Cuando Ilan Thorpe abrió los ojos al despertar, y giró su cabeza, no pudo evitar sonreír al ver la voluptuosa silueta de Selena bajo la sábana, dándole la espalda.
Casi no recordaba nada de anoche, habían bebido demasiado, la cabeza le dolía enormemente ahora, pero cuando una chica como Selena lo retaba a un duelo de bebida, Ilan simplemente no se podía negar, aún sabiendo que ella inevitablemente siempre ganaba.
Él era un soldado, uno de los mejores, y para serlo, evitaba a cualquier costa beber o cualquier tipo de vicio que redujera sus capacidades físicas y mentales. Pero esos días estaba de licencia, así que por una noche que disfrutara de la cerveza del bar y de la compañía desbordantemente sexual de Selena, no pasaría nada. El siguiente lunes ya volvería a la rutina.
Se desperezó elevando los brazos y bostezando, para después sentarse sobre el borde de la cama. La mujer a su lado comenzó a despertarse. Ilan, completamente desnudo se puso en pie y comenzó a recoger su ropa del suelo, del lugar donde hubiera caído durante la noche y se vistió. Se puso la camisa blanca de la noche anterior, unos pantalones de cuero que encontró en una silla y las botas negras, también de cuero, que usaba en toda ocasión.
-Luces mucho mejor sin toda esa ropa -era la voz grave y somnolienta de Selena.
Ilan volteó a verla, se había girado hacia él y tenía los senos fuera de las sabanas. Al mirar esos pezones oscuros, Ilan no pudo evitar sentir cómo su entrepierna se endurecía y el característico hormigueo de excitación sexual comenzó a descender por su bajo vientre. Pero al instante intentó desviar estos pensamientos de su cabeza, esa mañana tenía que ir al castillo y no podía demorarse más de lo que ya lo había hecho.
-Tú luces igual de increíble con ropa o sin ella -bromeó Ilan.
Selena rió y se puso en pie. Ilan pudo observar las curvas de su trasero y se regocijó en la contemplación de esa piel morena que lo excitaba al instante, mientras ella se vestía. Miró extasiado la forma en que ella se ponía el vestido blanco de la noche anterior. Aunque el vestido era de cuerpo completo, se ceñía a su piel de tal forma que dejaba entrever la sinuosa y sensual figura de la mujer. Completó su atuendo con un cinturón café bastante grueso y unas sandalias cuyas agujetas se pegaban deliciosamente a la piel de sus pantorrillas.
Ilan vivía en una pequeña casa de madera a las afueras de la capital, en el prado donde ya no había viejos edificios amontonados y sobrepoblados, en su casa sólo tenía una pequeña cocina, la cama, un escritorio y nada más. Aunque la mayor parte de su vida, cuando estaba en servicio, vivía en el castillo, el cual por dentro era como una ciudad entera. Pero le gustaba venir aquí en sus días de licencia, relajarse y alejarse un poco del caos y el barullo de la ciudad.
Desayunaron rápido unos huevos y una leche que Ilan había encargado la tarde anterior a uno de los granjeros que era su vecino, y quien los había dejado al pie de su puerta en el transcurso de la mañana. Nadie quería fallarle en una entrega a un miembro de la Guardia Draconiana. Al pensar en ello, en el hecho de que finalmente pertenecía a los guardias de élite a las ordenes del rey, Ilan no pudo evitar henchirse de orgullo y levantar el pecho.
-¿Qué haremos hoy? -preguntó Selena tras terminar el desayuno, cuando salieron de la casa y echaron a andar bajo el intenso sol de media mañana.
-Tengo que ir al castillo -respondió él secamente -, pero si gustas puedo acompañarte hasta tu casa.
-¿Y por qué rayos no puedo acompañarte al castillo?
-Yo..., bueno, es que..., es que no es algo a lo que me puedas acompañar. Creo -se sintió como un tonto al quedarse sin palabras -. Tengo que ir solo -terminó.
-¿Acaso te avergüenzas de mí? -preguntó ella con un tono coqueto que a Ilan le pasó por alto.
-Bueno, yo no... ¿por qué lo piensas? No, claro que no.
Selena rió ante el nerviosismo de Ilan, pese a ser ya un hombre en toda regla, habían veces en que podía molestarlo y hacerlo sentir como si aún fuera un adolescente torpe con las mujeres. Selena sabía que no todas las chicas podrían hacer eso con él, con su cabello rubio de príncipe de cuento, su altura y su cuerpo de músculos torneados, lo más probable era que la mayoría de chicas con quien salía se limitaran a babear por él y a decirle que sí a todo. Pero ella era diferente, a ella no le importaban esas cosas, además, ella lo conocía mejor que eso.
-Estoy molestándote, tonto. Ve tú solo al castillo a arreglar tus cosas de hombres -dijo ahora con tono burlón.
-No son cosas de hombres, son sólo..., cosas.
-Como tú digas.
Sin percatarse, habían caminado hasta llegar a la ciudad, la cual rodeaba el castillo. Los edificios y casas de la avenida principal que transitaban ahora, estaban pegados, como encimados los unos sobre los otros, en bloques de madera de dos o tres pisos donde la gente se apiñaba para dormir. Los edificios parecían estar a punto de caerse y muy a menudo había incendios. Siguieron caminando por la avenida hasta llegar a la desviación donde se encontraba la calle que llevaba a la casa de Selena, quien aún vivía con sus ancianos padres, quienes la adoraban por encima de todas las cosas.
-Creo que aquí nos despedimos -dijo ella.
Él se acercó para besarla.
-Tranquilo hombre, tú no me dejas acompañarte, yo no te dejo besarme -lo molestó ella, al tiempo que daba un paso atrás, para evitar que él pudiera besarla por sorpresa.
La mujer dio media vuelta y echó a andar por la calle ante la atenta mirada tanto de Ilan, así como la mirada de deseo de algunos hombres que pasaban por allí, o la mirada envidiosa de tres mujeres que cuchicheaban, al tiempo que contoneaba exageradamente sus caderas, consciente de que era observada, en un último esfuerzo por hacer sufrir a Ilan con su sensualidad, quien sintió nuevamente el cosquilleo de la excitación en la entrepierna, pero se sintió frustrado. La mujer había logrado ganar una pequeña batalla: hacer que él la deseara e irse en el momento justo para dejarlo ahí solo con sus ganas, parado como un tonto en medio del camino.
Frustrado, algo enojado y con la imagen del hermoso cuerpo de Selena aún en la mente, comenzó a caminar hacia el castillo.
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si lo tienes en pdf me lo pudieras pasar a mi correo jeny.carranza@gmail.com
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