jueves, 25 de julio de 2019

Aliento de Dragón: Héroes y Leyendas (2)



Ilan Thorpe aún no podía quitarse de encima el desagrado que había sentido al ver cómo golpeaban a su amigo, tampoco podía deshacerse de la irritación que le había causado su encuentro con ese hechicero mientras le cobraba a Aladan. Odiaba a los hechiceros, odiaba esa superioridad que sentían sólo por el hecho de haber tenido la fortuna de haber nacido con la magia. No despreciaba la magia en sí, de hecho le parecía bastante útil y si él la tuviera, podría encontrar modos ingeniosos de sacarle provecho para sí mismo.

Ahora se encontraba a pocos pasos de una calle empedrada de la ciudad, rodeado de rostros expectantes de todas las edades que esperaban para ver pasar a su princesa. Aunque estaba apretujado entre la multitud, no le importaba, él también tenía algo de curiosidad ¿qué tan bella sería? La princesa se había marchado de la capital del Reino, hace algunos años, para ser pupila de la madre de su futuro esposo, así que Ilan no había tenido oportunidad de verla, ni siquiera de lejos, cuando entró a servir para la Guardia Draconiana. 



Finalmente el carruaje apareció a lo lejos, al final de la calle donde se encontraba él. El carruaje avanzaba a paso lento en dirección al castillo, y conforme se iba acercando, Ilan veía cada vez más claramente a los ocupantes de éste. Se trataba de un carruaje descubierto, con dos filas de asientos enfrentadas, cada una para dos ocupantes, y por encima de ellas y al frente, el asiento del cochero, quien llevaba fuertemente sujetas las riendas que controlaban a los dos sendos corceles blancos que tiraban del carruaje.

La princesa y su prometido iban de pie, ambos eran pura sonrisas y felicidad. La princesa saludaba a su pueblo ondeando graciosamente su mano al viento. La gente parecía adorarla, y ella tenía una genuina expresión de adoración recíproca en su rostro. Sus cabellos, tan rubios que parecían plateados, ondeaban al viento haciéndola lucir todavía más majestuosa. Y más bella. 

Estaban a punto de llegar hasta donde se encontraba Ilan, cuando de pronto, un movimiento captado únicamente por el rabillo del ojo captó su atención. Su instinto lo impelió a voltear hacia allá, y le hizo caso. Jamás ignoraba a su instinto.

Acertó. Lo que vio, primero lo dejó confundido, después la sospecha comenzó a germinar en su interior, y finalmente un mal presentimiento, como una nube oscura que aparece en un soleado día de verano, se cernió sobre su cabeza.

Vio cómo ese tal Eon Musk daba brincos que parecían antinaturales a través de unas estructuras mágicas que había colocado a lo largo de la fachada de un edificio rojo. Estaba escalando el edificio, con prisa aparente para llegar hasta el tejado. ¿Pero con qué propósito? se preguntó Ilan. No puede ser nada bueno decidió finalmente.

Todo pasó demasiado rápido, de una forma en que no da tiempo a que la racionalidad entre en juego, y todas las acciones son decididas por el más puro y absoluto instinto. Instantes después de que el mago llegara al tejado, Ilan vio el destello de una ballesta asomada a la cornisa. La ballesta apuntaba hacia abajo, hacia...., pero no podía ser posible, el carruaje estaba demasiado lejos del arma. Pero su intuición le dictó que estaba en lo cierto, la ballesta apuntaba al carruaje, además ya no estaba tan lejos como Ilan pensaba. El carruaje ya estaba lo suficientemente cerca como para que el proyectil lanzado por la ballesta diera en el blanco.

Así que sin pensarlo, y de una forma completamente sumaria, Ilan Thorpe comenzó a dar puñetazos y codazos para abrirse paso, tenía que llegar al carruaje antes de que..., pero no, se negó a pensar en la posibilidad de llegar demasiado tarde. La gente a su alrededor primero lo miró confundida, luego entre insultos y algunos rostros espantados, comenzaron a abrirle paso, a retroceder de su presencia.

Finalmente se encontró en la calle, surgió de entre el mar de personas y quedó plantado a un costado del carruaje, en medio del camino, sudoroso, jadeante y con una expresión de loco en la cara. Era muy consciente del aspecto temible o amenazante que debía tener en ese momento, y cuando vio la mirada que la Princesa y su prometido le dirigieron, lo confirmó. No importaba.

Corrió los pocos pasos que le faltaban para llegar al carruaje y se apeó a él con un brinco de animal. Uno de los guardias intentó detenerlo, pero Ilan lo pateó y lo mandó directo al suelo. No había tiempo para sutilezas.

-¿Qué diablos...? -comenzó a decir el prometido de la Princesa, al tiempo que intentaba interponerse entre ella e Ilan.

No había tiempo que perder. Posó su mano en el pecho del joven incauto y lo lanzó hacia atrás, el pobre cayó con el trasero sobre el suelo del carruaje, y después, la fuerza del empujón, lo hizo deslizarse fuera de este e ir a dar al suelo. Ilan intentó apartar a la princesa, pero entonces escuchó que la ballesta había disparado. Alcanzó a vislumbrar el fugaz recorrido de la flecha y se lanzó hacia la Princesa. La abrazó y la protegió con su propio cuerpo.

Entonces sintió un estallido de dolor en el vientre. Volteó hacia abajo y vio cómo la sangre brotaba de su estómago, en el cual tenía clavada en un costado la flecha. Su visión comenzó a tornarse borrosa, el caos que se gestó en ese momento, los gritos, y el alboroto de los alrededores, todo pasó a un segundo plano, mientras que Ilan se rendía ante el dolor y la inconsciencia comenzaba a descender sobre él. Sus ojos se cerraron, su cuerpo de desplomó, y su mente  se abandonó a las frías aguas de la inconsciencia.

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Magos y Plebeyos

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La Guardia Draconiana (2)

La Guardia Draconiana

Prólogo


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