martes, 3 de diciembre de 2019

Fuera del Paraíso



Samael se despertó y vio hacia lo lejos, más allá del techo de ramas del bosque, un cielo crepuscular de un rojo púrpura que le recordó al color de la sangre.

Aún antes de rebelarse, el creador ya los había castigado por haber adoptado una forma física, por haber adoptado cuerpos humanos.

Los ángeles que optaran por llevar a cabo este acto de rebelión, de sublevación, jamás volverían a conocer la luz del sol. Por tanto, desde hace un milenio Samael sólo conocía los fríos crepúsculos, los únicos colores que conocía en el cielo, además del negro de la noche, eran los fríos azules mezclados con un gris pálido momentos antes del amanecer y los tonos rojizos, violetas y agónicos de los atardeceres.
Todos a su alrededor se iban despertando, pero Lucifer ya estaba listo y completamente activo. Al ser el más antiguo de todos ellos, era quién lograba soportar un poco más la luz de los atardeceres y por ende su cuerpo siempre madrugaba.

Para cuando todos estuvieron listos, parados en las lindes de un hermoso y cristalino lago, que ahora lucía simplemente negro, el sol ya se había ocultado por completo. Las discusiones de la noche anterior se habían olvidado, pero aún se sentía cierta tensión flotando entre los nueve.

—Es hora de partir —anunció Lucifer.

— ¿Vamos a pelear, a rescatar a nuestros hermanos caídos? —preguntó Gabriel, esperanzado.

—Sí.

La voz de Lucifer, siempre fría, ahora cargaba en ella algo más: tristeza. Pero al parecer, sólo Samael lo notó. Los ojos de Lucifer se iluminaron, el fuego de la batalla se encendió en ellos y una sonrisa triunfal asomó a sus labios. Empezó a llamarlos mentalmente a todos, uno a uno, hablándoles con fraternidad y cercanía en cada uno de sus roces mentales.

Cuando las miradas de todos estuvieron centradas en él, comenzó su discurso. 

— ¡Les voy a prometer algo, guerreros! ¡Quizá no sea hoy, quizá no sea mañana, ni en un año, quizá ni siquiera sea en esta época! ¡Pero escuchen con atención! —los rostros de los ocho ángeles lo miraban con algo más que atención; fascinación —¡El creador va a pagar, algún día lo destronaremos!

Los otros ocho comenzaron a gritar llenos de júbilo, era bien sabido entre todos que Lucifer, el Conocedor, podía vislumbrar retazos de futuro y de pasado como si se trataran de recuerdos. Alzó las manos, estiró las alas (Samael entendió entonces por qué aún no se había puesto la armadura sobre el torso) y pidió silencio para seguir hablando. Los demás obedecieron con gusto.

— ¡Y también les prometo que llegará el día en que tanto nosotros como nuestros herederos volvamos a ver la luz del sol nuevamente! ¡El creador se arrepentirá de habernos vedado ese simple placer, de habernos hecho seres frágiles ante los rayos solares!

—El sol —murmuró Eliana, sus ojos esperanzados crearon un brillo que se esparció por toda su bella piel de ébano.

Miguel volteó a verla, cruzaron una mirada de complicidad y una sonrisa afloró a los labios de ambos.

— ¡Sí! ¡Vamos a pelear!—brotó un grito del enorme pecho de Gabriel.

Lilith se acercó hasta Lucifer y le plantó un sensual beso en la boca. Al mismo tiempo Samael sintió la mano de Athiara envolviendo la suya. La estrechó con cariño, pero en su mente había duda. Pensaba en todo lo que Lucifer le había dicho la noche anterior. Las preguntas rondaban incesantemente en su mente como pequeñas alimañas aladas cuyo único objetivo fuera picotear en su cerebro. Pero también confiaba en su líder, confiaba en su capacidad para desentrañar los misterios del futuro.

Así que cuando los demás ángeles desenfundaron sus espadas y las alzaron por sobre sus cabezas, acompañando este gesto con gritos de guerra enfervorizados, Samael hizo lo propio. Apartó a un lado las dudas, y se dejó contagiar por el ímpetu y el espíritu guerrero que los había invadido a todos, y al instante siguiente era el que gritaba con más arrojo.

Nueve pares de alas surgieron en medio del bosque, nueve ángeles con los torsos descubiertos. Los hombres dejando ver unos pectorales tonificados y las cuatro mujeres, senos vigorosos y turgentes, llenos de juventud. Ya no tenían que esconderse más.

Los ojos de Samael se inundaron en fuego, llamas naranjas los inundaron. Su piel se iluminó con el fuego interior y el calor de la vida comenzó a recorrer todo su sistema. Volteó alrededor, el resto de sus congéneres brillaban al igual que él. En esa parte del bosque, se hizo la luz. Las espadas adaptables comenzaron a cambiar de color, pasando del plateado metálico al rojo incandescente del acero ardiendo en una danza vehemente de colores.

Se arrojaron una última mirada los unos a los otros.

—Y ahora ¡llevemos la Guerra hasta las puertas del Paraíso! —rugió Lucifer utilizando mil voces.

Los nueve ángeles emprendieron el vuelo y salieron despedidos de allí, dirigiéndose hacia las alturas, en pos de una guerra inevitable.

Un instante después el bosque volvía a estar tan silencioso y oscuro como siempre.

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Siguiente capítulo:

A las puertas del Paraíso

Capítulos anteriores:

La Primer Gran Guerra: El Bosque (2)

La Primer Gran Guerra: El Bosque (1)

Interludio: Explicación a la Segunda Parte

Soy el Dios Rampante


Valle de las Sombras (Callahan)


La Heredera del Príncipe

Lucifer: Eterno

The V Stands for Vampire

El Número Impar

El nacimiento de un dios

Poemario desde el Exilio

Mi alma murió

La Leyenda de Judas (2)

La Leyenda de Judas (1)

El Exilio de Lucifer

Preludio: Origen

Lucifer

La Leyenda de Caín

Mi alma arderá en el paraíso



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