La silueta de Lucifer se recortaba sublime contra la noche
carente de estrellas que se extendía frente a él, mientras permanecía de pie al
borde de ese inmenso precipicio. Un par de inmensas alas blancas brotaban de su
espalda y se extendían junto a él haciéndolo parecer el doble de alto.
Samael se acercó en silencio hasta él, al borde del abismo.
Se asomó hacia el vacío, y aún sabedor de que podía volar, no pudo evitar que
su cuerpo mortal sintiera una reacción completamente humana: vértigo. Ese tipo
de miedo irracional (o básicamente cualquier tipo de sensaciones nuevas) era lo
que los ángeles más disfrutaban experimentar de sus cuerpos físicos. Cuerpos
que Lucifer les había enseñado a crear.
— ¿Qué piensas? —le preguntó a su líder.
La voz de Lucifer era algo aguda, calmada y mesurada, al
menos la mayor parte del tiempo.
— ¿Miedo? —preguntó Samael.
Lucifer se quedó en silencio, así que Samael volvió a
hablar.
— ¿Tienes miedo de que perdamos la guerra?
Lucifer giró la cabeza, de vuelta al bosque, como si
quisiera asegurarse que no hubiera nadie, que estaban solos. Mentalmente Samael
compartió la imagen del campamento apenas unos momentos antes, cuando él había
salido en su busca. Los otros siete dormían plácidamente. Dormir era otro de
los placeres con que los ángeles disfrutaban enormemente al experimentar,
además de que sus cuerpos físicos se veían altamente beneficiados de ello. Esta
imagen tranquilizó al Iluminado.
—Sé que perderemos la guerra —contestó secamente.
A Samael le dolió profundamente esta afirmación. Pero le
dolió aún más la convicción total con que Lucifer la había expresado.
— ¿A qué te refieres? —preguntó, esperando encontrar algún
rastro de esperanza en la respuesta de Lucifer.
—Lo he visto. He ido miles de millones de años al futuro y
también he visto nuestro pasado. He presenciado la forma en que somos
aplastados por el creador. Todos y cada uno de nosotros.
—Si es así, ¿entonces por qué luchar? —preguntó Samael con
fiereza —¿por qué no simplemente rendirnos y aceptar los términos del creador?
—Porque él debe saber que los ángeles jamás aceptaremos
renunciar a nuestra humanidad.
—No somos humanos —dijo Samael en tono pesimista.
—Lo sé. Pero podemos aprender, simplemente debe dejarnos
vivir con ellos. Aprender de ellos.
—Sabes que nunca aceptará.
—Y es por eso que debemos pelear —contestó Lucifer —es lo
que hacen los humanos; luchar por causas perdidas.
— ¿Qué más has visto del futuro? —preguntó Samael, evadiendo
el tema de la Guerra.
—Los he visto a ustedes cuatro convertidos en mis jinetes.
— ¿Jinetes? —preguntó Samael alzando las cejas.
—Sí, son quienes anunciarán el Inicio del Fin. Pero para eso
faltan varios milenios.
Samael se quedó mirando al vacío, a la negra noche.
Compartieron más imágenes telepáticamente, sobre todo Lucifer, imágenes de sus
primeros días sobre la Tierra, en los albores de la humanidad, imágenes de su
primera amante, imágenes acompañadas de todas las sensaciones que había
experimentado durante milenios. Y el vínculo entre ellos se estrechó todavía
más. Cuando el alba empezó a despuntar en la lejanía, y los primeros rayos del
día comenzaron a aparecer en el horizonte, caminaron de regreso al bosque, a la
protección de la sombra bajo esos inmensos pinos. Ahora Samael conocía mucho
más sobre Lucifer y compartía sus motivaciones. Así mismo, ahora compartía un
poco más el odio que éste sentía por el creador. Pero también sabía que
mezclado con el odio de Lucifer había algo más, no sólo era odio, también había
respeto y admiración. El tipo de admiración que alguien puede tener ante el
enemigo momentos antes de enfrentarlo en el campo de batalla.
Siguiente capítulo:
Fuera del Paraíso
Capítulos
anteriores:
La Primer Gran Guerra: El Bosque (1)
Interludio: Explicación a la Segunda Parte
Soy el Dios Rampante
Valle de las Sombras (Callahan)
La Heredera del Príncipe
Lucifer: Eterno
The V Stands for Vampire
El Número Impar
El nacimiento de un dios
Poemario desde el Exilio
Mi alma murió
La Leyenda de Judas (2)
La Leyenda de Judas (1)
El Exilio de Lucifer
Preludio: Origen
Lucifer
La Leyenda de Caín
Mi alma arderá en el paraíso
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