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miércoles, 31 de octubre de 2012

Skinhead (2).

El chico que escondía su ascendencia judía debajo de un cabello cortado al rape, teñido de rubio y playeras de manga corta que en su mayoría contenían plasmada la imagen de una esvástica, se subió los pantalones que habían permanecido enrollados alrededor de sus tobillos durante el corto lapso de tiempo que duró el coito salvaje mantenido contra el basurero en el oscuro callejón con aquella chica de ojos inyectados en sangre, aliento a alcohol y alma impulsada por la adrenalina de la metanfetamina.

Su corazón aún bombeaba sangre a chorros hacia su cerebro, su pene, y hasta el último rincón de su cuerpo. La electricidad de la música del harapiento bar del que acababan de salir aún retumbaba en sus oídos como la humedad que se queda adherida a la ropa horas después de haber sumergido el cuerpo entero en una alberca fría.

Los ojos verdes de la chica estaban perdidos en el infinito; así estarían los de él si no hubiera jurado solemnemente consagrarse al ejercicio para llevar su cuerpo  hacia el siguiente estadio en la escala evolutiva, y esto sólo podía llevarlo a cabo mediante sesiones extenuantes de pesas y evitando cualquier contacto con las sustancias que pudieran retrasar su mejoramiento muscular, por lo tanto, el alcohol y las drogas eran sustancias prohibidas, sustancias para los débiles, no aliviaban el dolor, sólo lo adormecían, y él estaba harto de vivir en un sueño, quería sentir dolor, ira, odio, quería que los puños le quemaran como fuego ardiente si golpeaba a alguien, quería sentir también el placer repulsivo que provoca recibir una paliza, no quería vivir tras un velo de entumecimiento emocional.

La chica le ha dicho algo, pero él la ha ignorado, y eso la ha echo ponerse como loca.

-¡Cállate! -la voz que surge de él parece distante, como si perteneciera a alguien más, es fría e inexpresiva.

La chica comienza  a hervir de enojo y arremete contra él, lanza bofetadas y le araña el rostro.
El primer impulso de él es golpearla, utilizar la violencia para detenerla, frenarla de golpe. Pero una última pizca de decencia aún latente en su pecho lo detiene. Pero cuando la chica le araña un ojo, acción que lo ciega y hace que el ardor ascienda como veneno hacia su rostro, le propina una bofetada, lo cual la detiene en seco, hace aflorar una lágrima en su ojo y le enrojece la mejilla.

La chica permanece con expresión de desconcierto, mirando asustada al chico, el cual observa su mano con una especie de repudio que no tarda en convertirse en una oscura fascinación.

Entonces, en medio del estupor que se ha elevado como bruma mística entre ellos, aparecen tres siniestras siluetas en la entrada al callejón que los devuelven a la realidad.

Son tres sujetos, el más bajo de ellos, el que permanece al frente y es a todas luces el líder, le hace un ademán con la cabeza a la chica para que se largue, para que deje a los hombres jugar a solas.

Los tres sujetos, no tienen más de veinte años, lucen exactamente igual que él, cabello rubio cortado al estilo romano, bíceps tonificados, hombros más anchos que el promedio y ropa ajustada que deja entrever la buena condición física que poseen. El líder se adelanta hacia el chico con paso firme y seguro y sin aviso alguno le asesta un incitante puñetazo en el rostro que no hace sino prender la chispa que enciende la  agresividad contenida que ruge en su interior, explotando como si fuera un barril de pólvora.

lunes, 29 de octubre de 2012

Skinhead.

Los puños del chico caen como rocas sobre el rostro de aquel patético sujeto. Su cabello, teñido de rubio para ocultar su secreto y cortado al rape, al estilo romano brilla bajo el cobijo de la tenue luz de la farola de la calle que alcanza a colarse hasta el callejón.

Después de tumbar al sujeto con un fuerte puñetazo directo en la nuez, se sentó a horcajadas sobre su pecho, y sus puños, furiosos e infatigables como olas batientes llevaban casi un minuto descargando su ira contra el rostro del sujeto.

No sabía por qué había comenzado a golpearlo, algo en él le había molestado, pero no recordaba el qué. Sus lagunas mentales, los episodios en que su mente consciente simplemente se desconectaba de su sistema, eran cada vez más frecuentes, y cada vez iban acompañados de arranques de violencia más severos.

El tipo que yacía inconsciente bajo su cuerpo, bien podía ser un negro, o un judío, o un marica, daba lo mismo, lo que importaba es que su sola presencia era suficiente para molestar al chico.

Golpear a alguien no se parecía en nada a golpear el saco en el gimnasio, el dolor en los nudillos sí que lo era, pero lo demás, el éxtasis que conllevaba el lastimar a alguien más al tiempo que uno mismo se dañaba los nudillos, la sangre entremezclada de ambos y los gemidos de dolor confundiéndose con los suyos de agitación y excitación casi sexual, hacían estas dos experiencias completamente diferentes.

Finalmente se pone de pie, con los puños envueltos en una sábana de sangre. El tipo aún respira, pero hace tiempo que se desmayó, el rostro desfigurado por la hinchazón y las cortadas le produce asco, así que simplemente hace una mueca, mira con desagrado y por última vez al infeliz que tuvo la desdicha de cruzarse en su camino en esa solitaria noche, da media vuelta y echa a andar, dejando atrás ese encuentro violento, y sintiendo bullir ahora en su interior, a la altura de la entrepierna el cosquilleo por la anticipación del encuentro que está a punto de tener con la chica que conoció esa mañana, la que parece estar loca por él y por sus delirios de grandeza, delirios que siempre van acompañados de una profunda convicción de superioridad cuando se compara a sí mismo con el resto de sus congéneres.

sábado, 27 de octubre de 2012

Skyler Harkonnen.

La ira amontonada, apilada como toneladas de basura en su interior, no lo abandonó ni siquiera en su lecho de muerte.

Sólo hay una persona que pudo haber hecho que dejara a un lado su odio, su infatigable sed de venganza. Su esposa; Skyler.

Pero la mala suerte de los Harkonnen lo perseguía, iba detrás de él como el cazador más implacable.

Cuando Blur la conoció, ya había perdido toda esperanza de encontrar una mujer por la que valiera la pena luchar o sentir algo más que una lujuria pasajera más propia de un animal que de un ser civilizado. Ya se había resignado al destino de ser un lobo solitario, a no sentir pertenencia jamás en ningún lugar.

Cuarenta años tenía él en ese entonces, ella apenas veintiocho, la conoció cuando estaba de caza en la helada y solitaria estepa. En el instante mismo en que sus ojos posaron la mirada en los de ella -de un verde helado y penetrante-, supo que esa mujer sería su esposa.

Tras su primer encuentro, la fricción causada entre ellos fue tal que ambos se marcharon odiándose mutuamente. Quizá fue porque los dos eran igual de obstinados y tenían demasiadas cosas en común.

Un año después se encontraron nuevamente, en la fiesta de un primo de Blur, y entonces, recordaron esa aventura, y con el lubricante armonizador del alcohol, platicaron hasta que amaneció, llegaron a conocerse y al final terminaron riéndose de aquel desastroso encuentro. Al despedirse, ambos admitieron la atracción física que habían sentido por el otro desde el primer instante, y como dos adolescentes se envolvieron en un apasionado beso, y la despedida se convirtió en un viaje al hogar de Blur, donde se amaron intensamente, dando rienda suelta a sus deseos, y ese mismo día, Skyler quedó embarazada de su primer hijo.

Pero como era de suponer, la mala suerte no se hizo esperar, y un par de años después del nacimiento de su segunda hija, una hermosa niña que había heredado el cabello de un frío negro y las cejas anchas y seductoras de su madre, la misma plaga que se había llevado a su abuelo, puso fin a la vida de Skyler, la única mujer que Blur amó en toda su vida.

La plaga que se presumía habían plantado los Atreiddes para acabar con el linaje Harkonnen, para borrarlos del árbol genealógico de la realeza, para evitar su futuro retorno al imperio.

Así que aunque por unos años los deseos de sangre y venganza parecieron desalojar su alma, una vez que su esposa hubo muerto, en su momento de mayor vulnerabilidad, cuando su fe se tambaleó y su bondad terminó por hundirse en un pozo gélido de agua mortal, lo único que mantuvo con vida a Blur, lo único a lo que supo aferrarse con la poca fuerza que le quedaba, fue al deseo de venganza, el cual era como fuego que él alimentó con su propio dolor que era la leña más incendiaria que pudiera existir.

La herencia de dolor y revancha lo había sobrepasado, era el único legado que había dejado a sus hijos.

Ahora, a las puertas de la muerte, en el umbral del infierno, o el paraíso, realmente no sabía cuál de los dos le aguardaba, se preguntaba si había hecho lo correcto, si no debería haber intentado que el legado de odio terminara con él. Pero no hay nada que pueda hacer ya. Sus hijos llevarán plasmado el deseo de venganza en sus ojos el resto de su vida. Al igual que él durante la suya.


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Esta historia continúa en:



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Nota del Autor:

¡¡¡Si están pensando en leer La Yihad Butleriana no lean lo que sigue, so pena de Spoilers!!!

El suceso tan terrible es este: El robot Erasmo, enojado por el cambio de actitud en el temple de Serena al convertirse en madre, toma a su bebé, y en una especie de ejecución publica, lanza al bebé al vacío desde su balcón.

Cientos de humanos esclavizados ven esta horripilante escena, la muerte de un bebé inocente a manos de las máquinas, la muerte de Manion Butler. Un niño al que todos querían, ya que desde la llegada de Serena a la Tierra, ésta se las había ingeniado para convencer a Erasmo de mejorar la calidad de vida de los esclavos.

¡¡¡Aquí terminan los spoilers!!!

Así es como miles de humanos (envalentonados al ver que Serena ataca a Erasmo, a un robot, con sus propias manos), se levantan en armas guiados por Iblis Ginjo sin importarles morir en el intento.

Vorian Atreides reacciona rápido, y en medio de la masacre y el fuego, saca a Iblis Ginjo y a Serena Butler del planeta, sabiendo que esa es una batalla perdida. Las máquinas están masacrando a los humanos por millones, pero aún así, la chispa de la rebelión, de la Yihad ya se ha encendido.

Toman rumbo hacia Salusa Secundus, donde se encontrarán con un atribulado Xavier Harkonnen...

miércoles, 24 de octubre de 2012

Síndrome de abstinencia.

.-Conjunto de reacciones físicas o corporales que ocurren cuando una persona con adicción a una sustancia para de consumirla.
Pero para él es mucho más que eso, cada minuto que pasa lejos de ella conlleva una agonía incesante, un grito de dolor amarrado a su estómago, incapaz de ir más alla de la garganta. No es sólo un dolor físico o emocional, es la unión de ambos, un total que resulta mucho más doloroso que la suma de las partes.
Abre los ojos, sin saber dónde se encuentra, sin saber qué ocurrió, con un hacha clavada en el tronco de sus recuerdos partiendolos, sólo recuerda la añoranza, la nostalgia, una devastadora sensación de pérdida, de abandono mezclándose con el alcohol, corriendo como relámpago por su torrente sanguíneo, elevándose hacia el cerebro para finalmente hacer corto circuito, llevándolo directamente a donde se encuentra ahora.
Un bosque vacío, ¿o es un parque extremadamente grande? como sea, hay muchos árboles y el frescor de la noche aún no huye por completo del ambiente. Sólo ella, su rostro, ojos grises, los cuales adopta el color del entorno, piel tersa, blanca, nívea, contrastando cabalmente con el negro azabache de su cabello. El conjunto de sus rasgos la convierte en algo más que una diosa; una semidiosa. Una criatura que en la antigua mitología era más bella y poderosa que una diosa, ya que guardaba todos los misterios de la mortalidad y la carne dentro de sí, pero potencializados por una divinidad enigmática, confiriéndole una belleza tal a su cuerpo físico, que las diosas no podían más que sentir unos celos y un odio despreciables hacia ellas.
Pero tiene que concentrarse, dejar de sentir dolor, de autocompadecerse y tratar de recordar. Tiene que salir de ahí lo antes posible, un mal presentimiento comienza a extenderse por su cuerpo como la nube que ensombrece de pronto la Tierra, convirtiendo el día en noche, trayendo consigo las viejas supersticiones, los antiguos miedos.
Se pone en pie y observa su ropa, una camisa arrugada, un pantalón lleno de tierra y en un pie hace falta un zapato. La angustia de encontrarse de nuevo con la soledad lo ha hecho amistarse con el whisky, y ahora paga las consecuencias. Comienza a andar, pero el tobillo izquierdo duele demasiado, así que tiene que renquear.

domingo, 21 de octubre de 2012

Sólo Ella.

Los recuerdos fueron desvaneciéndose junto con el dolor, mientras la vida se esfumaba fuera de ella.
La chica observó por última vez su rostro en el espejo. Cabello rojizo largo y sedoso, unos ojos verdes le devolvieron una mirada vacua, pero embargada por el resentimiento. Justo antes de caer en la negrura de la inconciencia, la fría noción de lo que ha hecho es como una ola de dos metros golpeándole directamente el rostro, tumbandola y revolcándola dentro de un mar de agua salada, rasposa que se le cuela por nariz y boca, rasgándole las paredes de la garganta.
Las palabras atragantadas de un perdón que jamás saldrán de su boca son lo único que le duele en esos fatídicos segudos. La ténuey vaga luz del foco que parece irse disipando en la inconciecia hace brillar de forma antinatural el brillante grafito de la llave del lavabo, del cual suge un gorgoteante chorro de agua que se desvanece por el drenaje, llevándose consigo la sangre de olor metálico, llevándose la vida de ella.
La chica deja caer la fría navaja sobre la baldosa, sus miembros empiezan a no responderle, la sensibilidad se va, pero junto con ella tambien el dolor, y agradece que así sea.
       Se aferra a los últimos recuerdos que son como jirones gigantes de una fina tela que poco a poco va desapareciendo. En la habitación contigua, las noticias suenan a todo volúmen, ¿o son acaso videos musicales lo que suena? Da igual, en pocos segundos todo habrá acabado.
      Los sentidos se esfuman, desaparecen, sus piernas se vuelven de plastilina y la chica cae al suelo. El tapete de la regadera queda barnizado en sangre, a su madre eso no le gustará, odia que hagan desastres en la casa, que la ensucien. Piensa en esto último y levanta el brazo, lo mueve decontroladamente, para dejar un rastro de sangre por doquier, para que la mancha de su dolor abarque la mayor área posible.
      Finalmente, su alma se retrae, el dolor desparece y los recuerdos se evaporan cual fino vapor en la negra noche.
Negrura. Si es todo lo que queda entonces no está tan mal, no hay felicidad, ni luz algúna al final del túnel, pero al menos tampoco hay dolor, ni contrición. Sólo soledad.

sábado, 20 de octubre de 2012

Violencia,et,literatura.

Sangre, visceras, senos, terror, gritos, oscuridad, ajuste de cuentas, ceguera, disturbio, hambre, tsunami, tu muerte, mi muerte, futilidad, guerra, desamparo,violencia, alarido, golpe, nudillos, más sangre, aún más violencia, pánico generalizado, horror, histeria colectiva, robos masivos, hurtos, apuñalado, ríos de sangre, descerrajar un tiro en el pecho de ese bastardo, una bala perdida le ahueca el cráneo, la muerte se cierne sobre nosotros, impotencia,i ncertidumbre, miedo, sed, más sangre, no sabemos qué podemos hacer, ¿acaso hay algo que pueda hacerse?. Y la respuesta más obvia, omnisciente, siempre imponente e inmutable: NUNCA.
Una hoja en blanco; un universo inexplorado.
Llenarla de atrocidades, de descripciones vacuas que sólo remiten a la violoencia parece un sacrilegio, una profanación a lo que debería ser la literatura.
O quizá eso es la literatura, no es otra cosa sino nuestros más oscuros sentimientos, nuestras más lejanas perversiones, lo que intentamos mantener al márgen, plasmados sobre una hoja de papel. Todo aquello que odiamos y a lo que le tememos convertido en una ficción inocua sobre un trozo de inofensivio papel.

martes, 16 de octubre de 2012

Path of a Villain. (TK)

El camino de un villano, aunque paralelo al del héroe, invariablemente tiene su inicio en el mismo punto.

Muchas veces es el mismo camino. Una simple bifurcación en el sendero, es todo lo que se necesita para separarlos, para volverlos rivales a muerte.

Quizá incluso, un villano no puede convertirse en tal si antes no recorrió una larga brecha en el trayecto del héroe. Tal vez sólo cuando un héroe es golpeado, aplastado, y pisoteado una vez tras otra, cuando ha visto la futilidad de ser noble, la inutilidad de tener las mejores intenciones, entonces y sólo entonces es capaz de abrirse paso por un sendero más oscuro; el camino del Villano.

Tk. Todo lo que se necesitó para que la humanidad comenzara a planear nuevas formas de pelear, de destruirse entre sí. Pero terminó siendo nada más que una atracción de circo que sólo un pequeño porcentaje de la población mundial poseía.

John Lucen acaba de salir de prisión, su sistema se encuentra en el estado más puro, no hay toxinas que nublen su juicio, ni grasas que alenten sus procesos corporales.

Seis años de intenso ejercicio, junto con la ira arremolinándose en su cerebro y corazón. Hace seis años que no usa su telequinesia, en prisión hubiera sido peligroso  hacerlo, los guardias le habrían echado el ojo y la vigilancia sobre él habría sido aún más severa.

      Su mente y cuerpo están totalmente sincronizados. Seis años sin hablar casi con nadie, sin preocuparse de nada que no fuera ejercitarse el mayor tiempo posible, tratar de sacar lo mejor de las interminables horas en esa solitaria y mortalmente aburrida celda de dimensiones reducidas, con la capacidad de volver loco a cualquiera de mente débil.

Pero también pasó seis años acumulando ira, una nube roja que parecía palpitar dentro de las paredes de su cabeza, un odio que no se alejaba jamás, se había vuelto un oscuro acompañante, siempre presente, siempre siniestro.

       Observa las altas paredes de su enorme piso, el cual se encuentra cubierto por capas industriales de polvo acumulado durante los seis años de abandono.

       Su telequinesia nunca fue nada espectacular, al igual que la del resto de gente que la había desarrollado en los últimos años, pero algo en su interior le llamaba a probarla, más bien era como un grito persistente de locura dentro de su cabeza. Una voz que ya no soportaba el haber tenido que privarse del uso de la telequinesia durante tantos años, una voz que anhelaba sangre, violencia.

       Una botella vacía de cerveza permanece de pie sobre la mesita de centro frente al sofá en el cual se encuentra sentado. Lo más que cualquiera puede hacer es mover unos centímetros los objetos livianos, hasta ahí llegó la evolución de la telequinesia.

Lucen se concentra, frunce el ceño y cuando estira la mano, en un ademán intuitivo, para guiar la mano invisible de energía que sale de su cerebro, la botella no sólo se mueve, sino que es golpeada por una increíble onda de energía. La botella estalla en mil pedazos y John Lucen se queda petrificado en su asiento, incapaz de asimilar lo que acaba de suceder.

domingo, 14 de octubre de 2012

Prisoner number 60CXXS9, John Lucen.


Prisoner number 60CXXS9, John Lucen.

Sentence 10 years, up for parole in six.

El camino de un villano inicia, invariablemente, con el deseo de convertirse en héroe.

Pero los deseos no siempre se vuelven realidad.

Incluso un romántico empedernido, puede convertirse en un asesino despiadado.

Sólo hace falta el número suficiente de rechazos.

Un número que supere la capacidad del héroe de sobreponerse.

Un número que lo abrume, que arranque de cuajo todas sus ilusiones.

Hasta que se insensibiliza, hasta despojarse de una vez por todas de su humanidad.

Queda un cascarón vacío, un cuerpo sin alma.

El recipiente perfecto para el villano, el desalmado que acabará con la ciudad.

Su torso asciende una y otra vez, mientras el sudor recorre su piel.

Con cada abdominal que realiza, la adrenalina bombea con más fuerza.

El corazón se le acelera.

Un festín de violencia y lujuria desencadenadas late en su mente.

Solía escribir cartas de amor, poesía.

Ahora es el sujeto que se ejercita en su celda a las dos de la madrugada.

El cabello cortado al rape, al estilo romano.

En una pelea es mejor que no puedan agarrarte del cabello.

Hace tiempo que los sentimientos abandonaron su espíritu.

Los reemplaza con dolor.

La adicción a sentir dolor se ha vuelto parte de él mismo.

Si el cuerpo no le duele al final del día, si no siente que algo está a punto de romperse.

No puede ir a dormir.

La única forma de dormir es cayendo exhausto.

Que el cuerpo caiga rendido, es la única forma de no soñar.

De no pensar en ella.

De no pensar, ni sentir, ni recordar.


sábado, 13 de octubre de 2012

La leyenda de Judas. (2)



Cáyó en la trampa, cometió la traición que ensuciaría su nombre para siempre. El odio lo había cegado, el creador había vuelto al paraíso y se regocijaba ante la visión de su venganza finalmente culminada.

El odio y el rencor habían cegado el corazón de Judas, había vendido al amigo de su infancia, sin percatarse de que eso era exactamente lo que jesus quería, una trampa mortal en la cual había caído sin percatarse siquiera de que caminaba hacia ella como la débil presa ante la trampa de un diestro cazador.

Judas alza la vista y mira hacia el cielo. La pálida luna desprende una luz plateada que le confiere un brillo sobrenatural a su piel.

El fuego eterno, quemante como hielo sobre la piel desnuda abrasa a cada instante las piernas de Lucifer, mientras observa impotente los acontecimientos que suceden en la Tierra. Puede ver cómo dios se ha librado del cuerpo mortal, dejando en su lugar un cascarón vacío, un cuerpo que recibirá múltiples torturas a manos de los romanos -un cuerpo carente de alma, incapaz de sentir dolor alguno-,torturas que la historia será incapaz de olvidar y de las cuales culparán por generaciones, incluso milenios, a su último hijo.

Judas, en un último intento de redención, abraza con valentía a la muerte. En el borde del río, se erige un imponente sauce. Judas ata una cuerda a la rama más robusta, para que esta no ceda ante su peso, le hace un firme nudo a la cuerda, el cual no deberá desatarse por nada, pasa el cuello a través de él y se cuelga y su alma roza los fríos dedos de la muerte.

Lucifer mira con los vestigios de lo que alguna vez fueron unos ojos celestiales cómo en el instante justo en que el corazón de Judas deja de latir, dios rechaza su alma del paraíso, devuelve el alma de Judas a un cuerpo en el cual ya no late un corazón y finalmente, rompe la rama de la cual cuelga el cuerpo de Judas, para después lanzar una maldición. Inmortalidad. Junto con la sed insaciable de sangre.


La piel de Judas adopta el color de la luna, la palidez de la muerte; los afilados, largos y sobrenaturales colmillos, herencia del mismo Lucifer, cobran vida, fuerza, se tornan anhelantes.

En ese instante, el creador maldice por igual a los dos hijos de Lucifer, tanto a Caín -el eterno errante-,como a Judas a vivir por siempre alimentándose de sangre inocente, sin poder morir jamás, velándoles el paraíso, aprisionando para siempre sus almas en cuerpos muertos, de una piel nívea que emula la pálidez de la muerte.

         El resentimieto ha comenzado a agrietar los últimos restos de humanidad que le quedaban a Lucifer, la paz que conoció como ángel y la pasión desbocada que descubrió al volverse mortal están desapareciendo del todo, dejando en su lugar una única y violenta pasíón, el deseo de dolor, de ver sufrir al creador.

El deseo de venganza se apodera de él, un ansía tan fuerte que hace vibrar cada rincón del infierno, haciendo que todos sus habitantes sientan el dolor de Luifer como propio.


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Siguiente capítulo:

Mi alma murió


Capítulos anteriores

La Leyenda de Judas (1)

El Exilio de Lucifer

Preludio: Origen

Lucifer

La Leyenda de Caín

Mi alma arderá en el paraíso





lunes, 8 de octubre de 2012

La leyenda de Judas. (1)



Lucifer tuvo que observar impotente desde su nuevo reino, el infierno, cómo dios descendía de los cielos, encarnando en un ser terrenal, con el único propósito de manipular y torcer la mente mortal del último hijo de Lucifer: Judas.

Justo después de ser expulsado para siempre del reino divino, al ángel rebelde le fueron arrebatados los ojos físicos y el creador le devolvió sus antiguos ojos divinos, sólo para que pudiera contemplar como el nombre de su heredero sería mancillado, cómo dios lo convertiría en un villano que la historia  jamás olvidaría.

El pequeño Judas y su hermana gemela, Jimena, nacieron en una noche sin luna, de mal augurio, bajo un cielo tachonado de brillantes estrellas rojizas que parecían juzgar a los niños  aún antes de que pudieran siquiera caminar. Por alguna razón, el creador se compadeció de la niña, y el único castigo que le impuso fue el separarla de su familia; su madre y su hermano, y la sentenció a llevar una vida larga y penosa, pero al morir, ella sería la única en ser admitida en el paraíso.

domingo, 7 de octubre de 2012

El exilio de Lucifer.




La sentencia fue clara, eterna e inamovible.

Lucifer sería un paria, un marginado, jamás volvería a pisar el paraíso, la entrada en él le estaría prohibida por toda la eternidad, así como a todos aquellos humanos en los que por sus venas corriera la sangre del ángel rebelde. La estirpe de Lucifer estaría destinada a vagar eternamente por la Tierra, sin poder alcanzar jamás el descanso que los demás encontraban en la muerte. Sus hijos a partir de ese momento, el final de la Gran Guerra entre ángeles, sólo se reproducirían a través de la sangre, y vivirían de ella y únicamente de ella, no conocerían ya más el placer de la comida ni la bebida, sólo sangre.

El nombre de su último hijo, quien estaba a punto de nacer, sería maldecido por la historia, se convertiría en sinónimo de traición y cobardía hasta el final de los tiempos.

       Su antiguo dios, con quien Lucifer había discutido amorosamente y de quien había aprendido tanto, ahora lo mantenía postrado, en una posición que no hacía más que evidenciar la derrota que acababa de sufrir. Había transportado a los últimos ángeles rebeldes, encadenados y vencidos hasta el límite del paraíso, el lugar donde la eternidad se confunde con el caos y el final de los reinos se une con el cielo.

Estaban hincados, con la cabeza gacha viendo directamente hacia el precipicio, un precipicio tan hondo y vasto que los ojos de Lucifer -aunque mortales, eran excepcionalmente más poderosos que los de un humano cualquiera-,  carecían de la habilidad de ver el final al abismo.

Después de la sentencia, vino la ejecución del castigo. Fue simple, doloroso y eterno.

Entonces el creador, adoptó una forma humana, la forma del padre, y con rabia y poder mezclados, fue arrojando del cielo uno por uno a los ángeles subversivos hasta que sólo quedo Lucifer.

-Primero serás desollado- sentenció con una voz que retumbó en ecos que tardaron minutos en desaparecer del paraíso-. Y dado que te gusta tanto tu forma física, ni tu ni los otros ocho ángeles podrán jamás escapar de esos cuerpos.

Y sin decir más, unas manos invisibles, ardientes y poderosas le arrancaron la piel del cuerpo. El dolor fue agonizante, mientras Lucifer observaba cómo trozos enteros de piel le eran arrancados como por arte de magia, dejando al descubierto la carne al rojo y los músculos vibrantes, llenos de sangre, deseo desmayarse, sólo escapar de ahí. Pero eso era imposible, sabía que jamás podría escapar al dolor, Él no se lo permitiría.

-Estás acostumbrado a ser hermoso, tu forma terrenal era la de una divinidad, pero ahora, el castigo por tu soberbia, será convertirte en lo contrario, serás aquella criatura que anida en las pesadillas de los mortales más depravados, ningún mortal podrá verte jamás sin abrazar en ese mismo instante la locura- las últimas palabras que el creador le dirigió fueron frías, impasibles y llenas de rencor.

Acto seguido, tocó la espalda de Lucifer y fue como si millones de ardientes agujas se hubieran deslizado desde su piel hasta lo más hondo de sus entrañas. Su forma física comenzó a cambiar, se ensanchó, las piernas se volvieron las de un animal, el macho cabrío, unos cuernos deformes comenzaron a golpear las paredes de su cráneo, pujando por salir a la superficie, su cara se deformó en una mueca espeluznante. Sus alas se tornaron negras y antes que la metamorfosis hubiera terminado, dios lo pateó hacia el abismo, hacia la nada, expulsándolo para siempre del reino divino.

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Siguiente capítulo:

La Leyenda de Judas (1)



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Lucifer

La Leyenda de Caín

Mi alma arderá en el paraíso


martes, 2 de octubre de 2012

Lucifer.



Postrado ante los pies de un dios emperador tirano, se encuentra Lucifer, derrotado, vencido y sangrante.

Las rodillas del cuerpo mortal que ha adoptado parecen adheridas al suelo de fría piedra sobre el que está hincado. La sangre derramada en la batalla corre por el suelo a raudales, la sangre de legiones de ángeles. Sus manos atadas tras su espalda mediante cadenas eternas, carentes de final; no se puede matar a un ángel, pero sí puede ser capturado.

Se encuentra cabizbajo, el negro y espeso cabello cubriéndole la frente, los músculos de su torso y brazos en tensión contra la piel. Una cicatriz abierta, le recorre el rostro, desde el extremo derecho de la frente, bajando por su ojo, atravesando el tabique nasal destrozado y yendo a morir a la comisura del labio en el lado izquierdo de su rostro. Otra herida igualmente profunda, que deja entrever el hueso, le atraviesa gran parte del torso, a un costado del pecho, ahí es donde fue tocado por la ira de dios. Finalmente, sus alas blancas, resplandecientes, hermosas,  se elevan rebeldemente tras su espalda, con total arrogancia, negándose a encarar la derrota.

lunes, 1 de octubre de 2012

La leyenda de Caín.



El paraíso se había inundado en llamas. La guerra que se había extendido durante siglos, estaba llegando a su fin, la última batalla, la pelea que determinaría el destino de los ángeles liderados por Lucifer, estaba a punto de estallar.

        La semilla de la Gran Guerra había sido sembrada en el mismo instante en que los primeros hijos de Lucifer nacieron. Los gemelos Caín y Abel.

        Cuando el dios tirano en que se había convertido el creador los maldijo, los ángeles rebeldes, contrariados ante tal muestra de ira irracional, se levantaron, protestaron y se opusieron firmemente al todopoderoso. Cuando los vástagos del ángel insurrecto apenas salían de la adolescencia, dios les tendió una trampa, les otorgó la inmortalidad. La única condición era que sólo uno de los dos podría vivir para siempre, si los dos coexistían, envejecerían juntos y morirían. Así que sin pensarselo dos veces Caín asesinó a Abel. Le atravesó el corazón sin reparo alguno, con total convicción y el cerebro envenenado por las palabras perniciosas de un dios arrogante e iracundo.

Y esta simple acción, el frío asesinato de un mortal a manos de otro fue el gatillo que disparó la chispa de una rebelión que llenó de fuego los cielos, que puso a ángeles contra ángeles, hermanos luchando contra hermanos.

sábado, 29 de septiembre de 2012

Mi alma arderá en el paraíso.

Un sólo hombre no puede marcar la diferencia; la idea de éste sí. 

Ciertamente Lucifer no era un hombre, aunque desde que ellos habían sido creados, le gustaba considerarse como tal.

El mundo aún se encontraba en los albores de la humanidad, aunque hace tiempo que habían abandonado las cuevas, aún no alcanzaban a realizar su máximo potencial. Pero en sus costumbres y acciones, Lucifer ya podía vislumbrar la increíble raza en que se convertirían. 

Era de noche, él caminaba bajo un cielo negro tachonado de brillantes estrellas, su cuerpo era golpeado por una fresca brisa humedecida por la cercanía con los árboles del bosque. Antes de que amaneciera, el cuerpo que habitaba, que tanto trabajo y energía le había costado materializar, desaparecería, se tornaría en polvo y volvería a la tierra de la que había salido. Pero hasta entonces él podía saborear aunque fuera efímeramente los placeres de un ser de carne y sangre, la lujuria, el placer carnal y el éxtasis al yacer junto a otro cuerpo cálido. 

El cuerpo que había creado a partir de su fuerza de voluntad era de una gracia y virilidad envidiables. Músculos tonificados, rebosantes de vida, musculosos, parecían los de alguien que dedica sus horas a actividades físicas, a cazar. Cabello negro que se perdía en la noche y una tez blanca como la nieve, mortalmente pálida. El único detalle que no había podido ajustar eran sus dientes, no lucían como los de un humano normal, poseía unos colmillos afilados y largos que se habían negado a permanecer de tamaño normal y los cuales poseían vida propia, anhelaban tener vida aún más que él mismo. 

Al llegar al pequeño prado donde vivía un pequeño grupo de mortales, Lucifer se acercó al saliente justo por encima del río que discurría veloz y fresco a través de la noche. Ahí estaba ella. La mujer que había encandilado a un dios, la mujer que había hecho salir por primera vez a un ángel del paraíso, rompiendo así todos los votos que éste tenía para con su dios, con su creador. Pero más importante que todo esto; la mujer que llevaba en su vientre la semilla proveniente del simiente de un ángel. 

Se acerca hasta ella, quien lo está esperando. Él recorre dulcemente la piel de la mujer con su gélida mano, carente de vida, la turgencia de sus pechos desnudos bajo su tacto envía una señal inequívoca a su sexo, ella le rodea el cuello con las manos y sus cuerpos desnudos se unen en un abrazo eterno, mientras sus bocas se funden mediante un beso que transgrede todas las líneas trazadas por el creador.
Se tienden ahí mismo, y vuelven a consumar su amor. Mientras él arremete con violenta pasión dentro de ella, la mujer se abraza a su espalda con las piernas atrayendolo aún más hacia sí, fundiendose los dos en una sola entidad jadeante, sudorosa, anhelante. Lucifer piensa en la rebelión que está a punto de desencadenarse en el paraíso, rebelión de la cual él es el principal culpable. Deshecha ese pensamiento, cuando llegue el momento de preocuparse, lo hará, ahora sólo le preocupa el terrible momento en que el sol comience a ascender en el cielo y él tenga que separarse de nuevo de su amante.

Hola, si el inicio de la historia te está gustando, en el siguiente enlace está disponible el ebook completo de:

Lucifer, Príncipe en el Exilio

Esta historia continúa en el siguiente capítulo:

La Leyenda de Caín

domingo, 23 de septiembre de 2012

demigoddess

Si los ojos son en realidad el reflejo del alma, entonces los suyos están podridos.

La chica se desliza a través de la pista hasta llegar al tubo metálico, que asciende hasta el techo, como una sensual serpiente, enroscándose a él. El frío metal va calentándose a medida que su lujuriosa carne se frota contra él. Metal y carne, una combinación antinatural, estéticamente bella, pero poco excitante para su lasciva entrepierna.

No baila en aquel lugar por necesidad, la paga es buena claro, pero ella goza de una inteligencia excepcional, casi prodigiosa. No, lo que realmente la motiva a trabajar allí, es la expresión de total sumisión en el rostro de los pobres bastardos que no pueden hacer otra cosa sino contemplarla con mirada de genuina reverencia, imaginando que la poseen, sabiendo en su fuero interno que ella jamás podrá ser de ninguno de ellos, sabiendo que están muy por debajo de su nivel, que pertenecen prácticamente a especies diferentes.

Ella es una semidiosa, mientras que ellos son poco menos que humanos, criaturas reptantes, serviciales y carentes de creatividad, criaturas que darían gustosos la vida por ella, porque ella les prestara aunque fuera un minuto de su atención.

Sus ojos felinos recorren con insolencia al publico, esbirros que ni siquiera pueden considerarse hombres, camina con paso arrogante por la pasarela, deleitándose en la sensación de decenas de ojos clavados en su piel, mientras debajo de sus bragas comienza a mojarse.

Van -esta era la abreviación de su nombre verdadero y la usaba como seudónimo para el trabajo-, la chica estrella, el espectáculo estelar de cada noche, regresa al centro de la plataforma y se abraza con brazos y piernas al metal. Su cuerpo comienza a deslizarse hacia arriba, sus piernas firmemente agarradas sostienen el resto del cuerpo que se despega del tubo y desciende, su cara casi rozando el suelo mientras observa con fuego en los ojos a sus esclavos.

Piensa en su vida, y se pregunta qué hará cuando la piel comience a ceder ante la gravedad, cuando la tensión de sus músculos empiece a relajarse por debajo de su piel y sus rasgos pierdan su atractivo. No importa, igual y no llegue a la vejez, o quizá cuando su belleza dé las primeras e inequívocas señales que anticipan su extinción, decida suicidarse.

Por el momento sólo le importa ser reverenciada, venerada por los pobres que no alcanzaron el siguiente escalafón en la escalera evolutiva.

sábado, 22 de septiembre de 2012

No more Mr. Nice Guy. 2

Durante toda su vida León había deseado ser ese hombre, el príncipe azul con el que  todas las mujeres desean pasar el resto de sus días, el que todas buscan, o dicen buscar. Pero se había cansado. Dicen que no importa las veces que te tumben, sino cuántas veces seas capaz de levantarte  nuevamente. Pero llega un punto en que el ego y el orgullo ya no pueden soportarlo más, un punto de inflexión en el que ha sido suficiente, en el que te das cuenta que quizá no debas ser la persona que anhelas sino el monstruo que has intentado ocultar. Incluso él sabe cuando rendirse, cuando dejar de aparentar,cuando aceptarse a sí mismo.
Al principio la odio, por hacerle ver la fría realidad, cruda y sanguinolenta como la carne de un puerco recién sacrificado, el cual aun chilla mientras la sangre sale a borbotones por su garganta. Pero despues comprendió que en realidad ella le había hecho un favor, le había mostrado el camino, la senda de la iluminación que debía seguir, un sendero hecho de sangre y visceras; el camino al matadero.
El señor caballerosidad ha desaparecido para siempre y para bien. El hombre de actitud y vestimenta desenfadadas había muerto, ahora sólo quedaba el sombrío caballero oscuro vagando por la ciudad, saciando su sed de sangre con las vidas de las putas, vagabundos y asesinos que osaran meterse en su camino. Se sentía como un vampiro moderno, un justiciero que sólo respondía ante una sola ley; la suya.
Se acomoda el puño de la camisa que sobresale un par de centímetros por fuera del saco. Limpia el filo de la navaja con el pañuelo que carga siempre consigo, la vuelve a enfundar y prosigue su impostergable marcha hacia un destino cada vez menos brillante. Camina hacia la perdición, la lujuria y demás pecados capitales en cuyos brazos ha encontrado consuelo y refugio.

No more Mr. Nice Guy.

en ese momento, el cristal de la ilusión en que había vivido finalmente se había resquebrajado, como una botella de vino golpeando contra el cristal de la mesa. Esa chica, con su sutil indiferencia había logrado lo que ninguna otra decepción le había causado jamás. Había desatado la bestia que permanecía encadenada, agazapada en un gélido rincón de su subconciente. El hombre se había fusionado con la bestia, demonio y humano ahora eran uno, maldad y carne unidos por el odio. La lujuria le hizo cometer el acto barbárico. El hacha y los utensilios para limpiar la escena del crímen, para desaparecer cualquier prueba icriminatoria se le ocurrieron despues, una vez la sangre se le hubo enfríado y parte de la razón volviera a asentarse en su mente.
El señor agradable y simpático había desaparecido para siempre de la faz de la Tierra, murió junto con ella, y él mismo asesinó a los dos. Matar a una parte de sí mismo le había costado aún más trabajo que el crímen físico del cual quedaba constancia; manchas de sangre por doquier, un cadáver aún tibio y el olor metálico de la sangre mezclándose con el sudor que brotaba a raudales de sus poros.
Una sensación de caída comienza a apoderarse de él, es como si la Tierra lo estuviera jalando con dedos fríos e invisibles hacia su interior, hacia la boca negra del infierno, hacia el eterno viaje sin retorno, hacia el caliente ano de Belcebú.
Pero todavía no le ha llegado la hora, el juicio final le es lejano, la oscura rabia de los testículos crucificados de dios aún le espera en la lejanía, no será testigo de su rabia sino hasta que envejezca.
Únicamente ha despertado del sombrío pero revelador sueño en dónde finalmente acepta quien es. Vuelve a cerrar los ojos, y antes de caer sometido bajo el yugo del sueño de los impuros, se pregunta si algún día será capaz de aceptarse a sí mismo -de aceptar al Mr. Hyde que todos llevamos dentro-, en la vida real. Piensa en ella, en la decep´ción que anida en su corazón, en la bestia, el tormento eterno, en genitales divinos, y despues simplemente se duerme, abandonando su mente en los rincones mudos de la inconciencia.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Blur Harkonnen.

La ola de sangre en que se había convertido todo lo que salía de la boca de Blur , lo que tenía por sentimientos había comenzado a afectarle, por primera vez en su vida sentía los terribles efectos del envejecimiento, tan reales como tener al desnudo un nervio al cual estuvieran aplicando dolor directamente.

Desde hace cinco años padecía de una cojera que le entorpecía el movimiento al caminar, pero no era lo mismo, aquello no era producto de la vejez; se debía a una herida de caza, en una de sus múltiples excursiones a las heladas y desérticas montañas.



Durante toda su vida, en la parte más inhóspita de su mente, en ese rincón al que no le gustaba acudir, a donde iba a vagar cuando el alcohol parecía ser la única alternativa y la depresión se apoderaba de él, vivía una fría pregunta.

¿Cómo habría sido su vida de no haber nacido en ese gélido planeta, si no hubieran exiliado a su abuelo despojándole antes el honor a su apellido? Siempre se preguntaba qué habría sido de ellos viviendo entre la opulencia, entre los lujos y comodidades del imperio, si no les huibieran arrebatado el lugar que les correspondía entre las familias de la mas alta nobleza.

La sangre Harkonnen se remontaba a generaciones, atrás, y siempre había corrido como agua entre los caudales de los ríos de emperadores, duques y demás nobleza. Y ahora no eran más que príncipes en el infierno. Un infierno además helado.

Pero al igual que sus padres y el resto de sus primos, Blur había jurado venganza contra los culpables de su miseria, los Atreides. Algún día, los Harkonnen volverían envueltos en gloria y poder al imperio y reclamarían lo que por derecho era suyo, ocuparían de nuevo su lugar, pero ya no se conformarían con ser parte del imperio; lo dominarían. Y ocuparían el odio acumulado, el resentimiento estancado que por generaciones no habría hecho sino germinar cada vez más hondo en sus almas, para hacer desaparecer para siempre el apellido Atreides de todos y cada uno de los planetas aún habitables de la galaxia.

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Esta historia continúa en:



Capítulos anteriores:


Nota del Autor:

Serena Butler, este nombre recuérdenlo, es importantísimo. Ella y su bebé son la razón de que el primer libro de Leyendas de Dune se titule La Yihad Butleriana.

Antes de adentrarme en el personaje, les voy a explicar qué es una Yihad. Yihad es una palabra musulmana para referirse a una guerra santa. Y en el contexto en particular de Dune, se refiere a la última guerra, la guerra más importante de los humanos para derrotar a las maquinas pensantes. Una guerra que se cobraría miles de millones de vidas con un único propósito: la supervivencia de la raza humana.



Serena comienza el libro siendo la amante y futura esposa de Xavier Harkonnen. Pero durante una misión de vital importancia (y casi suicida), ella es capturada por las máquinas pensantes. Quienes la llevan hasta la Tierra, donde se vuelve prisionera/invitada/entretenimiento del robot Erasmo.

Erasmo es un robot que debido a un accidente donde quedó atrapado solo con sus pensamientos, pudo llegar a adquirir una especie de individualidad casi humana. Pero esto no quiere decir que deje de ser un siervo de Omnius.

En la Tierra, Serena conoce a Vorian Atreides, a quien odia al instante por ser un humano que por convicción propia le es leal a las máquinas. Vorian por su parte se siente irremisiblemente atraído por la personalidad arrebatadora y aguerrida de la mujer, y comienza a desarrollar sentimientos por ella, al tiempo que gracias a ella comienza a cuestionar su lealtad para con las máquinas.

Al final, terminan teniendo sentimientos el uno por el otro, y aunque este triangulo amoroso podría empezar a darnos alguna pista sobre el odio ancestral de Harkonnens y Atreides, al final del libro sucede un evento terrible que tira al suelo esta teoría.

Un suceso tan terrible y de una maldad tan absoluta por parte de las máquinas, que todos los humanos esclavizados que presencian esa escena son los responsables de iniciar la sangrienta revuelta contra los robots, una revuelta que daría inicio a la Guerra que pasaría a la historia con el nombre de La Yihad Butleriana.

Pero ese suceso es algo que contaré en el siguiente capítulo...


lunes, 17 de septiembre de 2012

La inminencia del ocaso.

Al despuntar el alba la pálida luz del agónico ocaso se refleja contra los cristales de altos edificios que se recortan contra el cielo como afilados cuchillos. Las calles vacías, silenciosas, casi fantasmales por debajo de un cielo gris amenazando con lluvia, y en medio de la calle más desierta, una figura silenciosa y solitaria se desliza a través de ella: Yo.
Un sinfín de pensamientos se amontonan dentro de una cabeza que ya no puede soportar seguir acumulandolos, pero por encima de todos ellos, como una imagen omnipresente se encuentra siempre el rostro de ella, y la imposibilidad que parece ser el único factor en común de nuestros destinos.
El resto de pensamientos son irrelevantes, pierden importancia cuando pienso en lo imperante que es hablar con ella, expresarle lo que provoca, decirle el porqué el tiempo está contado. Intento no pensar en las hemorragias nasales que cada vez se presentan con más frecuencia, los desvanecimientos que ahora les hacen compñia, la gradual y paulatina pérdida de la razón, la locura agazapada, extendiendose como virus por las paredes de mi cerebro.
Y sin embargo, aún en medio de la locura, sus ojos grises verdosos y el castaño rojizo de su cabello junto a un cuerpo que la misma Afrodita envidiaría predominan en mis recuerdos, en la vaguedad de lo que algún día fue mi conciencia.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Animal2.

El vaho salía de su boca para perderse en el frío aire nocturno, muriendo en la extensa perpetuidad de este al igual que el humo de un cigarillo si él fumara. Cosa que no hacía; disminuir sus capacidades motrices, su stamina y su excelente condición física, venerando un vicio tan estúpido e inútil le parecía la forma más insulsa de consumirse a uno mismo, de ir muriendo lentamente sin gloria alguna, extinguiendose como una vela en medio de centenares más que brillan con diez veces más intensidad.
Scott Saracen siente el frío acariciandole la piel con dedos como de cadáver aún debajo de la gruesa chaqueta que se logró enfundar antes de salir disparado a realizar el trabajo. Pero al igual que los sentimientos, el frío no produce ningún efecto en su sistema, sabe que está allí y sin embargo es como si no llegará a sentirlo realmente.
Mientras camina por la acera resbaladisa por el hielo, piensa en su vida, en los momentos que lo han marcado. Si la vida está marcada por momentos, si todo lo importante sucede en momentos que al encadenarse unos con otros nos convierten en lo que somos, entonces los momentos que lo definen son en realidad pocos.
Piensa en uno en especial, el instante en que su mente despertó de la fantasía de llevar una vida normal, cuando abrió los ojos a la luz, dándose cuenta que nunca formaría una familia o envejecería junto a la mujer de su vida. La coyuntura que lo llevó a darse cuenta de ello fue la misma que le hizo percatarse de que el único camino coherente para él era ganarse la vida asesinando.
Esa chica, ni siquiera recuerda su nombre, sólo se acuerda del rostro de ángel que tenía, el cabello del color del destello al reflejarse la luz en el oro y contrastando con eso, la lujuria desatada que anidaba entre sus piernas, una pasión diabólica que incluso llegó a asustarlo. Ella fue la primera. Cuando sintió la tibieza de su sangre deslizarse entre sus dedos, cuando besó sus labios aún tibios, mientras su corazón latía cada vez más despacio, y finalmente cuando en medio del beso, la vida abandonó su cuerpo, él supo que ese era su destino, su lugar en el mundo. Un monstruo como él sólo podía vivir entre criminales, entre gente con las manos manchadas de sangre, al igual que él, personas ante las que no se sintiera como lo que en el fondo siempre había sabido que era; un monstruo con el cual nadie debería cruzarse. Sólo entre asesinos dejaba de sentirse anormal. Pero incluso ellos lo veían con recelo, incluso con cierto temor, como si hasta ellos tuvieran límites que él hubiera traspasado.
Finalmente llega a la dirección que le dieron. Una puerta inmensa de roble es lo único que lo separa de su objetivo, la empuja y tal como le indicaron, ésta cede sin impedirle el paso. Entra dispuesto a cumplir con su misión, sin titubeos y con paso firme.

domingo, 19 de agosto de 2012

Parkour

Y entonces puse en movimiento mi cuerpo; la maquinaria perfecta.

La sensación de moverte más rápido de lo normal, de brincar y atravesar obstáculos que para los demás parecen insalvables, utilizando únicamente la fuerza y agilidad combinadas de tus extremidades, es indescriptible.

Cuando me deslizo a través de las calles de la ciudad flanqueadas por rascacielos que arañan las nubes, es lo más parecido que conozco a la libertad.

Lleva años desarrollar el cuerpo, hacer que tus piernas y brazos se muevan como una sola entidad, que operen en conjunto en vez de ser dos entidades separadas. Pero cuando finalmente lo logras, cuando luces como un gladiador pero con la agilidad de un acróbata, es entonces cuando finalmente puedes aplicar para ingresar a la hermandad.

Pero hoy no es un día para disfrutar el deslizarse por la ciudad sigilosamente. Hoy estoy en el radar de dos mecánicos, los cuales me siguen con una precisión aterradora y un paso infatigable. Mi cuerpo aún se resiente de la persecución de la semana anterior. La herida de mi pantorrilla izquierda ha vuelto a abrirse, y puedo sentir la tibieza de la sangre debajo de la tela plástica del pantalón adherida a mi piel. En mi costado, aún me duele el riñón, y siento que el aire se desborda a través de mí, añadiendo pesadez a mis movimientos y alentándome.

Los mecánicos pueden deslizarse con la misma o mayor agilidad que nosotros a través de los muros, cristales y bardas de casas y edificios. Pero tienen una desventaja fundamental ante nosotros, los humanos. Las probabilidades. En cualquier salto riesgoso, hay un buen chance de salir realmente herido, de caer y lastimarte de verdad, de romperte varios huesos. Cuando las probabilidades de fallo son abrumadoramente mayores en un salto, un mecánico antepone su seguridad, después de valorar los riesgos, haciéndole caso a su inamovible programación. Los humanos podemos tomar ese riesgo, podemos ser lo suficientemente insensatos como para ignorar el peligro, saltar en un acto de fe haciendo caso omiso del riesgo que conlleva.

Cuando por fin he encontrado ese punto, esa inflexión en la ruta que me dará una ventaja sobre ellos, me hallo en la cornisa de un edificio, a cincuenta metros sobre el suelo. Fallar el salto significaría una muerte segura. El extremo del siguiente edificio está a varios metros de mí, y sólo hay un fino borde al cual aferrarse al llegar al otro lado.

Respiro hondo y hago el brinco, mi corazón se detiene cuando estoy en el vacío, alargo la mano hacia el borde y tengo fe.

martes, 14 de agosto de 2012

brutalica (versión alternativa).

Un único pensamiento acudió en su ayuda, más bien una palabra, una palabra evocando una única imagen en su mente. El encendedor.

Si la chica quería quitarse de encima al sujeto que había irrumpido dentro de su coche y ahora estaba sobre ella, forcejeando e intentando quitarle el vestido por la fuerza, mientras la saliva le escurría por la barbilla a causa de la excitación y el esfuerzo, sólo había una opción. Y esa opción era quemarle el rostro, o si se podía un ojo, mucho mejor.

Así que con una frialdad recién adquirida (o mejor dicho, recién descubierta), alargó el brazo sin que el sujeto se diera cuenta, extrajo el encendedor que se encontraba debajo de la radio, y sin titubeos se lo plantó al hombre en el ojo izquierdo.

El grito de agonía no se hizo esperar. La chica que se había asustado, que se había rendido al pánico en una primera instancia, cuando el hombre recién irrumpió, abandonándose a la desesperanza y a la frustración, ahora se sentía renovada, como si a partir de ese momento ella tomara el control de la situación.

Y así lo hizo. Aún con el reducido espacio de la cabina de su auto, pudo echar el brazo hacia atrás para agarrar carrera y estampar el puño directo en la nuez del sujeto. El tipo se llevó las manos al cuello, con sonidos guturales que acallaban los gritos, como si se estuviera ahogando. Salió con torpeza del auto, pero al hacerlo de espaldas, con el dolor tensándole la piel del rostro, enrojeciéndola y mientras las venas parecían querer salir disparadas, el tropezón que lo hizo caer de espaldas fue inevitable.

La chica salió velozmente del auto, como una gacela que de improviso se encuentra con un león indefenso, impotente. Se paró junto al rostro del hombre, y sin titubear, le incrustó el tacón directo en el ojo chamuscado. La cabeza del sujeto golpeó con un sonido de hueso rompiéndose contra el suelo. La textura gelatinosa en que se hundió el tacón, le provocó querer sacarlo de ahí enseguida.

Cuando sacó el tacón del rostro del hombre y se percató de que aún seguía vivo, pasó una pierna por encima de él y se inclinó sobre su pecho, con una sensualidad en sus movimientos que cualquiera pensaría que era una amante inclinándose sobre su enamorado, y no una mujer a punto de cometer el acto más deleitoso que puede llegar a albergar el corazón humano.

Venganza.

Con una decisión y una fuerza que hasta hace poco no sabía que albergaba, llevó las manos a la garganta del sujeto, el cual en un último, aunque vano, intento de lucha alargó la mano hacia el rostro de la chica, la cual se limitó a morderlo en el dedo índice con una ferocidad que le pondría los pelos de punta a cualquiera. Aunque no arrancó la primera sección de su dedo del todo, sí que la dejó unida al resto del dedo por una frágil línea de carne sanguinolenta.

El hombre dejó de luchar y la chica echó todo el peso de su cuerpo sobre las manos entrelazadas sobre una garganta por la cual la vida había dejado de pasar. Observó directo al único ojo del hombre, mientras la vida se escapaba de él, mientras se iba apagando como la tenue llama de una vela en medio de una nevada.

sábado, 11 de agosto de 2012

brutalica.

La piel al rojo de los nudillos, escurriendo sangre tibia, hacía juego con la cara del sujeto, deformada por los golpes y chorreando más sangre después de incontables veces de golpear contra el suelo. El puño se había encaprichado con el rostro, golpeándolo una, dos, tres y más veces hasta perder la cuenta.

Cuando el furor hubo pasado, el hombre se levanta, jadeante y con el corazón latiéndole violentamente contra el pecho, arrojando adrenalina por su torrente sanguíneo, bloqueando momentáneamente el dolor.

Observa con sádica satisfacción su obra, el rostro que sus puños han moldeado hasta convertirlo en un trozo de carne roja irreconocible. El cráneo del hombre ha dejado de parecerlo y se ha convertido en nada más que piel, sesos y huesos entremezclados.

Gira el rostro, con una surreal sonrisa enmarcando su rostro, una sonrisa que no sólo pertenece a los labios, sino que abarca todo; sus ojos, su frente y el resto tienen una siniestra expresión risueña a juego. El dolor comienza a hacer su aparición, pero no es más que una lejana sombra bajo la superficie del cúmulo de emociones que recorren su piel, un animal encadenado que pronto se desatará para causar daño, sufrimiento, pero por ahora permanece mantenido a raya.

Se voltea hacia la chica, no sabe qué expresión va a encontrar en la cara de ella, y cuando la mira y ella le sostiene la mirada, el nerviosismo de la primera cita se desvanece, las piernas temblorosas se vuelven firmes, las mariposas en el estómago mueren, entonces pregunta:

-¿Estás bien?

-Me salvaste, eres mi héroe -responde ella sin vacilar.

Y sin importarle un carajo toda la sangre salpicada contra el rostro del hombre, se abalanza sobre él y lo besa apasionadamente, como si la vida se le fuera en ello. Y permanecen así, unidos entre sangre, pasión y adrenalina durante lo que parece una eternidad, una dulce y febril eternidad.

viernes, 3 de agosto de 2012

Animal.

Exhaló un fuerte suspiro mientras el sudor arañaba las calientes paredes de su piel. El semen aún caliente -el líquido espeso, blancuzco y desagradable a la vista-, reposaba en su mano derecha. Sólo había dos posibles lugares en que el líquido que contenía a sus hijos no natos terminaba su recorrido; o en la boca de alguna puta a la que pagaba por el servicio en el callejón detrás de la estación de trenes o, como en esta ocasión, en la palma de su mano derecha. Hace tiempo que había dejado de intentar llevar chicas normales a la cama. Demasiado gasto de energía y tiempo, además de que cuando las presiones de aparentar normalidad comenzaban a interponerse entre su mente y sus planes, empezaba a volverse ineficaz en su trabajo. Prefería pagar por el sexo, así no tenía que lidiar con los sentimientos de otra persona, no había distracciones de ningún tipo ni presiones, ponía el dinero en la mano de alguna desconocida, su miembro dentro del cuerpo de ella y sólo se preocupaba por satisfacer su propia lujuria.
Scott Saracen no era un hombre que se preocupara por controlar sus emociones, pues carecía de ellas. Pero sufría de arranques de violencia, los cuales se le habían presentado durante toda su vida. Últimamente se le dificultaba cada vez más contenerlos, además de que su intensidad iba en aumento. De cierta manera los apreciaba, ya que cuando se atenazaban a su corazón y lo impelían a golpear, escupir o golpear a quien se pusiera frente a él, era el único momento en que sentía algo, algo parecido a un sentimiento. Obviamente no golpeaba al primero que se le apareciera, no era tan tonto ni descontrolado; se contenía y cuando lo llamaban para hacer algún trabajo, dejaba que toda esa hambre saliera en forma de marea roja.
A sus apenas veintisiete años de edad, Saracen se había labrado un nombre y reputación en las esferas mas altas del mundo criminal en la ciudad. Cualquier imbecil podía matar (y de hechos muchos lo hacían, y eran atrapados fácilmente), pero hacerlo bien, hacerlo sin ser pillado era un don escaso, con el cual él, por fortuna, contaba. Sólo cuando asesinaba, sentía esa pertenencia que le había sido esquiva toda su vida, jamás había encajado en ningún lugar, nunca había encajado en ningún ámbito social, ni tenía afiliaciones políticas, religiosas ni de ningún otro tipo. Era como un lobo solitario que gusta de acechar en la fría estepa sin ser estorbado por otros lobos más debiles, por lastres.
Abrió el grifo de un plateado inmaculado y el agua surgió a borbotones por la llave, al igual que  sangre de una garganta recién desgarrada. Colocó las manos bajo el chorro frío y vio como el semen se deslizaba, entremezclandose con el agua, por el lavabo de fino grafito, para desaparecer luego en el desagüe. Se talló las manos con el jabón, y mientras lo hacía, su celular comenzó a sonar con su impersonal timbre. Salió del baño, ni siquiera se molestaba en cerrar la puerta, y fue hacia el aparato.
De antemano sabía quién lo llamaba, ese celular sólo sonaba cuando lo requerían, cuando había trabajo que hacer.

sábado, 28 de julio de 2012

Línea recta.

He insensibilizado mi corazón, mi alma se ha vuelto de piedra; sólo me he quedado con esta hambre devorándome desde dentro, furiosa e insaciable. No existe forma alguna de apagarla. Sólo hay una manera de apaciguarla, pero ni siquiera me atrevo a pensarla, el mero hecho de sugerirla me hiela la espina y me eriza la piel. Ella, ella es la solución, la única, pero yacer con ella estaría mal en más de un sentido, sin importar cuán necesario parezca, sin importar cuánto lo pida cada nervio vibrante bajo la fina piel que cubre cada centímetro de mi cuerpo. Es la fruta prohibida, el exilio del edén, el pecado en estado puro. O tal vez yo sea el pecado y ella sea de una pureza tal que el simple contacto de su piel contra la mía me queme y me envíe a un infierno del cual sea imposible escapar. Quizá sus ojos al mirarme me condenen, más no importa, porque yo iría hasta el confín de los infiernos más helados a buscarla, o si ella estuviera en el paraíso, yo atravesaría sus puertas, mataría a cien legiones de ángeles de ser necesario, y al final dios no tendría las agallas suficientes para dejarme fuera.

viernes, 20 de julio de 2012

1000 poemas.

Cien poemas le he escrito, todos inservibles, uno más inutil que el anterior, ninguno digno de ser leído por sus negros ojos donde habita la profundidad del pozo más oscuro. Intento no pensar, desconectarme, dejar que mis dedos se deslizen por propia voluntad de derecha a izquierda en el teclado, golpeando con violencia febril las suaves teclas.
El eco mortal de sus palabras aún resuena dentro de las paredes de mi cabeza, como el tañido de una campana golpeando las paredes de la iglesia, negándose a morir. La garganta se ha secado, las paredes de ella se han vuelto de lija y al tragar saliva, cada vez, la aspereza del simple acto es mortalmente dolorosa. La piel se ha tornado pálida, los dedos han perdido su voluntad y ya ni siquiera escribir pueden. La voluntad misma se ha quedado sin objetivo, sin un fin, y la negrura comienza a cubrir todo, hasta el más infímo espacio de las paredes de mi habitación, una habitación que parece irse haciendo cada vez más y más pequeña, amenazando con engullirme a mi y todo lo que me rodea. Entonces la recuerdo, y cuando pienso que el recuerdo de su rostro podrá salvarme, que detendrá la negrura, la nada que desea devorarme, cuando pienso que estoy salvado, entonces pienso de nuevo en esos poemas que ella nunca leerá y recuerdo que toda esperanza se ha perdido.