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lunes, 25 de noviembre de 2013
Poemario desde el exilio.
Y entonces todos los pecadores verán mi verdadera forma
y se arrodillarán ante mí.
Pues soy el inicio y el final,
soy la soberbia, la vanidad, devoro alegría.
Yo soy quien quiebra imperios, aquel que voltea las cruces,
como ojos que ven hacia dentro,
y escupe sobre ellas.
lunes, 14 de octubre de 2013
Delta Force.
El hombre se puso en pie, tomó su rifle semi-automático M6 con el brazo derecho, el que aún no estaba inutilizado y escupió sobre el hombro; pero lo que salió de su boca no fue sino una masa viscosa de sangre combinada con saliva. el hombro izquierdo era una masa sanguinolenta y el hueso asomaba por donde debería estar el bíceps tonificado.Su traje de camuflaje verdoso, se había tornado rojo.
Caminó con paso trémulo y divergente, con piernas vacilantes hacia la camioneta roja, de donde habían salido los cinco hombres que los habían atacado por sorpresa a él y a su compañero. No habían sido particularmente ágiles o sigilosos, sólo tenían una pequeña gran ventaja, el RPG con el que le habían disparado a la Humvee en que los dos Delta se transportaban. Al recibir el impacto del misil la camioneta salió disparada hacia el arcén para caer sobre la cuneta, con las llantas hacia el cielo, como una cucaracha con el cuerpo tumbado hacia arriba, inutilizada. Su compañero -Delta 1-, murió al instante, con el volante incrustado en el rostro, mucho antes de saber siquiera qué había pasado. Se había ganado un pase indoloro y expedito al infierno.
Pero esos sujetos, esos malditos indígenas con turbantes, o locales, si uno quería designarlos con un término menos peyorativo, no tenían idea de lo que era meterse con un Delta.
Así que sin salir de la camioneta, de cabeza, tomó su rifle y con precisión mortal disparó cinco tiros, cada uno de ellos abatió a un hombre. Luego salió arrastrándose lastimeramente del auto, como un feto que sale por sí mismo del vientre, lleno de sangre y con huesos rotos.
Pero uno de los hombres aún respiraba, así que siguió caminando hasta llegar junto a él. Alzó la bota y le pateó la quijada, la cual se rompió con un estentóreo chasquido, una descarga de dolor le recorrió la espalda, cruzado a través de todos los huesos rotos. El hombre aún respiraba.
Delta 2 apuntó el rifle con su único brazo servible y disparó una única bala que le arrancó los dientes al hombre, y derramó sus sesos en el pavimento.
domingo, 13 de octubre de 2013
La chica que nunca fue.
Una lagrima salada como la brisa del mar le recorrió la mejilla y murió en sus labios. La chica, hermosa pero ingenua, se había dejado engañar por el traje Armani que vestía el hombre la noche anterior, por el corte de cabello de 50 dólares, su elegancia al hablar, el vocabulario aristocrático repleto de palabras que ella apenas lograba entender.
Su cuerpo entero clamaba por que se abandonara al llanto, le pedía que se hiciera un ovillo y se metiera entre las sábanas y no saliera de ahí nunca más. Pero ella no era así, tenía que controlar la situación, poner manos a la obra, e intentar no pensar.
Se levantó de la cama, no traía puesto nada más que las diminutas bragas, buscó el resto de su ropa, desperdigada por el suelo de la lujosa habitación, y se apresuró a vestirse. Revisó una vez más la nota que el tipo había dejado sobre el buró. Debía haberlo sospechado. Cuando él ofreció ir a un hotel en vez de a su casa, eso debía haber disparado al menos unas cuantas alarmas en su subconsciente. Pero ella, hechizada por el embrujo encantador, las había pasado por alto. Obviamente era un hombre casado, era la única razón por la cual un hombre atractivo no llevaría a una chica como ella a su casa, sobre todo con lo despampanante que lucía la noche anterior, con tacones altos y falda aún más corta. Pero ella se había negado a verlo.
Entró al baño, se paró junto a la tina, recargó las manos en el lavabo y observó su rostro con atención. Un largo mechón rubio cruzaba su rostro, justo por encima del ojo izquierdo, unas ojeras púrpuras enmarcaban sus ojos, añadiéndoles una profundidad que los hacía parecer los de un ángel de alguna de esas pinturas barrocas. Sus labios gruesos y rojos resaltaban en contraste a la pálida tez de sus mejillas. Pero su cerebro parecía palpitar de ira dentro de las paredes de su cráneo, el dolor semejante a una hinchazón le nublaba los pensamientos, como si estuvieran enlazados entre sí únicamente por una vaga y fina conexión.
Sin que fuera consciente de ello, una sonrisa comenzó a dibujarse en la comisura de sus labios. Si alguien hubiera presenciado ese momento, habría visto cómo el rostro de la chica durante una fracción de segundo se deformaba en una mueca maliciosa, habría visto un atisbo de locura en sus ojos.
Tendría su venganza, de eso estaba segura.
Sarah -su hermana- la vigilaba siempre. Y ella presentía que la noche anterior no había sido diferente, pese a que habían reñido por la tarde.
No sólo lo presentía, contaba con ello, lo deseaba.
Su cuerpo entero clamaba por que se abandonara al llanto, le pedía que se hiciera un ovillo y se metiera entre las sábanas y no saliera de ahí nunca más. Pero ella no era así, tenía que controlar la situación, poner manos a la obra, e intentar no pensar.
Se levantó de la cama, no traía puesto nada más que las diminutas bragas, buscó el resto de su ropa, desperdigada por el suelo de la lujosa habitación, y se apresuró a vestirse. Revisó una vez más la nota que el tipo había dejado sobre el buró. Debía haberlo sospechado. Cuando él ofreció ir a un hotel en vez de a su casa, eso debía haber disparado al menos unas cuantas alarmas en su subconsciente. Pero ella, hechizada por el embrujo encantador, las había pasado por alto. Obviamente era un hombre casado, era la única razón por la cual un hombre atractivo no llevaría a una chica como ella a su casa, sobre todo con lo despampanante que lucía la noche anterior, con tacones altos y falda aún más corta. Pero ella se había negado a verlo.
Entró al baño, se paró junto a la tina, recargó las manos en el lavabo y observó su rostro con atención. Un largo mechón rubio cruzaba su rostro, justo por encima del ojo izquierdo, unas ojeras púrpuras enmarcaban sus ojos, añadiéndoles una profundidad que los hacía parecer los de un ángel de alguna de esas pinturas barrocas. Sus labios gruesos y rojos resaltaban en contraste a la pálida tez de sus mejillas. Pero su cerebro parecía palpitar de ira dentro de las paredes de su cráneo, el dolor semejante a una hinchazón le nublaba los pensamientos, como si estuvieran enlazados entre sí únicamente por una vaga y fina conexión.
Sin que fuera consciente de ello, una sonrisa comenzó a dibujarse en la comisura de sus labios. Si alguien hubiera presenciado ese momento, habría visto cómo el rostro de la chica durante una fracción de segundo se deformaba en una mueca maliciosa, habría visto un atisbo de locura en sus ojos.
Tendría su venganza, de eso estaba segura.
Sarah -su hermana- la vigilaba siempre. Y ella presentía que la noche anterior no había sido diferente, pese a que habían reñido por la tarde.
No sólo lo presentía, contaba con ello, lo deseaba.
martes, 8 de octubre de 2013
Manual del pequeño gran mentiroso. Lección 2: "The little Bull-Shitter"
Remordimientos. Una palabra que debes eliminar, no, extirpar de tu vocabulario.
Si eres inteligente sabrás que el remordimiento es un peso con el que no puedes cargar, al menos no durante un periodo extenso de tiempo, es como un yugo bajo el cual tu espalda se doblega y termina por romperse. Por eso, si no eres capaz de deshacerte de los sentimientos de culpa, o cuando menos anestesiarlos, entonces mi querido amigo, es hora de que abandones esta lectura, porque te tengo una desagradable noticia; no naciste para ser un little Bull-Shitter.
Pero el hecho de sentir culpa, o algún tipo de malestar, ya sea físico o emocional, al mentir, no debe avergonzarte, al fin y al cabo todos somos humanos, y sería antinatural el no tener estos sentimientos, sería hasta un tanto creepy.
El truco entonces no está en no sentir culpa, es un sentimiento humano de lo más normal, pero si quieres poder mentir como un profesional, como lo haría un verdadero actor de método, entonces debes desarrollar tus propias técnicas para lidiar con ella, para darle la mano como haría un tierno amante y llevar a la culpa (siempre bien sujeta por la muñeca, pero con delicadeza al mismo tiempo, para que ni sospeche ni se pueda librar tampoco) hasta el borde del precipicio. Susurrarle tiernas palabras al oído, derramar la miel espesa que brota de tus labios sobre su receptivo oído.
Y justo en el momento más álgido, cuando tus palabras la hagan recorrer un sendero hacia el orgasmo, entonces y sólo entonces, posarás tu cariñosa mano en su espalda y la empujarás hacia el vacío.
No debes de evitar la culpa, al contrario, debes abrazarla, comprenderla, amarla, y sólo cuando hayas terminado este proceso, podrás desecharla como el verdadero peso muerto que es.
Si eres inteligente sabrás que el remordimiento es un peso con el que no puedes cargar, al menos no durante un periodo extenso de tiempo, es como un yugo bajo el cual tu espalda se doblega y termina por romperse. Por eso, si no eres capaz de deshacerte de los sentimientos de culpa, o cuando menos anestesiarlos, entonces mi querido amigo, es hora de que abandones esta lectura, porque te tengo una desagradable noticia; no naciste para ser un little Bull-Shitter.
Pero el hecho de sentir culpa, o algún tipo de malestar, ya sea físico o emocional, al mentir, no debe avergonzarte, al fin y al cabo todos somos humanos, y sería antinatural el no tener estos sentimientos, sería hasta un tanto creepy.
El truco entonces no está en no sentir culpa, es un sentimiento humano de lo más normal, pero si quieres poder mentir como un profesional, como lo haría un verdadero actor de método, entonces debes desarrollar tus propias técnicas para lidiar con ella, para darle la mano como haría un tierno amante y llevar a la culpa (siempre bien sujeta por la muñeca, pero con delicadeza al mismo tiempo, para que ni sospeche ni se pueda librar tampoco) hasta el borde del precipicio. Susurrarle tiernas palabras al oído, derramar la miel espesa que brota de tus labios sobre su receptivo oído.
Y justo en el momento más álgido, cuando tus palabras la hagan recorrer un sendero hacia el orgasmo, entonces y sólo entonces, posarás tu cariñosa mano en su espalda y la empujarás hacia el vacío.
No debes de evitar la culpa, al contrario, debes abrazarla, comprenderla, amarla, y sólo cuando hayas terminado este proceso, podrás desecharla como el verdadero peso muerto que es.
lunes, 7 de octubre de 2013
Manual del pequeño gran mentiroso. Lección 1.
El truco no está en la mentira; ésta puede ser tan grande como quieras y de la índole más variada que tu pequeña y retorcida mente sea capaz de crear.
No, el verdadero encanto de una mentira bien contada, reside -escucha bien-, en los detalles, y entre más pequeños sean, mayor credibilidad tendrá tu historia.
Puedes decirle a la chica que eres astronauta, si lo quieres. Obviamente, ninguna chica te creerá, al menos no de antemano, pero cuando comiences a usar jerga que sólo un ingeniero usaría, cuando los movimientos de tus ojos y manos se asemejen a los de alguien que ha pasado su juventud y parte de su vida adulta entre libros, estudiando, entonces y sólo entonces tu mentira comenzará a cobrar forma.
No se trata de interpretar un papel; mas bien es sobre ser el personaje, no por completo, sólo en los pequeños rasgos, en los detalles.
Si quieres pasar por un actor, tendrías que hablar de emotividad, de sentimientos, de sentir la vida y no sólo vivirla, y mierda por el estilo; si quisieras que creyeran que eres un programador informático, usarías términos como variables, líneas de código, bugs y virus informáticos, o harías torpes analogías entre la realidad virtual (o VR, metiéndonos aún más en el personaje), y la realidad física.
No es una tarea sencilla, requiere esfuerzo, dedicación, pero sobre todo, centrar todo tu poder de concentración para que no haya grietas en tu historia.
Así que, ¿a qué estás esperando eh? Sal al mundo y comienza a poner en práctica lo aprendido hoy. Muéstrale al mundo de qué estás hecho, que vean tu potencial. Y siempre que lo hagas recuerda estas sabias palabras: "miente como si hoy fuera el último día de tu vida".
No, el verdadero encanto de una mentira bien contada, reside -escucha bien-, en los detalles, y entre más pequeños sean, mayor credibilidad tendrá tu historia.
Puedes decirle a la chica que eres astronauta, si lo quieres. Obviamente, ninguna chica te creerá, al menos no de antemano, pero cuando comiences a usar jerga que sólo un ingeniero usaría, cuando los movimientos de tus ojos y manos se asemejen a los de alguien que ha pasado su juventud y parte de su vida adulta entre libros, estudiando, entonces y sólo entonces tu mentira comenzará a cobrar forma.
No se trata de interpretar un papel; mas bien es sobre ser el personaje, no por completo, sólo en los pequeños rasgos, en los detalles.
Si quieres pasar por un actor, tendrías que hablar de emotividad, de sentimientos, de sentir la vida y no sólo vivirla, y mierda por el estilo; si quisieras que creyeran que eres un programador informático, usarías términos como variables, líneas de código, bugs y virus informáticos, o harías torpes analogías entre la realidad virtual (o VR, metiéndonos aún más en el personaje), y la realidad física.
No es una tarea sencilla, requiere esfuerzo, dedicación, pero sobre todo, centrar todo tu poder de concentración para que no haya grietas en tu historia.
Así que, ¿a qué estás esperando eh? Sal al mundo y comienza a poner en práctica lo aprendido hoy. Muéstrale al mundo de qué estás hecho, que vean tu potencial. Y siempre que lo hagas recuerda estas sabias palabras: "miente como si hoy fuera el último día de tu vida".
viernes, 29 de marzo de 2013
Voyeur
Esa chica era una voyeur, aunque por mucho que le gustara observar, el placer que en ella despertaba el exhibicionismo era cien veces mayor.
La luz inundaba por completo hasta el último rincón de aquel piso que de no ser por la cama que había a un metro de la ventana, se encontraría completamente vacío. A ella le gustaban los focos de LED, aquellos que con su intensa luz blanca bañaban su propia piel en una palidez marfileña que hacía resaltar aún más el azabache de su cabello cayéndole por la espalda llena de arañazos y cortaduras, remanentes de su último encuentro amoroso, que aún no habían terminado de cicatrizar.
Ellos dos se hallaban en el piso 11 de un enorme rascacielos en el centro de la ciudad, pero la chica había organizado una fiesta a la que había invitado a centenares de personas en el apartamento de ella, el cual se hallaba en el edificio contiguo, un poco por encima de ellos y a escasos metros, con la premeditada intención de que todos los asistentes de la fiesta, pudieran observar hacia el edificio de enfrente y ver el espectáculo que la chica y él mismo ofrecían en el piso desierto, con una luz casi cegadora cubriendo sus cuerpos completamente desnudos, mientras el sudor destilado por sus poros al tener sexo con intensa furia les recorría la piel dotándola de un brillo casi supernatural, como si fueran dos individuos pertenecientes a alguna especie superior, evolucionada.
La luz inundaba por completo hasta el último rincón de aquel piso que de no ser por la cama que había a un metro de la ventana, se encontraría completamente vacío. A ella le gustaban los focos de LED, aquellos que con su intensa luz blanca bañaban su propia piel en una palidez marfileña que hacía resaltar aún más el azabache de su cabello cayéndole por la espalda llena de arañazos y cortaduras, remanentes de su último encuentro amoroso, que aún no habían terminado de cicatrizar.
Ellos dos se hallaban en el piso 11 de un enorme rascacielos en el centro de la ciudad, pero la chica había organizado una fiesta a la que había invitado a centenares de personas en el apartamento de ella, el cual se hallaba en el edificio contiguo, un poco por encima de ellos y a escasos metros, con la premeditada intención de que todos los asistentes de la fiesta, pudieran observar hacia el edificio de enfrente y ver el espectáculo que la chica y él mismo ofrecían en el piso desierto, con una luz casi cegadora cubriendo sus cuerpos completamente desnudos, mientras el sudor destilado por sus poros al tener sexo con intensa furia les recorría la piel dotándola de un brillo casi supernatural, como si fueran dos individuos pertenecientes a alguna especie superior, evolucionada.
El chico sabía que muy probablemente al día siguiente ellos se convertirían en la sensación momentánea de los videos en Internet, pero eso realmente le traía sin cuidado, al menos en ese momento en que los generosos senos de la chica se aplastaban contra el inmenso cristal de tres metros de altura, y él la embestía una y otra vez por detrás con una ira avasalladora proveniente del pozo más profundo de su alma, como si no existiera mañana, como si en ese instante tuviera que hacerla suya para siempre, como si la vida se le fuera en ello.
Hasta que sus cuerpos, que estaban aún más sincronizados de lo que ellos mismos eran conscientes, alcanzaron el extático punto del clímax y ambos cayeron rendidos sobre la cama, bajo la atenta mirada de centenares de pares de ojos ante los cuales habían dado el espectáculo de sus vidas.
lunes, 4 de marzo de 2013
Harkonnens: Príncipes en el exilio II.
En ese momento, en aquel oscuro bar, Raykof "El Toro" Harkonnen se preguntó cómo sería tener una ideología, cómo sería el haber tenido alguna vez un sentido de pertenencia, algo que no conoció ni siquiera en sus años de juventud.
Aunque a decir verdad, aunque no lo quisiera admitir ni siquiera en su fuero interno, sí que tenía una ideología. La ideología del odio y el resentimiento, compartida con el resto de Harkonnens de todas las generaciones anteriores forzadas a vivir en el exilio en un planeta gélido y apartado del Imperio.Un planeta al que se habían adaptado y a partir del cual habían labrado una riqueza que ahora los posicionaría como una de las familias más influyentes, como siempre debió haber sido.
Tomó el vaso con cerveza, de un sabor tan artificial como lo era el resto de ese planeta industrializado, entre su enorme mano y de un solo trago lo apuró.
Tomó el vaso con cerveza, de un sabor tan artificial como lo era el resto de ese planeta industrializado, entre su enorme mano y de un solo trago lo apuró.
Fue entonces cuando uno de esos soldados, apostados en un planeta en el cual no ocurría nunca nada emocionante y por tanto aburridos de la monótona rutina, reparó en la insignia que representaba un enorme toro de bronce, símbolo característico de la casa Harkonnen, que adornaba su pecho.
-¡Vaya, que tenemos aquí!- gritó el soldado, haciéndose oír por encima del sonido de la lúgubre y acompasada música que llenaba el recinto, dirigiéndose hacia Raykof- ¡Pero sí es un noble de la familia Harkonnen, honrándonos con su presencia, apestando el lugar con el sucio aroma de los traidores!- gritó en tono sarcástico mientras parodiaba una reverencia.
-No busco problemas- se limitó a responder "El Toro" con voz grave pero queda.
-Al parecer ellos te encontraron a ti.
El soldado volteó a ver a sus camaradas, buscando la mirada de aprobación ante su frase que pretendía ser incitante, pero sólo llegaba a ser un cliché. Estos sonrieron y eso le hizo sentir confianza para seguir molestando a alguien del tamaño y la robustez de Raykof. Estos dos atributos, aunados a su taciturno humor, eran los que le habían granjeado el apodo de "El Toro", además que era una especie de honor, siendo este animal, el emblema de su familia.
-Veo que estás ansioso por ser golpeado- dijo Raykof en tono sombrío, apartando el vaso, haciéndolo a un lado y poniéndose en pie.
Su esposa acababa de morir, todo por lo que había luchado había dejado de valer la pena, sus esperanzas se habían esfumado en el momento en que el brillo de sus ojos verdes, acompañado por el rubor de su nívea piel, abandonó el mundo. Quizá sus primos tuvieran razón, tal vez la única forma de encontrar paz era mediante la fuerza, sometiendo a los débiles y recuperando por la fuerza el lugar que les correspondía. Toda su vida había tratado de seguir un camino de rectitud, y eso no había hecho sino llevarlo hasta un callejón sin salida.
-Salgamos- le espetó al soldado bravucón, retándolo obviamente a un duelo.
Su transformación había comenzado, y la muerte de ese soldado sería el catalizador que marcaría el inicio de una nueva era para él y para su familia.
-------------------------
Esta historia continúa en:
Capítulos anteriores:
Harkonnens: Lenkiviel
Nota del Autor:
En la entrada anterior mencioné a Iblis Ginjo, este hombre también vivía en la Tierra, y al ser capataz, era un esclavo que gozaba de cierta posición privilegiada entre las máquinas y un poco de libertad, lo cual le permite buscar a humanos rebeldes que le ayuden a librar una rebelión contra las máquinas.
Si bien en el primer libro Iblis en un gran héroe, al liderar la primer revuelta; en el segundo libro se convierte en un personaje vil y corrompido por su sed de poder. Y este es un personaje clave para entender por qué el nombre de Xavier Harkonnen se vuelve un apellido maldecido por la historia. Pero eso es algo que les platicaré más adelante.
Lo que ahora nos interesa es saber qué pasó después de que tanto Iblis como Vorian y Serena escapan de la Tierra.
Llegan a Selusa Secundus y sin perder un solo segundo, Serena los lleva hasta Xavier, quien al dar por muerta a Serena, se ha casado con Octa, la hermana de ésta. Este es el primer encuentro que tiene un Atreides con un Harkonnen...
Vorian Atreides y Xavier Harkonnen rápido trazan un plan: aprovechar la confusión que hay en la Tierra, acompañada de un nuevo invento recién descubierto por los humanos, para asestar un golpe catastrófico a las máquinas. Planean bombardear la Tierra con atómicas, hacer desaparecer para siempre la base central de todo el poder de Omnius, aunque esto conlleve asesinar junto a las máquinas a todos los humanos esclavizados.
El invento del que se valen para poder llevar a cabo esta temeraria excursión son los Escudos Holtzman. Estos escudos, creados casi por accidente por Tio Holtzman, son una especie de barrera protectora invisible que puede rodear un cuerpo, o una nave y protegerla de los impactos de los misiles. Lo cual hace posible que la flota de los humanos libres sea capaz de acercarse lo suficiente a la Tierra como para lanzar el funesto ataque con bombas atómicas que dejará la Tierra convertida en un yermo planetario desolado.
Xavier Harkonnen es el responsable de encabezar este ataque y de dar la orden para desolar la Tierra.
Él mismo sabe que su nombre quedará manchado para siempre, que el apellido Harkonnen estará por siempre asociado en la historia con la destrucción de la Tierra, la cuna de la humanidad.
sábado, 9 de febrero de 2013
Anti-héroe.
El rojo de la ira ascendió de golpe a sus ojos, asomándose como el fuego devorador del dragón, a diferencia del lento y rítmico cosquilleo ascendente que antecede al orgasmo. La chica sintió cómo una lujuria agazapada ahora se desperezaba como el león que está a punto de brincar sobre su presa, se abría paso desde su bajo vientre, le rodeaba los labios de la vagina, implosionando en el clítoris y avanzando mediante espasmos eléctricos que le recorrían los muslos y descendían, haciendo que los músculos de sus pantorrillas se tensaran al ritmo eléctrico, paralizante y eufórico del orgasmo, desbordándose finalmente hasta en los dedos de los pies, los cuales se doblaban hasta el éxtasis, como si supieran que eran el último bastión del cuerpo antes que el placer se marchara y quisieran de esta manera impedirlo.
Entonces el hombre vio los ojos de la chica y antes de que su mente racional lo entendiera, antes de siquiera haber concretado una idea racional, su cuerpo tembló de miedo. Eso era quizá lo que la gente llamaba premoniciones, un impulso increíblemente poderoso, místico, inexplicable, algo que la mente no comprende pero que el cuerpo conoce sin saber cómo.
La chica era una bounty-hunter –una cazarecompensas –, y la recompensa por la captura de aquel sujeto, vivo o muerto, era más que jugosa. Durante todo el rato, su atención jamás se desvió, jamás se desenfocó, ni siquiera en el pletórico momento del éxtasis se permitió distraerse.
Tomó el cuchillo guardado bajo la almohada, y mientras el hombre que permanecía sobre ella aún sufría de los espasmos remanentes del orgasmo, se lo clavó en la yugular y le dio vuelta al mango. Un chorro de sangre le cubrió los senos convirtiendo el rosa de las aureolas en un color rojo tan denso que casi parecía negro.
Serena saboreó ese delicioso instante, desnuda y bañada en sangre, relamiéndose ante la perspectiva del dinero fácil que le esperaba cuando entregara el cadáver.
sábado, 2 de febrero de 2013
Creepy boy.
Al verla, su corazón dio un vuelco. Por un momento, el tiempo se detuvo, la gravedad dejó de existir, la Tierra perdió su eje, en fin, cuando sus ojos se cruzaron, las leyes de la física desaparecieron, al menos para él. Tenía 17 años y aún lucía como alguien de 14, pero eso no le impidió fijarse en aquella chica, más bien en aquella mujer, que bien podría doblarle la edad, e imaginar cómo sería la vida a su lado. Se había quitado los lentes, para no parecer tan nerd, intentando ocultar lo indisimulable. Se los volvió a poner y reanudó la marcha. Se puso el libro bajo el brazo y camino con paso decidido, lleno de confianza, hacia ella.
Cuando ella volteó el rostro, el chico simplemente se quedó sin aire, las piernas le fallaron y sus dos pulmones parecían espirar y expirar a ritmos distintos. Todo lo que podía ver, lo único que su sistema percibía, eran sus cabellos de oro y plata, sus ojos iridiscentes que bajo el rayo del sol matutino se volvían verdes sin perder el tono grisáceo del cual se había enamorado unos minutos atrás, la piel nívea que refulgía bajo la luz solar que se reflejaba contra ella, mientras que todo a su alrededor se había desvanecido.
Por primera vez en la vida, se había planteado la idea de formar una familia, si pudiera envejecer al lado de esa mujer, sería el ser más feliz del planeta, daría lo que fuera por compartir una vida con ella.
Cuando ella volteó el rostro, el chico simplemente se quedó sin aire, las piernas le fallaron y sus dos pulmones parecían espirar y expirar a ritmos distintos. Todo lo que podía ver, lo único que su sistema percibía, eran sus cabellos de oro y plata, sus ojos iridiscentes que bajo el rayo del sol matutino se volvían verdes sin perder el tono grisáceo del cual se había enamorado unos minutos atrás, la piel nívea que refulgía bajo la luz solar que se reflejaba contra ella, mientras que todo a su alrededor se había desvanecido.
Por primera vez en la vida, se había planteado la idea de formar una familia, si pudiera envejecer al lado de esa mujer, sería el ser más feliz del planeta, daría lo que fuera por compartir una vida con ella.
Entonces, cuando estaba a punto de hablarle, cuando finalmente hizo acopio de todo el valor que un chico como él era capaz de reunir, un ser inmenso se materializó frente a la chica. Un gorila, una aberración de músculos hinchados con esteroides y demás sustancias químicas.
Entonces, ese ser humano gigante y musculoso, se acercó a la mujer de sus sueños y el chico miró impotente cómo la besaba. Entonces se fijo en el dedo anular de ambos y oh sorpresa, ambos llevaban alianzas similares. Estaban casados.
Entonces, ese ser humano gigante y musculoso, se acercó a la mujer de sus sueños y el chico miró impotente cómo la besaba. Entonces se fijo en el dedo anular de ambos y oh sorpresa, ambos llevaban alianzas similares. Estaban casados.
El espíritu le cayó a los pies, su alma quedó desnuda, un hueco se abrió paso en su corazón hasta formar una fisura y algo muy dentro de él se rompió, un tornillo que jamás volvería a encontrar el camino de regreso se desatornillo para siempre.
Giró el cuerpo en 180 grados y comenzó a caminar en dirección opuesta a la chica, sin voltear jamás la vista hacia atrás.
viernes, 1 de febrero de 2013
Die as a free man.
El caballero de la antigua -o más bien extinta-, orden de Solan, llevó la mano hasta la empuñadura de su espada, la cual permanecía enfundada en su cinto, preparándose para morir peleando. En cuanto el primer rufián se abalanzó hacia él, la saco con un único y rápido movimiento y se defendió como pudo de la estocada de su agresor. Los otros dos compinches del rufián no tardaron en unirse a la trifulca.
Morir por salvar la vida de la chica de ojos de jade. No se le ocurría una mejor manera de morir. Desearía no estar medio borracho, ni en el callejón trasero de aquella taberna de mala muerte. El alcohol de la cerveza de barril si bien no lo había embriagado del todo, sí había hecho que el antiguo guerrero ya hubiera traspasado la barrera de aquel agradable primer achispamiento que viene antes de la embriaguez, el momento en que uno comienza a sentirse invencible, pero aun conserva intactas todas sus facultades. Sostenía su espada a la altura del hombro como si se tratara de una daga, con la punta hacia el suelo, y la mano izquierda en la base de la empuñadura labrada en caoba e incrustada de cristales preciosos. Si estuviera en un campo de batalla, tendría el escudo en una mano y la espada en otra, y podría asestar estocadas y arremeter con el escudo, y también podría defenderse con ambos de los ataques enemigos; pero como no era el caso, al atacar tenía que imprimir toda la fuerza de sus dos brazos y cuerpo únicamente en la espada, y confiar en que sus reflejos le ayudaran a detener las puntiagudas dagas que se estrellaban contra su acero como una lluvia de metales y le rozaban la cota de malla.
La embriaguez salió de su sistema cabalgando las gruesas gotas de sudor que resbalaban por su frente y mejillas.
Probablemente no hubiera tardado en morir aquella tibia noche de enero. Puede que estuviera tratando con simples bravucones, truhanes que poca cosa sabían sobre pelear con una espada de verdad, pero él ya no era ningún joven y tarde o temprano la superioridad numérica de sus inexpertos atacantes bastaría para hacerlo sucumbir.
Pero la mujer con ojos cristalinos lo salvó. Aprovechó que sus asaltantes se habían olvidado de ella, tomó una enorme piedra y acercándose por la espalda, se la clavó en el cráneo al más alto de los tres. Esta distracción sirvió para que el caballero finalmente pudiera asestar una estocada certera y así derribó al segundo, sacó la espada chorreante de su vientre y el hombre se desplomó, cuando sólo quedó un hombre, el guerrero no tuvo que hacer más que pasar del modo defensivo en que se hallaba a un ataque violento y rapaz para aniquilarlo.
Cuando los tres hombres que habían intentado violar a la mujer (ahora que la apreciaba con atención, se percató de que acababa de salir de la adolescencia), hubieron muerto, ella le ofreció al agotado guerrero una mirada tan intensa, profunda y eterna que él no pudo evitar enamorarse para siempre de ella.
Pero la mujer con ojos cristalinos lo salvó. Aprovechó que sus asaltantes se habían olvidado de ella, tomó una enorme piedra y acercándose por la espalda, se la clavó en el cráneo al más alto de los tres. Esta distracción sirvió para que el caballero finalmente pudiera asestar una estocada certera y así derribó al segundo, sacó la espada chorreante de su vientre y el hombre se desplomó, cuando sólo quedó un hombre, el guerrero no tuvo que hacer más que pasar del modo defensivo en que se hallaba a un ataque violento y rapaz para aniquilarlo.
martes, 29 de enero de 2013
Piroquinesia.
La evolución no se detuvo con la telequinesia, no.
Piroquinesia, telepatía, electroquinesia, invasores de mente, y otras cosas tan llamativas como devastadoras.
La fría noche, plagada de estrellas de mal agüero, en que llegaron a casa de John Lucen, él sabía que los matarían. No había nada que su incipiente telequinesis pudiera hacer en contra de sus atacantes.
Uno de ellos era un sujeto que había servido junto a Lucen en el ejército, Scott Irving, un sociópata que se había alistado sólo para tener una manera legal de matar. Después de que la plaga se hubiera extendido, despertando poderes en un pequeño porcentaje de la población, él había desarrollado una potente piroquinesia que no había tardado en entrenar hasta llegar a convertirla en un arma más que letal.
Todo el tiempo brotaban llamas naranjas de sus manos, las cuales danzaban alegremente, con una vitalidad espeluznante, y ni siquiera le importaba el daño que le causaban a su piel, la cual parecía bañada en pintura de color rojo sangre.
-¡Corre!- gritó con la desesperación clavada en la voz como hierro caliente.
Eso fue lo último que le dijo a su esposa.
El tipo que acompañaba a Irving, un invasor, entró a su mente tras dejarlo inconsciente y borró cualquier memoria que Lucen pudiera tener sobre su familia, su esposa e hijo desaparecieron para siempre de sus recuerdos, dejándolo sumido en una total negrura, en el olvido, en el frío y negro abismo de la soledad. Mientras, Irving arrasó su casa con llamas infinitas que se esparcieron como dedos anhelantes, buscando presas, cosas que devorar para seguirse esparciendo, para crecer más y más, como si poseyeran vida propia y tuvieran hambre.
La Organización incriminó a Lucen del asesinato de su familia, y sin memoria, no tuvo argumento alguno válido para defenderse, más allá de la demencia. Así que el estado se limitó a encerrarlo.
Jamás recordaría de nuevo a su familia. Pero siempre existiría un oscuro pedazo de su ser, resguardado en su interior, oculto incluso para él mismo, donde sabría que alguna vez había sido feliz.
Ahora, quedaba poco menos que un cascarón vacío, carente de emociones, donde una vez había estado su corazón. Y justo así era como La Organización quería que fuera.
Piroquinesia, telepatía, electroquinesia, invasores de mente, y otras cosas tan llamativas como devastadoras.
La fría noche, plagada de estrellas de mal agüero, en que llegaron a casa de John Lucen, él sabía que los matarían. No había nada que su incipiente telequinesis pudiera hacer en contra de sus atacantes.
Uno de ellos era un sujeto que había servido junto a Lucen en el ejército, Scott Irving, un sociópata que se había alistado sólo para tener una manera legal de matar. Después de que la plaga se hubiera extendido, despertando poderes en un pequeño porcentaje de la población, él había desarrollado una potente piroquinesia que no había tardado en entrenar hasta llegar a convertirla en un arma más que letal.
Todo el tiempo brotaban llamas naranjas de sus manos, las cuales danzaban alegremente, con una vitalidad espeluznante, y ni siquiera le importaba el daño que le causaban a su piel, la cual parecía bañada en pintura de color rojo sangre.
-¡Corre!- gritó con la desesperación clavada en la voz como hierro caliente.
Eso fue lo último que le dijo a su esposa.
El tipo que acompañaba a Irving, un invasor, entró a su mente tras dejarlo inconsciente y borró cualquier memoria que Lucen pudiera tener sobre su familia, su esposa e hijo desaparecieron para siempre de sus recuerdos, dejándolo sumido en una total negrura, en el olvido, en el frío y negro abismo de la soledad. Mientras, Irving arrasó su casa con llamas infinitas que se esparcieron como dedos anhelantes, buscando presas, cosas que devorar para seguirse esparciendo, para crecer más y más, como si poseyeran vida propia y tuvieran hambre.
La Organización incriminó a Lucen del asesinato de su familia, y sin memoria, no tuvo argumento alguno válido para defenderse, más allá de la demencia. Así que el estado se limitó a encerrarlo.
Jamás recordaría de nuevo a su familia. Pero siempre existiría un oscuro pedazo de su ser, resguardado en su interior, oculto incluso para él mismo, donde sabría que alguna vez había sido feliz.
Ahora, quedaba poco menos que un cascarón vacío, carente de emociones, donde una vez había estado su corazón. Y justo así era como La Organización quería que fuera.
lunes, 21 de enero de 2013
Vanity.
Hace tiempo que había dejado de considerar a ninguna chica demasiado atractiva para él. Ahora, sentía que todas estaban a su alcance, no tenía más que hacer un leve esfuerzo, casi tan insignificante como señalar con el dedo y cualquier mujer caería rendida ante él.
Esta confianza en sí mismo no había surgido de la nada ni de un día para otro. No, había sido labrada a base de horas de esfuerzo y sudor en el gimnasio y de nudillos lacerados por golpear con ira el saco de box, cimentada en la profunda convicción de que era superior al resto de los mortales. Una convicción que surgió en el momento en que le pagaron su guión en una cifra de siete números, y en dólares.
Un día, al mes de haber concluido su guión, un texto realmente incipiente en el cual su fe no iba más allá de la débil esperanza montada en la tenue ilusión de que alguien encontraría en sus palabras plasmadas sobre el papel, un talento del cual ni él mismo era consciente.
Y así fue, en la modesta agencia literaria a la que lo llevó, tardaron varios meses en leer su manuscrito, por supuesto, pero cuando uno de los agentes finalmente lo hizo, no tardó en llamarlo y decirle que ese guión, ese pedazo de hojas y tinta, era una mina de oro, que podría ser llevado a la pantalla incluso en Hollywood. El agente fue hasta su casa y él firmó un contrato, el cual le concedía el 10 % de todos los beneficios que esa pequeña agencia obtuviera a partir del guión que había escrito encerrado en su diminuta habitación, mientras trataba de evitar pensar en aquella chica que le había roto el corazón de manera tan despreciable.
Así que tras alcanzar el éxito y la fama, algo con lo que el resto de personas sólo puede soñar, había cambiado. Se había vuelto frío, reservado y jugaba con los sentimientos de aquellos que lo rodeaban. No había sido necesario crear una barrera alrededor de su corazón, no, ya que no quedaba nada que proteger, se había limitado a vaciarlo de cualquier sentimiento o emoción que hubiera habitado dentro de él anteriormente.
Esta confianza en sí mismo no había surgido de la nada ni de un día para otro. No, había sido labrada a base de horas de esfuerzo y sudor en el gimnasio y de nudillos lacerados por golpear con ira el saco de box, cimentada en la profunda convicción de que era superior al resto de los mortales. Una convicción que surgió en el momento en que le pagaron su guión en una cifra de siete números, y en dólares.
Un día, al mes de haber concluido su guión, un texto realmente incipiente en el cual su fe no iba más allá de la débil esperanza montada en la tenue ilusión de que alguien encontraría en sus palabras plasmadas sobre el papel, un talento del cual ni él mismo era consciente.
Y así fue, en la modesta agencia literaria a la que lo llevó, tardaron varios meses en leer su manuscrito, por supuesto, pero cuando uno de los agentes finalmente lo hizo, no tardó en llamarlo y decirle que ese guión, ese pedazo de hojas y tinta, era una mina de oro, que podría ser llevado a la pantalla incluso en Hollywood. El agente fue hasta su casa y él firmó un contrato, el cual le concedía el 10 % de todos los beneficios que esa pequeña agencia obtuviera a partir del guión que había escrito encerrado en su diminuta habitación, mientras trataba de evitar pensar en aquella chica que le había roto el corazón de manera tan despreciable.
Así que tras alcanzar el éxito y la fama, algo con lo que el resto de personas sólo puede soñar, había cambiado. Se había vuelto frío, reservado y jugaba con los sentimientos de aquellos que lo rodeaban. No había sido necesario crear una barrera alrededor de su corazón, no, ya que no quedaba nada que proteger, se había limitado a vaciarlo de cualquier sentimiento o emoción que hubiera habitado dentro de él anteriormente.
viernes, 11 de enero de 2013
Mi alma murió.
Los gritos de dolor y agonía incesantes eran el único sonido que había escuchado en los milenios que llevaba ahí; un círculo central, sólo para él, rodeado por otros ocho, cada uno más grande que el anterior, donde eran castigadas las almas de los mortales que ante los ojos del creador no eran lo suficientemente dignos para entrar al paraíso. La locura había avanzado inexorable, inevitable hasta su cabeza, y como una plaga, se había alojado simbioticamente en su alma, o lo que quedara de ella.
Ya no quedaba nada de lo que anteriormente fuera Lucifer, el idealismo y el arrojo que alguna vez lo caracterizaron, habían muerto ahora y para siempre, era como si el ser grotesco en que lo habían convertido hubiera matado con sus propios puños al ángel de piel nívea y ojos hechizantes que una vez fue para después enterrarlo en el centro de la Tierra, en un lugar del que no existe retorno.
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