Primera Parte - Presentaciones
El sonido acompasado de las gotas golpeando contra el domo de la sala, fuera de la habitación donde estaban ellos, llegó como un lejano y apagado murmullo hasta los oídos de Lucas. Cassandra, o Cassie como le gustaba que la llamasen, no vestía nada más aparte de la diminuta tanga roja que se marcaba sobre su piel que parecía hecha de la arena más nívea y fina que pudiera existir, enrojeciéndola y resaltando así la palidez del resto de su piel. La chica yacía tendida al borde de la cama, mientras que su furtivo amante, se encontraba recargado contra la base de ésta, con un cigarrillo en los labios y el brazo de ella rodeándole el pecho.
En ese instante, esa noche, la vida era perfecta, los problemas de la adolescencia parecían retroceder, ahuyentados por la pasión desbordada que los dos habían desatado dentro de esa pequeña habitación que durante tres horas había fungido como su nido de amor. Sus cuerpos tenían una química inexplicable entre ellos, que ni siquiera ellos habían podido entender, ya no decir explicar, desde el primer momento en que sus pieles se habían rozado. Es más, en el preciso instante en que sus ojos se encontraron en la sucia estación de trenes, una electricidad magnética se había apoderado de sus almas, impeliéndolas a permanecer juntas, atrayéndolas como un gigantesco imán atraería dos metales.
El cabello de Cassie desprendía llamas rojizas que parecían arder desde el infierno, y unos ojos de jade que brillaban aún bajo la tenue luz que se filtraba desde la calle y a través de la puerta, desde la habitación contigua, y todo esto adornado por una tez seductoramente blanca. No podía ser de otra forma, si el color de su piel perteneciera a una raza inferior, él ni siquiera le hubiera prestado atención.
Aunque Lucas no era del todo blanco, tampoco parecía latino, y con facilidad podría pasar por caucásico, sobre todo cuando se cortaba el cabello al estilo romano, al rape y se lo teñía de castaño claro, tal como lo traía ahora. Dudaba que Cassie compartiera su ideología, a pesar de estar bendecida con un físico que parecía perteneciente al de alguna princesa de un cuento medieval.
Ella parecía ser una chica bastante gentil, algo torcida y con un amplio repertorio de problemas y perversiones, pero linda y amable al fin y al cabo. Él, por otro lado era una bestia, el clásico chico problemático, y todas las escuelas de las que lo habían expulsado podrían corroborarlo. Quizá por eso ella se había fijado en él, tal vez aún antes de cruzar siquiera la primera palabra, ella podía intuir su personalidad, tal vez era cierto aquello de que quienes son completamente opuestos se sienten irremisiblemente atraídos, como dos imanes con polos opuestos.
-Sabes-, dijo él con la mirada perdida en algún punto del entramado de la pared.
-¿Qué?- inquirió ella al percatarse que Lucas no había echo una pausa conciente, si no que su mente se había distanciado de ahí.
Cada vez con mayor frecuencia su mente se perdía en medio de la enmarañada tela de araña formada por las ideas y pensamientos -algunas veces llenas de sentido, y otras carentes totalmente de él-, que pululaban por su cerebro. La enorme red era similar a la nubecilla de humo que flotaba suspendida por encima de sus cabezas, desprendiéndose de los cigarrillos consumidos con una avidez que sólo podía competir con la pasión que sentían en esos momentos el uno por el otro. Entonces recordó que había tenido un momento de lucidez romántica, recordó que había estado a punto de voltear a verla, besarla, y confesarle un amor recién engendrado en su corazón, un amor violento, vibrante y quizá fugaz, al igual que una explosión en medio de la nevada más impetuosa, como sólo un adolescente es capaz de sentir.
-En este momento no existe nada ni nadie más, es cómo si todo mi mundo, todo lo que vale la pena se viera reducido a este cuarto, todo lo que necesito y deseo se encuentra aquí. Podría vivir en este momento toda la eternidad.
-¿Cómo puedes saber eso?- dijo ella juguetonamente, encantada por sus palabras, pero deseando provocarlo, buscando hacer salir esa llama oculta de la violencia que muchas veces se funde con la de la pasión carnal, lujuriosa-, hace sólo apenas unas horas que nos conocemos.
-Supongo que nunca lo puedes saber, ¿no?- dijo Lucas, dando vida a las primeras palabras que le llegaron a la mente, hablando con la sinceridad que la despreocupación suele brindar sólo a los adolescentes-. A veces simplemente hay que confiar en lo que sentimos aquí- y se llevó el puño al pecho, golpeándose con fuerza, para sentir algo de dolor.
El dolor lo tranquilizaba, lo hacía sentir normal, hasta donde sabía, era el único rasgo que compartía con el resto de sus congéneres. A veces sentía una especie de desconexión, física y emocional, y sentía que en esos momentos podría golpear a quien se le pusiera enfrente en un frenesí animal, perdía la razón, la respiración se le agitaba y su mente y ojos se nublaban en medio de una neblina tan roja que casi era negra, y lo único que sentía era un odio descomunal, una marea rojiza de ira desbordante de la cual no había escape, un hambre que lo devoraba desde dentro y le rogaba causar dolor, lastimar. Así que cuando eso le pasaba, cuando el hambre era descontrolada, cuando ya no podía pensar racionalmente, sacaba la navaja que siempre traía en el bolsillo y se cortaba el brazo, encima del codo y arriba de donde terminaba la manga. La mayoría de las veces, el dolor tranquilizaba al hambre, la saciaba, pero no siempre era así.
Una vez por ejemplo, en el enorme pasillo que atravesaba todo el campus de su preparatoria, cuando apenas cursaba el primer año, se cruzó con una pareja. La chica y él mantuvieron un contacto visual más que casual, de manera más bien efímera pero no carente de lujuria. Pero esto no le pasó desapercibido al novio, el cual desgraciadamente no estaba en la mejor forma física, lo cual dificultó más que Lucas contuviera su hambre ante lo que sucedió después. El sujeto acercó el rostro tanto al de Lucas que pudo percibir el olor de una pastilla de menta recién ingerida mezclándose con el rancio de las frituras, salsa picante y una pobre higiene bucal. Lucas se preguntó en ese momento cómo hacía la chica para besar a aquel tipo sin vomitarse en el acto, aunque ya no le sorprendía que tipas más bien buenas acostumbraran a salir con sujetos desagradables, siempre y cuando ellos tuvieran una cartera llena inflándose con el dinero de papi contra la tela de los pantalones.
-¿Por qué mierda ves a mi novia?- dijo el tipo, mientras gotitas de saliva brincaban de su boca, caían en el cuello de la playera de Lucas, y otras cuantas le salpicaban el rostro de manera enfermiza.
Lucas comenzó a sentir la habitual desconexión apoderándose de él, berreando por tomar el control, como un copiloto rebelde.
-No sé que es lo que crees que hayas visto- le contestó serenamente. Pero sintiendo cómo perdía el control sobre sí mismo con cada segundo lento y agónico que pasaba.
La gente, los demás estudiantes, comenzaban a caminar más lento al pasar junto a ellos, como intuyendo el enfrentamiento que estaba a punto de acaecer, Lucas incluso llegó a pensar que un corro comenzaba a formarse de manera casi imperceptible, casi inconsciente alrededor de ellos.
-Vámonos amor- intervino la chica, como queriendo acabar con esa embarazosa situación lo más pronto posible, pero su novio ya había tomado una decisión.
El sujeto hizo amague de dar media vuelta y después giró velozmente y arrojó un puñetazo directo al rostro de Lucas.
Todo lo que pasó después fue instintivo. Lucas había visto demasiadas películas de adolescentes como para reconocer esa falsa retirada. Su cuerpo esquivó el golpe y se desconectó. Fue breve, pero cuando recuperó al cien su racionalidad, sus puños se cernían como aves de rapiña sobre la carne del tipo. La chica aullaba pidiendo auxilio, su novio tirado en el suelo y aplastado por el cuerpo de Lucas gemía de dolor ante cada nuevo golpe recibido. Lucas sólo pudo parar cuando el dolor de sus nudillos le resultó incapacitante, cuando el ser que habitaba en su interior, disfrazado de hambre, se hubo saciado, tranquilizado.
Pero con Cassie era diferente, desde el primer instante en que sus ojos hicieron esa conexión mística, algo en su interior le dijo que quizá ya no volvería a sentir esa hambre atragantándose en las paredes de su garganta, luchando por salir, quemándole como agua hirviente. Y así era, jamás se había sentido tan impasible y relajado como en las horas que había pasado con ella.
Cuando la vio, ella parecía una chica abstraída en su propio mundo, veía hacia las vías con mirada perdida, como si en cualquier segundo pudiera saltar, dar un paso y arrojarse al vacío sin más. Lucas ni siquiera se dio cuenta de con cuanta intensidad la estaba mirando hasta que ella volteó con un signo de extrañeza pintado en los ojos, cuando sintió el leve cosquilleo en la nuca de una pesada mirada clavada en su piel. Sus ojos se encontraron sin que ninguno de los dos tuviera nada que ver, como si los dos pares fueran entidades con vida propia y ellos obedecieran a una conexión mayor, a un destino previamente establecido, aun antes de que Lucas y Cassandra se percataran de ello, y al hacerlo, no pudieran hacer nada por evitarlo, por cambiar el curso de los acontecimientos posteriores a ese instante casi etéreo.
-¿Piensas invitarme a tomar algo?
-¿Perdón?- fue la única palabra que la mente sorprendida de Lucas alcanzó a arrojar hacia su boca.
Había visto a la chica caminar en su dirección, pero no se le cruzó por la mente que le fuera a hablar, ni mucho menos incitarlo con voz maliciosa y juguetona.
-Sólo digo –repuso ella-, por la forma en que te me quedaste mirando, creo que es lo menos que podrías hacer.
-Sí, yo eh... lo siento, no me percaté- intentó disculparse torpemente, pero ella sólo le estaba tomando el pelo, y al ver su nerviosismo aflorando, ella comenzó a reír- fue bastante raro ¿no?- dijo al final, con el asomo de una sonrisa dibujándose tímidamente en la comisura de los labios.
-¡Creeeeepy! –canturreó ella, mofándose de él.
-Lo sé.
Y así fue como se habían conocido.
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Esta historia continúa en el siguiente capítulo:
El niño Solitario
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