La bota de Robert se estrelló con un estruendo similar a un trueno contra la madera. La puerta se abrió de golpe y en su mente le recordó a aquellas puertas de vaivén a la entrada de los bares en el viejo oeste. Y en su retorcida mente, Robert pensó que justamente él era eso; un vaquero solitario, un forajido, un pistolero...
Las miradas de tedio dentro del salón de clases voltearon todas al unísono hacia él, ante el súbito estrépito de la puerta al chocar contra la pared, cambiando la expresión de hastío en los ojos por una de desconcierto, antes de que se asentara el terror en ellos.
Robert llevaba la Remington de su padre completamente cargada. También sentía el reconfortante peso del rifle semi-automático, tras su espalda, colgado del hombro mediante una correa. Elevó el cañón, les sonrió a los rostros de desconcierto que lo miraban de hito en hito, jaló el gatillo y el infierno se desató.
Rick fue el primero en reaccionar, mientras todos miraban a ese jodido psicópata con ojos vidriosos, como ciervos en la carretera frente a los faros de un auto, él brincó de su asiento y corrió hacia Lori. De haber estado más cerca de la entrada, se habría lanzado contra ese infeliz, pero al sentarse siempre junto a las ventanas, no llegaría hasta él antes de que terminara de deslizar la corredera de la escopeta y disparara de nuevo.
Una fracción de segundo, un disparo, y después el aire se llenó de gritos. Los alaridos desgarradores del infierno ascendieron y llenaron el mundo.
-El amor lo puede todo ¿no Rick? -rugió el psicópata.
Rick alcanzó a Lori, la abrazó con todas sus fuerzas, cubriéndola de Robert, como si con este simple acto pudiera protegerla de toda la maldad del mundo.
-Veamos si puede contra el disparo de una escopeta.
Giró el cuerpo hacia ellos, siempre cubriendo la entrada, y disparó nuevamente. Una nube de perdigones se estrelló irremisiblemente contra la espalda de Rick. La chamarra de cuero se hizo jirones y para cuando el cuerpo del chico cayó inerte al suelo, Robert ya había recargado nuevamente la escopeta. Disparó contra Lori, apuntando bien arriba y la mitad izquierda del rostro de ella se convirtió en mermelada de fresa. Cayó también al suelo.
Robert dejó caer la escopeta, deslizó el rifle y con un movimiento veloz lo empuñó (el seguro ya estaba quitado) y apretó el gatillo. El cañón empezó a escupir ráfagas de muerte y dolor.
La ira cegó al muchacho, empezó a gritar y el blanco desolador llenó sus ojos, abarcándolo todo, apoderándose de todo.
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Capítulo anterior:
Jinete en la Bala
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