Si el diablo existe, el detective Méndez está seguro que se encuentra dentro de esa habitación, la cual se muestra proyectada en el monitor que tiene frente a él, grabada mediante una cámara de seguridad colocada en la esquina superior del cuarto.
El
oficial mira aterrado la escena que se reproduce en tiempo real. Los agentes SWAT
revisaron ya toda la fábrica donde se encuentran. Le acaban de notificar por el
comunicador que la mujer que aparece en la pantalla, en definitiva no se
encuentra en ningún lugar de esa fábrica abandonada.
La pantalla de 19
pulgadas, conectada a un receptor de vídeo encriptado, muestra una tétrica
escena. La imagen no es estable, se ven líneas que la atraviesan y cada 3
segundos, la imagen se distorsiona hasta el punto en que casi pareciera que se
va a perder la señal. Pero aun así la imagen de lo que sucede en esa habitación
se puede apreciar con el suficiente detalle para intuir que algo siniestro está
por suceder.
La mujer se
encuentra totalmente desnuda, de pies a cabeza, está acostada en un colchón
gastado, viejo. Tanto pies como manos están estirados y atados a los postes de
la base metálica, formando con su cuerpo una gran X. Se retuerce y forcejea,
pero cualquier esfuerzo es vano, las esposas que sostienen tobillos y muñecas
no van a ceder. Lo peor de esa escena irreal, salida de alguno de los círculos
más profundos del Infierno de Dante, es la mueca reflejada en su rostro, una
mezcla de desesperación, miedo, desesperanza y vulnerabilidad. Está amordazada,
pero se puede ver que gime con todas sus fuerzas, si la imagen fuera un poco
más nítida, el detective podría ver las venas tensándose bajo la piel de su
cuello, como si quisieran salir de su cuerpo.
Entonces entra en
la toma un hombre, o al menos eso parece debido a la corpulencia de sus
hombros. Lleva un pesado anorak y un pasamontañas cubriéndole el rostro. Se
acerca al pie de la cama, impasible. Observa
a la mujer, la cual lo mira aterrorizada, con los ojos saliéndose de sus
órbitas, el cuerpo inmóvil, paralizado por el terror. Da un paso hacia ella, acercándose
lentamente hasta su rostro.
Méndez se percata
entonces de que el sujeto lleva algo en la mano izquierda. Parece una capucha o
algún tipo de máscara de Noche de Brujas. Se inclina sobre la mujer y se la
pone en el rostro, una vez que ha terminado su labor, aleja el rostro, y
analiza su obra, como el pintor después de realizar un trazo importante sobre
su lienzo. Satisfecho, asiente con la cabeza, se aleja de la mujer y sale de la
toma.
Acaba de colocar sobre el rostro de la mujer, lo que parece una máscara hecha con la piel de un mono o algún tipo de chimpancé, la piel del rostro para ser más exactos. Segundos después vuelve a aparecer. Camina directo hacia la cámara. Se posiciona debajo de ésta y alza los brazos. En las manos sostiene una hoja, marcada con un rotulador. En la hoja se puede leer, en letras grandes y de feos trazos, lo siguiente:
Acaba de colocar sobre el rostro de la mujer, lo que parece una máscara hecha con la piel de un mono o algún tipo de chimpancé, la piel del rostro para ser más exactos. Segundos después vuelve a aparecer. Camina directo hacia la cámara. Se posiciona debajo de ésta y alza los brazos. En las manos sostiene una hoja, marcada con un rotulador. En la hoja se puede leer, en letras grandes y de feos trazos, lo siguiente:
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