jueves, 20 de junio de 2019

Aliento de Dragón: Magos y Plebeyos (2)



Eon Musk finalmente salió del bosque, de la negrura y las sombras creadas por los tupidos árboles, y se adentró en una cegadora luz. 

Cuando sus ojos finalmente se acostumbraron al cambio radical de iluminación, por fin pudo contemplar la ciudad en todo su esplendor, ya que se encontraba en el punto más alto de una cima que desembocaba directo a los pies de la ciudad. Comenzó a caminar mientras que sus ojos absorbían velozmente todos los detalles frente a él.

En medio de todo, estaba el castillo, con sus imponentes muros de piedra gris. Rodeándolo, se encontraba la enorme y gruesa muralla exterior. Apelotonadas en torno al muro, estaban las miles de casas de todos los ciudadanos de la capital, entre las cuales discurrían unas muy estrechas calles, que nada se parecían a los amplios caminos de la ciudad natal de Eon.



En cada esquina de la muralla había unas almenas, cada una ocupada por dos soldados responsables de manipular las enormes maquinarias que había en ellas. Al acercarse un poco más, Eon pudo distinguir qué eran estas enormes maquinarias: se trataba de catapultas en dos almenas y unas imponentes balistas* en las otras dos. Las balistas le hacían pensar en una ballesta gigante. Observó que también había unas cuantas almenas más distribuidas a lo largo de la muralla, de menor tamaño. Probablemente estaban diseñadas para ser usadas en tiempos de guerra.

Al irse acercando más, vio que la distancia que tenía que pasar a través de las pequeñas y sucias calles para llegar al castillo era realmente considerable. También se percató de la enormidad del castillo y sus jardines exteriores, parecía una ciudad por sí mismo.

Finalmente llegó al nivel del suelo, perdió la vista panorámica y se adentró en las angostas calles de la ciudad. Con cada paso que daba, se acercaba un poco más a su destino. Algún día volvería a su ciudad natal, convertido en un mago realmente importante de la corte, y por fin podría mirar hacia abajo a todos esos niños nobles, inferiores a él, con quienes había estudiado.

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La fila para entrar al castillo era enorme. Resultaba frustrante esperar de pie bajo el abrasador sol de media tarde. Pero Eon Musk no tenía prisa. Había tres enormes filas que se extendían frente al inmenso rastrillo metálico. Una fila en el centro, y dos más en cada orilla de la puerta. Al final de cada fila se encontraba un soldado que inspeccionaba una por una a las personas que querían entrar, y decidía si pasaban o no. Eon ya había visto a más de una persona que cabizbaja daba media vuelta y regresaba de vuelta a la ciudad. Nadie se atrevía a contradecir la decisión de los soldados.

El tiempo pasó, el sol cambió de posición, y el atardecer pintó las nubes de un violeta tan intenso que parecía sangre. Finalmente Eon llegó hasta la entrada.

Los soldados tenían una pequeña mesa frente a ellos que los separaba de la persona a quien tocaba interrogar. A Eon le tocó con el soldado de la derecha.

-¿Por qué quieres entrar al castillo? -preguntó con monotonía el soldado.

-Vengo a vivir aquí -respondió Eon, imprimiendo altanería a su voz. Ese era un soldado de la menor categoría, y aunque fuera lo único que se interpusiera entre Eon y su acceso al castillo, no pensaba adularlo o tratarlo con ningún tipo de deferencia.

El soldado lo barrió con la mirada de arriba a abajo. Eon era consciente del aspecto que presentaba. Tras un viaje de dos días por el bosque, su ropa lucía sucia y andrajosa, y su cabello negro y cayéndole en la frente probablemente no tendría mejor aspecto. Posiblemente pasaba por algún vagabundo o alguien pobre que quisiera colarse al castillo para robar. No importaba. Después de examinarlo, en el rostro del soldado se iluminó una sonrisa socarrona.

-Papeles -ordenó a Eon.

Eon sacó de la bolsa que cargaba al hombro un rollo de pergamino, el cual acreditaba su nacimiento como hombre libre dentro del reino. Lo desenrolló y lo puso sobre la mesa.

El soldado, siempre con la misma sonrisa subyacente, lo examinó detenidamente. No podría replicar nada ante lo genuino del documento ni ante el sello real impreso en él. Dejó el pergamino sobre la mesa y miró a Eon Musk.

-¿Qué asuntos te traen por aquí?

-Ya se lo dije -respondió el muchacho -, vengo a vivir aquí.

-No permitimos vagabundos dentro del castillo, muchacho -se mofó el soldado.

-Vengo a la corte, voy a ser aprendiz de Aladan -y sacó otro rollo de papiro que lo acreditaba como futuro aprendiz.

El sujeto se giró hacia el soldado de en medio, el cual estaba a unos ocho pasos de distancia, y en tono burlón le gritó.

-¡Este muchacho dice que viene a ser aprendiz en la corte! ¿qué te parece eso, Romin?

El tal Romin miró de pies a cabeza a Eon antes de contestar.

-Mándalo de vuelta al agujero de mierda del que haya salido -después, volvió a sus asuntos.

El soldado frente a Eon tenía una sonrisa tan amplia y burlesca que cualquier bufón la envidiaría. Eon lo miró directo a los ojos y el tiempo pareció detenerse entre ellos.

-No puedes entrar -sentenció finalmente.

-Ya te dije que soy un futuro aprendiz, tengo todo el derecho de estar aquí -la voz de Eon no subió de tono, sin embargo ahora era de hielo, y en sus ojos destellaba la ira.

-Lárgate muchacho, si no quieres que te dé la paliza que tus padres no te dieron.

Entonces Eon actuó. Activó la magia dentro de su ser mientras miraba fijamente al soldado. En los ojos del muchacho brilló ahora un fuego real, el fuego de la magia, y cuando el soldado lo vio, en los suyos se reflejó el miedo.

-Déjame pasar ahora, o te juro que haré que tu piel arda y que tus ojos se salgan de sus órbitas -lo amenazó.

Cuando el soldado por fin pudo recuperar el habla, ahora lo hizo con un tono de voz conciliador.

-Oye muchacho, tranquilo, sólo estábamos bromeando -volteó a ver a su compañero, pero éste lo ignoró de forma deliberada cuando se percató que Eon era mago.

El soldado se hizo a un lado y dejó que Eon pasara. Una vez dentro, una sonrisa de satisfacción le cruzó el rostro. Eon Musk rió para sus adentros al imaginarse qué hubiera pensado ese inepto soldado si se hubiera enterado que toda la magia que Eon utilizó fue la necesaria para encender una pequeña flama en la yema de su dedo. Elevó la mano hasta su rostro, sopló fuertemente y la débil llama se apagó.

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Siguiente capítulo:

Magos y Plebeyos (3)

Capítulos anteriores:

Magos y Plebeyos

La Guardia Draconiana (3)

La Guardia Draconiana (2)

La Guardia Draconiana

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Balista - Es un arma de asedio que lanzaba un proyectil, generalmente una piedra, a un objetivo a distancias de más de cien metros. Utilizada en Europa desde la antigüedad clásica hasta la llegada del cañón en el siglo XV, era de aspecto y mecanismo similares a los de una ballesta, pero de un tamaño mayor.
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