sábado, 13 de octubre de 2012

La leyenda de Judas. (2)



Cáyó en la trampa, cometió la traición que ensuciaría su nombre para siempre. El odio lo había cegado, el creador había vuelto al paraíso y se regocijaba ante la visión de su venganza finalmente culminada.

El odio y el rencor habían cegado el corazón de Judas, había vendido al amigo de su infancia, sin percatarse de que eso era exactamente lo que jesus quería, una trampa mortal en la cual había caído sin percatarse siquiera de que caminaba hacia ella como la débil presa ante la trampa de un diestro cazador.

Judas alza la vista y mira hacia el cielo. La pálida luna desprende una luz plateada que le confiere un brillo sobrenatural a su piel.

El fuego eterno, quemante como hielo sobre la piel desnuda abrasa a cada instante las piernas de Lucifer, mientras observa impotente los acontecimientos que suceden en la Tierra. Puede ver cómo dios se ha librado del cuerpo mortal, dejando en su lugar un cascarón vacío, un cuerpo que recibirá múltiples torturas a manos de los romanos -un cuerpo carente de alma, incapaz de sentir dolor alguno-,torturas que la historia será incapaz de olvidar y de las cuales culparán por generaciones, incluso milenios, a su último hijo.

Judas, en un último intento de redención, abraza con valentía a la muerte. En el borde del río, se erige un imponente sauce. Judas ata una cuerda a la rama más robusta, para que esta no ceda ante su peso, le hace un firme nudo a la cuerda, el cual no deberá desatarse por nada, pasa el cuello a través de él y se cuelga y su alma roza los fríos dedos de la muerte.

Lucifer mira con los vestigios de lo que alguna vez fueron unos ojos celestiales cómo en el instante justo en que el corazón de Judas deja de latir, dios rechaza su alma del paraíso, devuelve el alma de Judas a un cuerpo en el cual ya no late un corazón y finalmente, rompe la rama de la cual cuelga el cuerpo de Judas, para después lanzar una maldición. Inmortalidad. Junto con la sed insaciable de sangre.


La piel de Judas adopta el color de la luna, la palidez de la muerte; los afilados, largos y sobrenaturales colmillos, herencia del mismo Lucifer, cobran vida, fuerza, se tornan anhelantes.

En ese instante, el creador maldice por igual a los dos hijos de Lucifer, tanto a Caín -el eterno errante-,como a Judas a vivir por siempre alimentándose de sangre inocente, sin poder morir jamás, velándoles el paraíso, aprisionando para siempre sus almas en cuerpos muertos, de una piel nívea que emula la pálidez de la muerte.

         El resentimieto ha comenzado a agrietar los últimos restos de humanidad que le quedaban a Lucifer, la paz que conoció como ángel y la pasión desbocada que descubrió al volverse mortal están desapareciendo del todo, dejando en su lugar una única y violenta pasíón, el deseo de dolor, de ver sufrir al creador.

El deseo de venganza se apodera de él, un ansía tan fuerte que hace vibrar cada rincón del infierno, haciendo que todos sus habitantes sientan el dolor de Luifer como propio.


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Siguiente capítulo:

Mi alma murió


Capítulos anteriores

La Leyenda de Judas (1)

El Exilio de Lucifer

Preludio: Origen

Lucifer

La Leyenda de Caín

Mi alma arderá en el paraíso





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