Cuando el final llegó, lo hizo con un ruido atronador, como el relámpago que rasga la noche, o la ola que revienta contra el arrecife, o como otras cientos de metáforas y símiles que podría inmortalizar en esta línea.
Lo importante, lo que vale la pena ser documentado es el cómo, no el qué ni el cuándo.
Todo se reduce a una única cosa, un simple hecho, solitario pero irrefrenable como lo es el fin.
Decenas de millones de personas murieron, otras tantas quedaron tocadas de por vida; el caos llegó, arrasó, nos golpeó, hizo estragos y nos dejó reducidos a una mísera parte de lo que alguna vez fuimos, y los que quedamos, los que nos levantamos de entre las cenizas, quienes nos erguimos en medio de la devastación por encima de los cadáveres calcinados de nuestros hermanos, quedamos con una enorme cicatriz en el centro de nuestra humanidad, sobrepasados por el horror de los actos que habíamos cometido para sobrevivir.
Una vez más la rueda del destino ha comenzado a girar, pero ya no castigará a los impíos ni premiará a los justos, ahora lo único que la hace girar, aquello que la va haciendo más grande conforme pasa el tiempo, al igual que una bola de nieve al caer por una pendiente, es la ley del más fuerte. La supervivencia del más apto.
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