Alessa corrió hasta que sus piernas no lo soportaron más. Corrió llorando hasta que sus ojos quedaron secos y no pudieron hacerlo más. Corrió para no pensar, para no recordar...
Finalmente llegó a un claro, los árboles se abrieron en las alturas, y los rayos del sol iluminaron las aguas cristalinas de un lago que estaba al centro del claro. Alessa se permitió detenerse en seco y contemplar maravillada el espectáculo que se presentaba ante ella.
Un instante después, la realidad se impuso. Daba lo mismo qué tan hermoso fuera el paisaje. Tenía que seguir corriendo, o sí no... La imagen de su familia siendo brutalmente masacrada acudió a su mente.
Comenzó a rodear el lago, para intentar llegar al otro lado e internarse nuevamente en el bosque. Pero cuando se percató de lo que había al otro lado del claro, el alma se le vino abajo, las piernas le fallaron y se detuvo en seco. Presenció algo que hasta entonces sólo pertenecía a los cuentos, o a las historias que los caballeros contaban a los más pequeños cuando volvían de algún largo viaje y los niños se arremolinaban en torno a ellos a la entrada del pueblo.
En vez de árboles normales, lo que ahora se extendía frente a Alessa, era una sección entera del bosque constituida por árboles de cristal. Árboles translúcidos que parecían bellas esculturas de vidrio. Pero si las historias de aquellos caballeros eran ciertas, entonces Alessa se encontraba ante esculturas que podían resultar mortales. Ese tipo de árboles eran frágiles en extremo, el simple roce con alguna de las ramas, era suficiente para partirla en pedazos. Pedazos que se convertían en esquirlas de vidrio.
Lo peligroso era que cada uno de esos pedazos, al volverse una esquirla afilada de vidrio, era capaz de perforar fácilmente la parte del cuerpo humano con la que tuvieran contacto. Los cuentos aseguraban que esos cristales eran tan afilados, que incluso podían atravesar las cotas de malla como si de mantequilla se tratase y ellas fueran un cuchillo caliente. Y los caballeros que volvían al pueblo, daban fe de esa peligrosidad.
En ese momento el eco de las pisadas de tres caballos resonó a lo largo y ancho de todo el claro. Alessa sudaba copiosamente y al girarse hacia el ruido, sintió cómo el cabello empapado se le pegaba a la piel de la espalda, por debajo del vestido. Los tres hombres surgieron de la espesura del bosque. Reed iba a la cabeza del reducido grupo. Alessa lo reconoió por la enorme espada colgada en su cinto. Ivanko llevaba una alabarda colgada a la espalda y el tercer hombre, el que no había visto hasta ahora, llevaba una enorme lanza sujeta mediante arneses al costado del caballo. El metal negro de sus vestimentas contrastaba grotescamente con la luz que se reflejaba contra las aguas claras del lago. La niña estaba parada en medio del claro, completamente indefensa y a merced de esos hombres.
En cuanto las miradas de ojos rojos voltearon en su dirección, Alessa olvidó por completo el miedo que hace unos segundos la había embargado con respecto a los árboles de cristal, y corrió hacia ellos.
-¡Vayan por ella! -ordenó Reed Blackthorne en cuanto avistaron a la niña.
Sus dos secuaces pusieron a sus caballos al trote y se lanzaron tras ella con inusitada prisa. Ni siquiera ellos se veían capaces de poder adentrarse en medio de esos árboles y salir ilesos de los cristales mortales que pudieran desprenderse de ellos. Así que tenían que alcanzarla antes de que pudiera llegar allí.
Alessa corrió con todas sus fuerzas. Pero sabía que no sería capaz de adentrarse entre los árboles transparentes antes de que los hombres le dieran alcance. Aún así, su instinto primario de supervivencia la instó a seguir corriendo con todas sus fuerzas. Estuvo a punto de darse por vencida, de dejarse caer y ser apresada por esos hombres, cuando de pronto, como surgido de la nada, apareció un hombre anciano desde los árboles de cristal. Alessa tuvo una sensación reconfortante que le invadió el pecho, y siguió corriendo, el hombre caminó hacia ella, y pronto Alessa llegó junto a él.
Alessa lo abrazó por la cintura y pegó su cara contra la túnica café del hombre, al tiempo que pensaba que olía a naturaleza. Tenía el olor puro y calmo de un bosque justo al amanecer.
-Tranquila niña -la intentó calmar-, ya estás a salvo.
Alessa alzó la mirada y vio que era realmente viejo, tenía una corta barba blanca, y un cabello del mismo color. Y sus ojos azules, le parecían conocidos, como si de algún lugar le resultaran familiares.
El hombre se concentró, desvió la mirada de Alessa y sus ojos se fijaron en los hombres que venían hacia ellos. Entonces, todo alrededor de Alessa pareció volverse borroso, como si ella y el anciano estuvieran dentro de una burbuja de jabón y miraran hacia afuera. Seguía viendo el claro, a los hombres, y el bosque tras ellos, pero los veía difuminados, como a través de un velo de seda.
Los jinetes negros pararon en seco. Unos instantes después, Reed les dio alcance. Estaban a pocos metros de Alessa y el viejo, pero parecía que ninguno de ellos los veía. Como si de un momento a otro, se hubieran vuelto invisibles.
-¿Qué diablos está pasando? -gritó Reed.
Alessa lo oía con total claridad. Así que hizo un esfuerzo sobrehumano por ni siquiera respirar, había llegado a pensar que esos hombres tenían el oído de un perro, y no quería que su respiración la delatara.
-Ella simplemente desapareció Reed -contestó el de la voz ponzoñosa, Ivanko.
-Un anciano surgió de entre los árboles -apuntó el tercer hombre, Winsord -fue como si saliera de la nada.
-Deben haberse adentrado en el bosque -dijo Reed con seguridad, y mirando justo en dirección de Alessa, pero fue como si su mirada la atravesara y se posara directamente en los árboles detrás de ella.
-No..., no pretenderás que nos aventuremos ahí, ¿o sí? -preguntó Ivanko, con el miedo lacerando su voz.
-¿Qué dice el talismán? -fue su única respuesta.
Entonces Ivanko, sacó de entre alguna hendidura de su armadura un talismán verde, tenía la forma de una flecha tallada en algún tipo de piedra preciosa y estaba puesta sobre una base de madera, sobre la cual giraba apuntando hacia la dirección en la que debían ir. La base estaba sujeta por una larga y delgada cadena a la armadura de Ivanko.
-No dice nada -dijo Ivanko, se movió de lado, pero la flecha no giró en sentido alguno ni se movió en lo absoluto -. Es como si la chica simplemente hubiera desaparecido de la faz de la Tierra.
-O hubiera muerto -intervino Winsord.
-Está claro que aquí no encontraremos nada -dijo Reed tras meditar su situación unos instantes -. Hay que volver a la capital. El rey estará esperando a escuchar nuestro informe.
-Esto no le va a agradar, Reed -aseguró Winsord.
-Ya sé.
Los tres hombres dieron media vuelta a sus imponentes caballos negros y volvieron por donde habían llegado. Cuando se internaron en la espesura del bosque, el hombre relajó su concentración, la burbuja que los rodeaba se desvaneció y quedaron nuevamente expuestos.
-Ya estás a salvo, niña -dijo con tranquilidad en la voz.
Pero Alessa no lo escuchó, el agotamiento extenuante al que su cuerpo había sido sometido durante los últimos días, finalmente hizo mella en ella, y al sentirse a salvo, lo único que alcanzó a hacer fue desmayarse.
El hombre la cargó en brazos con una fuerza inusitada para lo viejo que parecía, y se adentró con ella en el bosque de cristal.
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Nota del Autor
Los arboles de cristal no son idea original mía, y por lo tanto me parece justo mencionar y hacer publicidad al libro al que quise hacer este pequeño homenaje. El libro del que hablo se llama Ala de Dragón, y está escrito por las fabulosas Margaret Weiss y Tracy Hickman,quienes también son escritoras de la conocidísima saga de Fantasía Épica Dragonlance.
Ala de Dragón es el primer libro de una saga compuesta por 7 libros llamada El Ciclo de la Puerta de la Muerte, una saga que recomiendo ampliamente a todos los amantes del género de Fantasía.
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Siguiente capítulo:
Capítulos anteriores:
Magos y Plebeyos
La Guardia Draconiana (3)
La Guardia Draconiana (2)
La Guardia Draconiana
Prólogo
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