Eon Musk la vio moverse, vio cómo se ocultaba tras la cornisa del edificio y no tuvo duda. Se trataba de una ballesta.
Soltó una exclamación y echó a correr. Aladan gritó algo, pero Eon ya estaba demasiado lejos, demasiado concentrado como para responder. La calle para cruzar hacia el edificio rojo estaba prácticamente vacía, así que no fue difícil llegar hasta él. Ahora tenía que subir hasta el tejado para ver quién diablos empuñaba esa ballesta.
-Daemonium, da mihi facultas sit elevandi - gritó Eon girando la palma de su mano hacia arriba, al tiempo que sus ojos se encendían, y una pequeña plataforma circular y plana brotaba de su mano y se quedaba flotando encima de ella.
La plataforma era tan delgada como una oblea, y tenía su misma forma, y era casi transparente. Unas letras azules, las letras del hechizo pronunciado por Eon, giraban en círculos en torno a la base. Con la mano libre Eon apuntó hacia el edificio y la plataforma se clavó en la pared de éste, sin causarle daño, a la altura del estómago de Eon. Después creó tres plataformas más y repitió el proceso de incrustarlas en el edificio, una más arriba de la otra y a un costado, a modo de escalera provisional para poder llegar a la azotea.
Con inusitada agilidad, trepó a la primera plataforma. Había colocado las cuatro plataformas bastante separadas entre sí, de tal manera que resultaba casi imposible pasar de una a otra, pero tenía un plan. Sus ojos seguían fulgurando con el brillo de la magia aún activa, por tanto no tenía que volver a invocarla.*
-¡Movet corpus meum! -gritó. Después saltó, y cada brinco suyo fue impulsado por la magia, haciendo que brincara distancias dignas del propio Hércules.
Finalmente llegó a la azotea. Sus sospechas eran ciertas.
En la esquina más alejada de donde él se encontraba, había un hombre vestido de negro y estaba bocabajo en el suelo, con la cara, medio torso y parte de la ballesta, asomando por el borde. A Eon no le quedaba duda alguna, se trataba de un atentado contra la Princesa. Su instinto fue más veloz que su parte racional, la cual odiaba a los nobles.
Estiró una mano hacia el hombre y trató de ser lo suficientemente rápido.
-¡Ego detsvialó!
El hombre misterioso tenía el dedo puesto suavemente contra el gatillo de la ballesta. Tomó aire, y al momento en que empezó a soltarlo, apretó el gatillo, el hechizo golpeó su ballesta, la cual cayó por el borde del edificio. La flecha sí alcanzó a salir disparada, pero ninguno de los dos hombres pudo ver si había dado en su blanco.
El hombre de negro, haciendo gala de unos reflejos superiores y altamente entrenados, se puso rápidamente en pie, tenía la cara cubierta por una especie de capucha, también negra al igual que toda su vestimenta, que le rodeaba toda la cabeza, dejando únicamente visibles los ojos que eran como dos pozos negros de maldad. El resto de su ropa estaba formada por escamas negras que parecían piel de dragón, las cuales protegían las zonas más vulnerables, mientras que el resto de su cuerpo estaba cubierto por una tela negra que se le adhería como si de una segunda piel se tratase.
Antes de que Eon lograra reaccionar, el hombre comenzó a correr hacia él, al tiempo que llevaba las manos a la espalda y sacaba algo de algún compartimento que Eon no podía ver. Cuando tuvo lo que buscaba entre las manos, estas refulgieron con un amenazante destello metálico.
-Et nolite facere de promotione -pronunció para detener el avance del hombre.
Una cuerda invisible sujetó ambos tobillos del sujeto y lo hizo detenerse y trastabillar, pero antes de perder el equilibrio, alcanzó a lanzar contra Eon una de las cosas que llevaba en una mano. Eon sintió un pasmoso dolor en el costado cuando una estrella metálica de cinco puntas se le clavó ahí. La sangre comenzó a manar copiosamente.
El hombre de negro cayó al suelo, pero a medida que la sangre brotaba de la herida, la concentración de Eon menguaba, y el hechizo se rompió. El fuego se apagó de los ojos de Eon y el hombre se puso en pie. La otra estrella había salido volando, pero sacó una daga de algún bolsillo oculto en la tela de su pantalón y se dirigió nuevamente hacia Eon,
Eon trató de pronunciar algún conjuro.
-Daemonium, Et interfice eum... -alcanzó a articular, antes de doblegarse ante el dolor.
El hechizo golpeó de lleno el pecho del hombre, pero no fue suficiente para detener su carrera. Volvió a perder el equilibrio, pero la fuerza de la inercia hizo que se estrellara contra Eon. Ambos cayeron al suelo, en medio de un torrente de piernas, brazos y maldiciones.
Eon quedó bocarriba, viendo hacia el cielo azul. El hombre se hincó a horcajadas sobre el pecho de Eon, y su sombra cubrió la visión de éste. Tomó la daga, la cual tenía también una hoja de doble filo completamente negra, y la alzó en el aire.
Entre el dolor de la herida y el peso del hombre sobre su pecho, Eon no podía articular palabra alguna. Pero cuando el hombre bajó los brazos hacia su pecho, con la intención de clavar la daga en su corazón, Eon pensó desesperadamente en un hechizo, pero ni un solo ruido salió de su boca. Estaba irremisiblemente perdido.
Pero entonces, el avance de los poderosos brazos del hombre se vio detenido como por una fuerza invisible. Eon sintió que las pocas fuerzas que aún tenía lo abandonaban, su cabeza giró hacia un costado y vio aparecer por una cornisa del edificio la figura de dos Guardias reales.
Su visión comenzó a tornarse borrosa, y lo último que alcanzó a captar en medio de destellos de oscuridad fue a los dos guardias corriendo a toda prisa hacia ellos, desenvainando los gladius de sus cinturas, y al hombre de negro acercando lenta pero peligrosamente la daga negra hacia su pecho.
Entonces la oscuridad lo absorbió completamente y se rindió ante el cansancio, cayendo en las profundas aguas de la inconsciencia.
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Nota del Autor
*Invocar la Magia - Algunos estudiosos sugieren que los magos son humanos que tienen alguna alteración, o un defecto de nacimiento, ubicado en su mente o su cuerpo. Advierten de que esta alteración los vuelve susceptibles a comunicarse con entidades de otra realidad u otro Reino astral.
Es por eso que antes de activar su magia, todos los magos sin excepción alguna, invocan al Daemonium, aquel ser astral o demoníaco que les comparte de su poder.
Cada mago es capaz de comunicarse con una entidad distinta de entre todas las que habitan el plano astral, a la cual están atados desde su nacimiento, y según esta teoría, el poder que esta criatura tiene define qué tan poderosa puede llegar a ser la magia de cada hechicero o bruja.
Aunque esta teoría se debilita debido al hecho de que los magos y brujas no son conscientes de estarse comunicando con algo o alguien cuando invocan su magia, también se ve reforzada por el hecho de que los hechizos son pronunciados, lo que les hace pensar a los estudiosos que los hechizos son una forma de comunicación entre los dos Reinos.
Capítulos anteriores:
Magos y Plebeyos
La Guardia Draconiana (3)
La Guardia Draconiana (2)
La Guardia Draconiana
Prólogo
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