Artículo escrito por Juan Carlos Núñez Macías. Artículo de Invitado #47
¡Gente! Es la primera vez que utilizaré este canal para desahogarme y a la
vez, generar algo de empatía en quien se tome el tiempo de leerme.
A ver, la cosa está así: hace más de un mes nos pidieron cordialmente
quedarnos en casa para evitar la propagación del mentado COVID-19. Todo mundo
estaba vuelto loco porque era nuevo para todos; oías noticias del mundo, Europa
principalmente, y sonaba tan lejano. Pero entonces llegó y nos vimos confinados
a cuatro paredes.
La economía se detuvo porque era lo más razonable por hacer: ninguna
empresa o fajo de dinero vale más que la vida de alguien o de muchos “alguien”.
Pero, ¡oh sorpresa! Vivimos en un mundo capitalista y las empresas – la gran
mayoría de ellas – piensan alrededor de una sola cosa: el dinero. ¿Y las vidas,
apá? Pues no, quizá no sean la prioridad.
Y no, estimado lector, no se me malinterprete, ya pasé por ese proceso de
debate interno: por supuesto que es imposible detener la economía, es incluso
medianamente ilógico. Las empresas continúan con sus deberes como empresa que
requieren de liquidez financiera: nóminas, rentas, proveeduría… no sé, mil
cosas. Y pocas se pueden dar el lujo de detenerse así como así, y otras, aunque
pueden, no quieren. Y claro, uno como consumidor necesita cosas para seguir consumiendo.
¿Por qué? Porque sí. Porque nos gusta y a nadie le viene bien negarlo. Así que
el canal ideal era Internet: es rápido y es seguro. ¡Es cero contacto! Era la
idea perfecta para mantener activa la economía y al mismo tiempo, al mercado
ocupado y entonces, las empresas tienen liquidez para mantener a sus
trabajadores y cumplir con sus compromisos financieros. Una reacción en cadena.
Sólo que olvidamos una pequeña pero importante cosa: para que lo que
compraste en Internet llegue a tu casa, hace falta que una persona lo ponga en
una caja… y otra maneje la camioneta que se estacionará afuera de tu casa,
donde tú estás siguiendo la indicación de quedarte en casa. Pero, ¿y todas esas
personas… no son importantes?
Siendo más crudos: mientras tú cuidas de tu vida y la de tu familia,
alguien más la pone en peligro por ti, y por muchos más.
Y es que esa es la realidad.
Hace más de dos años me desempeño como coordinador de marketing para una
empresa textil, o sea, vendemos ropa, y una de mis principales funciones es la
gestión de las ventas en línea. Y entonces, desde que La Jornada Nacional de
Sana Distancia fue declarada, todos los que nos encontrábamos en esa área, no
podíamos dejar de ir a la oficina porque había que vender y la empresa
necesita dinero. Y entonces tú lo entiendes y te sabes parte del rompecabezas,
al tiempo que asumes tus funciones, sin embargo, también sabes que, de alguna
manera, tu vida está en riesgo. Porque el problema no es estar en la empresa
donde se han tomado todas las precauciones, no. El problema es subir todos los días
al transporte público con gente que aun después de más de 60 días sigue
creyendo que no existe y no toma las medidas de prevención… o de la
delincuencia que, si de por sí ya era alta, ahora que hubo despidos y muchas
familias quedaron sin sustento, no queda de otra.
En el mejor de los casos, te asaltan. En el peor, te contagias y corres el
riesgo de contagiar a tu familia.
Y, mientras tanto, tu bandeja de correo electrónico se llena de personas
que presionan y preguntan por su compra – a pesar de que hay mil anuncios de
los retrasos y que incluso, no se tendría que preguntar, ¿no es evidente qué país está pasando por una crisis donde hay cosas más importantes que *inserte
aquí el producto*? –molestos incluso.
Y aquí está el dilema y el punto: si bien es cierto que, las empresas
acarrean un compromiso al momento en el que haces una compra, ¿no deberíamos
ser compresivos sin que nadie nos lo pidiera? O sea, comprender la situación y
saber que hay cosas más importantes y que hay vidas que se están jugando para
que tú puedas tener tu producto en la seguridad de casa. Porque entonces, se
crea una cadena interminable: aumentan las ventas, se necesita más personal
para satisfacer a todos los clientes y entonces, son vidas que se deben poner
en riesgo. Y ninguna vida vale menos que las otras. Todos y todas deberíamos
tener el derecho de cuidar de nuestras vidas. Pero sí, el tercer mundo duele.
Pero duele más la falta de empatía y comprensión de la gente. Por ello,
amigo lector, te quiero pedir lo siguiente: la próxima vez que compres en línea
durante este periodo de cuarentena, piensa en lo que te acabo de platicar. Sé
paciente, sé comprensivo y sobre todo, sé empático. Y no cuestiones la calidad
en el servicio de la empresa, porque la empresa la manejan personas que están
haciendo todo, y digo todo en realidad, para cumplir con su trabajo y su papel
en la sociedad.
Como sociedad, debemos aprender a cuidar los unos de los otros y saber que
no somos ni los únicos clientes, y mucho menos, la prioridad en estos momentos,
porque las personas, seguro tienen sus preocupaciones y cosas en qué pensar,
más estando en la calle literalmente, jugándose la vida en un volado. Hay que
encontrar un equilibrio entre “el cliente primero” y “el cliente comprende que
no debe necesariamente ser lo primero”.
Estamos en una nueva era, nueva época. Y esta situación tan crítica debe
dejarnos enseñanzas importantes.
Y para mi, esta es una de ellas.
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