miércoles, 28 de agosto de 2019

A Short Love Story (5)

-¿A dónde vamos cuando morimos?

-Regresamos a casa, hijo.

Esa cálida tarde del verano de 1950 estaba a punto de acabar, el cielo púrpura estaba a punto de ceder paso a la oscuridad, y Benjamin Walker, de tan sólo 10 años, junto con su padre, habían ido al lago Potomac de pesca. Estaban sentados en el muelle, con los pies colgando en el aire, por encima de las aguas oscuras del lago. No habían pescado nada en todo el día, pero aún así habían pasado uno de los mejores días que Ben pudiera recordar.

-¿Cómo lo sabes, padre? -preguntó el pequeño, con la voz cargada de genuina curiosidad.

Su padre puso esa mirada pensativa que siempre hacía cuando buscaba una respuesta , como si navegara dentro de su mente en busca de ella. Y Benjamin creía que de hecho todas las respuestas del universo estaban dentro de la cabeza de su padre. Era el hombre más listo del mundo.



-No lo sé hijo. Nadie lo puede saber, pero tenemos que tener fe.

-¿En qué padre?

-En que hay algo más, en que esta vida no lo es todo, en que grandes cosas nos esperan cuando morimos.

-¿Por qué nadie lo sabe?

Su padre rió. Cualquier adulto se desesperaba fácilmente con las preguntas de Ben, con sus ansias por devorar todo el conocimiento del mundo a base de "por qués" y "comos".  Pero su padre no, su padre simplemente meditaba y daba las mejores respuestas.

-Nadie ha regresado jamás para contarnos cómo es al otro lado, una vez que morimos.

-¿Entonces, cómo estás tan seguro de que hay algo después de la muerte, padre? -volvió a atacar el pequeño con sus preguntas.

-Imagino que es el mismo lugar cálido y reconfortante que visitamos cada noche durante los sueños.

El pequeño Benjamin se quedó callado, reflexionando esta respuesta. Le parecía sensata y razonable, aunque no le encontrara del todo la lógica. Su padre volvió a hablar.

-Aunque no lo podamos recordar, debe de ser algo majestuoso y de enorme belleza, supongo que ésta es la razón por la que nos cuesta tanto trabajo levantarnos temprano por las mañanas -dirigió una mirada cómplice a su hijo -, y la razón de por qué hacemos batallar tanto a tu madre para despertarnos.

Ambos rieron durante todo un minuto, o quizá un poco más. Finalmente su padre sacó las cañas de pescar del agua y comenzó a guardarlo todo.

-Mamá nos va a estar esperando para cenar -dijo su padre.

-Espero que sea algo delicioso -contestó Benjamin, sintiendo cómo al mencionar la comida, su estómago rugía, pidiendo su tributo -creo que ya tengo hambre.

Su padre sonrió.

Sí, pensó Benjamin, en definitiva éste había sido uno de los días más perfectos que pudiera recordar.

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Hace años que Benjamin había dejado de ser aquel niño de ojos brillantes y hambrientos. Hacía años que había dejado de atacar con preguntas a cuanto adulto quisiera hablar con él.  El niño que quería conquistar el mundo a base de preguntas se había quedado silenciado el día en que dos soldados, hermanos de armas de su padre, tocaron a la puerta.

Ahora, ocho años después de haber visitado el lago con su padre por última vez, bañado por las pesadas gotas de lluvia que caen incesantemente sobre su cuerpo, vuelve a pensar en ese día. De pronto deja de estar en medio de la calle pobremente iluminada por un faro, con el corazón roto, y vuelve a estar en ese soleado día de verano en el lago.

Piensa en todas las respuestas que su padre le había dado, la forma pausada y meditativa en que las rumiaba en su mente y luego las contestaba una a una. Eran demasiado filosóficas, demasiado profundas, era como si su padre supiera algo que Ben desconocía, y estuviera tratando de prepararlo para lo que vendría, para el dolor y el sufrimiento que tendría que enfrentar tras su partida. Era como si su padre intuyera de antemano la visita que esos soldados vestidos de manera formal le harían a su madre.

Entonces su mente brinca de nuevo mientras toda el agua del mundo cae sobre él sin poder lavar la tristeza que Natalia le acaba de ocasionar. Va al año 1952, justo en la tarde en que tocaron a la puerta. Desde la partida de su padre, se había vuelto más taciturno, y hacía menos preguntas que antes. Pero a partir de esa fatídica tarde, sufrió el cambio irrevocable en su personalidad. Su pequeña hermana Sara se encontraba junto a él en la sala, ella tenía 9 años y él 12, ambos mataban el rato, ella con sus muñecas, y él inventando absurdas historias con los últimos juguetes de su infancia.

-Señora, nosotros servimos junto a su marido -había dicho uno de ellos.

En ese momento Benjamin no sabía qué estaba pasando, pero observaba todo. Vio cómo desde que su madre abrió la puerta, su mirada cambió. Era la mirada perdida de alguien que se niega a afrontar lo que está frente a sus ojos. 

-Su esposo está desaparecido en acción...

Después de eso, Benjamin ya no recordaba más palabras, aún sin saber qué significaba aquello, toda la escena que sucedió a continuación fue suficiente para que el niño entendiera. Los rostros compungidos de los hombres, la forma en que el cuerpo y el espíritu de su madre parecieron quebrarse al mismo tiempo, el grito ahogado y desgarrador que surgió de su garganta, los hombres adelantándose un paso para asistirla cuando las piernas le fallaron y estuvo a punto de desfallecer, las lágrimas, las de su madre y las propias. No, no había palabras en su recuerdo, sólo una completa y absoluta tristeza que lo rodeaba todo, una tristeza que había logrado ponerle finalmente un alto a todas las preguntas que se desbordaban desde sus labios.




Ese día había nacido en él la semilla del hombre de pocas palabras en que se convertiría años más adelante.

Después, recordaba la forma en que su madre se había hecho cargo de él y de su hermana: trabajando dobles turnos en el hospital, durmiendo tarde y poco, ayudándolos con sus tareas, levantándose temprano para hacerles el desayuno. Cuando pensaba en todo esto, a Benjamin lo embargaba una enorme sensación de amor y agradecimiento por su madre. De niño nunca lo había notado, pero ahora veía claramente lo fuerte y valiente que ella había sido por sus hijos, para que ellos nunca tuvieran miedo. Aunque había quedado devastada tras la noticia de su esposo, no se había quebrado, se había recompuesto, había luchado, y al final había sacado a su familia adelante. 

Nadie sabía si su padre estaba realmente muerto, jamás habían encontrado el cuerpo, pero si ese lugar más allá de la muerte del que le había hablado realmente existía, y si podía ver a los vivos, entonces Ben estaba seguro de que su padre estaría orgulloso de lo que había logrado la mujer que había elegido para pasar su vida junto a ella.

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Capítulos Anteriores:

A Short Love Story (4)

A Short Love Story (3)


A Short Love Story (2)


A Short Love Story (1)










1 comentario:

  1. me encanto ese padre tan paciente respondiendo las preguntas de su hijo, son muy pocos los padres con ese nivel de paciencia. Es sin duda una gran historia, esperare con ansias la continuación de esta linda historia.

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