domingo, 13 de octubre de 2013

La chica que nunca fue.

       Una lagrima salada como la brisa del mar le recorrió la mejilla y murió en sus labios. La chica, hermosa pero ingenua, se había dejado engañar por el traje Armani que vestía el hombre la noche anterior, por el corte de cabello de 50 dólares, su elegancia al hablar, el vocabulario aristocrático repleto de palabras que ella apenas lograba entender.

       Su cuerpo entero clamaba por que se abandonara al llanto, le pedía que se hiciera un ovillo y se metiera entre las sábanas y no saliera de ahí nunca más. Pero ella no era así, tenía que controlar la situación, poner manos a la obra, e intentar no pensar.

       Se levantó de la cama, no traía puesto nada más que las diminutas bragas, buscó el resto de su ropa, desperdigada por el suelo de la lujosa habitación, y se apresuró a vestirse. Revisó una vez más la nota que el tipo había dejado sobre el buró. Debía haberlo sospechado. Cuando él ofreció ir a un hotel en vez de a su casa, eso debía haber disparado al menos unas cuantas alarmas en su subconsciente. Pero ella, hechizada por el embrujo encantador, las había pasado por alto. Obviamente era un hombre casado, era la única razón por la cual un hombre atractivo no llevaría a una chica como ella a su casa, sobre todo con lo despampanante que lucía la noche anterior, con tacones altos y falda aún más corta. Pero ella se había negado a verlo.

       Entró al baño, se paró junto a la tina, recargó las manos en el lavabo y observó su rostro con atención. Un largo mechón rubio cruzaba su rostro, justo por encima del ojo izquierdo, unas ojeras púrpuras enmarcaban sus ojos, añadiéndoles una profundidad que los hacía parecer los de un ángel de alguna de esas pinturas barrocas. Sus labios gruesos y rojos resaltaban en contraste a la pálida tez de sus mejillas. Pero su cerebro parecía palpitar de ira dentro de las paredes de su cráneo, el dolor semejante a una hinchazón le nublaba los pensamientos, como si estuvieran enlazados entre sí únicamente por una vaga y fina conexión.

       Sin que fuera consciente de ello, una sonrisa comenzó a dibujarse en la comisura de sus labios. Si alguien hubiera presenciado ese momento, habría visto cómo el rostro de la chica durante una fracción de segundo se deformaba en una mueca maliciosa, habría visto un atisbo de locura en sus ojos.

       Tendría su venganza, de eso estaba segura.

       Sarah -su hermana- la vigilaba siempre. Y ella presentía que la noche anterior no había sido diferente, pese a que habían reñido por la tarde.

No sólo lo presentía, contaba con ello, lo deseaba.












     

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