Samael se despertó y vio hacia lo lejos, más allá del techo
de ramas del bosque, un cielo crepuscular de un rojo púrpura que le recordó al
color de la sangre.
Aún antes de rebelarse, el creador ya los había castigado
por haber adoptado una forma física, por haber adoptado cuerpos humanos.
Los ángeles que optaran por llevar a cabo este acto de
rebelión, de sublevación, jamás volverían a conocer la luz del sol. Por tanto,
desde hace un milenio Samael sólo conocía los fríos crepúsculos, los únicos
colores que conocía en el cielo, además del negro de la noche, eran los fríos
azules mezclados con un gris pálido momentos antes del amanecer y los tonos
rojizos, violetas y agónicos de los atardeceres.
Para cuando todos estuvieron listos, parados en las lindes
de un hermoso y cristalino lago, que ahora lucía simplemente negro, el sol ya
se había ocultado por completo. Las discusiones de la noche anterior se habían
olvidado, pero aún se sentía cierta tensión flotando entre los nueve.
—Es hora de partir —anunció Lucifer.
— ¿Vamos a pelear, a rescatar a nuestros hermanos caídos?
—preguntó Gabriel, esperanzado.
—Sí.
La voz de Lucifer, siempre fría, ahora cargaba en ella algo
más: tristeza. Pero al parecer, sólo Samael lo notó. Los ojos de Lucifer se
iluminaron, el fuego de la batalla se encendió en ellos y una sonrisa triunfal
asomó a sus labios. Empezó a llamarlos mentalmente a todos, uno a uno,
hablándoles con fraternidad y cercanía en cada uno de sus roces mentales.
Cuando las miradas de todos estuvieron centradas en él,
comenzó su discurso.
— ¡Les voy a prometer algo, guerreros! ¡Quizá no sea hoy,
quizá no sea mañana, ni en un año, quizá ni siquiera sea en esta época! ¡Pero
escuchen con atención! —los rostros de los ocho ángeles lo miraban con algo más
que atención; fascinación —¡El creador va a pagar, algún día lo destronaremos!
Los otros ocho comenzaron a gritar llenos de júbilo, era
bien sabido entre todos que Lucifer, el Conocedor, podía vislumbrar retazos de
futuro y de pasado como si se trataran de recuerdos. Alzó las manos, estiró las
alas (Samael entendió entonces por qué aún no se había puesto la armadura sobre
el torso) y pidió silencio para seguir hablando. Los demás obedecieron con
gusto.
— ¡Y también les prometo que llegará el día en que tanto
nosotros como nuestros herederos volvamos a ver la luz del sol nuevamente! ¡El
creador se arrepentirá de habernos vedado ese simple placer, de habernos hecho
seres frágiles ante los rayos solares!
—El sol —murmuró Eliana, sus ojos esperanzados crearon un
brillo que se esparció por toda su bella piel de ébano.
Miguel volteó a verla, cruzaron una mirada de complicidad y
una sonrisa afloró a los labios de ambos.
— ¡Sí! ¡Vamos a pelear!—brotó un grito del enorme pecho de
Gabriel.
Lilith se acercó hasta Lucifer y le plantó un sensual beso
en la boca. Al mismo tiempo Samael sintió la mano de Athiara envolviendo la
suya. La estrechó con cariño, pero en su mente había duda. Pensaba en todo lo
que Lucifer le había dicho la noche anterior. Las preguntas rondaban
incesantemente en su mente como pequeñas alimañas aladas cuyo único objetivo
fuera picotear en su cerebro. Pero también confiaba en su líder, confiaba en su
capacidad para desentrañar los misterios del futuro.
Así que cuando los demás ángeles desenfundaron sus espadas y
las alzaron por sobre sus cabezas, acompañando este gesto con gritos de guerra
enfervorizados, Samael hizo lo propio. Apartó a un lado las dudas, y se dejó
contagiar por el ímpetu y el espíritu guerrero que los había invadido a todos,
y al instante siguiente era el que gritaba con más arrojo.
Nueve pares de alas surgieron en medio del bosque, nueve
ángeles con los torsos descubiertos. Los hombres dejando ver unos pectorales
tonificados y las cuatro mujeres, senos vigorosos y turgentes, llenos de
juventud. Ya no tenían que esconderse más.
Los ojos de Samael se inundaron en fuego, llamas naranjas
los inundaron. Su piel se iluminó con el fuego interior y el calor de la vida
comenzó a recorrer todo su sistema. Volteó alrededor, el resto de sus
congéneres brillaban al igual que él. En esa parte del bosque, se hizo la luz.
Las espadas adaptables comenzaron a cambiar de color, pasando del plateado
metálico al rojo incandescente del acero ardiendo en una danza vehemente de
colores.
Se arrojaron una última mirada los unos a los otros.
—Y ahora ¡llevemos la Guerra hasta las puertas del Paraíso!
—rugió Lucifer utilizando mil voces.
Los nueve ángeles emprendieron el vuelo y salieron
despedidos de allí, dirigiéndose hacia las alturas, en pos de una guerra
inevitable.
Un instante después el bosque volvía a estar tan silencioso
y oscuro como siempre.
Siguiente capítulo:
A las puertas del Paraíso
Capítulos
anteriores:
La Primer Gran Guerra: El Bosque (2)
La Primer Gran Guerra: El Bosque (1)
Interludio: Explicación a la Segunda Parte
Soy el Dios Rampante
Valle de las Sombras (Callahan)
La Heredera del Príncipe
Lucifer: Eterno
The V Stands for Vampire
El Número Impar
El nacimiento de un dios
Poemario desde el Exilio
Mi alma murió
La Leyenda de Judas (2)
La Leyenda de Judas (1)
El Exilio de Lucifer
Preludio: Origen
Lucifer
La Leyenda de Caín
Mi alma arderá en el paraíso
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