viernes, 29 de marzo de 2013

Voyeur

Esa chica era una voyeur, aunque por mucho que le gustara observar, el placer que en ella despertaba el exhibicionismo era cien veces mayor.

La luz inundaba por completo hasta el último rincón de aquel piso que de no ser por la cama que había a un metro de la ventana, se encontraría completamente vacío. A ella le gustaban los focos de LED, aquellos que con su intensa luz blanca bañaban su propia piel en una palidez marfileña que hacía resaltar aún más el azabache de su cabello cayéndole por la espalda llena de arañazos y cortaduras, remanentes de su último encuentro amoroso, que aún no habían terminado de cicatrizar.

Ellos dos se hallaban en el piso 11 de un enorme rascacielos en el centro de la ciudad, pero la chica había organizado una fiesta a la que había invitado a centenares de personas en el apartamento de ella, el cual se hallaba en el edificio contiguo, un poco por encima de ellos y a escasos metros, con la premeditada intención de que todos los asistentes de la fiesta, pudieran observar hacia el edificio de enfrente y ver el espectáculo que la chica y él mismo ofrecían en el piso desierto, con una luz casi cegadora cubriendo sus cuerpos completamente desnudos, mientras el sudor destilado por sus poros al tener sexo con intensa furia les recorría la piel dotándola de un brillo casi supernatural, como si fueran dos individuos pertenecientes a alguna especie superior, evolucionada.

El chico sabía que muy probablemente al día siguiente ellos se convertirían en la sensación momentánea de los videos en Internet, pero eso realmente le traía sin cuidado, al menos en ese momento en que los generosos senos de la chica se aplastaban contra el inmenso cristal de tres metros de altura, y él la embestía una y otra vez por detrás con una ira avasalladora proveniente del pozo más profundo de su alma, como si no existiera mañana, como si en ese instante tuviera que hacerla suya para siempre, como si la vida se le fuera en ello.

Hasta que sus cuerpos, que estaban aún más sincronizados de lo que ellos mismos eran conscientes, alcanzaron el extático punto del clímax y ambos cayeron rendidos sobre la cama, bajo la atenta mirada de centenares de pares de ojos ante los cuales habían dado el espectáculo de sus vidas.

lunes, 4 de marzo de 2013

Harkonnens: Príncipes en el exilio II.

En ese momento, en aquel oscuro bar, Raykof "El Toro" Harkonnen se preguntó cómo sería tener una ideología, cómo sería el haber tenido alguna vez un sentido de pertenencia, algo que no conoció ni siquiera en sus años de juventud.

Aunque a decir verdad, aunque no lo quisiera admitir ni siquiera en su fuero interno, sí que tenía una ideología. La ideología del odio y el resentimiento, compartida con el resto de Harkonnens de todas las generaciones anteriores forzadas a vivir en el exilio en un planeta gélido y apartado del Imperio.Un planeta al que se habían adaptado y a partir del cual habían labrado una riqueza que ahora los posicionaría como una de las familias más influyentes, como siempre debió haber sido.

Tomó el vaso con cerveza, de un sabor tan artificial como lo era el resto de ese planeta industrializado, entre su enorme mano y de un solo trago lo apuró.

Fue entonces cuando uno de esos soldados, apostados en un planeta en el cual no ocurría nunca nada emocionante y por tanto aburridos de la monótona rutina, reparó en la insignia que representaba un enorme toro de bronce, símbolo característico de la casa Harkonnen, que adornaba su pecho.

-¡Vaya, que tenemos aquí!- gritó el soldado, haciéndose oír por encima del sonido de la lúgubre y acompasada música que llenaba el recinto, dirigiéndose hacia Raykof- ¡Pero sí es un noble de la familia Harkonnen, honrándonos con su presencia, apestando el lugar con el sucio aroma de los traidores!- gritó en tono sarcástico mientras parodiaba una reverencia.

-No busco problemas- se limitó a responder "El Toro" con voz grave pero queda.

-Al parecer ellos te encontraron a ti.   

El soldado volteó a ver a sus camaradas, buscando la mirada de aprobación ante su frase que pretendía ser incitante, pero sólo llegaba a ser un cliché. Estos sonrieron y eso le hizo sentir confianza para seguir molestando a alguien del tamaño y la robustez de Raykof. Estos dos atributos, aunados a su taciturno humor, eran los que le habían granjeado el apodo de "El Toro", además que era una especie de honor, siendo este animal, el emblema de su familia.

-Veo que estás ansioso por ser golpeado- dijo Raykof en tono sombrío, apartando el vaso, haciéndolo a un lado y poniéndose en pie.

Su esposa acababa de morir, todo por lo que había luchado había dejado de valer la pena, sus esperanzas se habían esfumado en el momento en que el brillo de sus ojos verdes, acompañado por el rubor de su nívea piel, abandonó el mundo. Quizá sus primos tuvieran razón, tal vez la única forma de encontrar paz era mediante la fuerza, sometiendo a los débiles y recuperando por la fuerza el lugar que les correspondía. Toda su vida había tratado de seguir un camino de rectitud, y eso no había hecho sino llevarlo hasta un callejón sin salida.

-Salgamos- le espetó al soldado bravucón, retándolo obviamente a un duelo.

Su transformación había comenzado, y la muerte de ese soldado sería el catalizador que marcaría el inicio de una nueva era para él y para su familia.

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Esta historia continúa en:



Capítulos anteriores:

Harkonnens: Lenkiviel 


Nota del Autor:

En la entrada anterior mencioné a Iblis Ginjo, este hombre también vivía en la Tierra, y al ser capataz, era un esclavo que gozaba de cierta posición privilegiada entre las máquinas y un poco de libertad, lo cual le permite buscar a humanos rebeldes que le ayuden a librar una rebelión contra las máquinas.

Si bien en el primer libro Iblis en un gran héroe, al liderar la primer revuelta; en el segundo libro se convierte en un personaje vil y corrompido por su sed de poder. Y este es un personaje clave para entender por qué el nombre de Xavier Harkonnen se vuelve un apellido maldecido por la historia. Pero eso es algo que les platicaré más adelante.

Lo que ahora nos interesa es saber qué pasó después de que tanto Iblis como Vorian y Serena escapan de la Tierra.

Llegan a Selusa Secundus y sin perder un solo segundo, Serena los lleva hasta Xavier, quien al dar por muerta a Serena, se ha casado con Octa, la hermana de ésta. Este es el primer encuentro que tiene un Atreides con un Harkonnen...

Vorian Atreides y Xavier Harkonnen rápido trazan un plan: aprovechar la confusión que hay en la Tierra, acompañada de un nuevo invento recién descubierto por los humanos, para asestar un golpe catastrófico a las máquinas. Planean bombardear la Tierra con atómicas, hacer desaparecer para siempre la base central de todo el poder de Omnius, aunque esto conlleve asesinar junto a las máquinas a todos los humanos esclavizados.

El invento del que se valen para poder llevar a cabo esta temeraria excursión son los Escudos Holtzman. Estos escudos, creados casi por accidente por Tio Holtzman, son una especie de barrera protectora invisible que puede rodear un cuerpo, o una nave y protegerla de los impactos de los misiles. Lo cual hace posible que la flota de los humanos libres sea capaz de acercarse lo suficiente a la Tierra como para lanzar el funesto ataque con bombas atómicas que dejará la Tierra convertida en un yermo planetario desolado.

Xavier Harkonnen es el responsable de encabezar este ataque y de dar la orden para desolar la Tierra.

Él mismo sabe que su nombre quedará manchado para siempre, que el apellido Harkonnen estará por siempre asociado en la historia con la destrucción de la Tierra, la cuna de la humanidad.