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martes, 3 de diciembre de 2019

A las puertas del Paraíso



Mientras ascendía por el cielo negro, a través de violentas ráfagas de aire, con sus alas grises completamente desplegadas, Samael tuvo una regresión. El hielo de las nubes golpeaba su pálida y fina tez dibujándole arañazos que cicatrizaban en el mismo instante en que comenzaban a sangrar. Pero él no sentía dolor alguno, al menos no físico.

Cuando vio a los ojos de su amada, la arrebatadora Athiara, fue cuando tuvo esa regresión. Su mente consciente huyó de su cuerpo, al menos en parte, y fue a refugiarse en el recuerdo de lo que había sucedido la noche anterior, minutos antes de que se levantara y fuera a hablar con Lucifer al borde del acantilado.

Su mente se dividía en dos partes: en lo que sus ojos mortales veían (nubes arremolinándose a su alrededor, el suelo cada vez más distante) y lo que su ojo mental recordaba de una manera tan vívida que sentía estar de nuevo ahí.
La noche los envolvía a ambos con su manto estelar. Las manos de Samael se deslizaban anhelantemente por la espalda blanca de Athiara. El resto del grupo dormía, Samael no  percibía el roce mental de ninguno de ellos, sólo el de Lucifer, pero estaba lejos y él no se entrometía. Los senos firmes y redondos hacían que el miembro de Samael se pusiera duro de manera inconsciente, él no tenía control alguno sobre esa reacción. Las manos de ella le arañaban la piel, sus piernas se movían sinuosamente alrededor de él, de sus piernas, hasta terminar por abrazarse a la espalda baja de Samael. Él la abrazó, la tomó por la cadera y así de pie como estaban, la penetró. Se tendieron en el suelo, ella debajo de él. En ese instante era casi imposible definir dónde terminaba un cuerpo y comenzaba el otro. Ambos moviéndose con furiosa pasión a un solo ritmo. Los suaves gemidos de placer fueron subiendo de intensidad hasta convertirse en pequeños gritos de dolor y éxtasis entremezclados.

Con fuerza sobrehumana, ella lo tomó por los hombros y lo puso ahora a él sobre el acolchado pasto. El frío de la noche era refrescante, pero aun así sus cuerpos sudaban por cada poro.  Se sentó a horcajadas sobre él, arqueó la espalda para bajar y besarlo y tomó el pene de Samael entre sus manos y con dedos ágiles lo dirigió hacia su propio sexo. Él se estremeció en un estallido eléctrico que lo recorrió desde los pies hasta los labios. Ella lo sintió y apretó las piernas, para sentir con más intensidad su virilidad dentro de sus paredes vaginales. Consumieron su amor entre jadeos y pasión animal...

Las imágenes mentales comenzaron a distorsionarse, a volverse difusas a medida que se acercaban a la temible entrada al paraíso y su cuerpo físico comenzaba a exigir de él su total atención. Intentó aferrarse por lo menos un instante más al recuerdo, a la visión de Athiara sobre él, sus pechos bailando la rítmica danza del amor que hasta entonces sólo los humanos habían conocido. Pero fue inútil, al cabo de un segundo, los recuerdos desaparecieron de su ojo mental y ante él se extendía el yermo desolado en que se había convertido la entrada al paraíso.

Los nueve ángeles, uno a uno se fueron posando sobre el risco de la inmensa montaña que flotaba en los cielos, la montaña al borde del Paraíso, en donde habitaban los reinos del Purgatorio. Ante las miradas atónitas de los ángeles se extendía la escena más desoladora que ninguno de ellos hubiera visto jamás.

La inmensa tierra de nadie que llevaba hasta las puertas del paraíso, se había convertido en zona de guerra; la guerra más cruenta jamás contada. Las cicatrices de la batalla aún eran visibles. Los cuerpos de cientos de miles de ángeles (de ambos bandos) yacían esparcidos por el suelo. La sangre salpicaba el suelo a tal grado que era imposible definir el color original de este, convertido ahora en un río rojo. Incluso el cielo de ahí —que era un cielo diferente al del reino de los humanos—, se había hecho eco de toda la sangre y muerte que había presenciado; era de un color purpura sangriento y rojizo. La visión de esa escena sólo provocaba un sentimiento en el pecho de los ángeles: desolación.

Los nueve ángeles se miraron los unos a los otros. No había necesidad de usar las palabras, el estrecho vínculo mental que compartían, ahora era tan intenso que incluso quemaba. Todos conocían los pensamientos de los demás, y por tanto actuaban como una sola entidad, un sólo corazón palpitante rugiendo en nueve pechos. Emprendieron el vuelo y se arrojaron a través de toda la desolación hacia las inmensas puertas del paraíso, custodiadas por el que sería su primer gran obstáculo.

Gritaron con valor, con arrojo, con la rabia de ver bajo ellos a todos los hermanos que habían perdido en aquella guerra que el creador se había empeñado en desatar.


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Ciudad Violenta, Una Historia de Zombies


Capítulos anteriores

Fuera del Paraíso

La Primer Gran Guerra: El Bosque (2)

La Primer Gran Guerra: El Bosque (1)

Interludio: Explicación a la Segunda Parte

Soy el Dios Rampante


Valle de las Sombras (Callahan)


La Heredera del Príncipe

Lucifer: Eterno

The V Stands for Vampire

El Número Impar

El nacimiento de un dios

Poemario desde el Exilio

Mi alma murió

La Leyenda de Judas (2)

La Leyenda de Judas (1)

El Exilio de Lucifer

Preludio: Origen

Lucifer

La Leyenda de Caín

Mi alma arderá en el paraíso


4 comentarios:

  1. Muy bueno sería leer todas sus trabajos,que debo hacer ? Gracias.

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    1. Hola, te dejo link a todos mis libros, estos se encuentran ya disponibles en amazon:
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  2. No dejo de decir que la excelencia está en cada letra de este maravilloso libro! Existe el libro en una versión de audiolibros?? Es posible leer la novela en línea???

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