viernes, 9 de octubre de 2020

Aliento de Dragón: Despertar

        

        Los dos muchachos dormían profunda y tranquilamente ahora que los nocivos y mortales efectos del veneno finalmente habían remitido. 

Ambos habían estado a las puertas de la muerte, tal como el mago rojo Syrius le había explicado al rey, y habían "vuelto" a la vida como lo hacen los bebés: en medio de aullidos de dolor, ojos inyectados de sangre y confusión. Pero eso sólo había durado apenas unos instantes, después, ambos habían caído en un sueño que parecía interminable.

—Hemos tenido suerte de contar con un mago con tus habilidades —dijo el rey.

Syrius se volvió hacia el monarca, ondeando su túnica carmesí. 

—Han tenido suerte de contar con un mago rojo con mis habilidades —contestó, enfatizando particularmente la palabra rojo

—¿A qué te refieres con eso? —preguntó el rey. 

—Si usted tuviera a un mago de otra clase en su corte y lo hubiera hecho llamar, no importa qué tan poderoso o qué tan habilidoso fuera, irremediablemente, los dos chicos habrían muerto. 

—¿Quieres decir que un mago rojo es más poderoso que otro tipo de magos?

—No, lo que quiero decir es que somos los únicos hechiceros que estudiamos los venenos, sus características y cómo contrarrestarlos, algo que hasta hace poco eran consideradas unas artes, ¿cómo decirlo? —masticó un poco la palabra que quería decir antes de soltarla —, prohibidas. Si usted  majestad, hubiera convocado a un mago blanco para esta tarea, ellos ven con malos ojos todos los estudios que tengan que ver con algo relacionado con alguna forma de causar la muerte, como en este caso son los venenos. Pero si por el contrario hubiera llamado a un mago negro, éstos sí que estudian sobre la muerte y todas las diversas formas de provocarla, y tienen un vasto conocimiento en venenos..., pero por la naturaleza misma de sus aptitudes, avocadas a la muerte, no les interesa en lo más mínimo el estudio de los antídotos y las maneras de contrarrestar un veneno, algo que toma varios años de estudio. 

>>Por tanto, su alteza, los únicos capaces de movernos de manera ambigua en las aguas del estudio de la vida y la muerte, somos los magos rojos, los únicos que nos atrevemos a practicar con todo el tipo de hechicería y a adquirir distintos tipos de conocimiento. Lo que nos ha llevado a ser considerados como magos sin moral dentro de la Orden de Hechiceros, o como magos sin lealtades, nos ven como una especie de mercenarios de la magia, siempre dispuestos a poner nuestro talento a disposición del mejor postor.

—Ya veo —contestó el rey —. Entonces no me equivoqué al aceptarte dentro de mi corte, y al convertirte en mi principal consejero —caviló el rey.

El rey desvió su mirada al techo, y Syrius respondió a sus palabras con una sonrisa maliciosa que al rey le pasó desapercibida.

Entonces, uno de los chicos comenzó a despertar. Era el rubio, el que pertenecía a la Guardia Draconiana. Comenzó a desperezarse, bostezó y sacó las manos de debajo de la sábana para frotarse los ojos. Tenía una expresión completamente desubicada, como si estuviera intentando dar con el nombre del lugar en el que se hallaba.

—¿Qué pasó? —preguntó con voz débil. 

—Fuiste herido muchacho —siseó Syrius. 

El rey se acercó al pie de la cama. 

—Fuiste un héroe, salvaste a la princesa, salvaste a mi hija —la voz del rey se quebró ante una profunda emoción, estaba a punto de caer en el llanto—. Ustedes dos la salvaron —rectificó, al tiempo que lanzaba una elocuente mirada hacia la otra cama. 

El muchacho seguía con la mirada perdida, intentando encontrarle sentido a todo lo que le decían. Giró la cabeza hacia donde miraba el rey, y entonces lo vio. Cuando sus ojos se posaron en el rostro del muchacho que dormía en la cama de al lado, sin previo aviso y de golpe, los recuerdos acudieron a él. 

Había intentado salvar a la princesa, ¡de un ataque que ese hechicero había provocado!

—¿Qué diablos hace él aquí? —estalló Ilan Thorpe. 

Intentó erguirse, y cuando lo hizo, un intenso dolor recorrió todo su cuerpo, y el joven volvió a caer sobre su cama, pero con una expresión de intenso enojo en toda la cara. 

—¿Pero qué pasa muchacho? —preguntó el rey, confundido ante el arrebato de Ilan. 

—Yo..., yo lo vi... —sus fuerzas eran tan pocas, que incluso pronunciar cada palabra le reportaba un enorme esfuerzo.

—¿Qué viste muchacho? —preguntó el rey. 

El mago rojo metió las manos en las mangas de su túnica y se apartó tres pasos para darles un poco de intimidad, pero no tanta como para dejar de oír lo que decían. 

—Lo vi...—nuevamente un jadeo—, subir al tejado. Vi la ballesta —concluyó finalmente y con gran trabajo.

—Creo que malinterpretaste las cosas muchacho —lo corrigió el rey—. Ese joven de ahí, subió al tejado para detener al asesino que pretendía disparar esa ballesta que viste contra mi hija. Y casi muere por eso. Al igual que tú. 

Ilan no entendía nada, trataba de procesar toda la información, pero sentía su mente envuelta en una densa niebla.

—Pero me alegro de que lo hayas malinterpretado —concluyó el rey—. De lo contrario quizá no te habrías arrojado a salvar a mi hija. 

Syrius asintió ante esta afirmación.

El otro joven comenzó a despertar. El rey y el mago rojo se lanzaron una mirada llena de significado. Tenían mucho que hablar con esos dos jóvenes, cuyas vidas estaban a punto de dar un gran cambio.


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