El hombre escuchó los ruidos provenientes de la cocina, en el piso de abajo. Probablemente de nuevo su hijo había venido a revisar que todo estuviera bien. Dejó el libro sobre el buró, y se levantó de la cama con un intenso dolor de espalda y piernas. A esa edad, era bueno que algo doliera; sentir dolor significaba que uno aún estaba vivo.
Aunque estar vivo sin ella era prácticamente como ser un cascarón vacío y sin alma. Se puso rápidamente los zapatos, y bajó al encuentro de su hijo, quien lo recibió en cuanto entró a la sala.
-Hola, papá -la voz del hombre joven se cortó, nunca había visto a su padre así, deprimido y melancólico.
-Hijo, gracias por venir. Me alegra mucho -lo dijo sin convicción y su hijo se percató de ello.
Silencio. Una tristeza nostálgica se extendió entre ellos.
Al final fue el hijo quien cortó el silencio.
-En el hospital, hace dos meses, mamá me dio la instrucción de dejarte esta carta aquí y marcharme, para que puedas leerla con completa privacidad -y puso la carta encima de la mesa frente al sofá.
-Gracias hijo -respondió el hombre viejo.
-Te quiero papá.
-Yo también hijo. Ya lo sabes.
Ambos hombres se dieron un largo abrazo y se despidieron con lacónicas palabras. Cuando el hijo salió, de regreso a su propia casa, con su propia familia, el hombre fue a la cocina, con la carta en la mano, y se sentó a la mesa. Al momento de abrir el sobre y reconocer en la hoja blanca la impecable caligrafía de su esposa, sus ojos se anegaron en lágrimas que luchaban por salir convertidas en llanto.
Desdobló la carta y comenzó a leerla. Era como si la mujer estuviera detrás de él, leyéndola en voz alta, el recuerdo de su voz y su olor era demasiado vívido, demasiado hermoso y doloroso a la vez.
"Querido esposo, amor de mi vida, durante todos estos años he llegado a conocerte demasiado bien, incluso sospecho que mejor que tú mismo.
Por lo tanto sé que durante este mes probablemente has estado embriagado de pena, autocompadeciendote, y al borde de un ataque de depresión. Te escribo esto para decirte que es hora de que pares, que dejes de estar triste por mí. Está bien sentir dolor y regodearnos en él, somos humanos al fin y al cabo. Pero ahora mismo te lo digo; si sigues amándome, entonces es hora de que dejes la tristeza atrás, vuelvas a ser feliz, y vuelvas a vivir. Sé el padre que tus hijos aman y respetan, conviértete en el mejor abuelo que las niñas podrían desear, enamórate de la vida. Hazlo por mí. Ahora te toca vivir por los dos..."
El hombre dejó de leer cuando una lágrima manchó la página. Se levantó y fue a la cocina, a prepararse un café y a despejarse un poco, tenía que armarse de valor para seguir leyendo.
"...Puede que físicamente ya no esté ahí, pero sabes que yo jamás te voy a abandonar, siempre me llevarás en tu corazón, estaré en el murmullo del viento cuando escuches que susurra tu nombre, en la risa de nuestras nietas que llevan tus ojos, estaré en tus pensamientos antes de ir a dormir y te visitaré en sueños.
Escribo esta carta también para agradecerte por todo lo que me diste, por la vida juntos que me regalaste, los hijos que criamos y que crecieron para ser hombres de bien.
En mis últimos momentos no sufro, al contrario, una alegría inmensa me embriaga, pues tengo conmigo los recuerdos de tantos y tantos años a tu lado, recuerdos que pasan ante mí como la película más extraordinaria que jamás haya visto... "
En este punto de la carta, la caligrafía se tornaba más forzada, menos estética, claramente el dolor causado por el cáncer era durante esos momentos demasiado insoportable. Pero pese al dolor, o quizá gracias a él, se podía notar en cada una de las letras la fuerza interior que esa mujer arrastraba consigo a donde fuera.
"Me diste la vida más feliz que una mujer pudiera desear. Sé que siempre te sentiste culpable de que no saliéramos del pueblo como tanto añorábamos de jóvenes, pero créeme que me diste todo lo que soñé, e incluso más...
Te amaré por siempre, en esta vida y en la que sigue."
Una sonrisa le cruzó los labios y los ojos, ahora se daba cuenta que había sido el hombre más feliz de la Tierra.
El hombre dejó la carta sobre la mesa y comenzó a llorar.
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