El aire frío y húmedo se colaba a través de la piel, pálida
como el mármol, del hombre. Un pequeño grupo de nueve personas (cinco hombres y
cuatro mujeres, incluyéndolo a él) caminaba a través de un espeso bosque de
altos pinos cuyas ramas se entremezclaban las de unos con otros en las alturas.
La noche los ocultaba mientras caminaban.
—No sé por qué tenemos que permanecer en nuestra forma de
humanos —dijo Gabriel.
El cuerpo que él había creado era robusto e inmensamente
alto, de casi dos metros de altura. Su voz era grave y rasposa.
—Cállate Gabriel —le ordenó Samael, quien caminaba detrás de
él, tomado de la mano de Athiara, una mujer despampanante (al igual que las
otras tres que los acompañaban).
Detrás de la pareja, caminaban Miguel, Azrael, Kiara y Eliana. Los cuatro iban sumidos en un silencio sepulcral. Y liderando la marcha, iba el gran Lucifer, el iluminado. El ángel que había llevado la luz del conocimiento y la sabiduría al paraíso. Su pecho iba envuelto en los brazos de su amada consorte: Lilith, la primer reina.
Los hombres vestían placas de plata en pecho y espalda,
unidas entre ellas por tiras también de plata, sandalias con protección
metálica en los pies y faldones de acero en los muslos, y si fueran mortales,
cargarían con pesados yelmos en las cabezas, pero sus huesos irrompibles
volvían innecesario este instrumento de protección que sólo les quitaría rango
de visión.
La indumentaria de las mujeres era similar, sólo que las
placas metálicas del pecho únicamente les cubrían los senos. Los nueve llevaban
espadas de doble filo, cada una de un tamaño diferente, adecuándose a su
portador. Estaban hechas de un metal transformable desconocido para los humanos
y para el cual los ángeles ni siquiera tenían nombre.
— ¿Por qué tendría que callarme, eh? —rugió de nuevo Gabriel
—No estoy diciendo nada que no piensen ustedes. Deberíamos transformarnos y
subir allí y seguir peleando.
Samael lo miró con enojo y preocupación. Sus palabras eran
peligrosas. Después miró de reojo a Lucifer. Aunque era el más pequeño de todos
ellos (había adoptado por primera vez su forma humana cuando los humanos eran
más bajos y por tanto sólo en ellos había podido basarse), era el más poderoso,
el más antiguo. Pero él seguía caminando abrazado de Lilith, como ajeno a la
discusión que sucedía tras de él.
—Tú lo viste, perdimos esa batalla —insistió Samael con
vehemencia.
—Ni siquiera era una batalla, desde el principio, desde que
Él decidió intervenir, eso se convirtió en una masacre.
El que intervino ahora fue Azrael, el ángel más joven de
todos ellos, el último en adoptar forma humana.
—Eso no significa nada, podríamos haber peleado, inspirado a
los demás —siguió Gabriel, a quien su sed de sangre y pelea lo convertían en
alguien impulsivo.
Samael miró hacia atrás. Miguel, taciturno como siempre,
permanecía callado. A su lado, la que habló ahora fue Kiara, la diosa de
cabello rojo como el metal incandescente y los ojos verdes del mar al amanecer.
—Quedarnos allí a ser capturados no serviría de nada a
nadie, no haría nada por la causa.
—Tampoco escondernos en el mundo de los humanos, en estos
débiles cuerpos de carne —dijo Eliana, partidaria de la idea de Gabriel y quien
había permanecido callada hasta ahora.
—Quedarnos en estos cuerpos es la única forma de permanecer
escondidos a los ojos del creador —replicó Kiara.
Entonces Lucifer se detuvo y lentamente dio media vuelta,
soltando el abrazo de Lilith, la deidad con ojos y cabello del color de la
noche. Cuando se apartó de Lucifer, el largo cabello que le llegaba casi a la
cintura ondeó con el viento.
Samael apretó con más fuerza la mano de Athiara,
presintiendo lo que estaba a punto de suceder.
— ¡Dejen de discutir! ¡Todos ustedes! —sonó una voz
atronadora.
Los demás ángeles permanecieron en silencio, pocas veces
habían visto a Lucifer utilizar esa voz. Era la voz no de un hombre, sino de
cientos, la voz de una Legión.
—Esa batalla nunca estuvo destinada a ser ganada por
nosotros —rugieron las mil voces —.Esa batalla fue sólo para conocer la
verdadera fuerza del creador, para conocer a nuestro oponente, conocer los
secretos que guarda.
Lucifer los miró a todos, sus ojos centellearon con el fuego
de la pasión y de su espalda brotaron sus alas, dos alas blancas e impolutas,
grandes y esplendorosas, y que también lucían amenazantes. Se elevó un metro
por encima de ellos, de sus manos y brazos comenzaron a brotar unas llamas
gigantescas que hicieron danzar sombras por los rostros de todos los ángeles. Y
desde la altura, volvió a hablar.
—Y ahora que los conocemos, no hay nada que pueda hacer para
tomarnos por sorpresa, ahora que hemos visto su verdadera forma podemos pelear
contra él sin temor a lo desconocido —sentenciaron por último las mil voces.
Lucifer retornó a su forma de hombre, abrazó a Lilith
nuevamente y prosiguió su marcha.
Los ángeles rebeldes siguieron caminando, y no volvieron a
discutir, mientras seguían a Lucifer con más convicción que antes, ahora que
les habían recordado porqué Lucifer el iluminado era su líder desde el
principio.
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Siguiente capítulo:
La Primer Gran Guerra: El Bosque (2)
Capítulos
anteriores:
Interludio: Explicación a la Segunda Parte
Soy el Dios Rampante
Valle de las Sombras (Callahan)
La Heredera del Príncipe
Lucifer: Eterno
The V Stands for Vampire
El Número Impar
El nacimiento de un dios
Poemario desde el Exilio
Mi alma murió
La Leyenda de Judas (2)
La Leyenda de Judas (1)
El Exilio de Lucifer
Preludio: Origen
Lucifer
La Leyenda de Caín
Mi alma arderá en el paraíso
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