lunes, 23 de junio de 2014

La chica de MullHolland Drive.

   
     Sus miradas se cruzaron efímeramente en medio del bullicio y el gentío, de todas las azarosas posibilidades que había en ese día, encontraron la única que los colocaba a ambos en un punto donde sus ojos podían cruzarse.

     Él se quedó quieto, helado. Un niño que pasaba tomado de la mano de su apresurada madre, lo vio y pensó que se trataba de un maniquí. El pequeño alargó la mano intentando tocar los dedos, y ver si eran de plástico o de carne y hueso, pero el jalón de su madre hacia el lado opuesto se lo impidió.

     La chica, como es habitual, intentó disimular, hacerse la fría, sostuvo su mirada y sintió un huracán en su estómago. Los hombres que pasaban, e incluso algunas mujeres, contemplaban embelesados su piel nívea, contrastada por un largo, liso y sedoso cabello azabache. La belleza de aquella mujer crecía exponencialmente a medida que uno se acercaba a ella. No sólo era una niña recién convertida en mujer, era toda una visión para quien la contemplara.

     El pobre muchacho -atacado por un arrebato de enamoramiento, un torbellino de sensaciones-, de pie como una estatua, junto al barandal del segundo piso de la estación de trenes, miró esos ojos almendrados, pensando que podían hacer que imperios enteros se hincaran ante ella.

     La chica tardó en reaccionar, no tenía ni idea de que misteriosa y arbitraria razón la había llevado a elevar la mirada en ese preciso instante.

     Ambos salieron del trance al mismo tiempo, pero antes de que alguno de los dos pudiera echar a correr a los brazos del otro, un grito, parecido a un alarido, inundó la estación.

     La gente se quedó pasmada, algunas personas incluso petrificadas. Ese gritó no era normal, helaba la sangre.

     Entonces fue cuando todo empezó, el caos, los vidrios rotos, torrentes de personas corriendo, huyendo hacia todas direcciones. Él bajo a tropel las escaleras, a base de codazos y apretándose contra la multitud; ella permaneció donde estaba, intentando no perderlo de vista, para que pudiera llegar hasta ella.

     Cuando estuvieron a un metro de distancia, ambos alargaron las manos, sus dedos se enroscaron entre sí. Él la tomó entre sus brazos y le dio el más largo primer beso. Y el último.

sábado, 21 de junio de 2014

Fragmento I

Su voz era penetrante y lasciva.

-Me encantan los gritos de esa chica; grita como si la estuvieras follando y al momento de correrte, en vez de eyacular semen dentro de ella, fueran pequeños alfileres.

Su amigo, el tímido y bajito Miguel lo observaba sin saber bien qué pensar.  Aunque Julián era la persona más sociable y simpática la mayor parte del tiempo; en la escuela, en los bares o como ahora mismo, en el gimnasio; había momentos como aquel, en que soltaba unas frases que te hacían pensar que estabas tratando con un jodido psicópata.

Las chicas lo adoraban, y era natural, su carisma sólo era comparable con su honestidad. Cuando una chica era fea, le escupía la verdad a la cara y el resto de chicas, aunque fueran amigas de la pobre, caían rendidas ante él.

Miguel por el otro lado era lo que en las peliculas de Hollywood llamarían simple y llanamente: un perdedor.

Estudiaba de más, físicamente pasaba fácilmente desapercibido, y en las pocas relaciones que había logrado entablar, trataba bien a las niñas con quienes salía -como lo hacían los sujetos en las chic flicks que había visto-, las cuales al final de la cita lo mandaban muy muy lejos, con una metafórica patada en los huevos.

Ni siquiera sabía bien porqué eran amigos, Julián podría tener como amigo a quien quisiera, y sin embargo lo había elegido a él.

Quizá era el destino, tal vez estaban juntos para que Miguel pudiera aprender a ser más como su amigo.
Siguió la mirada de Julián hacia la chica que hacía sentadillas mientras la tela de su ajustado leggins se apretaba contra los bordes de su diminuta braga. La chica llegó al final de su serie y repitió el grito.
Miguel rió alto y largo, a carcajadas desbordadas.
La gente, los vigoréxicos y las exhibicionistas se le quedaron viendo, juzgándolo. No importaba.

-Tienes toda la razón amigo- aulló con helada voz.

lunes, 2 de junio de 2014

El nacimiento de un dios.



           Y cuando el príncipe retorne todo será oscuridad. Las calles y el cielo se teñirán del rojo de la sangre. Los ríos morirán envenenados, los animales se volverán en cenizas y aquellas plantas y frutos comestibles quemará la garganta del pobre que decida comer de ellos. Las serpientes heredarán la Tierra. El sinuoso caminar de las putas hechizará a los hombres débiles, viéndose arrastrados hacia la carencia de luz, donde serán desollados entre gritos de agonía y terror mientras ven reflejado en los ojos nocturnos de la mujer demonio los estertores de la muerte que convirtieron el alma llena de luz de un ángel en el pozo más pútrido y carente de pasión.