martes, 4 de febrero de 2014

East or West.

Creo en ángeles y demonios pues ambos viven en mí; a los primeros los he rechazado y los segundos acompañan mis horas de soledad. Estos lúgubres pensamientos rondaban la mente de Zach, mientras salía de una tienda Saks vestido con una indumentaria que en su conjunto valdría unos 12 mil dolares.

Caminó por las calles desiertas de la ciudad de Nueva York durante aproximadamente diez minutos. Había tenido los sueños, tal y como las cinco personas con quienes se había topado en la última semana, vagando y tomando de los anaqueles de las tiendas desiertas lo que les viniera en gana, justo como acababa de hacerlo.

Había soñado con el Hombre Oscuro, y tambien con Madre Abigail. Ir al Este y unirse a los pocos supervivientes de la supergripe que pretendían crear una nueva y mejorada versión de la civilización anterior, cuando ni siquiera podían restaurar aún la energía eléctrica en la pequeña ciudad en donde habían comenzado a congregarse, llegando en grupos de 3, 4, 5 -u 11 personas cuando era un grupo realmente numeroso-; o  ir hacia el Oeste, cruzar las montañas y llegar hasta Él, unirse a las filas del ejército que el Hombre Oscuro estaba formando, llegar a la ciudad del pecado, el antro luminoso en medio del desierto. El Hombre Oscuro ofrecía poder, gloria, sexo, ponía el mundo en tus manos. La vieja Madre Abigail en cambio sólo te ofrecía el camino de la rectitud, hacer lo correcto, lo decente, cerrar filas para hacerle frente a la oscuridad, pero la realidad era abrumadora: carecía de los recursos del Hombre Oscuro.

En sus sueños había visto cómo hacia Él para mantener a su gente motivada, leal; crucificaba en postes de teléfono a aquellos que se le oponían o a los que simplemente se cruzaban en su camino y no le mostraban la lealtad que exigía.

Zach quería permanecer al margen, ser un simple espectador, marchar lejos, ir al sur y no tener que participar en lo absoluto. Pero en este nuevo mundo no había lugar para  la neutralidad, la impasibilidad, la cobardía; había que tomar una postura y el tiempo se estaba agotando.








sábado, 1 de febrero de 2014

Lauder.

Como bien sabrás a estas alturas, el camino del mentiroso –al menos el de uno comprometido al cien por ciento con su papel-, es solitario y carente de afecto.

No hay hombro alguno en el cual llorar cuando las cosas van mal, ni por el contrario existen palmadas en la espalda que señalen reconocimiento; tus triunfos y tus derrotas son solitarios por igual, como una acre masa gelatinosa adherida a tu alma. Uno de los consejos mas útiles que puedes seguir para camuflarte dentro de la sociedad y hasta parecer un miembro respetable de ella, es el de refugiarte detrás de una falsa sonrisa.

Es un método difícil, lo sé, pero puedes hacer como el bueno de Harold Lauder y practicarla quince minutos diarios frente al espejo, hasta que a ti mismo comience a parecerte genuina.

Sólo hay un pequeño contratiempo; la gente más perspicaz eventualmente notará que algo extraño ocurre en tu rostro, si miran con más detenimiento del normal, podrán notar cómo la sonrisa no llega hasta los ojos como debería hacerlo, sino que se limita a elevar las comisuras de tus labios en un artificioso ángulo y se detiene bajo las mejillas.

Por eso es menester que trates de pasar el menor tiempo a solas con cualquiera lo suficientemente sagaz como para detectar tu disfraz.

Pero confía siempre en el poder de la sonrisa, cuando las personas creen que posees el secreto de la felicidad, que conoces algo que el resto de los mortales ha pasado por alto para ser feliz, la gente comenzará a rodearte, a confiar en ti, y entonces podrás comenzar tu misión, sonriéndoles a la cara cuando quisieras escupirles entre los ojos.


El cuento más corto.

Y cuando desperté, tu dios aún seguía lamiéndome las bolas.