lunes, 25 de mayo de 2020

Ficción que no es ficción




Artículo escrito por Juan Carlos Núñez Macías. Artículo de Invitado #51

La labor del escritor, implica mucho más que la imaginación que, si bien es la materia prima, no necesariamente es el único ingrediente ya que no podemos escribir de algo que no conocemos, y aun en nuestro imaginario, habrá relaciones a personas o sucesos basados en extractos de la realidad. Nuestra realidad (aunque las notas de edición digan todo lo contrario).

Sucede también que a veces, la realidad es más ficticia que la ficción y seguro más de uno lo ha pensado: “¡Este día podría bien ser una película o un libro!” o “Si lo te lo cuento, seguro vas a creer que me lo saqué de un libro” y muchos escritores, han encontrado en sus letras consuelo, comprensión, desahogo, y crear un espejo de su propia realidad en una historia que todo el mundo juraría, salió de su imaginación.

Me vienen a la mente dos historias que quizá no sabías que están basados en episodios de las vidas de sus autores:


El primero es “Entrevista con el Vampiro” de Anne Rice, que está inspirado en uno de los hechos más dolorosos de la vida de su creadora.

Anne Rice,trabajaba en una historia corta basada en la pregunta: “¿Qué pasaría si entrevistas a un vampiro? ¿Qué te diría?” para intentar publicarse en una antología de cuentos, sin embargo y a la par, Anne Rice atravesaba por una etapa personal difícil: su hija, Michele Rice, con sólo 5 años de edad perdía la batalla contra el cáncer, lo que sumió a la escritora en un estado de profunda depresión y reflexión que la llevaron a cuestionar su propia fe, al grado que, sin darse cuenta, la historia corta poco a poco se transformaba en una novela en la que la escritora exponía toda sus dudas y trataba de darle respuesta a través de la ficción, al tiempo que conmemoraba la vida de su hija a través de Claudia, la pequeña vampiro que aparece en la historia, donde ella (Anne) era nada menos que Louis de Pointe Du Lac, narrador de esta historia, en el que Rice se reflejó a sí misma y con la que pudo sobrevivir a la perdida tan grande por la que estaba atravesando, desahogándose y viviendo la catarsis de sus emociones a través de la ficción.

Sin querer, estaba creando la visión contemporánea del vampiro por excelencia y comenzaba una travesía con la saga que la llevaría a la fama.  Es decir, de su mayor dolor, nació su mayor inspiración y con ello, llegó el éxito.

Perder para encontrar.

Otro ejemplo, podría ser “La historia de Lisey” de Stephen King, que quizá no sea de sus novelas más famosas, pero sí de las más personales.

Dejando de lado “Mientras escribo” –libro autobiográfico y sobre el arte de escribir– la mayoría de los libros de este autor son ficciones. Ficciones sobrenaturales y macabras y nada más. Sin embargo, quizá este ejemplo sea su ficción más real y personal y para comprenderlo, es necesario contextualizar la novela: se publica en 2006, años después del accidente que cambiaría la vida del escritor, evento en el que fue arrollado por una camioneta mientras caminaba sobre la carretera. A raíz de ese evento, la vida y percepción de King cambió. Y el papel de su esposa se hizo cada vez más fuerte y presente que nunca antes. Y entonces, esta novela llega a colocarse en un escenario donde él ya no está y su esposa es la protagonista.

Hay mucho de King y Tabita en esta historia: un matrimonio único con dos personas; una más atormentada y con más problemas que la otra, apoyándose mutuamente, con un lenguaje y costumbres peculiares, además de una dinámica de pareja ideal: complementaria, cálida. Y aunque claro, hay mucho de ficción en esta historia, es el trasfondo lo realmente importante, a tal grado, que la novela está justo dedicada a su mujer. 

Lo que me hace refrendar la idea, de que un escritor puede tomar lo mejor o lo peor de su entorno y convertirlo en una historia digna de contarse. Puede ser como catalizador o para responder a la gran incógnita del “hubiera” o quizá sólo para no olvidar.
El alma de una historia va a radicar siempre de lo más profundo del alma de su autor. Es eso lo que transforma la literatura en un arte.

Porque las mejores historias provienen de los lugares menos esperados y la labor de un escritor es mirar, imaginarla y transformarla para transformar la vida de alguien más, quizá más que la misma propia.

¿O no?

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