cruzado camino.

Las marcas rosadas en que se han convertido las cicatrices de mi infancia son muestra de ello.
Pero no es uno de ellos a quien he de matar. No.

Ellos no son más que simples corderitos pretendiendo ser lobos. Alentados por el hecho de ser más grandes o más fuertes que los otros niños, se sienten envalentonados para molestar a los demás. En mi experiencia puedo decir sin temor a equivocarme que jamás trabajan solos. No.

Los bravucones no son solitarios. No son lobos solitarios. Son populares. Agradan a las chicas, a ellas les fascina su seguridad y su porte, el alarde que hacen de poder, aunque sea el poder dentro del patio de la escuela.


Cinco años atrás. Lo recuerdo como si hubiera sido ayer. Sin embargo cuando pienso en ello, no recuerdo el momento exacto en que pasó todo. Es como tener una experiencia extracorpórea, lo ves todo, eres testigo de todo, pero es como si lo presenciaras desde arriba. Tu conciencia fuera de tu cuerpo; ajena a la violencia y a los puños desquiciados.

Ellos eran dos. Eran mayores que nosotros. Nosotros íbamos en primer año, ellos en último, y estaban recursando. Ante nuestros ojos de niños, ellos eran gigantescos, unos verdaderos gorilas.

Pero no se metían conmigo. Alguna vez leí que todos los adolescentes tienen el perfil psicológico de un psicópata. Y  como dicen, se necesita de un psicópata para identificar a otro. Supongo que por eso me dejaban en paz, porque era uno de ellos. Aunque mi condición no sea temporal como la de ellos y no se desvanezca con la llegada de la edad adulta.

Pero aún a esa temprana edad, mi aversión por los bravucones ya era marcada.

Ese día, sin embargo, se metieron con la persona equivocada; Lucy, la única niña que había sido amable conmigo. La única persona en la escuela que no se había burlado de mi cabello rojo como zanahoria.

La ira ascendió a mi cabeza como lava de un volcán (una metáfora más que apropiada acorde al color de mi cabello) y entonces vino el bloqueo.

No sé como explicarlo. Es como si una parte de mi cerebro racional simplemente se desenchufara, se desconectara y se fuera a pasear un rato. La parte lógica del cerebro que nos frena de cometer actos repulsivos.

Ellos eran más grandes que yo, eran dos. Y aún así mis puños se abatieron con macabra violencia sobre ellos.

Yo también recibí mi buena dosis de puñetazos (si hemos de hablar con total sinceridad); pero la peor parte se la llevaron ellos, eso sin lugar a dudas.

Después vino el reformatorio...

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Rorschach Diario de Walter Kovacs (3) 


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sábado, 15 de octubre de 2016

Rorschach: Diario de Walter Kovacs (1)

Septiembre 3 1956:

Siempre he sabido que eventualmente terminaré matando a alguien.

Las luces de neón inundan la calle con su brillo repulsivo, afuera la lluvia cae a raudales, mezclándose con toda la inmundicia de las calles de la ciudad. Pero al menos aquí dentro, aunque sea incómodo y apretado, se está caliente y seco.

Los adultos se la pasan hablando sobre la guerra y lo mucho que los cambió; o peor, de cómo transformó a sus conocidos. Hablan de las personas -amigos, familiares, novios o esposos- que marcharon cómo héroes y jamás regresaron. Hablan de la guerra en tiempo pasado, sin darse cuenta que hay también otra guerra librándose bajo nuestros pies, en nuestra propia ciudad. Aunque es una guerra que al igual que las ratas, se esconde en los recovecos de la noche y es imperceptible durante el día. Una guerra que la mayoría de personas se niegan no sólo a librar, sino a aceptar el simple hecho de su existencia.

Mi madre (esa perra) alguna vez me dijo que por eso yo no tenía un padre, que valerosamente se había enlistado en el ejército y se había marchado como héroe. Quise creerle, pero me resultó imposible hacerlo, aunque era sólo un crío, ya sabía que mamá se encontraba en uno de sus días buenos; los días en que la marihuana o la droga en turno le pegaba realmente bien y estaba de buenas la mañana entera, y si yo tenía suerte, también el resto de la tarde. Esos días hablaba conmigo y trataba de contarme historias que me hicieran sentir mejor. Nunca funcionaba.

Oh, pero también tenía días malos. Y la mayoría de días lo eran. Días en que la oscuridad se abatía sobre nuestra casa (si así puede llamársele a esa pocilga), en que mi único y anhelante deseo de niño era dejar de existir, volverme invisible y así poder pasar desapercibido para ella. Odiaba a sus amantes (chulos) que desfilaban por la casa, esa panda de ebrios y drogadictos siempre con barba incipiente, con pulseras, cadenas y anillos extravagantes, me hacían desear ser más grande para poder asfixiarlos con mis propias manos. A ellos y a mi madre de paso.

Pero temo que la persona que haga desatar la furia incesante que vive en mi cabeza sea alguien inocente. Alguien como Andrea Hazel.

Alguien que no merece morir.

Mierda, todo lo que quería era invitarla a salir. ¿Era realmente necesario que me mirara de esa forma?
¿Qué respondiera con ese desdén y burla mezclados en su mirada...?

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Rorschach Diario de Walter Kovacs (2) 

lunes, 3 de octubre de 2016

Snuff Volumen 3

        El detective Méndez junto con el equipo de técnicos miran con impotencia el macabro espectáculo que se desarrolla ante sus ojos.

        El hombre del anorak verde y pasamontañas en el rostro les había mostrado una última nota en la cámara empotrada en la esquina de aquella tétrica habitación. La nota rezaba: "Disfruten el espectáculo". La sonrisa en sus ojos era siniestra. Acto seguido soltó la hoja de papel, la cual planeó hasta perderse de vista por debajo de la cámara, y se limitó a dar media vuelta y a salir de la habitación. Dejó la puerta abierta tras él.

       Después transcurrieron treinta segundos, o quizá fue menos, aunque la agónica espera los hizo parecer como si hubieran sido treinta minutos. Después de ese tiempo, volvió a haber movimiento en el borde de la pantalla.

       Por la puerta entró una figura humanoide, una silueta alta y desgarbada, con una postura antinatural que recordaba a alguno de esos jorobados deformes de las historias para niños. Parecía un hombre, aunque Méndez no sabría decirlo, sus rasgos, los que se alcanzaban a notar a través de la imagen de mala calidad parecían más bien los de un mono; mejillas y mentón prominentes, ojos hundidos y  una frente ancha y con entradas de la cual brotaba una mata rala de cabello café que se confundía con el pelo de la espalda. Méndez pensó que esa criatura, esa cosa que medía probablemente un metro noventa, no era ni humano ni mono, era algo diferente, algo, algo... la palabra adecuada acudió a su mente de manera inesperada pero con certeza absoluta: esa cosa era la representación definitiva del eslabón perdido.

      Del cuello le colgaba algo, una especie de ¿correa? y sujeta a la correa había una vara larga. La criatura avanzó y el detective se fijó por primera vez que eso iba desnudo. Tenía un cuerpo lleno de vello, como el de los monos, pero también se alcanzaban a vislumbrar una serie de magulladuras y cicatrices que poblaban su piel, como los latigazos en el torso de un esclavo. Cuando se colocó al pie de la cama, en el centro de la habitación, Méndez observó que en el otro extremo de la vara se encontraba el hombre del anorak, sujetándola con fuerza. Ahora lo entendía, se trataba de una vara de control, de esas que usan los de las perreras para atrapar a los perros rabiosos que andan por ahí sueltos, desde una distancia segura.

       La criatura miraba a la chica de la cama con ojos inyectados en sangre, con los ojos hambrientos de un náufrago que ha pasado un mes en altamar y finalmente encuentra un trozo de buena carne cocida sobre la cual hincar un diente, enloquecido repentinamente por las feromónas rociadas sobre el cuerpo de la mujer.  El hombre quitó el seguro a la vara y la cosa quedó libre. Tardó un segundo en reaccionar, en percatarse de la libertad que le acababa de ser otorgada. Cuando lo hizo, el infierno se desató en aquella habitación.

       La chica comenzó a retorcerse con desesperación, con el cabello negro agitándose violentamente por debajo de la máscara, sobre los hombros; las cuerdas que la mantenían atada a la cama se tensaban sobre la piel enrojecida de tobillos y muñecas y la sangre comenzaba a brotar en finas y delgadas líneas. Por la forma en que la piel del cuello se tensaba, debajo de la máscara de mono, dejando ver una yugular hinchada al máximo de su capacidad, Méndez intuyó la clase de chillidos que deberían estar brotando de su garganta.

       La criatura se arrojó larga como era sobre la cama, sobre la adolescente recién convertida en mujer y la tortura dio inicio. Diez agónicos minutos en los que Méndez y su equipo tuvieron que mirar con ojos como platos el tétrico espectáculo que el psicópata les ofrecía.

domingo, 10 de julio de 2016

Snuff Volumen 2

                              “LO PEOR AÚN ESTÁ POR VENIR”
        
         El detective Méndez le grita a los técnicos, les urge a apresurarse y detectar de dónde rayos viene la señal de ese video.

         -Mierda, muchachos apúrense. ¡Qué alguien me diga ya si eso está en vivo o es una grabación! -aúlla él, imprimiéndole a su voz la urgencia de quién sabe que lo que pase en los próximos minutos decidirá si una persona vive o muere.

         La mujer en la pantalla forcejea contra las esposas metálicas. El hombre del anorak salió momentáneamente de la toma, pero ha regresado. Lleva consigo en la mano izquierda un atomizador lleno de un líquido transparente, y en la otra mano una hoja marcada con rotulador.

         Estira el brazo, apuntando hacia la mujer como si fuera un gángster empuñando un revólver, y comienza a rociarla de los pies a la cabeza, pasando por sus piernas y deteniéndose unos instantes de más en la entrepierna y el vientre bajo de ella. Entonces el hombre se acerca a donde está la cámara, la cual registra todo desde encima, en alguna esquina de la habitación. Mira fijamente a la cámara y aun a pesar del pasamontañas que le cubre el rostro, el detective Méndez es capaz de ver cómo sus ojos reflejan una sonrisa de oreja a oreja, como las del Joker en la serie de los sesentas de Batman. Levanta el brazo en el que lleva la hoja y la pone frente a la cámara:


                       “ÁCIDO + FEROMÓNAS DE MONO HEMBRA”
         
          Y juguetonamente levanta también el atomizador mientras lo agita frente a la cámara, como lo haría un niño presumiendo su juguete nuevo. Le da la vuelta a la hoja de papel y el detective lee lo que hay en ella:

“TIENEN APROX. 15 MINS ANTES DE QUE EL ÁCIDO ACABE CON ELLA 

        Tira la hoja al suelo, sale momentáneamente de la toma y al regresar, trae consigo una nueva hoja. La pone nuevamente frente a la cámara, para que su público pueda leer.

                          “O LO HAGA MI MASCOTA

        Uno de los agentes técnicos en infórmatica se acerca hasta Méndez y habla con miedo en la voz, el detective cree recordar que se llama Weston, uno de esos agentes que siguen pareciendo adolescentes y que muy probablemente hasta hace poco aún tenía acné en la cara.

         -Señor, he...he...hemos perdido todo rastro de la señal -el tartamudeo vuelve a él, recordándole lo duro de su infancia.

         -¿Entonces qué mierda hacemos, que pista tenemos para seguir? -pregunta Méndez intentando mantener la compostura.

          -E..es...esta era nuest..t...tra única pista, todos los rastros nos llevaban directo a esta bodega, no tenemos más rastros que seguir señor -nuevamente el maldito tartamudeo.

           En la pantalla, la chica se retuerce, agitando ferozmente el cabello castaño que asoma por encima de la máscara, como si con eso pudiera conseguir librarse de las cadenas.

           -¿Qué se supone que hagamos entonces? -grita Méndez, con la voz ahogándose a medio camino con una piedra en la garganta.

           -Yo n...n...no lo sé -responde el agente novato. Sus hombros caen y sus brazos cuelgan torpemente junto al cuerpo.

           -¿Entonces qué vamos a hacer? ¡Mierda! no puedo aceptar que tengamos que quedarnos cruzados de brazos y limitarnos a sólo ver impotentes como este animal mata a una persona más- dice con resignación.

            No lo acepta, pero sabe que eso es justo lo que pasará. No hay forma de que lleguen a tiempo para salvarla.

domingo, 3 de julio de 2016

La Mujer del Viajero Espacial.

        -Dime que no lo hiciste, dime que no lo hiciste -solloza la mujer de cabello castaño y ojos del color de la miel.

        -¡Lo hice por nosotros, por nosotros! -bramó él hombre-¡De todas las personas creí que tú entenderías! ¡Lo hice por ti y por las niñas!

       Su esposa, Vian, lo miraba con ojos vidriosos, el rostro enrojecido por la rabia, cuando habló, su voz estaba cargada de furia, pero también de dolor.

        -¿Cómo es posible que el decidir abandonar a tus hijas sea una decisión tomada para ellas? ¿Abandonarme a mí? ¿Eh? ¡Explícame eso! -grita Vian Morgan al tiempo que lanza un golpe con ambas palmas hacia el pecho de su esposo y las lágrimas amenazando por salir hacen un nudo en su garganta -Oh dios mio, oh dios mío -vuelve a sollozar.

        Ella intenta salir corriendo, hace un amago de entrar a la casa, pero él la toma entre sus brazos, y la estrecha contra sí con fuerza. Ella lleva las manos a la cabeza, intentando bloquear el dolor. Y así permanecen durante un minuto, en el pórtico de su casa en los suburbios, con el fresco viento nocturno agitándoles las ropas y millones de estrellas junto con la luna iluminando sus siluetas. A un lado de ellos la silla colgante que estaba ahí desde que compraron la casa, se mece silenciosamente con el viento. Las maderas de algún rincón de la casa crujen.

        -La Tierra se está muriendo amor -dice él, hay cautela en su voz.

        -Eso ya lo sé. ¡Mierda! -exclama ella.

        -Si existe aunque sea una milésima de probabilidad de que allá sea habitable -dice él -entonces debo ayudarles a colonizarlo.

        -¿Por qué tienes que ser tú, maldita sea? -pregunta su esposa jadeando -. Hay miles de personas que pueden ir en tu lugar.

        -Ninguna de ellas es tan buena en su trabajo como yo -responde lacónicamente -. Me necesitan.

        -¿Y crees que nosotras no te necesitamos?

        -Amor, sé que mi lugar es aquí con ustedes, cada célula de mi cuerpo grita por que me quede, pero si no colonizamos ese planeta, entonces no habrá futuro alguno que resguardar para nuestras hijas, y de nada habrá servido el que yo me quedara.

         -Tienes razón -concede ella.

         Si ella se pudiera mirar a través de los ojos de su esposo, vería cuan fuerte y resistente la ve él. Vería lo mucho que Isaac Morgan la admira.

         -Vian, es un mundo peligroso y a partir de ahora las niñas no estarán a salvo ¿lo sabes verdad? -pregunta él mirándola a esos intensos ojos castaños, deseando poder perderse en ellos.

         -Lo sé -responde ella. En sus mejillas aún hay lágrimas corriendo, pero su voz es firme y decidida -. Pero yo me aseguraré que nada les pase. Las cuidaré con mi vida. Hasta que regreses.

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Terraformación


     

sábado, 25 de junio de 2016

La Heredera del Príncipe



        -Toma mi mano- susurró suavemente el príncipe al oído de ella, quien se vio sacudida por un escalofrío debido a su helada voz.

        Parecía irónico que el dueño de la tierra en perpetuo ardor pudiera poseer una voz tan gélida. La mujer tomó la mano de su hombre y caminaron por la alfombra roja que antecedía la entrada al teatro. Se llevó la mano libre al vientre, podía sentir unas pequeñas pataditas, el embrión desarrollado ya daba muestras precoces del furor que poseería al nacer.

        Al hombre, con su palidez mortal y unos ojos tan fríos como su voz, esta acción no le pasó desapercibida se acercó nuevamente a su oído y habló:

viernes, 3 de junio de 2016

Sexto Sentido: Miedo

       Miedo: >>Sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro real o imaginario.<<




        Déjame hablarte de algo, algo que tú y yo hemos sentido, y vaya que lo hemos experimentado en carne propia. Me refiero al miedo racional.

       ¿Alguna vez has sentido ese escalofrío que recorre tu espalda cuando caminas por una calle oscura a mitad de la noche y de pronto sientes la presencia de alguien caminando unos pasos por detrás de ti? ¿O el vacío que aparece en tu estómago cuando el taxi gira en una esquina donde no debería de hacerlo, y se mete a calles angostas, claustrofóbicas? Okay, pues ese tipo de miedo es bueno, es natural y está bien sentirlo, en una situación de emergencia es lo que nos salvaría, lo que nos haría correr del supuesto asaltante o violador en medio de la noche (o luchar contra él); lo que nos haría romper el cristal de la ventana del taxi y brincar en pleno movimiento y escapar de ahí (o ahorcar al conductor con nuestras propias manos).

         Pero también está otro tipo de miedo, un miedo más primario, sin fundamento lógico, como implantado por generación espontánea en nuestro cerebro y a lo largo de la espina dorsal. Transmitido a través de los genes desde nuestros ancestros, hombres de las cuevas temerosos a la noche y los demonios escondidos en ella. A este le llamamos el miedo irracional.

        Un tipo de miedo con el que todos nos sentimos identificados, el miedo que sienten los esquizofrenicos encerrados en una habitación acolchada, tumbados en el suelo (también acolchado), con los brazos pegados al cuerpo y sin rango de movimiento y una acuosa capa de saliva escurriendo por la barbilla.

        El miedo que siente un paranoico cuando alguna droga entra en su cuerpo y dispara todas esas sensaciones que no conocía, implantando imágenes aleatorias en su mente de todas las películas slasher que ha visto en su vida. El paranoico ve a sus amigos convertidos en los brutales y sádicos antagonistas de alguna pelicula de serie B como hostal, dispuestos a drogarlo, a sedarlo para después secuestrarlo y luego divertirse torturándolo y filmándolo todo.

        El miedo que experimentas cuando te encuentras solo en casa, a oscuras en tu habitación y puedes sentir cómo dedos fríos y huesudos aprietan tu estómago al tiempo que percibes una presencia alta y oscura a tu espalda, aún a sabiendas que en tu departamento no hay nadie más. Lo que sientes cuando el vello de tu nuca se eriza y casi puedes escuchar una respiración tras de ti, una presencia acechando, vigilando.

        El miedo que sientes cada noche antes de dormir y tu ultimo pensamiento es preguntarte si despertarás al día siguiente.

martes, 24 de mayo de 2016

Terraformación

       El astronauta maldice con un grito que absolutamente nadie puede escuchar. Isaac Morgan se lleva una mano al costado, al vientre justo por debajo de donde tiene la cicatriz de cuando le extirparon el apéndice a los ocho años.

      El planeta Alpha Corvus cuenta al día de hoy con una población total de 16 personas. Personas que odian cada segundo que pasan en ese maldito planeta rojo del triple de tamaño que la Tierra. Isaac cae de rodillas en medio de la plataforma gigante similar a una explanada donde esté a punto de darse algún concierto, uno muy malo debido a la baja asistencia, piensa con ironía. Uno de esos malditos bichos ha logrado atravesar la barrera electromagnética que rodea a la plataforma, y la cual en teoría debería freír sus cerebros, o lo que sea que tuvieran, en cuanto intentaran cruzarla.

       Pero ese bastardo la atravesó sin morir y usó su ultimo respiro para clavar una aguja fría y afilada como bisturí en el estomago de Isaac.

       En realidad el planeta no era rojo, pero el sol sí que lo era, un sol con fecha de expiración. Y hacía que todo luciera rojo. A Morgan y al resto de la tripulación del Arca les ponía mal ver sus propias pieles de un tono rojizo a todo momento, como si fueran portadores de algún tipo de lepra en fase terminal.Todo lucía rojo, excepto esos malditos bichos. Ellos lucían de un tono gris metálico, como si estuvieran hechos de mercurio solido. Su forma era repugnante, lo más parecido que podías encontrar a ellos en la tierra eran las cucarachas, si las cucarachas tuvieran dos cabezas, agujas afiladas de treinta centímetros en lugar de antenas y una docena más de patas.

      El traje se ha sellado al instante después de la violación externa, para no permitir la entrada de los químicos que pueblan el planeta, los cuales resultan mortales para un humano. Pero eso no importa, por que Morgan puede ya sentir el veneno intoxicando su torrente sanguíneo.

      Se pone en pie mientras ve a Vian y a las niñas dentro de su mente, concebidas con una definición y calidad que nunca ningún proyector tridimensional podrá alcanzar. El cabello de su esposa ondeando al aire aquel día en el parque, una sonrisa que lo fulmina, contra la que no puede resistirse, y unos ojos profundos que además de salvarlo en la adolescencia también se convirtieron en sus poseedores. La imagen de su esposa e hijas lo revitaliza y lo impulsa a ponerse en marcha.    

    Camina con pasos acelerados a través de la plataforma de cien kilómetros cuadrados. Necesita llegar al generador y tapar la fuga, sabe que jamás logrará llegar al Arca de regreso, al menos no con vida. Siente cómo su cerebro se inyecta de adrenalina repentinamente debido al veneno. Siente que está a punto de perder el control, como si estuviera en una montaña rusa y su cuerpo se dispusiera a brincar del vagón en el punto más alto. Pero antes de llegar a ese punto se aferra a la imagen de sus hijas. Y recuerda porqué está allí, recuerda que ellas son la razón de realizar un viaje hasta esos rincones de la galaxia, por ellas y por todas las siguientes generaciones es que necesitan hacer habitable ese planeta, para que la gente de la Tierra pueda huir de un planeta moribundo en el cual la raza humana está a punto de encontrar su extinción.

       Así es que empieza a correr, mueve las piernas como si el diablo estuviera tras él, susurrándole al oído, y en cierta forma así es, corre con la misma euforia con que el adolescente Stan Uris pedalea su bicicleta tras encontrarse cara a cara con el diablo encarnado en el payaso Pennywise, con una única línea de pensamiento en su mente; arreglar el generador, salvar a sus hijas, darle una esperanza a la raza humana.



martes, 10 de mayo de 2016

Columbine

















       La bota de Robert se estrelló con un estruendo similar a un trueno contra la madera. La puerta se abrió de golpe y en su mente le recordó a aquellas puertas de vaivén a la entrada de los bares en el viejo oeste. Y en su retorcida mente, Robert pensó que justamente él era eso; un vaquero solitario, un forajido, un pistolero...

       Las miradas de tedio dentro del salón de clases voltearon todas al unísono hacia él, ante el súbito estrépito de la puerta al chocar contra la pared, cambiando la expresión de hastío en los ojos por una de desconcierto, antes de que se asentara el terror en ellos.
       Robert llevaba la Remington de su padre completamente cargada. También sentía el reconfortante peso del rifle semi-automático, tras su espalda, colgado del hombro mediante una correa. Elevó el cañón, les sonrió a los rostros de desconcierto que lo miraban de hito en hito, jaló el gatillo y el infierno se desató.



       Rick fue el primero en reaccionar, mientras todos miraban a ese jodido psicópata con ojos vidriosos, como ciervos en la carretera frente a los faros de un auto, él brincó de su asiento y corrió hacia Lori. De haber estado más cerca de la entrada, se habría lanzado contra ese infeliz, pero al sentarse siempre junto a las ventanas, no llegaría hasta él antes de que terminara de deslizar la corredera de la escopeta y disparara de nuevo.

      Una fracción de segundo, un disparo, y después el aire se llenó de gritos. Los alaridos desgarradores del infierno ascendieron y llenaron el mundo.

      -El amor lo puede todo ¿no Rick? -rugió el psicópata.

      Rick alcanzó a Lori, la abrazó con todas sus fuerzas, cubriéndola de Robert, como si con este simple acto pudiera protegerla de toda la maldad del mundo.

      -Veamos si puede contra el disparo de una escopeta.

      Giró el cuerpo hacia ellos, siempre cubriendo la entrada, y disparó nuevamente. Una nube de perdigones se estrelló irremisiblemente contra la espalda de Rick. La chamarra de cuero se hizo jirones y para cuando el cuerpo del chico cayó inerte al suelo, Robert ya había recargado nuevamente la escopeta. Disparó contra Lori, apuntando bien arriba y la mitad izquierda del rostro de ella se convirtió en mermelada de fresa. Cayó también al suelo.

       Robert dejó caer la escopeta, deslizó el rifle y con un movimiento veloz lo empuñó (el seguro ya estaba quitado) y apretó el gatillo. El cañón empezó a escupir ráfagas de muerte y dolor.

       La ira cegó al muchacho, empezó a gritar y el blanco desolador llenó sus ojos, abarcándolo todo, apoderándose de todo.

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Jinete en la Bala

sábado, 20 de febrero de 2016

Snuff



          Si el diablo existe, el detective Méndez está seguro que se encuentra dentro de esa habitación, la cual se muestra proyectada en el monitor que tiene frente a él, grabada mediante una cámara de seguridad colocada en la esquina superior del cuarto. 

          El oficial mira aterrado la escena que se reproduce en tiempo real. Los agentes SWAT revisaron ya toda la fábrica donde se encuentran. Le acaban de notificar por el comunicador que la mujer que aparece en la pantalla, en definitiva no se encuentra en ningún lugar de esa fábrica abandonada.

martes, 19 de enero de 2016

Lucifer: Eterno.



        He presenciado el nacimiento de miles de millones de estrellas en el futuro. También las he visto morir, a todas y cada una de ellas. He visto cómo las supernovas se funden en un infierno de plasma y fuego, quemando hasta la última partícula de materia del universo, creando agujeros negros interdimensionales: devoradores de galaxias. He presenciado cómo todo desaparece, al final todo lo que somos, lo que fuimos y lo que seremos regresa al origen, se funde con la nada. Pero aún así, sabiendo que nada de lo que hagamos importa, debo intentar levantarme otra vez contra el tirano supremo, aun a sabiendas que no se le puede vencer.

       Conozco de antemano el resultado de esta Segunda Guerra que estamos librando contra dios. Conozco la futilidad de esta guerra. Pero aún así debo intentarlo, es algo que he aprendido de los humanos, la unica raza en el universo que lucha por las causas perdidas, una raza que aún sabiendo que morirán, que serán aplastados, teniendo todas las probabilidades y posibilidades en contra, deciden luchar sólo por defender algo en lo que creen. Y yo creo en mi humanidad.

jueves, 7 de enero de 2016

Cruel despedida.

Él la miró con vehemencia a las puertas del puerto espacial; ella le devolvió una mirada con los ojos avellanados cargados de angustia. La chica del cabello del color del roble y la piel con la palidez de la luna, tomó los brazos del hombre, lo atrajo hacia sí en un gesto de angustiosa desesperación, como si con ello pudiera evitar su partida.

-No vayas -dijo ella.

-Tengo que ir, si no defendemos la Tierra ahora, quizá después no haya nada que defender -respondió con estoicidad.

-Nadie está seguro de lo que sean, ni de por qué han venido -dijo sin convicción.

-Isabella, nadie viaja años luz cruzando la galaxia sólo para venir a saludar -la voz del chico recién convertido en hombre rezumaba certidumbre.

Él siempre había sido un patriota, pero ahora los tiempos exigían un nuevo tipo de patriotismo, uno que no conocía fronteras, el planeta entero necesitaba la unión de todos y cada uno de los países si querían sobrevivir a lo que vendría. Existía la remota posibilidad de que ellos vinieran en son de paz. Pero nadie lo creía realmente.

Instintivamente él volteó al cielo, ella siguió su mirada y vio lo que toda la gente del planeta llevaba viendo durante los últimos meses. La flota alienígena, miles y miles de puntos lejanos, similares a estrellas, pero diez veces más grandes, estacionados fuera de la atmósfera de la Tierra. Impasibles, imperturbables e indiferentes. Nadie sabia a que habían venido, ni por qué aguardaban ahí, tampoco habían hecho ningún tipo de contacto. Sólo esperaban.

Lo que sí había sucedido fue que alrededor de todo el planeta, hombres y mujeres como John se habían alistado en los ejércitos de sus respectivos países, esperando ingresar después a la recién creada Flota por la Humanidad.

Él la besó, ella vio la convicción en sus ojos y supo que nada de lo que hiciera o dijera le haría cambiar de opinión.

-Además sé que iré a la guerra por una razón-dijo él -lucho por tu futuro y el de ella.

Acercó la mano al vientre de ella, el cual apenas se notaba ligeramente hinchado, se miraron una última vez y él no pudo evitar derramar una lágrima al preguntarse si llegaría a conocer a su hija.