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La oscuridad total se abatió sobre ella. Su cabeza parecía flotar, o más bien hundirse, en aguas densas, cada vez más profundas. Una incesante y dolorosa punzada le atravesaba el cráneo como si tuviera la punta de una lanza medieval atravesada desde la frente hasta la base del cuello. Pero la oscuridad poco a poco, lentamente, comenzó a disiparse. El negro total dio paso a un gris ambiguo, a esa oscuridad que no lo es, similar a cuando se ha hecho de día y la única protección que la oscuridad de tus sueños tienen son tus párpados, como los últimos centinelas entre tus sueños y los poderosos rayos del sol que golpean por entrar a tu rango de visión, abriéndose paso a arañazos por toda la superficie de tu habitación, y que por tanto hacen que la luz se mezcle con lo negro y comiences a entrever un color gris que hace que despiertes.
Lo mismo le sucedió ahora a Nadine Velázquez; al percatarse de su propio cuerpo, de su dolor, comenzó a abrir los ojos muy lentamente. ¿Qué demonios había pasado? se preguntó al tiempo que la conciencia del despertar iba descendiendo muy pero muy despacio sobre ella, como cuando la noche anterior se te han pasado las copas y aparte de despertar al día siguiente carente de recuerdos de lo que pasó en las últimas horas, también despiertas con los sentidos embotados y total y completamente desorientado.